Ya pierdo el equilibrio. Con frecuencia presiento me abandona la mesura. Quizás sea la edad. Que a la locura no hay nada que le ofrezca resistencia, la edad no tiene cura.
Hay veces que me angustia una certeza acerca de mi estancia y del futuro, hay veces, reconozco que es muy duro, que acecha ese presagio a mi cabeza lo veo todo oscuro.
Hay veces que la vida te da palos y piensas que de allí ya no hay salida, y vuelves a empeñarte en la partida sufriendo diferentes varapalos sintiendo que tu vida ya no es vida.
Cortarse la coleta. Ya hace tiempo que él quiso recortarse la coleta haciéndola sencilla, más discreta, al ver que resultaba un contratiempo, con una metralleta.
Los besos, los que un día me negaste que, ingenuo, te pedí y no me los diste fingiendo que jugabas al despiste haciendo mi ilusión se fuera al traste, yo sé te los guardaste, pues vi que te reíste.
Quisiera ser un cántaro en la fuente, el agua que resbala a su albedrío, la lluvia que saltando va en el río y toda junto al mar se hace presente como tu amor y el mío.
Traspasar ese umbral es un misterio, nadie, nunca, jamás lo ha traspasado, nadie, nunca, jamás desde otro lado ha venido de vuelta al cementerio que se haya equivocado.
El que escribe, Donaciano,
como el labriego en Castilla
va esparciendo la semilla
a voleo con la mano.
Lo mismo que hace el cristiano
que a Dios no ha visto y le reza
y espera de su grandeza
que llegado el mes de abril
le riegue con aguas mil
la madre naturaleza.