Soñé que yo era eterno, que nunca me moría, los sueños, ya se sabe, son como las veletas, que van a su albedrío, van dado volteretas chocando contra el viento cuando él se descosía o yendo a hacer puñetas.
¿De qué sirve el recuerdo a la memoria si no puede cambiarse y no se vende? ¿Y qué importa el inciso en una historia a lomos de una soga en la que pende?
De niño yo quería ser bombero deseando los fuegos apagar, después pensé, con fuego hay que jugar ¡cuidado no le afecte a mi sombrero! y puédase quemar.
La luz resplandeciente fundía el acetato de un sueño que pacato mostraba su alma ausente, dudando si paciente trazaba el fiel retrato de un halo inexistente o un flato de alegato.
Todos días paso por la misma puerta, todos días cruzo con la misma gente, los hay que van raudos con la boca abierta y otros despistados siguen la corriente.
Yo no sé si soy, no soy, o es verdad lo que ahora veo que al vacío me he lanzado sin conocer mi destino, ni sé si aquí estoy, no estoy o estoy borracho de vino pues que en este
Si hoy yo pudiera hacerme otro cerebro o si dios al hacer me consultara haría al que es actual un buen requiebro evitando que fuera cual enebro torcido, y si es posible enderezara.
Si al banco que se encuentra allí en el parque un día yo la mano le tendiera brindando mi amistad. Y él comprendiera lo mucho que se acerca ya el embarque y en un gesto de amor él me quisiera.
Yo sostengo que el poeta es inventor de historias que construye con palabras, con ladrillos arrancando en su interior o sacando de su entorno alrededor para hacerlas felices o macabras.
A ti, Dios, que tantas veces te he buscado, y en lograrlo siempre he puesto un arduo empeño, al que tanto en mis penurias he implorado y he acercado mis pupilas muy risueño.
Me fui sin darme cuenta que me iba. volví, me di la vuelta por si acaso, dudé de estar despierto al cielo raso, sentí llevar mi barco a la deriva, soñé que eras mi cielo. mi parnaso.