NO SOMOS IGUALES (Mi poema)
Antonio Arroyo Silva (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

Que no somos iguales por lo visto
y hay uno que es más alto o que es más bajo
y existe quien es tonto o es muy listo,
que adora a un sólo dios, Mahoma o Cristo
y va soltando pedos a destajo
o va engañando al fisco.

Forofos hay del Barca o del Madrid
y otros viven del mundo en una farsa
y otros hay no han pasado de aprendiz
que no ven más allá de su nariz
marionetas no más de una comparsa
torcidos sin matiz.

Que unos nacen muy pobres y otros ricos
cual ramas que son de árbol desgajados,
que van haciendo ruido cual borricos
o haciendo rebuznar con sus hocicos
creyendo que son dioses disfrazados,
tontos de los pericos.

Que aquí hay gente pa tó, dijo el torero
Guerrita, un cordobés para más señas,
algunos que son flores de un florero
que adoptan la pose del misionero
y van mostrando al mundo sus enseñas
de amor o de odio fiero.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO:  Antonio Arroyo Silva

MAR DE NUBES

Habla de aceras y líquenes enquistados
en las baldosas como huellas de indómitas libélulas,
encabritados centauros, formas de insecto con voz metálica.
Blanca desazón de aleteo en el ojo.

Una esquina a la vuelta de otra esquina.
Y detrás el laberinto del habla.
Ese irse por la luz de la mirada.
No más que un temor, un presentimiento:
vacío de pensar llena la habitación.

Siempre un detrás, un afuera un ojo
que acecha en la sombra, una palabra radiante
como la rosa que marchita el crepúsculo.
Y después el desasosiego.
La luz que ya no está
(está dentro de ti pero no está).
El adentro
no tiene estalactitas.
Se acabó la iridiscencia:
Bienvenido al incendio blanco

No hay ojos que llenen la ausencia,
sino presencias que vacían el ojo.

QUINTO MOVIMIENTO

I
Hay demasiado abismo en la raíz,
no fulge
la ondulación abajo.
No cruje como el néctar
en la lengua del bosque.

Un ciprés invertido
hacia el dolor del tallo.
La aspersión de la rama
se retuerce hacia adentro.
La redondez del hoyo,
la vigilia del labio.

II
Demasiado temor
la sabina en su carne.
Un almíbar ajado por la acritud del hueco
se dispersa en los poros de la salvia,
se adhiere
a las manos que hablan
de su desasosiego
de verterse en la sed.

III
La torsión del alisio.
Discurre su aspereza
hacia arriba hacia abajo
en un río de hojas.

Transparencia del verde
sobre las manos frías.
La sabina le habla
al huracán dormido.

IV
Escucha a la sabina
raptando la conciencia
del mirlo allá en la cresta.

Anochece el plumaje
que eriza el desarraigo
en la cálida copa.

La raíz en el pico,
la fuga hacia lo denso.

V
Te dirán la sintaxis
de su respiración,
la negritud del hueco
en su fruto azulado,
la blancura de ser
huérfano del eclipse.

Te dirán las sabinas
su lenguaje de ondas
más allá del silencio.

VI
Hay demasiado abismo,
demasiado temor.
La torsión del alisio
escucha a la sabina.
Transite la corteza
su roja nervadura.

A vaciar la oquedad
de adorables cadáveres.

VII
Mas no la pesadumbre ni la danza fugaz
del viento huracanado.

No el vahído del búho en la pared mojada
de su desasosiego.

Redondez de sabinas: el hueco más allá
de la lámpara verde.

Estalactita en la tibia, la espora de los pasos fisgonea el fulgor
del bosque que trasvasa mi saliva de estar
en el vientre del bosque.
De: Poemas de Sísifo Sol (2013)

TRES SONETOS A ANTONIO GARCÍA YSÁBAL

1

Un rescoldo de luz, no en la ceniza,
hace llama de amor en la conciencia
Como sombra alumbrada de apariencia,
espejismo sin cuerpo se desliza.

Entrechocan los signos que hay en liza:
positivo se atasca en su creencia,
negativo desnuda su inmanencia.
Y al neófito deja en cortapisa.

La estrechez de mirar un lado, el otro
de un indicio de luz hace universos.
Pero cuando le llega a lo distinto

ya no queda rescoldo en fuego extinto.
Sólo un ancho maizal hay en nosotros
que ilumina en el puente a lo diverso.

2

¿Qué ilumina el puente a lo diverso
sino un ancho maizal desde nosotros
que se cruza en la luz que hay en los otros
y un puente de fulgor que llega al verso?

Viene azul y cercado en el reverso
por la sombra que late, por los potros
y grilletes del alma. Vienen otros
que no cejan ya nunca ante lo adverso.

