CONSTRUIR, MÁS DIFÍCIL QUE DESTRUIR (Mi poema)
Luis García Montero (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

Destruir es más fácil. Construir
precisa habilidad y de talento,
esfuerzo y no morir en el intento
tratando más de dar que en recibir,
del ánimo el sustento.

Crear exige ingenio, inteligencia,
trabajo, lucha, esfuerzo y sacrificio
y objetivo a lograr. Sin un resquicio.
Y si encuentras pedruscos, persistencia.
Lo más cercano al vicio.

Los nuevos que hoy se quejan desconocen
los tiempos de penurias que pasamos.
Que tanto nos costó y lo conquistamos.
Y así que vengan ahora y nos destrocen
aquello que avanzamos.

Que fuimos herederos de una guerra
de padres pobres, ricos en sofocos,
de niños que absorbíamos los mocos
para así alimentar. Sin una perra.
Y haciéndonos los locos.

Y que hoy llegó hasta aquí, sin darse cuenta,
en un plis-plas, sin más, lo firmo y juro,
cual fuera yo el objeto de un conjuro
que mira al calcetín va y da la vuelta,
se sienta y fuma un puro.
©donaciano bueno

Aquello que a nosotros tanto esfuerzo nos costó conquistar, vienen ahora unos imberbes a destruirlo. Ver para creer.

MI POETA SUGERIDO: Luis García Montero

Luis García Montero

Bajo la luz quemada…

Bajo la luz quemada,
tienen frío los ojos con que buscas
estas horas de octubre
y su jardín manchado de ginebra,
hojas secas, silencios
que de nosotros hablan al caerse.

Porque si ya no existe,
aunque nadie se ocupe de sus solemnidades,
hay noches en que llega la verdad,
ese huésped incómodo,
para dejarnos sucios, vacíos, sin tabaco,
como en un restaurante de sillas boca arriba
ya punto de cerrar.
-Nos están esperando.

Nada sé contestarte,
sólo que soy consciente de mi propia ironía,
porque el hombre es un lobo también consigo mismo
-Nos están esperando.

Negras y en alto, buitres silenciosos,
nos esperan las nubes en la calle.

Cabo Sounion

Al pasar de los años,
¿qué sentiré leyendo estos poemas
de amor que ahora te escribo?
Me lo pregunto porque está desnuda
la historia de mi vida frente a mí,
en este amanecer de intimidad,
cuando la luz es inmediata y roja
y yo soy el que soy
y las palabras
conservan el calor del cuerpo que las dice.

Serán memoria y piel de mi presente
o sólo humillación, herida intacta.
Pero al correr del tiempo,
cuando dolor y dicha se agoten con nosotros,
quisiera que estos versos derrotados
tuviesen la emoción
y la tranquilidad de las ruinas clásicas.
Que la palabra siempre, sumergida en la hierba,
despunte con el cuerpo medio roto,
que el amor, como un friso desgastado,
conserve dignidad contra el azul del cielo
y que en el mármol frío de una pasión antigua
los viajeros románticos afirmen
el homenaje de su nombre,
al comprender la suerte tan frágil de vivir,
los ojos que acertaron a cruzarse
en la infinita soledad del tiempo.

Canción 19 horas

¿Quién habla del amor? Yo tengo frío
y quiero ser diciembre.

Quiero llegar a un bosque apenas sensitivo,
hasta la maquinaria del corazón sin saldo.
Yo quiero ser diciembre.

Dormir
en la noche sin vida,
en la vida sin sueños,
en los tranquilizados sueños que desembocan
al río del olvido.

Hay ciudades que son fotografías
nocturnas de ciudades.
Yo quiero ser diciembre.

Para vivir al norte de un amor sucedido,
bajo el beso sin labios de hace ya mucho tiempo,
yo quiero ser diciembre.

Como el cadáver blanco de los ríos,
como los minerales del invierno,
yo quiero ser diciembre.

Canción amarga

En la cara lleva
tres años perdidos
y el frío de las seis de la mañana.

Van a partirte el corazón.
De pronto
la luz apagada,
los pasillos turbios,
la puerta que clava su ruido en la espalda.

Van a partirle el corazón.
Y arrastra
una cadena oscura
de pasiones heladas,
ese frío que cabe solamente
detrás de una palabra.

Y yo la veo caminar,
despacio,
perderse en lo que anda,
fugitiva tristeza que va y viene
de la sombra a la puerta de mi casa.

La luz artificial deja en la calle
el temblor silencioso
de tres barcas ancladas.

cuando ella cruza por mi lado siento
como un golpe de remos
y un murmullo de agua.

Canción de aniversario

«…incómodos
de no sentir el peso de los años».
J. Gil de Biedma

Son
extrañamente hermosos todavía,
estos labios de hace ahora tres años
y me parece inédito
el gesto de tu beso,
este llegar aquí cada vez más tranquilo,
con la serenidad
del que tiene por cómplice la vida
y su rutina.

