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Breve Biografía de Calderón de la Barca

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Algunos de los mejores versos de la lengua castellana no nacieron como poemas, sino como diálogos incluidos en obras de teatro. Tal es el caso de los siguientes versos de Calderón de la Barca, que forman parte de lo que es, según el crítico Menéndez y Pelayo, «un drama filosófico», más que una tragedia o una tragicomedia: La vida es sueño. Reproducimos aquí algunos versos de los monólogos más famosos del siglo de oro, los que tiene Segismundo en dicha obra.* 

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Autor

Donaciano Bueno Diez
LOS POEMAS
LA VIDA ES SUEÑO

¡Ay mísero de mí, ¡ay infelice!
Apurar, cielos, pretendo,
ya que me tratais así,
qué delito cometí
contra vosotros naciendo.
Aunque si nací, ya entiendo
qué delito he cometido;
bastante causa ha tenido
vuestra justicia y rigor,
pues el delito mayor
del hombre es haber nacido.

Sólo quisiera saber
para apurar mis desvelos
(dejando a una parte, cielos,
el delito del nacer),
¿qué más os pude ofender,
para castigarme más?
¿No nacieron los demás?
Pues si los demás nacieron,
¿qué privilegios tuvieron
que no yo gocé jamás?

Nace el ave, y con las galas
que le dan belleza suma,
apenas es flor de pluma,
o ramillete con alas,
cuando las etéreas salas
corre con velocidad,
negándose a la piedad
del nido que deja en calma;
¿y teniendo yo más alma,
tengo menos libertad?

Sueña el rey que es rey, y vive
con este engaño mandando,
disponiendo y gobernando;
y este aplauso, que recibe
prestado, en el viento escribe,
y en cenizas le convierte
la muerte, ¡desdicha fuerte!
¿Que hay quien intente reinar,
viendo que ha de despertar
en el sueño de la muerte?

Sueña el rico en su riqueza,
que más cuidados le ofrece;
sueña el pobre que padece
su miseria y su pobreza;
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.

Yo sueño que estoy aquí
destas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me ví.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.

A LAS FLORES

Éstas que fueron pompa y alegría
despertando al albor de la mañana,
a la tarde serán lástima vana
durmiendo en brazos de la noche fría.

Este matiz que al cielo desafía,
Iris listado de oro, nieve y grana,
será escarmiento de la vida humana:
¡tanto se emprende en término de un día!

A florecer las rosas madrugaron,
y para envejecerse florecieron:
cuna y sepulcro en un botón hallaron.

Tales los hombres sus fortunas vieron:
en un día nacieron y espiraron;
que pasados los siglos, horas fueron.

A LAS ESTRELLAS

Esos rasgos de luz, esas centellas
que cobran con amagos superiores
alimentos del sol en resplandores,
aquello viven, si se duelen dellas.

Flores nocturnas son; aunque tan bellas,
efímeras padecen sus ardores;
pues si un día es el siglo de las flores,
una noche es la edad de las estrellas.

De esa, pues, primavera fugitiva,
ya nuestro mal, ya nuestro bien se infiere;
registro es nuestro, o muera el sol o viva.

¿Qué duración habrá que el hombre espere,
o qué mudanza habrá que no reciba
de astro que cada noche nace y muere.

A UN ALTAR DE SANTA TERESA

La que ves en piedad, en llama, en vuelo,
ara en el suelo, al sol pira, al viento ave,
Argos de estrellas, imitada nave,
nubes vence, aire rompe y toca al cielo.

Esta pues que la cumbre del Carmelo
mira fiel, mansa ocupa y surca grave,
con muda admiración muestra süave
casto amor, justa fe, piadoso celo.

¡Oh militante iglesia, más segura
pisa tierra, aire enciende, mar navega,
y a más pilotos tu gobierno fía!

Triunfa eterna, está firme, vive pura;
que ya en el golfo que te ves se anega
culpa infiel, torpe error, ciega herejía.

A SAN ISIDRO

Los campos de Madrid, Isidro santo,
emulación divina son del cielo,
pues humildes los ángeles su suelo
tanto celebran y veneran tanto.

Celestes labradores, en cuanto
son amorosa voz, con santo celo
vos enviáis en angélico consuelo
dulce oración, que fertiliza el llanto.

