Amigo mío de mente perezosa, no sabes cuánto en invierno aquí hace frío las aguas fluyen siempre en el mismo río, y hasta la rosa siempre es la misma rosa.
En la desnuda plaza de corazón de hielo donde las mariposas se juntan a rezar, mitigan sus pesares bajo el azul de cielo, menospreciado anhelo, para tirarlo al mar, al mar, al mar, al mar.
Mis ojos se cierran, las luces se apagan. Desde los cristales de mis dos ventanas la lluvia se asoma mostrando sus canas, preñadas de hielo lágrimas resbalan.
Ignorante. Yo soy otro ignorante que presume de ser un ilustrado, como tú, como aquel, como el de al lado, que mirando va siempre hacia adelante, no contempla pararse ni un instante, incasable, a la busca del Dorado.
El día, ese tan triste en que me vaya, que dicen que uno existe y ya no existe, habría de fingir que se resiste, mintiendo cual si fueras a la playa jugando así al despiste.
El ser que habita en mi, el que es mi amigo, el mismo, el que me sigue la corriente, o me hace padecer cual penitente, algunas veces, ¡ay! me da su abrigo y hay otras que anda ausente.
El hombre por costumbre y por derecho ansía ser distinto, diferente, se deja que le arrastre la corriente, si es que ésta le permite sacar pecho, fardando de esa fuente.
Salió a danzar consciente no sabía, pues nadie a él a bailar le había enseñado, buscando no morir en la porfía, absorto ante el bullicio que sentía, mimando a cada paso con cuidado.
Que triste es el sentirte incomprendido y ver se te hace un nudo en la garganta creyendo que tu sombra al bien espanta, y así quedarte solo y dolorido sin nada a que arropar ya con tu manta.
Quejarse es muy sencillo. Yo me quejo. Quejar, lo que es quejar, todos sabemos pues pronto de pequeños lo aprendemos. Yo así lo pienso hacer pues que de viejo quejar ya no podremos.
Yo soy un ser curioso, tan curioso que ayer me vine al mundo a ver lo que allí había en un segundo, y al verme caminar dijo, mocoso, no abuses más, si Dios es bondadoso,....
El juego de la vida, ¿a qué jugamos? ¿quién dijo que jugar todos debemos? ¿quién marca el que perdamos o ganemos? ¿por qué de tanto juego no pasamos? ¿a qué viene el jugar si no sabemos?
El día en que me muera habréis de echarme al cubo la basura, allí donde la noche siempre oscura hará que nadie pueda ya encontrarme y aun menos ningún cura.
El que escribe, Donaciano,
como el labriego en Castilla
va esparciendo la semilla
a voleo con la mano.
Lo mismo que hace el cristiano
que a Dios no ha visto y le reza
y espera de su grandeza
que llegado el mes de abril
le riegue con aguas mil
la madre naturaleza.