Hoy sabemos que entonces,
cuando tus veinte años y mi primer abrazo,
empezamos por ser
sobre todo indecisos: la tímida torpeza
de la primera noche
y la dificultad
con que dejar las manos
en el hábito infiel de nuestros vicios.

Ahora
extrañamente hermoso estar aquí,
demasiado a menudo y decididos,
incómodo
de no sentir el peso de los años
aprendiendo contigo la premeditación
y escribiendo en tu piel mi alevosía.

Porque suele haber bancos donde se espera siempre,
aceras que prefieres por costumbre
o líneas de autobús al mediodía.

Y sin embargo tú
reapareces inédita en tu gesto
para decirme hoy
que le conteste al tiempo y sus preguntas
el práctico saber que tienes de mi cuerpo.

Canción de brujería

Señor compañero, Señor de la noche,
haz que vuelva su rostro
quien no quiso mirarme.

Que sus ojos me busquen
sostenidos y azules
por detrás de la barra.

Que pregunte mi nombre
y se acerque despacio
a pedirme tabaco.

Si prefiere quedarse,
haz que todos se vayan
y este bar se despueble
para dejarnos solos
con la canción más lenta.

Si decide marcharse,
que la luna disponga
su luz en nuestro beso
y que las calles sepan
también dejarnos solos.

Señor compañero, Señor de la noche,
haz que no cante el gallo
sobre los edificios,
que se retrase el día

y que duren tus sombras
el tiempo necesario.

El tiempo que ella tarde en decidirse.
De «Habitaciones separadas»

Como cada mañana

Ahora sé
que estas calles nos han hecho solitarios
y nuestro corazón
tiene el pulso amarillo
de las maderas lentas de un tranvía.

Sobre su cuerpo viejo
andábamos despacio, de forma irregular,
con una simetría parecida a los árboles.

Era hermoso acudir
cada mañana
y respetar la cita con la hiedra
del muro,
los ropajes cansados de las casas estrechas
y de las calles sucias. Agradable
cruzar sobre algún puente,
detenerse lo exacto
para ver cómo el agua discute en las orillas.

En su jardín olimos
los primeros inviernos, su curso indefinido
por entre las palmeras.
Casi nadie pasaba,
sólo había
cuarenta sillas rojas
de los bares cerrados y alguna soledad
definitiva.

Durante muchos años,
durante tantos días que pasaron
el uno tras el otro,
el deber era un cierto paseo solitario,
la cita con un rumbo que sólo desviamos
para pisar las horas que caían,
los sueños que faltaban,
la superficie helada de los charcos,
para saltar los setos
o besamos las uñas moradas por el frío.
Y llegando a la puerta solíamos comprar
pequeños caramelos de nata o de violetas.

Entrábamos por fin para mezclamos
como cada mañana de la vida
con el paso cansado, los azulejos fríos
de un mundo hecho en latín
y números romanos.

Ahora sé
que en aquella ciudad deshabitada
la gente andaba triste,
con una soledad definitiva
llena de abrigos largos y paraguas.

Como el primer cigarro…

Como el primer cigarro,
los primeros abrazos. Tú tenías
una pequeña estrella de papel
brillante sobre el pómulo
y ocupabas la escena marginal
donde las fiestas juntan la soledad, la música
o el deseo apacible de un regreso en común,
casi siempre más tarde.

Y no la oscuridad, sino esas horas
que convierten las calles en decorados públicos
para el privado amor,
atravesaron juntas
nuestras posibles sombras fugitivas,
con los cuellos alzados y fumando.
Siluetas con voz,
sombras en las que fue tomando cuerpo
esa historia que hoy somos de verdad,
una vez apostada la paz del corazón.

Aunque también se hicieron
los muebles a nosotros.
Frente a aquella ventana -que no cerraba bien-
en una habitación parecida a la nuestra,
con libros y con cuerpos parecidos,
estuvimos amándonos
bajo el primer bostezo de la ciudad, su aviso,
su arrogante protesta. Yo tenía
una pequeña estrella de papel
brillando sobre el labio.

Conversaciones

Como el primer cigarro,
los primeros abrazos. Tú tenías
una pequeña estrella de papel
brillando sobre el pómulo
y ocupabas la escena marginal
donde las fiestas juntan la soledad, la música
o el deseo apacible de un regreso en común,
casi siempre más tarde.

Y no la oscuridad, sino esas horas
que convierten las calles en decorados públicos
para el privado amor,
atravesaron juntas
nuestras posibles sombras fugitivas
con los cuellos alzados y fumando.
Siluetas con voz,
sombras en las que fue tomando cuerpo
esa historia que hoy somos de verdad,
una vez apostada la paz del corazón.

Aunque también los muebles
se hicieron a nosotros.
Frente a aquella ventana -que no cerraba bien-,
en una habitación parecida a l a nuestra,
con libros y con cuerpos parecidas,
estuvimos amándonos
en el primer bostezo de la ciudad, su aviso,
su arrogante protesta. Yo tenía
una pequeña estrella de papel
brillando sobre el labio.

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Donaciano Bueno Diez
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