Dichoso agricultor, en quien se encierra
cosecha de tan fértiles despojos,
que divino y humano os da tributo,

no receléis el fruto de la tierra,
pues cogerán del cielo vuestros ojos,
sembrando aquí sus lágrimas, el fruto.

OCTAVAS

(A San Isidro)
Túrbase el sol, su luz se eclipsa cuanta
medroso esparce hasta el segundo oriente.
El viento con suspiros se levanta;
présaga España su desdicha siente:
y en tanta confusión, en pena tanta
Filipo al fatal golpe está obediente:
¡Oh justo llanto, oh justo sentimiento!
Tema España, el sol llore, gima el viento.

Mas cese el sentimiento, cese el llanto,
y en vez, España, de funesto luto,
fiestas publica, que te ensalce cuanto
te oprimió de los ojos el tributo;
pues ya Madrid piadosa a Isidro santo
vuelve a sus campos a coger el fruto
que sembró de piedad y desengaños
al fin dichoso de quinientos años.

Ya más gloriosa con humilde celo
vuelve, piadosa al Labrador divino,
a ver el prado, el río, fuente y suelo,
donde a la tierra y cielo abrió camino,
porque de nuevo en ella obligue al cielo,
en tanto que su Rey sujeto es digno
a su piedad, volviendo a su porfía
Sol a España, al sol luz, a la luz día.

Dichosa, insigne villa, y más dichosa
cuanto por más piadosa te señalas,
vuele tu fama al viento licenciosa;
sirviendo a tu piedad de amor las alas,
vive, ¡oh! más que la muerte poderosa,
pues no sólo el arado al cetro igualas,
pero aun exceden por divinas leyes
tus pobres labradores a tus reyes.

CANCIÓN

(A San Isidro)
Coronadas de luz las sienes bellas,
conduce el sol su luminoso coche
a la estación donde madruga el día;
quitó el prestado honor a las estrellas,
y en campañas de luz venció a la noche
con los ardientes rayos que regía;
castigo a su osadía
la tierra fue, que nuevo sol le opuso,
esfera de verdor, campo de fuego.
Cuando en sus rayos ciego,
querúbicas deidades vio confuso
sembrar por rubios granos esmeraldas,
por espigas coger verdes guirnaldas.

Los campos de Madrid ya cielos bellos
y los cielos del sol campos hermosos
eran con los opuestos resplandores;
porque asistiendo o cultivando en ellos,
ya labrador, ya espíritus dichosos,
campos de estrellas son, cielo de flores:
vestida de esplendores
acredita la tierra al sol desmayos,
que paga el sol en rayos a la tierra;
y en luminosa guerra,
espigas compitieron a sus rayos,
porque el cielo y la tierra en sus fatigas
mieses de rayos son, globos de espigas.

El viento, entre los varios arreboles
del resplandor, Madrid, que a ti reduces
cielo humano te vio, divino suelo:
dudó dos cielos y creyó dos soles,
admirando, confuso entre dos luces,
brillando el campo y cultivando el cielo;
que con santo desvelo
Isidro le labraba con el llanto,
ángeles con su gloria le ilustraban,
y el viento, que abrasaban
mansos eclipses, en abismo tanto
ignora a quién incline su destino,
a ángel cultor o a labrador divino.

Este pues en su espíritu dichoso,
arrebatado hasta los cielos sube
(que bien la tierra por el cielo olvida)
y espíritus del trono luminoso,
rayos de luz en abrasada nube,
bajan al suelo a darle nueva vida.
La tierra, agradecida
al favor de los cielos soberano,
sin esperanzas del abril florece:
tanto, tanto agradece
el beneficio de la culta mano;
y estrellas produjera entonces bellas,
si nacieran sembradas las estrellas.

Rompe la tierra el paraninfo alado
y el rústico instrumento que la oprime,
nunca más dulce, nunca más süave
a la mano obediente, no al arado,
el surco estima que en su centro imprime
celeste autor de su esperanza grave.
¿Quién habrá que te alabe,
ángel o labrador, si ofrece el suelo
a celestial cultor humano fruto,
y celestial tributo
a humano agricultor ofrece el cielo?
Y aunque use el hombre angélico ejercicio,
¿quién vio al ángel usar rústico oficio?

