YO NUNCA HE VISTO A DIOS (Mi poema)
Diego Hurtado de Mendoza (Mi poeta sugerido)

Inicio » Religioso » YO NUNCA HE VISTO A DIOS (Mi poema) Diego Hurtado de Mendoza (Mi poeta sugerido)

¡Gracias por leer esta publicación, ¿deseas comentar?  haz click en el botón de la derecha!

MI POEMA… de medio pelo
 

Perdices hoy yo he visto entre matojos
y a sapos y a culebras en campiña,
mas nunca he visto a Dios, que abrí los ojos,
mirando me caí, ¡cielos!, de hinojos
de un pino al tropezar con una piña.

Y he visto a mercachifles, malandrines,
fingiendo pues pasaban por ser santos,
mas nunca he visto a Dios ni en los maitines,
si acaso me he topado con pasquines,
penando con sus duelos y quebrantos.

Pues voy llenando el tiempo poco a poco
cuidando de poner la pierna alterna,
a veces meditando, haciendo el loco,
cuidando no quemar con lo que toco
mas nunca he visto a Dios ni en la taberna.

Del día en que tomé leche materna
hasta hoy en que, maduro, peino canas,
me fijo cuando tiro en la cisterna,
mas nunca yo le vi ni con linterna
de día por la noche o en las mañanas.

Y sigo, aunque ya ignoro si merezca
que voy buscando a Dios con la esperanza
que un día de repente se aparezca,,
me diga una palabra y desvanezca
y pídame perdón por la tardanza.
©donaciano bueno

#Si alguien le ha visto que levante la mano? Clic para tuitear

MI POETA SUGERIDO: Diego Hurtado de Mendoza

Diego Hurtado de Mendoza

Días cansados, duras noches tristes

Días cansados, duras noches tristes,
crudos momentos en mi mal gastados,
el tiempo que pensé veros mudados
en años de pesar os me volvistes.

En mí faltó la orden de los hados;
en vos también faltó, pues tales fuistes,
que podréis en el tiempo que vivistes
contar largas edades de cuidados.

Largas son de sufrir cuanto a su dueño
y cortas si me hubiese de quejar,
mas en mí este remedio no ha lugar,

que la razón me huye como sueño
y no hay punto, señora, tan pequeño,
que no se os haga un año al escuchar.

Como el triste que a muerte es condenado

Como el triste que a muerte es condenado
gran tiempo ha y lo sabe y se consuela,
que el uso de vivir siempre en penado
le trae a que no sienta ni se duela,

si le hacen creer que es perdonado
y morir cuando menos se recela,
la congoja y dolor siente doblado,
y más el sobresalto lo desvela;

ansí yo, que en miserias hice callo,
si alguna breve gloria me fue dada,
presto me vi sin ella y olvidado.

Amor lo dio y Amor pudo quitallo,
la vida congojosa toda es nada,
y ríese la muerte del cuidado.

Vuelve el cielo, y el tiempo huye y calla

Vuelve el cielo, y el tiempo huye y calla,
y callando despierta tu tardanza;
crece el deseo y mengua la esperanza
tanto más cuanto más lejos te halla.

Mi alma es hecha campo de batalla,
combaten el recelo y confianza;
asegura la fe toda mudanza,
aunque sospechas andan por trocalla.

Yo sufro y callo y dígote: «Señora,
¿cuándo será aquel día que estaré
libre de esta contienda en tu presencia?»

Respóndeme tu saña matadora:
«Juzga lo que ha de ser por lo que fue,
que menos son tus males en ausencia.»

En la fuente más clara y apartada

En la fuente más clara y apartada
del monte al casto coro consagrado,
vi entre las nueve hermanas asentada
una hermosa ninfa al diestro lado.

Estaba sin cabello, coronada
de verde yedra y arrayán mezclado,
en traje extraño y lengua desusada
dando y quitando leyes a su grado.

Vi cómo sobre todas parecía,
que no fue poco ver hombre mortal
inmortal hermosura y voz divina,

y conocíla ser doña Marina,
la que el cielo dio al mundo por señal
de la parte mejor que en sí tenía.

