Lo que vale una vida
Estoy en esa edad en la que un hombre quiere,
por encima de todo ser feliz, cada día.
Y al júbilo prefiere la callada alegría
y a la pasión que mata, la renuncia que hiere.
Vivir entre las cosas, mientras que el tiempo pasa
-cada vez menos tiempo para las mismas cosas-
y elegir las que valen una vida: las rosas
y los libros de versos, y el viaje la casa.
Hasta ahora he vivido perdido en el mañana
-seré, seré, decía- o en el pasado-he sido
o pude ser, pensaba- y el mundo se me iba.
Ahora estoy en la edad en la que una ventana
es cualquier aventura, y un regalo el olvido.
Ya no quiero más luz que tu luz mientras viva.
El encuentro
Agua de ayer será la que derrama
la acequia. Tantos años que no llueve
y aún crían las paredes musgo y lama
y es la umbría un rincón de selva leve.
Un niño entre los juncos viene y bebe
del cuenco de sus manos. Se retira
por el lento camino y no se atreve
a volverse a mirar a quien lo mira
y sabe a donde va. Nada se altera.
Septiembre huele a médula de higuera
y un pájaro en el aire da al presente
otro espejismo de la primavera.
Recoge agua, que también te espera
el camino y no vas hacia la fuente.
Solsticio
A la poesía de Elena Martín Vivaldi
El camino baja al río
y sube después despacio,
y es un puente.
Esta noche es el solsticio.
La primavera en verano
se convierte.
Ahora traman los olivos,
trepan las viñas y el campo
se estremece.
Las noches son un suspiro,
la clausura de un regazo
transparente.
Y aunque todo está en su sitio,
tan serenamente alto,
tan celeste,
por tus versos amarillos,
luna de abril, voz del árbol,
para siempre,
yo me acuerdo de los tilos
de Bib-Rambla, cuando paso
mientras llueve.
Catacena (Los Sifones)
En junio los crepúsculos se alargan con la brisa
y las noches son cortas
porque amanece pronto y con vigor.
Se suceden las rosas, las gayombas
brillan, trama el olivo,
las viñas trepan con pujanza y cuece
su estuche de cerámica la almendra.
Si pasa una tormenta
la mies mojada huele a sentimientos
maduros.
¡Qué ansiedad por el otoño!
Las huellas de otros pasos en el polvo
sellado del camino
nos hacen recordar que somos sombras,
sólidas sombras.
Homenaje
La estatua que te erijan, poderosa
y tenue amada del desgarro, tenga,
en homenaje a tanto amor, corona
de espumas combatientes, manto de agua
detenida y azul, túnica roja.
Una mano en el vientre sobre el vuelo
corto de un blanco pájaro, la otra,
en homenaje a tanto amor, caída
ligeramente sobre el pecho, rota.
Sentada sobre un trono de humo y piedra
permanezcas, ni sierpe ni paloma,
ocultos los cabellos por el viento,
los labios juntos, la mirada sola.
Camino de las Acequias
El olor del tomillo pisado;
una liebre que salta cosiendo
el sol y la sombra, la tarde;
albaricoques; minas de agua negra:
cosas que el viento redondea,
cosas que el tiempo colecciona,
un almanaque perpetuado, un sueño
vivo, sin tiempo.
Variaciones
Ahora, cuando terminan
los días y estoy triste, sin saberlo,
como buscaba entonces las palabras vacías,
o las ásperas calles, o las sombras,
busco tu mano tibia,
busco el abrazo breve y silencioso
—amor en la cocina—,
para saber qué hay más allá del tiempo,
durante la caída.
La otra tarde en el limo del arroyo
había unas ciruelas de ceniza.
No te puedo decir cómo, su luz
me pareció una imagen más precisa
del tiempo que la rosa blanca y única,
abandonada al viento, entre ruinas.