DE MUJERES, HOMBRES Y VICEVERSA (Mi poema)
Juan Manuel Roca (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

Las féminas me abruman por doquier,
que a gritos nunca paran de reñirme,
y a punto incluso están de consumirme,
yo aquí pido me dejen de joder
pues nunca han de lograr pueda rendirme.

De un tiempo hasta esta parte oigo sus gritos
más propios de disparos de escopeta
que llegan para hacerme la puñeta,
cual fueran convertidas en gallitos
que meten la nariz en mi bragueta.

Pues, digo, yo soy yo y mis circunstancias.
De aquello que mis padres me enseñaron
sospecho siempre bien. Si equivocaron,
a nadie yo le arriendo las ganancias,
mas debo de pensar no me engañaron.

Comprendo ellas defiendan sus derechos
mas sepan la razón no es del que grita,
que andar hace el camino, así a la chita
callando, van sacándose provechos,
sorteando en el sendero a la chinita.

Entre unos que han salido del armario
que saltan a la plaza haciendo ruido,
mujeres que renuncian al marido,
le van a alborotar al vecindario
dudando si el futuro está perdido.

No olviden lo que dicen de Zamora*,
quien crea lo que existe está muy mal,
debiera no correr cual animal,
que el reto no se logra en una hora,
y eviten que se venga un vendaval.
©donaciano bueno

Yo soy yo y lo que mis padres y maestros me enseñaron? Clic para tuitear

Pues yo soy lo que mis padres y maestros me enseñaron, aquello que en esos momentos era lo correcto. ¿Que debo de cambiar? Pues demen tiempo.
*Zamora no se conquistó en una hora.

MI POETA SUGERIDO:  Juan Manuel Roca

El poema

Lo cortejan escribanos y borrachos,
lo recitan las damas blancas
que cuentan el número de sílabas
en sus frágiles collares de granizo,
lo diseccionan como a un cadáver
en la academia de la lengua,
lo memorizan los idiotas
que lo exhiben como a un perro de lujo
en las pasarelas
y en los grandes salones del verano,
lo rasgan los poetastros envidiosos
o le alteran sus fases,
lo guardan en cofres las viudas
que se abanican con plumas de ángel,
lo portan los pederastas
como si fuera una violeta en el ojal
y párrocos y sacristanes
lo remiten al limbo
por el correo certificado de Dios.
El verdadero poema
sobrevive a tan fúnebre cortejo.

En el café del mundo

Para Carlos Vidales

Por la mañana,
cuando un sol de páramo merodea la ciudad,
las meseras del café
limpian las sobras de una conversación
y las manchas que dejan en el piso
las voces nocturnas.
A alguien debió caérsele en el baño
la palabra amor,
pues no se soporta el olor a flor marchita
que invade sus muros.
Limpien, limpien las palabras regadas en el mantel
o esparcidas como cigarros apagados
en los rincones. Sólo son pavesas de voces,
cenizas del verbo, frutas disecadas.
Las meseras espantan a las moscas con un diario:
las palabras no son hadas caídas de labios del fabulador,
ni cadáveres en fuga hacia el vacío,
pero las moscas se frotan las patas
frente a sus melancólicos residuos.
Tal vez al borde del vaso con restos de cerveza
la palabra país se haga recuerdo
pues hay algo de tela de araña, de ruina de tiempo,
de un mestizaje de sueño y pesadumbre
en torno de la mesa.
Aún están las sillas con las patas arriba
como carrileras o pirámides o torres
de una Babel silenciosa
y las meseras se aprestan a barrer un otoño de voces.
Palabras que fueron mordidas con pasión
o arrojadas por la espalda,
palabras titubeantes en labios del herido
o untadas de una tenaz melancolía,
mariposas derribadas en su vuelo.
Las meseras ignora que limpian y barren las palabras,
que algunas recorrieron el mundo, muelles y hangares,
para venir a morir bajo una mesa.
La palabra libertad que agitó su bandera de harapos
se deshace entre los restos de la noche
y no es fácil remendarla con agujas de lluvia.
Ni perros ni gatos husmean los escombros
donde se acumulan los sinónimos del hombre.
Hasta la palabra miedo
ha mudado de piel y ya no tiembla.
Ah, diligentes meseras que ponen órden a los objetos
aunque nadie los nombre. Yo las veo
recogiendo pedazos de la palabra cristal,
entre enceguecidos Narcisos
que fingen no verse en aguas pantanosas.
La palabra muerte no quiere deshacerse,
se resiste a morir en el café de la noche.
Las pulcras meseras recogen,
entre papeles arrugados y sombras y cabellos y fantasmas,
las sílabas del día, sus inciertas potestades.
Limpien, limpien llanuras, suburbios, subterráneos,
glaciares y jardines y patios y collares,
el eco del silencio que atraviesa la noche.

Las manos de Orlac

(reflexiones de un concierto de piano)

Una vieja película del cine negro narra la historia de Orlac.
Tras su ejecución, a Stephen Orlac, lanzacuchillos de circo y asesino,
le amputan las manos y las trasplantan a un pianista
que ha perdido las suyas en un tren descarrilado.
Las manos se niegan a obedecer al nuevo cuerpo,
deciden moverse a su antojo y recobrar su instinto criminal.
En lugar de volcarse sobre el teclado del piano, buscan cuellos que apretar.
El pianista de esta noche sin duda ha recibido en comodato
las manos de Orlac. Escuche cómo asesina la música de Bach.

