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»GERARDO DIEGO
Río Duero, río Duero,
nadie a acompañarte baja;
nadie se detiene a oír
tu eterna estrofa de agua.
Indiferente o cobarde,
la ciudad vuelve la espalda...

Río Duero, río Duero,
nadie a acompañarte baja;
nadie se detiene a oír
tu eterna estrofa de agua.
Indiferente o cobarde,
la ciudad vuelve la espalda...

Estaba una mañana dulcemente
tumbado en una hamaca. Y me mecía
al ritmo de la brisa. Y de repente,
al suelo de la hamaca me caía.

Que un día sé seremos ya pasado
pues agua de la mar no vuelve al río,
tumbarse a ver que pasa no es lo mío
no es algo a lo que esté ya acostumbrado.

Soy un simple aprendiz, no hay nada más,
un fundidor de barro, un alfarero,
que baila con sus manos al compás,
de aquello que se inventa con esmero.

Las bodegas,
donde siempre se anda a ciegas.
Es ese un lugar bendito
que hendido está bajo tierra,
-a el que bajas despacito
y que a oscuras nunca cierra-

A ese tronco patoso, desmochado
por el paso del tiempo cohibido
que apenas si pervive deslucido
mirando siempre al cielo ensimismado.

Se sabe, se dice, se cree o se inventa
que aquí todo tiene su lado virtual,
la vida es secuencia del bien o del mal
mas nunca es exacta tal como se cuenta,
aunque eso al que escucha decir le de igual.

La vida es tan pequeña que cabe en el pañuelo
del caminante en celo que observa alguna luz,
no advierte que al trasluz, nada hay mirando al cielo
y acaba en su recelo colgado de una cruz.

Hay una cruz en el viejo cementerio
sobre mármol de lápida fulgente,
a la espera de un huésped impaciente
que quiera allí fijar morada en serio.

Si pudiera...
Tú no sabes, mi amor, si tú supieras
las ansias de volar que ahora yo tengo,
las nulas esperanzas que mantengo
de agarrarme a la vida. Si pudieras...

Ensimismado, ayer salió de casa
¿seguro que fue ayer?
Quizás…la vida pasa.
Vea usted…
busco…
Ya sé…su gato se ha perdido.
Que no, que no, que ha sido…

Yo vengo de esos lares donde mares no existen,
allí donde amapolas juegan con los trigales,
las aguas en verano de amarillo se visten,
y liebres son los peces entre los matorrales.

Muy cerca de mi casa hay una tapia,
de adobe hecha y de un barro que es cristiano,
que dicen no la salta ni un gitano
so pena de dejarse allí la napia.

El rumor de la brisa
de ternura que al alba le engalana
¡oh, divina Artemisa!
en la playa pagana
vestirá de susurros la mañana.

Yo te azuzo: ¡burrito arre que arre,
sin parar vueltas dándole a la noria
trotando en tanto el polvo el rabo barre,
que a tu esfuerzo le esperará la gloria.

Oigo el ruido sibilino de la suerte
que persigue con descaro mis talones
condenándome tan joven a la muerte.
Ese oscuro despertar que a mi alma inerte
va arrancando su futuro hecho jirones
repitiéndome ¡bye, adiós, hasta más verte!.

Y llovía y llovía, y tronaba y tronaba.
Y en esa tarde fría, nebulosa y sombría,
el silencio se ahogaba.
Y aquella plaza impía,
desierta sollozaba, ausente de alegría.

Mediaba el mes de mayo de aquel hermoso día.
Por la orilla del Duero ¡dichoso atardecer!
buscaba entre las frondas tupidas que allí había
algún de paz remanso para aplacar mi sed.

Si un día mando yo, cuando alguien muera
prometo ha de cobrar una pensión,
me ocupo de guardarla en un cajón
cuidando para hacer lo que prefiera.

Me gustan las hojas verdes,
pardas, rojas y amarillas
y de las cosas sencillas
flores de olor que recuerdes,
de la semana los viernes,
del campo las florecillas
las risas de unas chiquillas
y el mirar con que me pierdes.

Amaneció en Madrid. Por la radio se escucha,
mientras sigo en la ducha, una gran explosión.
Sugieren que un cabrón la mano hundió en la hucha,
-deduzco por lo que oigo que hablan de corrupción-,
ocultos, sin permiso, sin autorización.

Soy un muñeco de trapo,
viejo, sucio y maloliente,
que abrevando irá a la fuente
a lavarle a su retrato,
y su mente.