Gasto en males la vida y amor crece

Gasto en males la vida y amor crece,
en males crece amor y allí se cría;
esfuerza el alma y a hacer se ofrece
de sus penas costumbre y compañía.

No me espanto de vida que padece
tan brava servidumbre y que porfía,
mas espántome cómo no enloquece
con el bien que ve en otros cada día.

En dura ley, en conocido engaño,
huelga el triste, señora, de vivir,
¡y tú que le persigas la paciencia!

¡Oh cruda tema! ¡Oh áspera sentencia,
que por fuerza me muestren a sufrir
los placeres ajenos y mi daño!

CANCIONES EN REDONDILLAS

1
Pues que tanta priesa os dais
y yo tan poco me quejo,
pesares, libres os dejo;
quiero ver si me acabáis.

En tan peligroso trago,
aunque yo no lo procure,
¿no habrá un bien que me asegure
de este daño que me hago?

No, que no quieren valerme
mis cuidados como hermanos,
sino darme de las manos
cuando pueden ofenderme.

Siempre ofenderme desean,
y yo con ellos me junto
cada y cuando que barrunto
cosas que contra mí sean.

Remedio yo no lo pido,
consejo no lo recibo,
que a mí mismo, porque vivo,
me tengo ya aborrecido.

2
Cuidados, que me traéis
tan vencido al retortero,
acabad, que acabar quiero
porque vos os acabéis.

El ave que el pecho hiere
y tanto a sus hijos ama
con la sangre que derrama
les da vida, aunque ella muere.

Los pesares me maltratan,
dentro en el alma los tengo
y con ella los mantengo,
y ellos consigo me matan.

No es cuidado el que me manda
ni quien me hace la guerra,
mas pesar que me destierra
y placer que en otros anda.

Siempre doblada la pena,
siempre muerte ante los ojos,
por mis pesares y enojos
y por la holganza ajena.

CANCIÓN EN REDONDILLAS Y QUINTILLAS

Desdichas, si me acabáis,
¡cuán buena dicha sería!
Si haréis, si no os cansáis
por mayor desdicha mía.

Poco os queda por hacer,
según lo que tenéis hecho,
en que os podáis detener
en un hombre tan deshecho
y tan hecho a padecer.

La costumbre dicen que es
muy gran remedio a los males;
yo digo que es al revés,
que los hace más mortales.

Ved a lo que me han traído
la costumbre y sufrimiento,
que de puro ser sufrido
vengo a decir lo que siento
cuando estoy ya sin sentido.

Los que vieren que porfío
a quejarme de mi suerte
pensarán que desvarío
con la rabia de la muerte.

Mas, con todo, bien verán
que no es tiempo de mentir;
gran agravio me harán
viéndome para morir
los que no me creerán.

Todo lo tengo probado,
hasta el bien me hace mal;
el no me hallar confiado
era mi peor señal.

Temblaba el alma en los pechos
en ver sombras de alegría;
bienes eran contrahechos,
que siempre el placer venía
víspera de mil despechos.

Si acaso estaba contento,
que pocas veces sería,
venía un remordimiento
que el alma me deshacía.

Profecías eran éstas
del mal en que hora me veo;
mil cosas llevaba a cuestas,
que las llevaba el deseo
sobre mi cabeza puestas.

Y aun me parecían a mí
tan ligeras de llevar,
que nunca tanto sentí
como habellas de dejar.

Esto, ya que era pasado,
si el dejallo me dio pena,
júzguelo quien lo ha probado;
si alguna hora tuve buena,
¡cuán cara que me ha costado!

La soledad

Amable soledad, muda alegría,
que ni escarmiento ves, ni ofensas lloras,
segunda habitación de las auroras;
de la verdad primera compañía.

Tarde buscada paz del alma mía, 5
que la vana inquietud del mundo ignoras,
donde no la ambición hurta las horas,
y entero nace para el hombre el día.

