YO, QUE VINE AQUÍ EN OTOÑO [Mi poema]
Jesús David Curbelo [Poeta sugerido]
Jesús David Curbelo [Poeta sugerido]
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MI POEMA… de medio pelo |
Yo, que nací en Otoño, mala suerte, Yo, que llegué hasta aquí cuando los días, Que el cielo pareciera que agoniza La #estación con menos #relevancia de las cuatro? Share on X |
Una muestra de sus poemas
MI POETA SUGERIDO: Jesús David Curbelo
LEYENDA
Un hombre, una mujer y un caracol de agua
hicieron la ciudad a su abolengo,
anudaron a dioses con sirenas,
desvistieron el sueño y los galopes
del potro extraño de sus torsos ebrios.
Un hombre, poseído por la fuerza
que da la luz entrando a un caracol,
jugó la cuerda de agrupar nostalgias
cuando ya la mujer había partido
a ocuparse el invierno con su rostro.
Un hombre amado por las elegías,
esculpido y tallado en la madera
fundamental que el aire desmorona,
copió la villa a sombras y campanas,
a la edad de su sexo en los espejos
y al feroz epitafio de su esposa
nadando en el fulgor con que escapaba.
Un hombre, una mujer y un caracol sagrado
dotaron al paisaje con su aliento,
se fugaron del cuadro, fueron reyes
en la comicidad de su preludio.
Una mujer volvía como un dardo
al oscuro presagio de la infancia,
salmodiaba el silencio, los rituales
con que la lluvia le ofició sus credos.
Una mujer —cascada— se despeña
en el cuenco de un hombre; reconocen
los sudores del óleo, versifican
por la bondad del caracol danzante,
por las piedras que anuncian otras muertes.
Un hombre, una mujer y un caracol de agua
se perdieron detrás del unicornio:
el hombre casi dios en su demencia,
espuma la mujer como una barca,
dormido fuego astuto el caracol.
Y el potro de los pechos se deshizo,
decapitó sirenas y ciudades,
los dioses retornaron al escudo,
se perdió el arduo olor de los mercados
y el letargo crucial de los burdeles.
Un hombre, una mujer y un caracol de agua
habían salido a desandar el sueño,
a fundar su ciudad bajo el eclipse,
a conspirar la muerte, a conocerse.
COMPLEJIDAD DEL VUELO I
Iwas a child and shewas a child,
In this kingdom by the sea…
EDGAR ALLAN POE
A
¿Adónde resguardamos la sorpresa,
el olor de las santas bacanales
que no ungieron los huesos, sino el gesto?
¿Quién avisó el susurro, quién la lumbre
aquella del milagro innominado?
¿Cuál fue la pulcritud que descubrimos,
el oro del espejo, la palabra
de ardiente sucesión bajo la sombra?
¿Cómo instaurar las brasas, cómo asirlas
al borde del sardónico temblor
con que el vino gobierna nuestra casa?
¿Qué es la exacta diablura de la sangre,
qué el surtidor, la astucia del pecado?
¿Dónde queda ese mar que nos deslumbra?
B
Advierto que volar es un enigma,
una suerte de lanza para echarnos
sobre la adolescencia todo el ámbar.
Temo el batir de un párpado en el aire,
la comunión que el frío nos hiciera
burlando al algodón y a los recuerdos.
Un pájaro es un duelo impredecible
que conjura las manos en su vientre,
es la blonda promesa del insomnio
tornándose muchacha, o caracola.
Volar es el oficio, la costumbre,
el jerez marchitado antes del sorbo,
una prolongación de la leyenda
en que un ave se posa sobre el sueño.
Pero aún guardo escorpiones y astrolabios,
arpas que a mendigarme vendrán otros,
guardo la audacia, el giro, el ejercicio
de ese salto viril en que naufrago.
Repito que volar es un enigma
y barajo mis naipes, mi confianza
en la humana explosión de su plumaje;
soy un tahúr, un líquido, el espanto
de mi propia inocencia destronada,
pero sigo enterrándome en el vuelo
que alguna vez signó sus credenciales
como una piel azul fingiendo el alba.
Soy la pregunta, el miedo, el raro vicio
de un relámpago ardiéndole en el busto
y afirmo que el asombro de la alondra
es música que vuelve a convocarme.
COMPLEJIDAD DEL VUELO II
So that her high-born kinsmen came,
And bore her away from me…
EDGAR ALLAN POE
Hay árboles manchados por el opio de una eterna esperanza,
nacarados azules de familia
que editan la bondad y la proscriben;
hay estériles ritos para alzarnos
sobre el humo deseado por los cuerpos;
ramas en las que finge el equilibrio
su última voluntad, la de aturdirse.
Sabíamos el riesgo de esta fábula,
la horadada misión que el aire cumple;
nadie quiso absolvernos, nadie aullarnos
todo el fervor del pánico en la frente.
Ahora el tiempo es un héroe intraducible
y ya apostó el rigor, los entreactos;
ahora el ave se esparce entre los dedos,
más superflua que el ritmo de la muerte.
Ya no tengo el silencio ni el olvido,
sólo el aroma trágico en que asumo
la estudiada piedad de quien sonríe;
he retornado al circo de mis huesos,
al mercado del ocio y la alabanza;
no me queda otra daga en el mutismo:
es preciso aprenderme antes del salto.
Más promiscuo es el mundo que una espada
aturdida en la piel de otros guerreros;
es un juego a encontrar el no absoluto,
la vieja rueca de hilvanar la suerte.
Nacarados azules de familia
han de prohibir el madrigal y el gozo:
padres en sorprendidas reticencias,
madres que al blasfemar su olor juzgaron,
extranjeros amigos del rumor,
y otras cenizas, leves para el duende.
Nadie advirtió la pátina en el aire,
su dúctil voluntad de hacerse tumba;
una alondra es un pájaro instantáneo:
cómo la han de enjaular si está proscrita,
si otra especie de máscara la aguarda.
Ya no me queda música en la sangre
para iniciar la bacanal del vuelo:
he mentido y me acechan lentos dardos,
ya no tengo el fulgor, la paz del alba.
Soy la furia diezmada, el veredicto
proferido en la luz por los tribunos:
volar es agotarse la nostalgia,
el mar también existe de otra forma.
CIRIOS
Me estremece
un gran temblor de víspera y de alba:
miro delante mis encendidos cirios.
SALINAS/KAVAFIS
El amor tiene sombras,
posesiones pasadas,
cenizas que serán después memoria,
laberintos, palabras,
y esa resurrección
cuya cruel ceremonia
—fundir a los amantes en una sola llama—
trueca las almas
en cirios del amor.
(ceniza)
Eras igual a una ciudad que duerme:
yacían tus habitantes desvelados,
queriendo descubrirse
en los sueños del prójimo,
en los signos que el alba
—su futuro— les traería
para ayudarles a apreciar el mundo.
Algún guardián insomne
vigilaba tus puertas
del arribo de extraños.
Yo nací de tus íntimas sombras
con la esperanza de instaurar un orden.
Fue inútil el intento:
nada puede agregarse a la armonía
de una villa que aguarda al gobernante
para firmar la paz con ella misma.
Hoy indago en tus leyes, en tus héroes,
con el desasosiego del que funda,
y me dejo absorber por el bullicio
de un reino que, en mis manos, se despierta.