Quien no ha vivido aquí, lo desconoce, e ignora que hay placeres en la vida que son gratis, y dan la bienvenida a libar de la esencia de ese goce del sol acariciando en su salida.
Yo escribo por placer, es bien sabido, y que lo hago como un divertimento, tan libre como el aire, como el viento, cual alguien que a la luna está subido.
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Aprendo. Cada día yo algo aprendo, que nunca yo echo nada en saco roto. Cada día me monto en esa moto, a aquel que no se monta no le arriendo ganancias al piloto.
Ese día en que yo quise ser libro mirando estaba absorto aquel estante con ojos del que mira alguna amante. Fue tanta la emoción que hoy no calibro el tiempo de aquel hecho tan vibrante.
Robaros la inocencia ese es mi oficio. Yo soy predicador. Soy padre, el elegido del Señor, quien dude de mi honor sabrá el suplicio que habrá de soportar, sin un resquicio, por ser tan pecador.
Un ministro es un tipo de bigotes que suele hacer allí lo que le manda aquel que siempre es jefe de la banda y suele así esquivar a los azotes si miente o se desmanda.
Así no lo creáis, yo aquí os lo cuento, que en Quito esa ciudad del Ecuador yo tuve que curarme de un dolor y cual es mi penar que allí me encuentro de dios un chiringuito bruñidor.
Mi perro es un capullo. Siempre ladra. La lengua va, me mira y me la saca. Mi perro es un gruñón. Nada le cuadra. Con gritos mis oídos les taladra. Y encima se hace caca.
Nada es cierto ni es mentira, me da igual, nadie sabe la verdad de lo que dice, que este mundo es un completo carnaval así sea el mismo dios quien lo bendice.
Cuando la luz se apaga, el sol no hiere, cuando el cielo se oculta al infinito, cuando acabe este verso que hoy recito y se pueda saber por qué se muere.
¿Quién manda siempre aquí? El Presidente. ¿Qué méritos aporta? El que más trepa. El mismo que se pasa por la chepa aquello que lamenta y que no siente y allí donde le quepa.
Que un día bajé al río, la corriente seguía paso a paso disfrutando del agua que lanzaba en la pendiente. Lo hacía de manera sonriente por eso yo deduje está gozando, aquí el amor se siente.
Si quinientas palabras no son plagio ¿cuántos versos se pueden fusilar? La tal Lastra debiera meditar qué me espera si escribo y tal naufragio no puedo yo evitar.