¡Dichosa tú, que nunca das venganza,
ni del palacio ves, con propio daño, 10
la ofendida verdad de la mudanza,

la sabrosa mentira del engaño,
la dulce enfermedad de la esperanza,
la pesada salud del desengaño!

II –
Sangrienta perdición, yugo tirano,
guerra cruel, origen y osadía
de la injusta primera tiranía
que puso cetro en poderosa mano.

Bárbara ley, tan murmurada en vano, 5
ayudar del morir a la porfía
como si nos costara sólo el día,
como si nos sobrara el ser humano.

Mas aunque más, ¡oh, guerra!, estés culpada,
es mayor la de fáciles antojos 10
en bello campo de belleza armada;

no quiero amor, más quiero dar enojos
a la dura violencia de una espada,
que a la blanda soberbia de unos ojos.

III –
-¿Qué hacéis, señora? -Mírome al espejo.
-¿Por qué desnuda? -Por mejor mirarme.
-¿Qué veis en vos? -Que yerro en no lograrme.
-¿Pues por qué no os lográis? -No hallo aparejo.

-¿Qué os falta? -Uno que fuere en amor viejo. 5
-¿Pues qué sabrá ese hacer? -Sabrá obligarme.
-¿Cómo os ha de obligar? -Con empeñarme
sin esperar licencia ni consejo.

-¿Y vos resistiréis? -Muy poca cosa.
-¿Qué tanto? -Poco más de lo que digo, 10
que él me sabrá vencer si es avisado.

-¿Y si os deja por veros rigurosa?
-Tenerle yo he después por mi enemigo,
vil, zafio, necio, flojo y apocado.

IV –
Dícenme, Don Jerónimo, que dices,
que me pones los cuernos con Ginesa;
yo digo que me pones cama y mesa;
y en la mesa, capones y perdices.

Yo hallo que me pones los tapices 5
cuando el calor por el octubre cesa;
por ti mi bolsa, no mi testa, pesa,
aunque con molde de oro me la rices.

Este argumento es fuerte y es agudo;
tú imaginas ponerme cuernos; de obra 10
yo, porque lo imaginas, te desnudo.

Más cuerno es el que paga que el que cobra;
ergo, aquel que me paga, es el cornudo,
lo que de mi mujer a mí me sobra.

V –
Tiempo vi yo en que amor puso un deseo
honesto en un honesto corazón;
tiempo vi yo, que agora no lo veo,
que era gloria, y no pena, mi pasión.

Tiempo vi yo que por una ocasión 5
dura angustia y congoja, y si venía,
señora, en tu presencia, la razón
me faltaba, y la lengua enmudecía.

Más que quisiera he visto, pues Amor
quiere que llore el bien y sufra el daño, 10
más por razón que no por accidente.

Crece mi mal, y crece en lo peor,
en arrepentimiento y desengaño,
pena del bien pasado y mal presente.

VI –

A un devoto

Dentro de un santo templo un hombre honrado
con grave devoción rezando estaba;
sus ojos hechos fuentes enviaba
mil suspiros del pecho apasionado.

Después que por gran rato hubo besado
las religiosas cuentas que llevaba,
con ella el buen hombre se tocaba
los ojos, boca, sienes y costado.

Creció la devoción, y pretendiendo
besar el suelo al fin, porque creía
que mayor humildad en esto encierra,

lugar pide a una vieja; ella volviendo,
el «salvo honor» le muestra, y le decía:
«Besar aquí, señor, que todo es tierra».

VII –

Hoy deja todo el bien un desdichado
a quien quejas ni llantos no han valido;
hoy parte quien tomara por partido
también de su vivir ser apartado.

Hoy es cuando mis ojos han trocado
el veros por un llanto dolorido;
hoy vuestro desear será cumplido,
pues voy do he de morir desesperado.

Hoy parto y llego a la postrer jornada,
la cual deseo ya más que ninguna,
por verme en algún hora descansada.

Y porque con mi muerte mi fortuna
os quite a vos de ser infortunada,
y a mí quite el vivir, que me importuna.