¿Quién más dichoso está, quién más ufano?
¿Con ángeles el suelo en este día
o con un labrador, no más, el cielo?
Más gloria tiene el cielo soberano,
pues humildes dos ángeles envía
que próvidos por él labren el suelo:
tanto pudo tu celo,
tanto, Isidro, tu amor maravilloso,
tanto tus oraciones celestiales.
Por dos ángeles vales:
dos suplen tu descuido virtuoso;
y pues de flores ver los campos llenos,
porque se aumenten más trabaja menos.

Deje de mi pluma el vuelo,
mi torpe acento el canto,
mi voz aliento tanto;
que aunque alaba a Madrid, Madrid es cielo;
y es bien que a tanto empleo se presuma
suave voz, dulce acento y veloz pluma.

TERCETOS

(A Felipe IV)
¡Oh tú, temprano sol que en el oriente
de tus primeros años has nacido
coronado de luz resplandeciente,

salve! Y en tanto que a tu grato oído
de mi voz, por cantarte, los acentos
labios son de metal contra el olvido,

con presagios de ilustres vencimientos
escucha el fin que a tu principio encierra,
rendidos a tus pies los elementos.

La tierra te consagra el que a la tierra
sujetó, cuando, próvida en su celo,
los líquidos tesoros desencierra,

y, lloviendo al revés, salpicó el cielo,
desangrando a Neptuno en rica fuente
por venas de cristal sangre de hielo.

El mar te rinde aquel cuyo tridente
tantas veces venció su orgullo fiero,
segunda vez a límite obediente,

aquel del mar Neptuno verdadero,
que en varias partes no se distinguía
cuándo segundo fue, cuándo primero.

Del dulce viento la región vacía
favorable te ofrece aquella ave
que en éxtasis de amor vientos bebía.

Ave amorosa, pues, que con süave
pluma llegó hasta el sol, en su sosiego
volando dulce y suspendiendo grave.

El fuego te asegura el que del fuego
nombre tomó, y el luminoso espacio
arrebatado vio, turbado y ciego.

Vive, ¡oh Felipe! en celestial palacio,
pues a tu admiración el cielo atento,
la tierra te da Isidro, el fuego Ignacio,
Francisco el mar, cuando Teresa el viento.

ROMANCE A UNA DAMA

¿No me conocéis, serranos?
Yo soy el pastor de Filis,
cera a su pecho de acero,
esclavo a sus ojos libres.

Huésped en vuestras riberas,
oponer de amor me visteis
a las armas vencedoras
resistencias invencibles.

Mas ¡ay! yo muerto, serranos;
¡ay, amor, ya me venciste!;
los incendios de mis hielos
tus poderes acrediten.

Para matarme tus ojos,
Filis, el amor elige;
que a mayores vencimientos
bastan los rayos que viste.

A cuyo imperio süave,
a cuya fuerza apacible
no hay libertad que se exente,
no hay exención que se libre.

A tu beldad las beldades
desconocidas se rinden,
desde las que el Tetis beben,
hasta las que el Ganges viven.

Cuyo nombre el Gata ufano
gloria le da más felice
que sus arenas al Tajo,
que sus imperios al Tíber.

En tu alabanza mi efecto,
entre efectos imposibles
epiciclos fatigara;
mas temo que espumas pise.

Retírase, pues, cobarde,
y tanta empresa remite,
o de un águila a los vuelos
o a los acentos de un cisne;

que una voz ronca no puede
ni puede una pluma humilde
ultrajarte; que te ignora
quien se atreve a describirte.

Mis deseos igualmente
que por divina te admiten,
como a deidad te veneran
y como a deidad te piden,

así, pues, el tiempo nunca
en ti con mudanza triste
las rosas aje del rostro
ni del cuello los jazmines;

a la primavera hermosa
que en tus mejillas asiste,
en siempre floridos mayos
goce perpetuos abriles;

que admitas unos deseos,
que una voluntad estimes,
como atrevida en quererte,
acordada en elegirte.

Si tienes dueño, a tu dueño
te hurta: mi mal te obligue,
para que mi ardor aplaques,
nieve a que a mi cuello apliques.

Yo vi que hurtados a un muro
a que pudieran asirse,
le repartieron abrazos
a un árbol unos jazmines.

Tú verás que a mis deseos
solicitan persuadirte
yedra que dos olmos trepa,
vid que dos álamos ciñe.

Prisiones rompe el capullo
avaramente sutiles
el clavel, y fuera dellas
con púrpura el aire tiñe

pues te incitan sus ejemplos,
Filis, sus ejemplos sigue;
que si tú mi amor retornas,
cierto estoy que Amor me envidie.

