El día aquel en que nació la luna el cielo dormitaba, estaba oscuro, las meigas recitaban un conjuro, ni un atisbo de luz. Y es que hubo un muro que ciego, se postraba ante su cuna.
A qué seguir sintiendo esta congoja la misma que hace un nudo en la garganta, que mira hacia adelante y se atraganta, presenta a la alegría como coja, o cierra hasta los ojos y se achanta.
En la orillita del río me lanzó un beso una flor, me perfumó con su olor, presintió mi desvarío; yo le respondí, amor mío, correspondo a tu embeleso...
El que escribe, Donaciano,
como el labriego en Castilla
va esparciendo la semilla
a voleo con la mano.
Lo mismo que hace el cristiano
que a Dios no ha visto y le reza
y espera de su grandeza
que llegado el mes de abril
le riegue con aguas mil
la madre naturaleza.