VIII –

En la pared de cierto templo viejo
está una imagen hecha sin primor,
destajo del pincel de Blas pintor,
a costa de la Iglesia y del Concejo;

con un letrero puesto allí, bermejo,
de letra grande escrita alrededor:
«Esta obra Mandó Hacer Aquí el Señor
Teniente Cura, Juan de Busto el Viejo».

Mas Gil no consintió que el rubicundo
letrero sin reproche se prosiga
sin que el Concejo al menos se nombrase;

ved cuales son las cosas de este mundo,
que nunca falta un Gil que las persiga,
como a esta no faltó quien la enmendase.

IX –

En cierto hospedaje do posaba
Amor, vino a posar también la Muerte;
o fuese por descuido o mala suerte,
al madrugar Amor, como lo usaba,

tomo de Muerte el arco y el aljaba
(y no es mucho, si es ciego, que no acierte);
Muerte recuerda al fin, tampoco advierte
que eran de Amor las armas que llevaba.

Sucedió de este error que, Amor pensando
enamorar mancebos libertados
y Muerte enterrar viejos procurando,

vemos morir los mozos malogrados,
y los molestos viejos que, arrastrando,
se van tras el vivir enamorados.

X –

Yo soy, cruel Amor…

Yo soy, cruel Amor, el que has traído
con vanas esperanzas engañado,
y quien había de haber escarmentado
ya en los propios males que he sufrido.

Yo soy quien tus mentiras ha creído,
y aquel que por creerlas ha llegado
a ser contigo el más desventurado
de cuantos tus banderas han seguido.

Pero si en todo el tiempo que viviere
tornare a tu poder, que en él me vea
muriendo por quien más aborreciere.

Y porque mi jurar más firme sea,
que si jamás, Amor, yo te creyere,
quien causare mi mal no me lo crea.

XI –
Días cansados, duras horas tristes,
crudos momentos en mi mal gastados,
el tiempo que pensé veros mudados
en años de pensar os me volvistes.

En mí faltó la orden de los hados,
en vos también faltó, pues tales fuistes,
que podréis en el tiempo que vivistes
contar largas edades de cuidados.

Largas son de sufrir cuanto a su dueño,
y cortas cuando hubiese de quejar;
mas en mí este remedio no ha lugar;

que la razón me huye como sueño,
y no hay punto, señora, tan pequeño,
que no se os haga un año al escuchar.

XII –
Como el triste que a muerte es condenado
gran tiempo ha, y lo sabe y se consuela,
que el uso de vivir siempre en cuidado
hace que no se sienta ni se duela,

si le hacen creer que es perdonado
de morir cuando menos se recela,
la congoja y dolor siente doblado,
y más el sobresalto lo desvela;

así yo, que en miserias hice callo,
si alguna vanagloria me era dada
presto me vi sin ella y olvidado.

amor lo dio y amor pudo quitallo;
la vida congojosa toda es nada,
y ríese la muerte del cuidado.

XIII –
Vuelve el cielo, y el tiempo huye y calla,
y despierta callando tu tardanza;
crece el deseo y mengua la esperanza
tanto más cuanto más lejos te halla.

Mi alma es hecha campo de batalla,
combaten el recelo y confianza,
asegura la fe toda mudanza
aunque sospechas andan por mudalla.

Yo sufro y muero y díjete, Señora:
«¿Cuándo será aquel día que estaré
libre de esta contienda en tu presencia?»

Respóndeme tu saña matadora:
«Juzga lo que ha de ser por lo que fue,
que menos son tus males en ausencia».

XIV –
En la fuente más clara y apartada
del monte al casto coro consagrado,
vi entre las nueve hermanas asentada
una hermosa ninfa al diestro lado.

En cabello se estaba, coronada
de verde hiedra y arrayán mezclado,
en traje extraño y lengua desusada,
dando y quitando leyes a su grado.

Vi como sobre todas parecía;
que no fue poco ver hombre mortal
inmortal hermosura y voz divina.

Y conocila ser doña María,
la que al cielo dio al mundo por señal
de la parte mejor que en sí tenía.

