SU PEQUEÑO HUERTO URBANO (Mi poema)
Mario Lourtau (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA …de medio pelo
 

Él tiene un huerto urbano
pintado en una esquina en su terraza
que espía y de los bichos va a la caza
tratando de evitar que algún gusano
de plantas signifique una amenaza.

Le cuida y se entretiene
sirviendo de relajo cada día
buscando el adquirir sabiduría
acerca de la vida. Es lo que tiene
el tiempo ha de pasar. Melancolía.

Se fija en cada planta
cual madre hace a su niño cuando crece
atento a lo que entorno le acontece,
cubriendo si hace frío con su manta
no vaya a constipar. No lo merece.

Hoy mismo a la lechuga hizo un poema,
mañana será a un puerro o coliflor,
momento de alegría o de dolor,
que a todas relaciona con un tema.
La planta es un humano sin rencor.

Y así pasa los días cultivando,
consciente de los dos nada sabía.
Su vida llena está de miopía,
suspira mientras sigue así esperando
el fin del caminar. Filosofía.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO: <strong>Mario Lourtau</strong>

Mario Lourtau

DON DE LA DISTANCIA

El destino ha querido separar vida y muerte
de tal modo que la vida se prolongue
hasta el cauce salado que divide las sombras de las luces,
donde muerte, frío, y silencio se confunden
con olas y naufragios.

El río donde nadamos no es tan solo
el agua donde juegan los chavales
de una tarde agostada de recuerdos y estrellas.
El río donde nadamos, como peces caducos,
es el tramo confuso de unos labios
que se acercan a besarnos
y marcan nuestra piel de adolescentes,
o la orilla fría y desnuda que contempla
concurso de los años sucesivos.

Arrastran las corrientes,
como aves cansadas de fingir el invierno,
los nombres de lugares memorables que ya
nadie recuerda, un hálito fugaz
de aquello que hemos sido y desvanece.

Cuando el tiempo persigue nuestros pasos sin dueño
es el don de la distancia quien nos guarda y redime
de buscar el apremio de las aguas someras
o nadar hacia el fondo de una tarde de niebla
por los cauces salados donde crecen las sombras.

LEÑADOR

Las manos de este hombre han cortado la luz y la madera.
Cortaron la madera cuando el frío se volvió áspero y violento.
Cortaron la luz cuando todo se hizo oscuro e impenetrable.
Luego sus manos se fueron desgastando lentamente.
Tomaron la conciencia de la carne rugosa,
se llenaron de musgo, de cortes, de hinchazones,
pero también amaron y sintieron el temblor de los cuerpos.
Donde el árbol ve su edad por los círculos contiguos de su anillo
por las manos de este hombre fluye, abierta, generosa,
la sangre que da fuelle y empuje a cada sacrificio.
Ahora regresa al bosque con esas mismas manos
adiestradas para el corte diagonal y preciso.
Él conoce que el árbol le teme por verdugo,
y que el gélido invierno precisa de madera.
Él conoce su oficio como al frío de la noche,
y sabe que en su casa, cuando la helada arrecia,
necesita el cobijo del fuego y la esperanza.

LABIOS IGNÍFUGOS

No me beses si no es para quemarme —me decías—
si no es para colmarme del más dulce veneno
y ofrecer a mi boca la hoguera y la esperanza.
No hace falta que me abrases las entrañas,
que descosas mi cuerpo, igual que un cirujano,
para volver a remendar tanta tristeza.
Sólo quiero que recojas de mis labios
las pavesas heladas que otros labios dejaron,
que llenes con el gesto de tu lengua melada
mi oscuro paladar, mis vulnerables dientes,
y cada comisura que mi boca esconde.
Acércate a besarme, no lo dudes,
ahora que hay rocío sobre la leña
de esta bóveda abierta a las hogueras.
Y si algún día te alejas, volátil como el humo,
dejando mi corazón en plena umbría,
remíteme las señas del mar en el que habitas
para saber donde arrojar tanta ceniza.

HERÁCLITO DE ÉFESO

Muchas piedras después de haber nacido, allá
por el año 535 AC, después de soportar desaires
de sus contemporáneos y de la ciencia moderna,
de ser recordado vagamente en algunos tratados filosóficos
más por sus locuras ordinarias y salidas de tono
que por sus postulados carentes de sentido,
Heráclito de Éfeso, sabio entre los sabios de la antigua Grecia,
al que algunos apodaron el Oscuro,
regresa a nosotros fluyendo con más fuerza,
desde la materia de la vida y la grandeza del viento,
desde el origen de las cosas y el fin de lo creado.
Conocedor de todo lo que al cabo existe,
Heráclito de Éfeso no mentía cuando hablaba
de nubes oxidadas como bolas de fuego,
de ríos silenciosos como lenguas de fuego,
de cuerpos que caminan bajo un signo de fuego.
Hay un movimiento de otoño y hojarasca
que todo lo transforma, una dinámica sencilla
y al tiempo complicada, como de antiguo mecanismo
que se engrasa y sigue funcionando eternamente.
Así, el fuego, su retornar constante,
el brillo frío y templado de sus crestas,
el vigor con que se trenza su melena,
inciden en las cosas, en la luz, en los paisajes,
y hasta en el propio devenir de nuestras muertes.
Así afirmaba Heráclito de Éfeso,
y así acabó sus días:
frío, mustio, confuso, incomprendido,
solitario como un anacoreta
que no encuentra su sitio en este mundo,
enterrado —por propia voluntad—
en una bola enorme de excrementos,
consumido por la vida y la miseria,
feliz y devorado por los perros.
(De Quince Días de Fuego)

