¡DESPERTAD, CIUDADANOS! (Mi poema)
Guillermo Fernández García (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

Ciudadanos españoles, ciudadanos,
que al futuro con tristeza os enfrentáis
sin saber por donde iréis, por donde vais
pues los sueños que tuvisteis hoy en vano
segado han de plano.

Espectadores que, pasivos, no prevéis
que el país pueda desaguar la alcantarilla,
vosotras, gentes ingenuas y sencillas,
decid por qué no actuáis por lo que véis,
o acaso no queréis.

que el futuro se aproxime a vuestra orilla
donde ímpetu y decisión tengan que ver
con las florestas que expanden sus semillas
para que raudo vuelvan a florecer
hoy igual que ayer.

Pobre ha de ser el futuro si el presente
de la tierra donde tú echaste raíces
no te importa, ni apasiona y está ausente,
ignorando, sin dudar te contradices
y ahora maldices.

Que los ojos no se humillen a la niebla,
y muerta la niebla a combatir volad
entre brumas insumisas, las tinieblas,
blandir el hacha y con cólera talad
y ya eyaculad.

Nuestros padres mucho tiempo se afanaron
en construir con su esfuerzo la ciudad,
no permitáis que lo que ellos ya forjaron
reo sea de codicia y de maldad
y de iniquidad.

Y así hasta el fin de los días, nuestros hijos
celebrarán el feliz advenimiento
y se escucharán palmas y regocijos.
Tan fausto será el acontecimiento
que aquí os digo y cuento:

¡Ciudadanos españoles! no hay razones
para de rodillas postraros o de hinojos
ni aunque aparezcan diez mil camaleones
que pretendan repartir vuestros despojos
y los trampantojos.

Ciudadanos españoles, ciudadanos
que gozamos en unión de esta quimera,
los que ahora reniegan de ser hermanos
intentarán ya robarnos la bandera
y que España muera!
©donaciano bueno

Un tiempo España fue: cien héroes fueron
en tiempos de ventura,
Y las naciones tímidas la vieron
vistosa en hermosura.
José de Espronceda

José de Espronceda, en quien se inspira el que esto escribe, fue un alto representante de la poesía romántica, lírica y épica.

MI POETA SUGERIDO: Guillermo Fernández García

ESQUEMA DE VIAJE (II)

Entre nadie, la playa silenciosa
de una eternidad blanca.
Tiene que ser:
lo que se inventa, acecha y busca.
En los ojos está la noche
anticipando el viaje más hondo.
Tiene que ser.

AHORA ESTE SILENCIO

A Thelma Nava

I
¿En qué archipiélagos del día
anda la sombra de mi sombra?
¿Quién escribe el adiós,
quién ha partido de una ciudad que no conozco?
¿Quién pesa más en el agua:
tu nombre en el ala de un pájaro
o el pan de la tristeza?
Sucede que mi oído se desliza
por la curva infinita de la ausencia
como un rumor a la medida de tus pasos.
Estoy en el crucero de todos los caminos
plantando signos o árboles extraños,
escuchando el tatuaje del eco
que el viento trae como flor en los labios.
(Ya no sé si se ahoga la tarde o la espera;
si es tu paso el que cruza la llanura
o la sombra de una nube de verano.)

II
Bajo tu planta voy,
bajo tu planta miro un cielo de palomas,
el viaje hacia la fábula
durmiendo en las amarras de los muelles.
Ante mis ojos pasas con un aire de abismos inminentes,
lasca de soledad o herida ciega
de mis manos huyendo cuando el alba.
Se ha quedado una espina en la garganta
y resuena su lampo adormecido
en todo lo que digo o lo que callo.
Se cierran las ventanas de la espiga
que afiló su milagro de verdor ebrio,
en el itinerario del viento y sus naufragios.

III
Ahora este silencio; su esbeltez
de palomar en los desiertos del agua.
Se queda la hora hablando a solas.
La amplitud de la tarde gira y se ahonda
en coágulos de palidez inconstante.
Sólo tú estás aquí,
pisándole la sombra a mi tristeza;
presente en la afilada veladura
que media entre mis ojos y las cosas.
Y mi verdad se mueve a ciegas…
Perro sin dueño,
anda y desanda la llanura
en busca de otro cielo claro y justo.
La tarde resucita
un viaje de agua oscuro entre la hierba,
peso de palomas en el pecho,
tus ojos derramados en horizontes diminutos
y el equilibrio exacto de tu sangre
como una flor inclinada hacia el olvido.