(Descripción del Carmelo, y alabanzas de Santa Teresa)

En la apacible Samaria,
hacia donde el sol se pone,
en túmulo de esmeraldas
yace un gigante de flores.

Verde Atlante de los cielos,
tanto su beldad se opone,
que, siendo cielo en la tierra,
parece en el cielo monte.

Cerrándole al viento el paso,
sube hasta la esfera, donde
pedazo del cielo fuera,
a ser unas las colores.

Sin que el sol se albergue en ondas
se le niega el horizonte,
y hace anochecer el día
cuando amanecer la noche.

Aqueste pues cuyas plantas,
aun en variedad conformes,
son cultura celestial
de aquel jardinero noble,

de aquel venerable sol,
que en más luminoso coche,
por eclíptica de viento
planeta de fuego corre,

de aquel que rigiendo rayos
quemó los vientos veloces,
cuando abrasado el Carmelo,
eclipse vio de dos soles,

éste en las más eminente
punta que en su luz se esconde,
virgen rosa planta bella
porque del sol se corone.

Casta azucena o jazmín
süave, cuyos colores
en viva aroma los cielos
piadosamente recogen.

Santo Carmelo, tu planta
es Teresa, porque logres
su hermosura, sin que el viento
o la marchite o la borre.

PENITENCIA DE SAN IGNACIO

Con el cabello erizado,
pálido el color del rostro,
bañado en un sudor frío,
vueltos al cielo los ojos,

más muerto que vivo, haciendo
de gemidos y sollozos
los suspiros una esfera,
las lágrimas dos arroyos,

a Ignacio su mismo cuerpo,
helado, sangriento y roto,
desta manera le dice
con voz baja y pecho ronco:

-No te espantes si te trato,
como ajeno de ti propio,
que es bien que como otro hable,
pues ya contigo soy otro,

no es mucho ignore quién eres,
si el mismo que soy ignoro;
que tal tu rigor me ha puesto,
que aún a mi no me conozco.

Siete días ha que muero,
pues vivo sin saber cómo,
y a mi torpe natural
forzosas leyes le rompo.

Negando lo que te pido,
siete días ha que sólo
agua de lágrimas bebo
y pan de dolores como.

Duros abrojos tres veces
castigan mis perezosos
miembros: tan estéril tierra
¿qué ha de tener sino abrojos?

Gastadas tengo las piedras
donde las rodillas pongo,
y porque cabales vivan
cubro de sangre los hoyos.

Vivo cadáver me dejas,
y en tu espíritu dichoso
vas a gozar dulces gustos,
a gustar süaves gozos.

Todo en amor te transformas,
porque vivas en Dios todo,
con una gloria amorosa,
y con un amor glorioso.

Al alma sólo regalas:
quejas justamente formo,
pues a tus gustos mis penas
son manjar dulce y sabroso.

Dueño soy de los sentidos:
¿qué importa si no los gozo?
Pues sin alma ¿qué me sirven
boca, manos, oídos ni ojos?

Yo sus contentos no gusto,
yo sus gustos no los toco,
sus regalos no los veo,
sus dulzuras no las oigo.

Mira no se ofenda Dios,
que cargues sobre mis hombros
murallas de penitencia,
siendo el cimiento tan poco.

Una llama soy que vivo
obediente a un fácil soplo,
humilde barro, y al fin
fuego y humo, tierra y polvo.

(A una dama que deseaba saber su estado, persona y vida)

Curiosísima señora,
tú, que mi estado preguntas,
y de moribus et vita
examinarme procuras;

quienquiera que eres, atiende,
y en cómico estilo escucha;
que he de decirte un romance
para quitarte la duda.

Va de retrato primero;
luego, si quieres la musa,
irá de costumbres, bien
que habré de callar alguna.

Sea lámina el papel,
matiz la tinta, la pluma
pincel; quiera Dios que salga
parecida mi pintura.

Yo soy un hombre de tan
desconversable estatura
que entre los grandes es poca
y entre los chicos es mucha.

Montañés soy; algo deudo
allá, por chismes de Asturias,
de dos jueces de Castilla,
Laín Calvo y Nuño Rasura;

hablen mollera y copete:
mira qué de cosas juntas
te he dicho en cuatro palabras,
pues dicen calva y alcurnia.