ESTACIONES

El hombre que señaló el pájaro en su vuelo
ya no existe.
Ni su tosca mano tomando la empuñadura del
revólver.
Ni el pájaro cayendo en espiral entre hierbales.
El beso. El encuentro de las bocas en el último
peldaño.
Ni siquiera la escalera de caracol
Subiendo como volutas de madera hasta el
balcón.
Ni el balcón donde soñabas bajo el traje de
lino.
No existe la mujer
Que paladeaba escamoteadas ciruelas
Ni la ira del jinete en su caballo tras de ella
Ni el caballo como un viento encerrado en su
pelaje.
Llegado el momento, tocados por los dedos
del vacío,
¿Cuál la diferencia con lo que nunca ha sido?

CÉSAR VALLEJO INVITA A UNA CENA

César Vallejo
Invita a sus amigos a una cena.
Se pide ser puntual, traer pan y no usar collares
de granizo.
Hay suficiente frío en la alacena.
La voz anuncia que empieza a caer en París
un aguacero.
No le importe venir:
Los pronósticos del tiempo
No son los de la muerte.
Al fondo está el salón
Donde el tiempo raído del invierno,
O quizás los imprevistos, dejan ver
Tan sólo una pareja de silenciosos
Comensales: el poeta y su sombra.
Viste mejor la sombra que el poeta,
No se le ven los pliegues que han dejado en
el traje de su amigo,
París, los húmeros mal puestos, la lluvia,
El remoto viaje de Trujillo hasta Lima.
César Vallejo
Invita a sus amigos a una cena.
Se pide ser puntual, traer vino
Y no olvidar en casa su nómina de huesos.
Hay suficiente espacio, suficiente espacio en
su silencio.
La voz se hace más meliflua en la radio,
La voz que invita a los amantes a cubrir
De otra piel su desnudez.
Al otro lado de la noche
César Vallejo dibuja en los restos del café,
En su oscuro sedimento,
Al diluido hermano de juegos
Que tiene en el fondo del pocillo
los rasgos de la muerte.
Es otro juego al que regresa con su hermano
Miguel:
La muerte, como los niños, escamotea cuerpos
Cuando juega al escondite. Por algún recodo de la noche,
Vallejo busca a su hermano
En salones y zaguanes de otro mundo.
Ya no se oye la voz de la cantante
Y hay quien dice que la muerte toca el sol, toca la quena.
César Vallejo
Invita a sus amigos a una cena.
Se pide ser puntual,
Traer también al desconocido y su señora.

ARENGA DE UNO

que no fue a la guerra
Nunca vi en las barandas de un puente
A la dulce mujer con ojos de asiria
Enhebrando una aguja
Como si fuera a remendar el río.
Ni mujeres solas esperando en las aldeas
A que pase la guerra como si fuera otra
estación.
Nunca fui a la guerra, ni falta que me hace,
Porque de niño
Siempre pregunté cómo ir a la guerra
Y una enfermera bella como un albatros,
Una enfermera que corría por lagos pasillos
Gritó con graznido de ave sin mirarme:
Ya estás en ella, muchacho, estás en ella.
Nunca he ido al país de los hangares,
Nunca he sido abanderado, húsar, mujik de
alguna estepa.
Nunca viajé en globo por erizados países
Poblados de tropa y de cerveza.
No he escrito como Ungaretti cartas de amor
en las trincheras.
No he visto el sol de la muerte ardiendo en
el Japón
Ni he visto hombres de largo cuello
Repartiéndose la tierra en un juego de barajas.
Nunca fui a la guerra, ni falta que me hace,
Para ver la soldadesca lavando los blancos
estandartes,
Y luego oírlos hablar de la paz
Al pie de la legión de las estatuas.

BIBLIOTECA DE CIEGOS

Absortos, en sus mesas de caoba,
Algunos ciegos recorren como a un piano
Los libros, blancos libros que describen
Las flores Braille de remoto perfume,
La noche táctil que acaricia sus dedos,
Las crines de un potro entre los juncos.
Un desbande de palabras entra por las manos
Y hace un dulce viaje hasta el oído.
Inclinados sobre la nieve del papel
Como oyendo galopar el silencio
O casi asomados al asombro, acarician la palabra
Como un instrumento musical.
Cae la tarde del otro lado del espejo
Y en la silenciosa biblioteca
Los pasos de la noche traen rumores de leyenda,
Rumores que llegan hasta orillas del libro.
De regreso del asombro
Aún vibran palabras en sus dedos memoriosos.
la noche de caoba
En la noche de caoba crecen los juncos.
En ella escucho la letanía de los ciegos
Como si un árbol de letras fuera sacudido
Por sus toscos bordones.
¿Qué diablos se celebra en la montaña?
Los árboles fogoneados por el rayo
Semejan una lenta caravana de camellos.
¿Pero qué diablos se celebra en la montaña?
El venado que gira lento sobre el fuego
O una boda donde la novia lleva un ramo de
papiro.
Me visita el sueño en la noche de caoba:
En las afueras del silencio, en sus barriadas,
Antiguos hombres de borsalino y de polaina
Juegan con naipes marcados por la muerte.
La noche oscurece la roja flor del corazón.
voces, señales
Puede ser que desde el cosmos
Una niña haga señales
O se puedan escuchar bajo el ala de cáñamo
Las ausencias,
Los lejanos clangores de las esferas
Y las esquirlas de cielo.
Clangores, clangores,
El viento teje el traje nupcial de las ausencias
Como una Penélope nocturna entre las rosas.
Una voz ronda mi estancia,
Una voz que me atrapa como a un viejo cormorán
Encandilado por las luces de un faro.
Otra voz pregunta por ustedes
En las ciudades del aire,
En la espesura de una flora ensimismada,
En la fresca botánica nocturna.
Una voz, tocada por el vino lunar
Llega de viaje hasta la sombra.

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Donaciano Bueno Diez

Donaciano Bueno Diez

Editor: hombre de mente curiosa, inquieta, creativa, sagaz y soñadora, amante de la poesía.

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