LEÓN

A mi padre

Sobre las altas lomas de la vida,
desafiante, hermosa,
asoma la silueta del más grande
asoma la silueta del más grande
embajador de la memoria y los recuerdos.
Aún es alto, y es bravo, y pueblan sus facciones
el mapa de los días, sus surcos, sus batallas,
la orografía que va marcando la experiencia.
Si esparce sus palabras por el viento
un rugido de luz se escucha entre las simas;
si escruta el horizonte con hondura
un brillo de humildad y de certeza
multiplica la bondad de su mirada.
Acaso desgastado por los años,
pudiera alguien pensar
que ya las horas juegan en su contra
una partida en vano, ya perdida,
pero este león curtido en la añoranza,
aún mantiene la fuerza y el coraje
del hombre que da todo por sus hijos,
el carisma de un padre sensato y admirable
que siempre supo guiar a su manada.

TARÁNTULA

En la noche, desnuda,
tu cuerpo es ese barro que respira
y extiende los dominios del deseo.
Tus muslos contraídos, tu vientre
vertiginoso y blanco, húmedo en su hondura,
el espasmo que precede a todos los silencios.
Tantas veces –aún sin luna llena–
hemos vertido nuestros jugos sobre la madrugada,
de tantas maneras hemos sobrevivido a las caricias,
que hoy ya todo es tedio y displicencia,
volver la vista atrás para poder salvarnos,
buscar en las hogueras, como un ángel de escarcha,
las ascuas apiladas que dejan los recuerdos,
el brillo incandescente del pasado.
El único sacrificio que aún nos queda,
la única verdad que aún nos pertenece,
es este juego extraño en que hemos convertido
el ritmo singular de nuestros corazones:
tú me ofreces la planicie de tu pubis, su vello
peralte encendido de rizos y secretos,
y yo deslizo, suave, con destreza,
—igual que una tarántula de niebla—
la seda de mis dedos, mi tacto, mis caricias,
ese inmenso temblor que proyecto en tu carne
mientras gimes de placer y al cabo te entristeces,
porque sabes —después de tantos años—
que esto es solo un juego que termina
pasándonos factura, una manera atroz
de querernos decir que nos amamos
cuando arden de silencio, ya sin tiempo,
la vida y las palabras.

LIBÉLULAS

Las han visto en la tarde mecidas por la brisa
igual que un remolino de palabras sin dueño.
Se posan en el aire como duendes sagrados
y por unos instantes la vida se detiene.
Acarician el río,
cimbrean sobre la orilla como juncos,
reducen la verdad a una música de espigas y colores.

En su rubor de plata,
aman la luz y el silencio de las aguas estancadas,
deslizan su belleza por parques y jardines.

Tienen los ojos grandes y dichosos, enceldados,
con cierta dimensión extraterrestre.

Estrategas del viento, camuflan en sus alas
la infancia donde eleva la memoria
el vuelo singular del autogiro.

Luego heredan la espuma de los días, y tras la muerte
desnudan su armazón hasta la transparencia;
se vuelven saliva, nieve, cristal enmudecido,
espectros que decantan hacia el mismo sigilo
la hermosura invisible de lo efímero,
sombras de luz posadas sobre el mundo como estatuas
de sal y de ceniza.
(De La Mirada del Cóndor)

A LOS JÓVENES POETAS

Acaso resulte cierto que está llamado a ser poeta.
R.M.Rilke

Vosotros, alquimia que se crece hacia lo cierto,
vivís soñando la luz y sus destellos.
Habéis andado un camino oscuro y sinuoso
y ajenos al Olimpo de los dioses
ensalzáis la palabra sobre un pódium aún tierno.
¿Qué palomas de hielo se posan en la noche de los cirios?
¿Qué margen de verdad es el que evoca
el canto de las musas?
Humildad y constancia —compañeros—
disfrute y larga espera.

Si sembráis en la tarde la semilla temprana del almendro
recogeréis el fruto en la paciencia justa de los versos.

Por eso yo os aliento, muchachos del alba,
en la búsqueda que imploran las palabras:
ejercitad la luz —os digo—, cubrid de lluvia el fuego,
y haced de la experiencia
un diamante que transpire su brillo en cada estrofa.

Y si algún día llegáis a lo más alto
no dejéis que el desdén se aferre a vuestros cuerpos
como musgo supremo. Gozáis al fin y al cabo
del tiempo y del vigor con que la vida apremia
el entusiasmo y la frescura de los nuevos bardos.

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Donaciano Bueno Diez

Donaciano Bueno Diez

Editor: hombre de mente curiosa, inquieta, creativa, sagaz y soñadora, amante de la poesía.

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