Preñada tengo la frente
sin llegar al parto nunca,
teniendo dolores todos
los crecientes de la luna.

En la sien izquierda tengo
cierta descalabradura;
que al encaje de unos celos
vino pegada esta punta.

Las cejas van luego, a quien
desaliñadas arrugas
de un capote mal doblado
suele tener cejijuntas.

No me hallan los ojos todos,
si atentos no me los buscan
(que allá, en dos cuencas, si lloran
una es Huéscar y otra es Júcar);

a ellos suben los bigotes
por el tronco hasta la altura,
cuervos que los he criado
y sacármelos procuran.

Pálido tengo el color,
la tez macilenta y mustia
desde que me aconteció
el espanto de unas bubas.

En su lugar la nariz
ni bien es necia ni aguda,
mas tan callada que ya
ni con tabaco estornuda.

La boca es de espuerta, rota,
que vierte por las roturas
cuanto sabe; sólo guarda
la herramienta de la gula.

Mis manos son pies de puerco
con su vello y con sus uñas;
que, a comérmelas tras algo,
el algo fuera grosura.

El talle, si gusta el sastre,
es largo; mas si no gusta
es corto; que él manda desde
mi golilla a mi cintura;

de aquí a la liga no hay
cosa ni estéril ni oculta,
sino cuatro faltriqueras
que no tienen plus ni ultra.

La pierna es pierna y no más,
ni jarifa ni robusta
algún tanto cuanto zamba
pero no zambacatuña.

Sólo el pie de mi te alabo,
salvo que es de mala hechura,
salvo que es muy ancho, y salvo
que es largo y salvo que suda.

Este soy pintiparado,
sin lisonja hacerme alguna;
y, si así soy a mi vista,
¡ay, Dios, cuál seré a la tuya!

Dejemos en este estado
mi levantada figura
y vamos, de mis progresos,
a la innumerable chusma;

que hoy, en tu servicio, tengo
de cejar hasta la cuna
la memoria de mis años;
¡oh, no me aflige, entre burlas!

Nací en Madrid, y nací
con suerte tan importuna
que hasta un Ventura de Tal
conocí (¡no más ventura…!).

Crecí, y mi señora madre,
religiosamente astuta,
como dando en otra cosa
dio en que me había de ser cura.

El de Troya me ordenó
de la primera tonsura,
de cuyas órdenes sólo
la coronilla me dura.

Bachiller por Salamanca
también me hice luego, cuya
bachillería es licencia
que en mil actos me disculpa.

La codicia de un bolsico
en la literaria justa
de Isidro me hizo poeta;
¿quién no ha pecado en pecunia?

Con lo cual, Bártulo y Baldo
se me quedaron a escuras,
pues en vez de decir leyes
hice coplas en ayunas.

La cómica inclinación
me llevó a la farandula:
comedias hice; si malas
o buenas, tú te las juzga.

Desde letrado a poeta
pasé; y viendo cuánto acusan
a la poesía unos viejos
de impertinencia machucha,

traté de mudar estado;
y, por más estrecha y justa
religión, la de escudero
me recibió en su clausura.

Aquí discurra el lector
(si es que hay lector que discurra)
cuáles son, para seguidos,
los pasos de mi fortuna:

Gorrón, poeta, escudero
he sido y seré. ¡Oh suma
paciencia de Job!, ¿tuviste
más calamidades juntas?

Con estas tres profesiones,
¿quién imagina, quién duda
que habré sido el «no en mis días»
de cualquier suegra futura?

Y así, soltero hasta hoy
me quedé; y hoy más que nunca
por razones de que el duque,
mi señor, tiene la culpa;

que, como caballerizo
me hizo su excelencia augusta,
huyen todas, por no ser
caballeriza ninguna.

De este desaire de todas
me despico con algunas
que me sufren mis defectos
porque los suyos les sufra,

si bien el día de hoy
está, con las grandes lluvias,
el tiempo tan apurado
que hasta amor pena penuria;

más, como ajustarse al tiempo
dice un sabio que es cordura,
siendo congrua de mi amor
tres damas, con dos se ajusta:

dos damas tengo, no más;
que en la compañía más zurda
por fuerza ha de haber quien haga
primera dama y segunda;

y, como al fin, por el troppo
variar bella es la natura,
de las dos con que me hallo,
una es morena, otra rubia;

una es dama de alta guisa
con su poco de aventura;
de baja guisa es la otra,
que una es clara y otra culta;

una es fea, y otra, y todo;
que en esto sólo se aúnan
porque yo más quiero dos
fealdades que una hermosura.

