Mancillasteis nuestra honra, nos dejasteis sin barcos. Fue en una tarde impía preñada de emociones, chupeteando la sangre y el alma a borbotones, piratas, como herencia dejándonos los charcos.
Hoy he vuelto a mirar hacia el pasado observando a través de la mirilla a ese humilde terruño de Castilla donde un día algún dios hubo creado de padres, carpinteros, una astilla.
Dios, que al mundo creaste en siete días y en un sueño a Zazuar, quizá en la siesta, de un delirio, borracho, en una fiesta o en un lance hacedor de fantasías...
Yo nací en el cuarenta, en Castillla la llana, una hermosa mañana de algún dichoso día, con perfume a tomillo, romero y mejorana, la pena de mis padres*, saltando de alegría.
Estos tristes rastrojos no tienen quien les quiera, se fue la primavera, murieron sus antojos, penando y andrajosos hasta la sementera, gimiendo en tensa espera, llenos serán de abrojos.
Mi infancia son retazos de un pueblo de Castilla, pequeño, primoroso, silencioso y coqueto, de mil mieses doradas en campos, recoleto, brasero en el invierno en la mesa camilla.
Caminante que caminas por los campos de Castilla, dime tú fiel caminante si es verdad que el cielo brilla, si esa luz verdiamarilla ensimismada o errante que asoma tras las colinas e invade el dulce semblante,
Mi pueblo es un remanso de paz en la meseta, de Castilla la Vieja. Rodeado de encinares, enebros y pinares, casas de adobe en la esplanada asceta, del rio los andares...
¡Phsshshs…! Silencio en el ambiente. Observen como salta y se desliza lentamente ese chorrito de agua cantarina, -un milagro de dios, agua divina- en los Picos de Urbión...
Un burgalés de Pro, un castellano, el mismo que del Cid lleva coraza, en vez de pedir pan pide una hogaza, le gusta si es candeal. Y al que es hermano jamás lo despedaza.