He pasado en la calle donde estaba tirado un perro muerto, la gente se paraba y le miraba que al pobre miró un tuerto, comentaba, haciendo un aspaviento.
Su perro, sí, su perro, su perrito, tan mono, tan simpático y mimoso, su perro tan amable y chiquitito que saca a pasear con su lacito y suele relamer tan cariñoso.
Mis versos son igual que las cloacas frecuente es que se muestren pestilentes, se dejen arrastrar por las corrientes que allí donde se encuentren se embarrancan, de cienos repelentes.
Escucho, veo, leo, pienso, aprendo, que es mucho lo que tengo que aprender, si acaso poco más sé que leer y de esta vida, juro, nada entiendo ¿qué puedo, dime, hacer?
A veces, solo a veces, me desnudo, me encanta deshacer de la coraza, atarme la corbata sin el nudo, del alma el alimento tomar crudo juzgando las miserias taza a taza.
El que escribe, Donaciano,
como el labriego en Castilla
va esparciendo la semilla
a voleo con la mano.
Lo mismo que hace el cristiano
que a Dios no ha visto y le reza
y espera de su grandeza
que llegado el mes de abril
le riegue con aguas mil
la madre naturaleza.