Medio camino
Y sea indulgente con los hombres
Que envejecen
Rilke
Cuando el llanto mojó las amapolas,
Cuando el invierno me tendió su mano,
Voz y trueno movieron un verano:
Verano antiguo de las piedras solas.
Y fue la soledad música en olas,
Delgado silbo, nocturnal, cercano;
Desde entonces me siento más anciano,
Más amigo de musgos y corolas.
Estoy a medio andar, medio camino.
Mi anciana juventud —ave del trino;
Pide concordia, comprensión, colmenas.
Estoy a media cruz, medio sustento.
Reclamo, compañeros, un momento
Para explicar esta vejez de penas.
La lluvia
La lluvia tiene duendes y sonidos.
Tiene voces, cristal, arquitectura
De asombro desmayado, presentidos
Alfabetos de llanto y de ternura.
Porque en la lluvia los recuerdos crecen.
Y la escuela y Toñín y el barrilete;
Los barcos de papel, ¡Cómo se mecen!
Y aquel domingo que robé un juguete.
(Lejos. Siempre que llueve estoy de viaje.
Me voy con mi palmera y mi lenguaje
A los dominios de la hierba amada)
La lluvia tiene ramazón de infancia,
Cabellera de ríos, sol, distancia,
Y un perfume de tierra liberada.
Oración
Oro por todos los que sufren. Pido
Por aquellos que llevan la agonía
De ser más tristes que la luz del día
Cuando llega el minuto del despido.
Ruego por el injusto perseguido,
Por el que halló la muerte en la porfía,
Por la mujer que abandonó su cría,
Por el que sueña auroras, oprimido.
Oro por el dolor del campesino,
Por la negada mesa del obrero,
Por los necios que nunca se enamoran.
Imploro por la paz. Por el camino
Del himno sin fronteras, verdadero.
Pido por todos los que nunca lloran.
Mi patria es este mundo
El que canta soy yo. Que no te asombre:
Viajo en horas de fuego, sin partido,
No pertenezco a sectas. Soy olvido,
Presencia. Mi desvelo es por el hombre.
Están mis huesos indios saturados
De universalidad. Llevo en la frente
Estrellas y caminos, refulgente
Vegetación de los ilusionados.
Mi patria es este mundo a veces lleno
De maldades, a veces bueno, bueno,
Pero siempre dispuesto a la porfía.
Mi cielo están en el suelo donde habito,
Donde la noche enciende su infinito
Para causar la anunciación del día.
Luz y sombra
(Poema a la sombra de la luz)
Preguntad
qué es la luz y veréis que nadie sabe.
Es tan difícil llegar a los conceptos.
Por ejemplo, luz
puede ser el instante que pronuncio
sin mencionar razones.
luz el ámbito cruel del perseguido. Luz
la búsqueda, el surco,
los desvelos.
Luz la sombra del árbol contra el hacha.
Preguntad a las piedras
y su rostro de siglos encenderá silencios.
La luz
en ellas
tiene más sentido
que en los rótulos de neón.
Preguntad al niño, y el niño
reirá.
Preguntad al ciego, y el ciego
alumbrará vuestras
tinieblas.
Preguntad a cuanta cosa habite,
gire y calle.
(Hay luz hasta en el moho,
la pátina,
en oquedades de olvidados nombres).
Preguntad, por ejemplo, a mis deformes huesos,
y mis huesos os dirán
que hay luz en ellos,
aunque esa luz -a veces-
me duela
como llaga irrenunciable.
De la palabra al fuego
Ahí está la palabra.
Recogedla.
Haced con ella
el agua poderosa, establecida
desde el rocío anunciador
de la esperanza, hasta el brazo de los mares
o del llanto.
La palabra era. Ha sido siempre.
Estuvo con el hombre
primitivo
y está en el primitivo anhelo de entendernos.
Está en las vértebras del frío, derrotada,
pero está.
Vedla en el silencio
volcánico del pueblo. Miradla
historiando el barro
en el muslo de nuestra
raza y viento.
La palabra vive, conduce.
Prologa las edades.
Se toca en la herida del desvelo
lo mismo que en la luna
jubilosa de los sueños.
Se intuye la raíz de su distancia
en el puerto
de la sangre.
En todo.
Aquí.
En el ángulo inexacto de los cementerios;
en el sexo tropical
del vientre
púber;
en suelos agotados, sin emblemas;
en simientes de paz, guerra o cansancio;
en la pátina cruel
de los olvidos; en las islas
del loco; en el pecado;
en la sed; en las uñas del miedo;
en los escapularios del invierno,
en esto, en aquello, en todo: ¡la palabra!
¡Recogedla, señores de la siesta,
y haced con ella las sandalias
para llegar al fuego!