A entrambas las quiero bien;
que aunque allá Platón murmura
que el que quiere a un tiempo a dos
no quiere bien a ninguna,

miente Platón; porque ¿qué es
querer bien a una criatura
sino querer su salud,
sus galas y sus holguras?

Pues si yo quiero que tengan
mucha salud, fiestas muchas
y muchas galas, aunque…

ELEGÍAS

1
(A la muerte de la señora doña Inés Zapata)
Sola esta vez quisiera,
bellísima Amarili, me escucharas,
no por ser la postrera
que he de cantar afectos suspendidos,
sino porque mi voz de ti confía
que esta vez se merezca a tus oídos
por lastimosa, ya que no por mía.

No tanto liras hoy, endechas canto;
no celebro hermosuras,
porque hermosuras lloro;
quien tanto siente que se atreva a tanto,
si hay alas mal seguras
que deban a su vuelo esferas de oro
sin pagar a su vuelo ondas de llanto.

¡Ay, Amarili!, a cuánto
se dispuso el afecto enternecido,
mas si el afecto ha sido
dueño de tanto efecto,
enmudezca el dolor, hable el afecto;
si pudo enmudecer o si hablar pudo
retórico dolor y afecto mudo.

¿Diré que el cierzo airado,
verde ladrón del prado,
robó el clavel y mal logró la rosa?
Mas no, porque era Nise más hermosa.
¿Diré que obscura nube,
nocturna garza que a los cielos sube,
borró el lucero, deslució la estrella?
No, porque era más bella.

¿Diré que niebla parda
la vanidad del sol tanto acobarda
que muere al primer paso
y el oriente tropieza en el ocaso
mintiéndonos el día?
No, porque Nise más que sol ardía.

¿Diré que el mar violento
hidrópico bebió, bebió sediento,
la fuentecilla fría
que en su orilla nacía,
siendo cuna y sepulcro, vida y muerte?
Mas no, que en Nise más beldad se advierte.

¿Diré que rayo libre,
ya fleche sierpes, ya culebras vibre,
en cenizas desate el edificio
que en los brazos del viento nos da indicio
de que en sus hombros el zafir estriba?
Mas no, que aún era Nise más altiva.

¿Pues qué diré que mi dolor avise?
Diré que murió Nise.
Sí, pues murió con ella
deshecha flor, desvanecida estrella,
día abortado, mal lograda fuente,
y torre antes caduca que eminente,
fingiéndose la muerte en un desmayo
el cierzo, niebla, nube, mar y rayo.

Nise murió. Dura pensión del hado
que no tenga en el mundo la belleza,
por belleza siquiera, algún sagrado.
Nise murió. ¡Qué asombro! ¡Qué tristeza!
¡Oh ley del hado dura,
decretado rigor, fatal violencia,
que no tenga en el mundo la hermosura,
por hermosura, alguna preeminencia!

Nise murió. ¡Qué extraña desventura
que no goce el ingenio por divino
privilegio en las cortes del destino!
Todos a su despecho,
a mayor majestad rindan el pecho;
el pecho, en esta ley determinado,
tercera vez dura pensión del hado.

A tres Gracias tres Parcas combatieron,
y las Gracias vencieron,
que su rigor a profanar no atreve
tanta luz, tanta rosa, tanta nieve.

Y aunque Nise quedó muerta y rendida,
dejó despierta en su beldad la vida;
y así las Parcas lágrimas lloraron,
las Parcas su sepulcro acompañaron,
esfera breve donde
la luz se eclipsa, el esplendor se esconde.

A cuya sepultura
un mármol consagraron que dijera:
«Aquí debajo de esta losa dura
la hermosura naciera,
si naciera sembrada la hermosura».

Pero siga el consuelo
al llanto, a la tristeza, a la alegría;
corra la niebla el velo
y a la noche suceda alegre el día.

La noche muestre ya la estrella hermosa,
llama el Aura el clavel, bebe la rosa,
pues Nise coronada
de nueva luz, la Nise laureada,
la adama el sol, y en trono de diamante
está pisando estrellas,
imagen ya de aquellas luces bellas,
carácter ya de aquellos otros puros
que bordan paralelos y coluros.

