Recoleta, remolona y redondita, reciclando va placita con el tiempo con tu cara tan risueña, tan bonita, y tu aspecto, acicalada señorita, cual si fueras la heroína de algún cuento.
Yo vengo de esos lares donde mares no existen, allí donde amapolas juegan con los trigales, las aguas en verano de amarillo se visten, y liebres son los peces entre los matorrales.
Mediaba el mes de mayo de aquel hermoso día. Por la orilla del Duero ¡dichoso atardecer! buscaba entre las frondas tupidas que allí había algún de paz remanso para aplacar mi sed.
Tiempos, que fueron de paz, cuando a la vida, los dulces rayos de sol de la mañana envían un soplo de emoción, ungida de olores a salvia espliego y mejorana.
Éramos pocos y parió la abuela. Vino el Covid y nos jodió la vida pegándonos un golpe con su espuela, sacándonos de cuajo alguna muela, y haciendo que sangrara por la herida.
Al alba fue. ¡Ardió Paris! Una gran pira le sorprendió a esa ciudad bella, dormida. De rencor se inundó, de sangre gris, de abatidas pavesas a su alma haciendo mella....
El que escribe, Donaciano,
como el labriego en Castilla
va esparciendo la semilla
a voleo con la mano.
Lo mismo que hace el cristiano
que a Dios no ha visto y le reza
y espera de su grandeza
que llegado el mes de abril
le riegue con aguas mil
la madre naturaleza.