ESTAS SON LAS MAÑANITAS (Mi poema)
David Huerta (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo
 

Me levanto. Me pongo el desayuno.
Escucho las noticias mientras tanto.
Acabo de empezar ¡qué inoportuno!
el niño se despierta con su llanto.

Dejo el café. Acudo diligente.
Le cojo y le aturullo entre mis brazos,
el niño que yo tengo es una fuente
que sabe abrirse paso entre codazos.

Por fin se despertó. Sale su madre.
Le miro y le saludo sonriente.
E impide con su abrazo ya que ladre,
(ignora que sembré yo la simiente).

Escucho otro cantar: hay que cambiarle.
Le limpio ya y le pongo los pañales.
Se ríe el muy tunante, ¡pa matarle!
Ignora es el culpable de mis males.

Retorno a mi café. Ya está muy frío.
Ya voy tarde, me marcho a trabajar.
Perdida otra mañana por mi crío,
y otro día sin yo desayunar.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO: David Huerta

David Huerta

Plegaria

Señor, salva este momento.
Nada tiene de prodigo o milagro
como no sea una sospecha
de inmortalidad, un aliento
de salvación. Se parece
a tantos otros momentos…
Pero está aquí entre nosotros
y crece como una luz amarilla
de sol y de encendidos limones
– y sabe a mar, a manos amadas,
huele a una calle de París
donde fuimos felices. Sálvalo
en la memoria o rescátalo
para la luz que declina
sobre esta página,
aunque apenas la toque.

La noche del cuerpo

En la noche del cuerpo se preparan
los alimentos de Dios,
la cena carmesí de los esclavos, el místico bocado
de los turbios amantes-

sudor, lágrimas, mierda-

el humus lento, el óvalo marchito,
el resto náufrago del visionario,
el regalo sedente
que se posa en la tierra-

un vapor de Demonios
rodea los Testimonios.

En la noche del cuerpo
se preparan de nuevo
para sus explosiones
diurnas, para el momento
en que habrán de salir
entre el humo feroz de su estallido.

Olvidar

Aquí están los nervios
que envuelven, como un papel fragante,
las melodías obtusas
del rencor.
Y aquí la risa
como un pájaro ebrio…

Escuchar. Olvidar. Dos neblinas.
La espuma del sufrimiento
cala en el encaje náufrago
de mi silbido matinal.

Aquí están los sonidos
olvidadizos, las crepitaciones
que amarillean.
Una vez más,
todo será escuchar
u olvidar.

Olvidaré estos doblados
enigmas, estos relojes
rectilíneos de esperas, este cuerpo
ajeno
en la llama de sándalo.

El peso de una chispa

Entro en una gasa letárgica
hecha de fantasma y Purgatorio.
Está detrás de una velocidad de párpado
la fractura de una Afirmación.
Pero yo nada puedo ya afirmar
en esta ensordecedora negociación
de bien, mal, política, moralidad.
Entro y salgo de vestiduras tensas,
la Afirmación me enardece:
debo escoger, tomar partido,
pronunciar una sentencia
y mantener los ojos abiertos.
Entro luego en ámbito
de arenas evangélicas,
veo sombras de manos y huelo
el vibrante viático de mi Hermano.
Salgo a los dédalos del mundo.
No renunciaré a este entrar y salir.
No escucharé las Órdenes. Tendré,
entre los fantasmas y los purgatorios,
sobre el calor de las manos que proyectan
esta sombra de un collar blanco,
la dávida necesaria. Sostendré,
al entrar y salir, el peso de una chispa
que sale de una gota o un río de sangre
-todo lo que me une a esto
y a lo otro, diminutivamente
a mi hermano, al mundo.

Algunos deseos

Que vuelvas a ver la enorme catedral
y la erizada Capilla
y sientas el paso distante, los rumores
de los Cruzados y de San Luis.

Que vuelvasa la calle Monsieru le Prince
para asomarte a los escaparates
y, luego, en la calle Vavin,
a los inventos de los herboristas
y su lento prodigio -la invisibilidad de los olores.

Que vuelvas a recoer el brillo
de una escritura anhelada
en las tardes coyoacanenses.

Que abraces los árboles
y bebas el agua dulce
junto al amargo mar resplandeciente.

Que te inclines una vez más y siempre
sobe mi rostro
y que yo abra los ojos para verte.

El pensador

Sentado en medio de los chisporroteos, de las babas
del siglo, de los ramos de estaño que rechinan y se curvan
hacia la mano de la doncella hipnotizada,

sentado a tientas en la oscura
limpieza del orgasmo, sentado y desnudo, sentado y vestido
por las carnales turgencias de una capa de ozono,

sentado entre los azules chasquidos y los ángulos apetitosos
de un muslo de muchacha desmayada y blanca,
más pálida, más lunar, más lánguida
cuanto más cerca de los ejes en racimo y más situada
en la vecindad de su visible dominio,

sentado y pensando en los caballos,
en las desigualdades sociales, en no-importa-qué,
en los galicismos, en la prosa del mundo,
en el antipático Hegel, en la necesidad
de tirar la basura. El pensador

se levanta luego, camina por las habitaciones azules
y por el Desierto de Gobi. Se sienta de nuevo.

El fuego visible

Esto es el fuego de la visibilidad,
astillas de trapos, enrojecidos restos
debajo de los pliegues de brasas, de las láminas
de yescas irritadas. Fuego de mesas
y de párrafos, de párpados entrecerrados
y de tintas de centellas; fuego
de curvas luminosidades; fuego
de danza y fenomenología, enraizado
en los filamentos de la apariencia.

Esto es el fuego que sale de los ojos:

el barro fino y frágil de las retinas,
los hilos de arcilla
de las heroicas pupilas. De tierra
el fuego en el aire de las aguas,
elemental, inconsciente maquínico
en su aleteo de adelgazado autómata
que se inflamara con pasiones y marioneta
en la mano fugaz y fervorosa
del oxígeno. Fuego central y fluido
de las cosas, los cuerpos. Fuego
de los nombres, pedacería de sonidos
ardiendo en los labios
del silencio imposible.

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Donaciano Bueno Diez
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