HABLANDO A CERNUDA

“…y con sueño se volvió
—lentamente
Adonde nadie
Sabe nada de nadie.
Adonde acaba el mundo.”

I
Yo soy la soledad en crecimiento
la sola cuerda en una sola lira,
la afilada presencia que conspira
contra el paso del día bajo el viento.
Surtidor de un secreto movimiento,
sobrevivo a la luz. En mí respira
la vida eterna de la noche y gira
la quietud indecible de su aliento.
He venido a olvidar aquella espuma
que vio la transparencia de la nada.
No me importa saber lo que consuma
el bullicio del día que se dora
en coágulos de vida abandonada.
Solitario en el bosque y en la hora.

II
¿Hacia qué luz viaja Noviembre;
en qué mano su cuerpo se desgrana
y siembra la tristeza de pensarte
en un hondo balcón deshabitado?
Lo sabías: “La vida no es un sueño”:
es una larga vigilia cenicienta
que afila su verdad de espina pura
en la yema sin fin de la memoria.
(Existe la Belleza
—el terso endriago rubio.
Su blanda mordedura
espiga los islotes al alcance
de un sueño que se sueña en el otoño
y mata lo que toca o lo que mira.)

III
Te fuiste por el hilo de la duda
de estar con los demás como contigo:
a sombra y luz a solas, sin testigo
al ser lo que en tus manos se reanuda.
“Triste sino nacer” bajo la ruda
condición de viajar sin un amigo.
Sin tú saberlo, te seguí y te sigo
como una sola sombra, Luis Cernuda.
En la barca del agua un cielo manso
nos deja contemplar lo que tu vida
tuvo de la tormenta y del remanso.
Tu voz responderá contra las olas
del viento y el olvido desmedida.
Yo me quedo contigo, solo, a solas…

IV
La noche, dilatadamente sola,
ahonda tragaluces al vacío
y planta dedos finos en las cosas
que acechan los racimos de esperanza.
En sus manos la vida es agua lenta,
la caída incesante del deseo
que mira hacia el final puerto del alba
despierto ante la luz lo halla desierto.
Tu palabra se acoda en la ventana
y deja deslizar su pluma leve
al aire de esta noche pensativa;
inunda los rincones de la hora
con un rumor de seda oscura
o un agua de olvido entre la hierba.

V
Por ti, el hemisferio que te nombra
sabe de la memoria sin olvido,
del tiempo que he llorado por perdido
al encontrar tu árbol sin la sombra.
Otoño que se va, deja la alfombra
al pie de un nuevo aire ya encendido.
El cielo es un diamante desabrido
y el tiempo en un rincón su peso escombra.
La loma que te duerme en aire antiguo
sabe el perfil exacto de tu viaje
y se ahonda la tierra en un viraje
que confunde el ocaso con el orto.
Tiene un ciprés el corazón ambiguo;
musita su palabra y queda absorto.

VI
Tú viniste a mirar rostros amables
como viejas escobas.
Yo estoy para olvidarlos.
Primer aniversario, noviembre de 1964.

LA PALABRA A SOLAS

I
Algo se mueve en tu cansancio,
algo. Y no lo crees. La misma espina blanda
en el alto palomar de la zozobra,
la desnudez interna
—torre de marfil, agua del alba,
orilla del deseo, columna del poema.
Invisible, rumor de hierba,
sientes crecer su paso entre los muros,
dialogando consigo. No el paso que conoces,
como el hombre, a solas,
sino el eco de tus pasos tras los suyos,
la sombra que no vive sin su sombra.
(La ausencia es un monstruo adormecido
en lo más hondo de tu antigua noria.)
Este temblor sagrado —lo sabes—
es el viento ya visible de sus pasos,
el movimiento de su ser
o de las estaciones que sorprendes
y ensilas para mirarlas a solas.
Algo se mueve en tu memoria…
“Recuerdas aquel atardecer en la avenida,
tierna aún la noche, en el jardín del Carmen.”
Contigo fue la hora atardecida,
el espanto de no saberte solo
frente a la ventana abierta a un horizonte sin colinas.
Algo se mueve.
Óyela venir
habitando el hueco inmenso de la hora,
el día interminable a solas.
Esta gracia —di— no la esperabas.
Lo vivido termia aquí,
el cansancio de estar cansado
oyendo los ladridos de los perros
si tu ternura fue más allá de la ventana.
No te preguntas más
quién va cambiando el rostro de las cosas,
quién canta esta canción desconocida
a la pluma incansable y mediodía:
el tiempo existe fuera de tus párpados.
Di que el ave florece
bajo un árbol imposible,
que el espejo ha dejado de mirarse
a sí mismo. Di, canta al arcángel,
a la espesura transparente de su cuerpo,
al henil que te aguarda para el fin del viaje.
A mano abierta, deslumbrante,
esta otra y misma primavera
que se abre paso entre los muertos,
reintegra eternidad al sueño.

