Tengo una alma corriente, inconsistente, como el amor que a veces sube y baja, lo mismo se acelera o se relaja que sale a navegar contra corriente o siente de una rama se desgaja.
Hay quien viene de origen ya gafado que llevan a el penar en su ADN, -cada cual en la vida es lo que tiene-, la mala suerte está junto a su lado que viene siempre y va según le aviene.
Raíces tiene el árbol, que es sustento, y, dicen, yo también tengo raíces, quizás se hayan fundido con el viento, -así que haya buscado nunca encuentro-, o se hayan convertido en meretrices.
Yo voy como las olas repicando del mar con su arrogancia enbravecido, que tiene el corazón ya resentido y sigue sin cesar con mazo dando y a ratos distraído.
Me levanto, preparo el desayuno, mientras me hago el café pongo la radio, arranco una hoja nueva al calendario, de nuevo un escenario inoportuno otro hecho funerario.
Yo he sido un soñador que ha trabajado haciéndole al amor un buen servicio, no dejando al azar ningún resquicio y alguna vez habiendo naufragado llegando al precipicio.
Te fuiste sin rezar ¡qué mal cristiano! No tienes corazón, nunca tuviste amor a la ciudad donde naciste, ni asiste de la mano a algún hermano, que a nadie bendeciste.
En este mundo hay putas, muchas putas, que todo aquí se vende, se vende a dios y al rey en las disputas jugando con las tesis disolutas del qué, cómo y depende.
Amigo mío, Ignacio, en esta vida, hay cosas que merecen bien la pena los goces de esas noches de verbera, los roces de esa mano que, atrevida, quisiera navegar surcando el Sena.
Aquí en la población donde ahora vivo no hay fiesta que se precie si no hay toros, la música te impregna por los poros, el ruido del petardo es de recibo, que el fuego forma parte de los coros.
He venido a buscarme y no me encuentro, es posible padezca de ceguera. Siempre anduve mirando para afuera pensando que del mundo yo era el centro, creo, como cualquiera.