Mientras por competir con tu cabello Oro bruñido al sol relumbra en vano, Mientras con menosprecio en medio el llano Mira tu blanca frente al lilio bello;
Cómo has cambiado, pelona, cisco de carbonería. Te has vuelto una negra mona con tanta huachafería. Te cambiaste las chancletas por zapatos taco aguja,...
Te digo adiós, y acaso te quiero todavía. Quizá no he de olvidarte, pero te digo adiós. No sé si me quisiste... No sé si te quería... O tal vez nos quisimos demasiado los dos.
Aquí tenéis, en canto y alma, al hombre aquel que amó, vivió, murió por dentro y un buen día bajó a la calle: entonces comprendió: y rompió todos su versos.
En buen esquife tu afán madruga, el firmamento luce arrebol; grata la linfa no tiene arruga; la blanca vela roba en su fuga visos dorados al nuevo sol.
Recuerdo que en los días rosados de mi infancia, la abuela…(¿de quién son los abuelos?, ¿de los niños?), solía por las noches, cuando la tibia instancia parecía una caja de dulces de la luna, contar historias viejas. Hoy ya no sé ninguna.
Quisiera esta tarde divina de octubre pasear por la orilla lejana del mar; que la arena de oro, y las aguas verdes, y los cielos puros me vieran pasar.