II
Habita tu memoria ese silencio
derramado sobre la casa a oscuras.
De otros tiempos imágenes concitan
a la gótica danza del insomnio.
La hora es una cueva submarina
donde yerra un ejército de sombras olvidadas.
No sabes en qué rumbo de tu cuerpo
duele la espina vaga de tu infancia
que huyó, como las nubes, a la nada.
Traspuesta ya la linde de su manso imperio,
bajo un sol ignorado, te remuerde
el tiempo que has vivido entre tus muertos;
las mariposas yertas cuando el alba
sorprendió tu tristeza en la ventana
insomne y sola en la impiedad del viento.
Húmedo aún del río envejecido,
la sal entre la herida travesía,
la fidelidad noble con su empeño
en traducir el largo memorial
de su caída, viva en sus tatuajes;
libre ya de sus aguas ateridas
y el engaño vernal de sus reflejos,
tu oído crea su orilla a tu deseo:
Tú, mi tierna verdad, poema mío,
alientas hondo y suave bajo el sueño
en la alcoba contigua. Un puente angosto
resplandece su viaje entre la sombra,
hacia el lirio, corola de tu aire
ya intocable, final puerto de escala.
Si pudieras oírme, te diría:
“La eternidad es tierna
cuando miro tu piel de hierba fina
que en las luces del sueño se rebana;
yo estaré contigo
cuando la luz levante sus andamios
en la llanura azul de la mañana.”
Yo soy el embozado destino de tu sangre,
el último pabilo que habrá de consumirse
tras el sencillo andar de tu mirada.

III
Afuera, la segura lentitud
del alba desembarca en la aridez
de la ciudad aún dormida entre sus ruinas.
Sólo al alcance de tu oído
sientes que el tiempo no transcurre
bajo la lluvia casi ausente
en este amanecer de rostro envejecido.
Dentro, sobre tu sola muerte, un mismo mundo.
Dos lagos ya como aires ateridos
contra el tiempo de nadie: tuyo.
La soledad de que me hablas
está rodeada por su muro,
en su límite de viento endurecido,
mas claro y largo como el desencanto.
Di que tu voz se afila en su sombra,
en ésa, amada sobre todo.
Cogida de su mano reconoce
sus propias huellas en las suyas,
en un mismo camino a solas.
Le hablas. Irremediablemente escucha.
No ignoras que sus ojos son ahora
una vaga violeta sumergida
en el secreto ensimismado de una loma,
bajo la mano oscura de otra vida.
Otra se mueve en ti, en tu memoria.
La breve eternidad de un surtidor
en su columna de agua clara y alta,
caída en el hondón amargo de tus manos,
tan jóvenes aún para entenderla.
Desnuda tu alma ahora va tras ella
como un niño extraviado, sola.
Su nombre es el destello en otros cuerpos
desgajados a ciegas,
bajo el lívido engaño de las horas baldías.
El tiempo se te va buscando
la forma inconocida a tu deseo,
la morenía tierna de la espiga
que has mirado en el eco de tu sueño.
Y te cansa el cansancio del hombre,
la soledad de la bestia derrumbada
por el don poderoso de la gracia;
la invención maligna de otra vida
como si ésta que hiere no bastara.
Pudieras olvidar tu paso incierto
de niño; la inocente estupidez
familiar limitando los contornos
de la luz, que ya no conocerás.
Una noche sin nombre te dijo:
“La caricia es mentira,
el amor es mentira,
la amistad es mentira.”
Vas, contra todo, intentando el amor
una vez más…

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