Me levanto, preparo el desayuno, mientras me hago el café pongo la radio, arranco una hoja nueva al calendario, de nuevo un escenario inoportuno otro hecho funerario.
De niño yo jugaba a ser poeta haciendo con palabras malabares, después ya comprendí, lloviendo a mares, anduve entre la mar en bicicleta de sueños a millares.
¿De qué sirve el recuerdo a la memoria si no puede cambiarse y no se vende? ¿Y qué importa el inciso en una historia a lomos de una soga en la que pende?
Mañana, un año más, quizás mañana o acaso ha de llegarte por la tarde, el día en el que estás y ya no estás, que nunca con agrado acogerás y aun menos del que hacer debas alarde.
Cuando veo a algún niño me emociono, no sé por qué será, mi alma se llena, al tiempo, de alegría y de una pena, y siento que es culpable y le perdono y vuelvo así a
No me gustan los libros de auto-ayuda. Me gustan los consejos así que me repitan son de viejos. Si siento que mi cuerpo está que suda me apresto a traspirar, cambio de muda...
Morimos sin saber que nos morimos cada día, al minuto, cada instante, morimos siempre al tiempo que vivimos como el libro que espera en el estante nos vea aparecer y que le abrimos...
El que escribe, Donaciano,
como el labriego en Castilla
va esparciendo la semilla
a voleo con la mano.
Lo mismo que hace el cristiano
que a Dios no ha visto y le reza
y espera de su grandeza
que llegado el mes de abril
le riegue con aguas mil
la madre naturaleza.