LOS HOMBRES, SERES EFÍMEROS (Mi poema)
Natalia Sosa Ayala (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA …de medio pelo

 

Los hombres son el agua que va arrastrando el río
sin rumbo a la deriva para llegar al mar,
vagando a su pesar ausentes de albedrío
y en un escalofrío al fin ya naufragar.

Pues van a la deriva de un lado hacia otro lado,
pegando sus bandazos aquí sin ton ni son,
dudando si son buenos o tristes que han pecado
sin ver se han condenado en esta su prisión.

Los hombres, esos seres tan fatuos, presumidos,
creyéndose los reyes de nuestra sociedad,
cual pájaros insulsos van construyendo nidos
mostrándose aguerridos, dechados de maldad.

Corriendo sus andanzas cual pollo sin cabeza,
saciando sus anhelos, sus ansias por medrar,
alzando sus banderas en medio la maleza
fingiendo va el que reza dispuesto a predicar.

Son esos pobres seres que escasos van de amores
y ocultan sus vergüenzas, presumen de sus cuitas,
cual son las margaritas que gozan por ser flores
y un día lucen galas y al otro están marchitas.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO:  Natalia Sosa Ayala

DÉJAME SER TU AMIGA

Señor, de entre todas las cosas
que yo amaba, sólo me quedas tú,
vagabundo infinito de las almas.

De entre todas las cosas
que me amaban
–ya tú sabes: tristezas,
risas, sufrimientos, distancias–,
sólo tú, Señor, dueño del Tiempo,
me has tendido
el afilado canto de tu mano.

Y tengo miedo a esta dulce red que me aprisiona
y para siempre quedarme encadenada.

No lo hagas, Señor, yo te lo pido.
Si de verdad me quieres,
ven conmigo, déjame que te hable,
déjame ser tu amiga triste y dulce,
mas no me quites,
Señor,
mi corazón de humana.

RUEGO

Señor, aparta de mí el cáliz
del recuerdo. Que no beba ya más
de su amargura. Dame en cambio
transparencia pura y una dosis
pequeña de esperanza.

Señor, aparta de mi lado
la tristeza y siembra –tú lo puedes–
abedules.

Señor, dame la vuelta. Mide
la anchura, lo hondo de mi angustia
y haz del desamor un río de fuego
que resucite mi mortal vacío.

A ti te hirió el amor con luz certera
y nadie notará si me regalas
un diminuto resplandor perdido.

A MIS MANOS

No te bastó, Señor, dar a mis manos
la posesión del verso,
ni haberlas hecho leves, hijas de la tibieza,
ni te bastó tampoco coronarles el vuelo
ni que mis dedos fueran pequeñas hierbas ávidas.

No te bastó vestirlas de plumajes silvestres,
amantes de las flores, despojadas de prisas.
Les diste, además, una raíz extraña
que hoy hundes en la tierra en donde nada crece.

Tú sabes que ellas aman los diminutos nidos,
pero tú las cargaste con el peso del odio
y has hecho de mi tacto envenenado río.

Dime, entonces, para qué las colmaste
de este sentir inquieto
si a la vez las heriste con el signo terrible
de todo lo que espanta.

Oh, dulce tacto mío.

Ellas, que apenas rozan, como abejas celestes,
las márgenes heridas del alma de las cosas.

Ah, Señor, son mis hijas, criaturas nacidas
de mi cuerpo salvaje, enredaderas puras,
limpias barcas de plata que navegan los mares
de soledades tristes. Un olor a naranjos
impregna mis estancias,
cuando suben por ellas pleamares latentes
de otro ser aterido por mi misma tristeza.

Por tener la imperfecta belleza de lo rudo,
por haber puesto en ellas mi alma de gaviota,
aunque tú las despojes de su normal destino
y las hayas dotado de oscuras avideces,
yo las amo, Señor,
yo bendigo, extraño creador de virtudes lejanas,
las manos que me diste.

SEÑOR

Señor,
si yo te hablara del corazón
terreno que me has dado,
del ardoroso fuego en que consumo
la pesada carga de los días;
si te hablaran, por mí,
las mil pequeñas ramas de mis venas
y escucharas,
Señor,
mi voz que asciende a ti
sin esperanza;
si oyeras una vez, atentamente,
el ritmo de mi pecho dolorido
y como el viento acude a una ventana
acudieras también al alma mía
y de golpe tu boca me nombrara,
yo te hablara, Señor,
como una amiga.
Pero, lejanamente, distante y
ausentado, te presiento a la orilla
de mi vida, llevándotelo todo,
todo aquello que amo y me desvive.
Cuántas veces tus cuerdas he pulsado,
cuántas otras te he dicho
hermano y padre
y has permanecido en tu silencio
oscuramente sórdido y vacío.

Señor,
perdona que este día asuma amargamente
tu triunfo perdurable.
Me arrebataste todo y todo es tuyo.
Mi corazón, no obstante, permanece,
huido como tú en las distancias,
huido de tu mano lejanísima,
terrenal por tu gracia y por tu gracia
herido.

Asómate al celaje de tu gloria
y mírame vagar ligera y sola
ahogando en un poema mi renuncia.
(Del libro Autorretrato.)

MI PRIMER POEMA

¿Por qué fundiste, Señor, alma en

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Donaciano Bueno Diez

Donaciano Bueno Diez

Editor: hombre de mente curiosa, inquieta, creativa, sagaz y soñadora, amante de la poesía.

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