XV –
Gasto en males la vida, y amor crece,
en males crece amor y allí se cría,
esfuerza el alma, y a hacer se ofrece,
de la pena costumbre y compañía.

No me espanto de vida que padece
tan brava servidumbre y que porfía;
mas espantome cómo no enloquece
con el bien que ve en otros cada día.

En dura ley, en conocido engaño,
huelga el triste, Señora, de vivir,
y tú, que le persigues la paciencia.

¡Oh cruda tema! ¡Oh áspera sentencia!
que por fuerza me fuerzas a sufrir
los placeres ajenos y mi daño.

XVI –
Como el hombre que huelga de soñar,
y nace su holganza de locura,
me viene a mí con este imaginar;
que no hay en mi dolencia mejor cura.

Puso amor en mi mano mi ventura,
mas puso lo peor, pues el penar
me hace por razón desvariar,
como el que viendo, vive en noche oscura.

Veo venir el mal, no sé huir;
escojo lo peor cuando es llegado,
cualquier tiempo me estorba la jornada.

¿Qué puedo yo esperar del porvenir,
si el pasado es mejor, por ser pasado?
Que en mi sangre es mejor lo que no es nada.

XVII –
Señora, la del arco y las saetas,
que anda siempre cazando en despoblado,
dígame, por su vida, ¿no ha topado
quien le meta las manos a las tetas?

Andando entre las selvas más secretas
corriendo tras un corzo o venado
¿qué no ha habido un pastor desvergonzado
que le enseñe el son de las gambetas?

Hará unos milagrones y asquecillos
diciendo que a una diosa consagrada
nadie se atreverá, siendo tan casta.

Allá para sus ninfas eso basta,
mas acá para el vulgo ¡por Dios, nada!
que quienquiera se pasa dos gritillos.

XVIII –
Lenguas extrañas y diversa gente
a esta fiera cruel amando sigue;
ella huye de todos, y persigue
a cada cual por donde más lo siente.

Da a gustar el corazón caliente
a unos de otros, porque nos obligue;
ninguno lo entendió que no castigue,

aunque nadie lo prueba que escarmiente.
Su gloria es encubrir pechos abiertos
y publicar entrañas escondidas.

¡Oh compuesto de varios desconciertos,
que a nuestra propia carne nos convidas,
y después que a tus pies nos tienes muertos,
por los que llegan sanos nos olvidas!

XIX –
Tráeme amor de pensamiento vano
a cuidado y enojo verdadero,
y muéstrame el comienzo hacedero
y todo inconveniente muy liviano.

Y si con él me veo mano a mano,
hallole ser de mí tan extranjero,
que él, que parecía más ligero,
me parece pesado y inhumano.

Yo me vi tan metido en la celada,
que deseé pagarlo con la vida;
mas el alma, que fuera de sí estaba,

como para la muerte hay salida,
volviese a comenzar otra jornada;
mas esta para mí nunca se acaba.

XX –
Amor me dijo en mi primera edad:
«Si amares no te cures de razón»
Siguió su voluntad mi corazón;
mas él nunca siguió mi voluntad.

tráeme ciego de verdad en verdad;
ya yo sería contento en mi pasión,
que con falsa esperanza de ocasión
me sostenga siquiera en vanidad.

Tanto sería de vana esta esperanza,
que no podría caber en mi sentido
ni en consejo de amor ni en vanagloria,

que finja yo que estoy en tu memoria,
señora, ni lo espero ni lo pido;
que no es bien de afligidos confianza.

Si te gusta #Diego_Hurtado_de_Mendoza... Clic para tuitear

Autor es esta páginna

Donaciano Bueno Diez
Si te gusta mi poema o los del poeta sugerido, compártelo. Gracias
Subscríbete!
Notificar a
guest

1 Comentario
El más votado
El más nuevo El más antiguo
Comentarios en línea
Ver todos los comentarios
Echa un vistazo a la siguiente publicación
Dolorido. Mi corazón se apaga, se siente resentido…
1
0
Me encantaría tu opinión, por favor comenta.x

Descubre más desde DonacianoBueno

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo