EL PECADO, ESA BENDICIÓN (Mi poema)
Gabriela Kizer (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

Me gusta trasgredir. Y es que el pecado
es para mi en la vida un aliciente,
lo llevo aquí a mi lado permanente
es una bendición que dios me ha dado.

Soy pecador. Confeso. Mala gente.
Que el corazón lo llevo acribillado.
Reniego con frecuencia del pasado,
disfruto resbalando en la pendiente.

Nací para pecar. Ese es mi sino.
Si puedo tropezar, voy y tropiezo.
Que en eso de rezar, yo nunca rezo
ni desando si anduve mi camino.

Que voy de sobresalto en sobresalto.
en mil charcos pisando, a trompicones,
preso de la maldad, de mil pasiones
que adoro con fervor, a las que asalto.

Subo y bajo. Y a veces me despeño.
Y vuelvo a resurgir de las cenizas
así vuelva a caer, quede hecho trizas.
Así es mi voluntad y éste es mi empeño.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO:  Gabriela Kizer

ERA MÁS FÁCIL

Bastaba una señal, un dejo luminoso
para alargar la mano al aire
como hacia un cuenco de abundancias,
para temblar al pie de una página sin reverso.
¿Qué suerte de futuro permitía entrar
una vez y otra
al juego de avanzar con el trapo en los ojos?
Taima.
¿Cuándo me vine abajo?
¿Cuándo crucé los brazos sobre el pecho?
de Amagos, Monte Ávila Editores Latinoamericana, Caracas, 1999

PUERTO AZUL

Ustedes se escondían tras las piedras del malecón.
Tú eras rubia, acaso lo seas todavía.

Ustedes caminaban de noche y de día tomados de las manos.
Ustedes sonreían sobre granizados de fruta
y correteaban como niños a la orilla del mar.

Era el tiempo de ocultar cigarrillos
en los resquicios de una pared precisa.

¿Hasta dónde llegaba el aterrado asombro?
¿Hasta dónde la delicia de las manos ya sueltas?
¿Hasta dónde el sol, el musgo, el choque de las olas,
las voces lejanas, el gesto repetido del cangrejo?

Yo lo soñaba.
Punto por punto lo soñaba.
Pero no sé qué soñaba.

Mi placer está hecho de esa incógnita.

LO VIVO

Hambrientos de menos,
disponemos cada noche
del sueño de nuestros restos.

Lo hacemos con dulzura,
hablando sobre cualquier cosa.

¿Qué instante nos detendrá?
¿Habrá calor, lluvia?

Ahora nada nos orienta.
Ni siquiera la penuria que damos al corazón,
ni siquiera su peso muerto sobre los hombros.

Sombras debilitadas, nostálgicas
de sangre y de destino,
andan zumbando por la casa
que se ha tornado invisible.

No pudimos contener sus paredes
ni cambiar los cuadros de lugar.

¿Tenemos nombre aún?

No llega aquí la melodía
que hace olvidar el hambre a Tántalo,
ni los pasos de la muchacha que sin cesar camina
y conoce la hendidura de la sombra a la luz.

No queda para nosotros ni la gracia
del grano imposible de regurgitar.

Abre los ojos.

El moho se acumula en todas partes
y los pies se nos van y no caemos.

Hasta nuestros susurros se han vuelto borrosos.

¿Escuchas?

¿No ha concluido ya el tercio del año,
la irremediable cita con lo fútil
que queda de lo vivo?

¿Y lo vivo —la vibración de la larva
en el pantano, de la espiga;
la memoria del antiguo espejo de mano,
de la seda pegada a la transpiración;
los entrañables y repugnantes sabores—,
la irremediable cita con lo vivo?

Porque una cosa es el cese, y otra
sustraerle fragancia al devenir.

Escucha.

Ni Leteo ni sangre anegan la garganta.

Haber perdido el gusto al agua
nos ha salvado al menos de beber.

Busco mis pasos, que están perdidos
y no llevan mensaje de otro mundo.

Busco la flor trizada, dulcemente disuelta,
¿comprendes? Y un poco de tierra pastosa
donde poner a fermentar esta niebla,
y un vino seco para las tardes
y las magulladuras.

SIETE VIDAS

Conocí la tristeza
una lluviosa mañana de enero
poco antes de cumplir cincuenta años.

Yo, que creí que me las sabía todas,
comprendí de pronto que mi amante
no me quería tanto como decía.

No se aguaron mis ojos
(eso ya había ocurrido la tarde anterior
y la tarde anterior).
Tan solo le pasé un trapo con Maderol
a la mesita hindú de la sala
y luego un trapo seco
para que no se le fuese a empegostar
la caja de cigarros.
Pero fue un gesto escéptico, casi frío.

Miré sus lámparas y el amor
con que las había puesto hace nada.

Supe también que la palabra «empegostar»
es un americanismo y no figura
en el Diccionario de la Real Academia.

Repasé su piel, su ser, su rostro,
enteramente su cuerpo en la memoria,
y reconocí asimismo cuánto me los sabía.
Cuánto y cómo me los sabía.
Pero me dio flojera buscar la palabra
que reflejara esa intensidad.

Uno tiene derecho a sus venganzas,
me dije.

Durante toda la mañana
el sol estuvo saliendo y ocultándose.

Supe, por último, que seguiría buscando en sus ojos
la palabra definitiva,
que mi amor no caería de pie.

Pensé en los amores que tienen siete vidas
e intenté precisar por cuál íbamos.
Tal vez por la quinta, me dije,
quedan dos.

RÍOS

Que no hubo Sena, Támesis, Moldava.

Que faltó un chapuzón en el río Prut
al cual atribuir una fiebre reumática
y el debilitamiento progresivo del miocardio.

Que ningún caudal hizo a la tierra edificable,
ni dejó pasar la historia, los pensamientos;
ni reveló la transparencia sonora de la realidad.

Que lo que hubo fue lenguaje cenagoso, ríos sin nombre
en los que se pegaban los corronchos de las piernas
o amenazaban con eso y daba espanto.

Que transcurrieron horas anudándolas
en la piscina la Culebrita
porque de perderse la cola de sirena
cada vez que pongas los pies en el suelo
sentirás un terrible dolor.

Que aguardaba por mí la poción químicamente pura
a cambio de besos sostenidos, apretados contra las piedras,
rodeados de culebras de agua dulce reclamando la voz.

Que pudo haber sido más leve la creciente,
el ruido de los rayos cayendo tan cerca de la curiara,
el agua picada, tan repleta de pirañas.
Y si la curiara se vuelca tan solo trata de alcanzar la orilla.
¿Cuál orilla? Si las pirañas buscándome las piernas
con hambre vieja, aguas abajo.

Pero deja el desaliento, corazón,
todavía nos queda el pericardio.
Océano y Tetis riñeron para toda la vida
con el único fin de darle estabilidad al mundo.
¿Qué vas a pedir tú?

Ofrece tu pesar al Aqueloo
y recuerda la belleza con que Sófocles
cantó a sus sombras oscuras.

Recuerda el río de Heráclito, las metamorfosis de Ovidio,
los ríos en que entramos y no entramos.

Y cómo somos y no somos los mismos.

FÁBULAS

Ni todas las fábulas de reinos antiguos
que por mí aguardan
me ayudarán a olvidarte.

Intento, en vano, recordar el poema
en que esto fue dicho espléndidamente.

Ya ves cómo has vuelto a dejar mi casa
a merced de la vieja lámpara de aceite
sobre una mesa vacía, apolillada.

No voy a frotarla.
Sé bien que su hosco genio no habría de servirme
como no sirvió a la princesa Badrulbudur.

Tal vez el curso de los días
y los sencillos hábitos
vayan apaciguando el Ganges
y el color aceitunado del océano Índico
y un ángulo de tu rostro y Catay
y Cipango en mi respiración
y el sabor de tus ojos.

¿Qué más puedo decirte?

Sé que vendrán noches en que te sobrarán las manos
y no sabes cuánto lamento que este amor
no te haya servido para vivir.

Pierde cuidado.
Menos aún me servirá para morir.

Como San Brandán,
atravesaré nuevamente el Atlántico ignoto
hasta dar con la isla en la que no habrá bálsamos
ni deseo ni sed ni me bastarán el hebreo
ni el caldeo ni el árabe
ni siquiera tus manos me servirán de lengua.

Tampoco me sirve confundir a estas alturas
una pena de amor con el silencio de las sombras.
Desconozco la melodía para aplacarlas
y, sin embargo, noche a noche me duermo
canturreando un poco: me envolverán las sombras
o sombras nada más o voz de sombra

despedazada ya, sangrante

en la desembocadura del Hebro
o en la octava, en la novena cuerda de la lira
o sobre el barro de este callejón de puertas cerradas
y fantasmas que ladran (a mil besos de profundidad).
De Lo falso. Editorial: Visor Libros

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Blas de Otero: Juicio Final

Yo, pecador, artista del pecado,
comido por el ansia hasta los tuétanos,
yo, tropel de esperanza y de fracasos,
estatua del dolor, firma del viento.
Yo, pecador, en fin, desesperado
de sombras y de sueños: me confieso
que soy un hombre en situación de hablaros
de la vida. Pequé. No me arrepiento.

Nací para narrar con estos labios
que barrerá la muerte un día de éstos,
espléndidas caídas en picado
del bello avión aquel de carne y hueso.

Alas arriba disparó los brazos,
alardeando de tan alto invento;
plumas de níquel. escribid despacio.
Helas aquí, hincadas en el suelo.

Este es mi sitio. Mi terreno. Campo
de aterrizaje de mis ansias. Cielo
al revés. Es mi sitio y no lo cambio
por ninguno. Caí. No me arrepiento.

Ímpetus nuevos nacerán, más altos.
Llegaré por mis pies -¿para qué os quiero?-
a la patria del hombre: al cielo raso
de sombras ésas y de sueños ésos.

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Donaciano Bueno Diez
Gabriela Kizer
: Autor,
BLAS DE OTERO
: Autor
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Hoy te escribo esta carta, que no es…
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