Toma el millo, la lámpara, te doy
el fruto de una luz que tú me diste
conectada a la sed donde se posa

el caballo de ahora en donde voy.
Vigilante y trotando al sol embiste
y se enciende en su faz brisa sedosa.

3

Y se enciende en su faz sedosa brisa,
¿quién le dijo tu nombre a ese diluvio
donde la lluvia crece en cada efluvio
para vestirse al sol de una sonrisa?

Que caliente el ardor de otros veranos
y sueñe la ceniza de un Vesubio
bajo la brisa blanca del diluvio.
Todos juntos regresan a tus manos.

Para que me acompañes, dime el nombre,
el poeta, el país: Macaronesia
e Ysábal de la luz. Se queda en mí

la palabra veraz contra la amnesia.
Ha llegado a la piel terca del hombre
con el canto azulado que hay en ti.

Otra vez el mar

Por su pico encendido la gaviota
transparencia de un mar que me respira,
nave sola se aventura por la indemne.
El monólogo incierto del marasmo,

más allá de esta hambre que atraviesa,
en la lluvia de espuma del lenguaje.
No el reflejo del nómada arco iris
que lleva soledad a la escollera,

no la hondura cayendo del eclipse,
sólo un mar capturado, taciturno.
Del velamen que sueña con la isla,

sólo un mar intuyera el desafío
en el viejo noray del soliloquio,
más allá de las rosas de Morales.

El principio

I
¿De dónde viene el hábito mordaz
de morderte la lengua en el instante
del recuerdo? ¿De dónde la escollera
que le sigue al olvido cuando pisas
la evidencia de ser tu propio hálito?

No calles aunque duela decir lluvia
aunque caves la tumba del lenguaje,
llegará otro lenguaje de otra lluvia.
Y si cavas en ti saldrás tú mismo
a sembrar tu agujero de luciérnagas.

¿De dónde viene el hábito mordaz
de cegar tu mirada con palabras?

II
No mires hacia atrás
la ventana encendida
ya no espera.

Piérdete en el sendero
y no mires atrás,
que si miras la lluvia
serás la misma lluvia
de un lenguaje vacío.

Escarba un socavón
en tus palabras
donde yazgan mis huesos
de luciérnaga.

Las horas muertas

1
Irremediablemente, estar
cuando nada es preciso. Tomo
la carga de lo inútil, planto
algo irreconocible, le doy nombre
secreto a un día fuera de los siete
acostumbrados. No quería ser
el dedo ni la llaga bajo el palio
de luz de inmensas catedrales,
pero así son las cosas
de los iconoclastas de Bizancio.

6
Mejor que respirar, ser respirado
por la flor moribunda que traes en ofrenda
no sé por qué ni a quién, si por la muerte,
por el amor a un ser que resucita
o simplemente en aras de la belleza.
No sabes cuánto añoro lo imperfecto
del error. Esa química que trae
el poder de sentir de otro modo.
La cabeza de Yorik sobre el tallo
de la vida y una mano cortándola
solo por preguntar.

8
Crujen las articulaciones del
efímero animal que baja y nadie
ve, moviendo el rabo
entre la multitud que camina
o se sienta y extiende como un biombo
el diario. Crujen como si una avispa
se fuera a hospedar en el tembleque
de las taladradoras. Y nadie escucha
esa voz supurando
dentro de cada cual. Cada amargura
está servida: mucha azúcar
en tan poco café. Pero, a veces,
al fondo de la taza, se refleja
el viejo rostro de animal que somos.

9
La incierta insipidez de una papaya
en el frutero. Tarde calina, afuera
donde la calle cruza el paso
al infinito. Ves cada visillo
que cuelga de lo alto, ves
el silencio de un sol que no nos toca.
Imaginas el día anaranjado
que se pudre por dentro,
sobre la mesa. Un hilo verde
mana del esplendor
y tú respiras hondo no sea que
la noche te sorprenda.

12
Era un perro el que iba a ladrar,
pero la poesía ya tiene
demasiados ladridos y perros,
demasiadas presuntas metáforas
sobre fieles e infieles vagabundos
que llegan de las puertas del Hades
o que suben al cielo de la esquina.
Sin embargo, por fuera del poema
un perro no me quita el ojo,
levemente levanta una pata,
y me ofrece algo así como un hueso.

16
Se hace inmensa la calle, se mueve
por sí misma con alguien en su lomo.
La calle, en un lugar donde no hay ríos,
parece un río negro teñido de semáforos
que, ciertamente, llega al mar;
mas no muere, se esconde bajo el agua
y prosigue nadando al infinito.

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Donaciano Bueno Diez

Donaciano Bueno Diez

Editor: hombre de mente curiosa, inquieta, creativa, sagaz y soñadora, amante de la poesía.

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