Y tú, hermosa Amarili, el sentimiento
trueca en gusto, en invidia el escarmiento,
pues la tierra sabiendo que tenía
dos soles, y uno apenas merecía,
liberal con el cielo
quiso partir y te dejó en el suelo
a ti, porque más bella
fénix ya del amor, venzas aquella
competencia dichosa,
pues ya sola en el mundo eres hermosa.

2
(A la muerte del Príncipe Don Carlos)
¡Oh! rompa ya el silencio el dolor mío,
y en lágrimas y quejas desatado,
al mar corra y al viento, que bien fío

del mar hoy y del viento mi cuidado,
pues patrimonio son del mar y el viento,
a un tiempo, lo gemido y lo llorado.

¡Oh! rompa ya mi pena el sufrimiento
y en lágrimas y quejas dividido,
dignísimo Fernando, mi lamento

llegue (o bien de las ondas repetido
o mal restituido de las peñas)
piadosamente a merecer tu oído.

Lisonjas, y lisonjas no pequeñas,
hace al dolor el que al dolor engaña
con voces, con suspiros o con señas.

Tú, de la gran metrópoli de España
que con arenas y átomos de oro
pródigo dora el Tajo y el sol baña,

purpúreo Atlante; tú, cuyo decoro
desde lejos saludan dulcemente
dos cisnes, éste mudo, aquél canoro.

Ya que al Cuarto Planeta en otro oriente
sustituyes la luz, suples el día,
lucero habilitado dignamente,

bien como en la celeste monarquía
virrey del sol es el mejor lucero
de quien el alma de sus rayos fía,

engaña tu dolor (no porque espero
que rústica mi voz te obligue a tanto)
sino porque mi llanto lisonjero,

las lágrimas mezclando con el canto
en destempladas cláusulas, ignora
aun él mismo si fue música o llanto.

No por vencer tu sentimiento agora
mi acento sulca ni mi pluma vuela
(si bien harto le vence quien le llora).

Con inútil retórica consuela
al triste el que su mal le facilita;
pues al son que le aduerme, le desvela.

Llore el que de su llanto necesita,
que en su principio a un accidente extraño
fuerzas le da quien lágrimas le quita.

Una pena dorada de un engaño
o cobra la razón o pierde el brío
y aquél es sólo repetirle el daño.

Así quejas y lágrimas te envío,
¡Oh, rompa ya mi pena el sufrimiento!
¡Oh, rompa ya el silencio el dolor mío!

Aunque mejor la fuerza de un tormento
sabe sentirse que decirse sabe,
porque en la voz no cabe el sentimiento,

que en el silencio solamente cabe.
Mas ya que a tanto la pasión me obliga,
quejas escucha (o con acento grave

la voz las calle o el callar las diga).
De aquella son, y con razón de aquella
dos veces, y de todos enemiga

fatal deidad, cuya triunfante huella,
sin que el respeto ni el temor la impida,
alcáceres supremos atropella.

A cuyo carro la ambición asida
arrastra las coronas que antes fueron
los ídolos humanos de la vida.

Aquella a quien en vano previnieron
defensa, ni la pluma ni la espada,
que el valor y el ingenio se rindieron.

Alcaide de la vida, que a su entrada
registro es nuestro el libro de la muerte,
partida por partida señalada.

Con condición que ha de morir advierte,
que entra a vivir el que nacer procura
echado a los umbrales de la suerte.

No el poder la venció, no la hermosura;
que ésta ni aquél pasó sin que primero
con llanto no firmase la escritura.

Luego, ¡oh rigor! (iba a decir) severo,
por cuenta le da el aire con que vive,
que aun no es suyo este soplo más ligero.

¿Quién vive, pues, sabiendo que recibe
tan contado el vivir, que siempre atenta
la muerte por los márgenes escribe

una vez que respira, otra que alienta,
y vez ninguna alienta ni respira
que no adelgace el número a la cuenta?

¿Quién no se pasma aquí, quién no se admira
y quién sin miedo en desventura tanta
de que se cumple el número suspira?

¡Oh, cuánta es hoy nuestra miseria, cuánta!
Que aunque siempre lo fue, considerando
que hoy la muerte los plazos adelanta,

parece que es mayor porque antes, cuando
bozal y torpe en su principio estaba
de sí misma ella misma hería temblando.

Un siglo entonces en poner tardaba
la flecha; un siglo entonces prevenía
el golpe; y tras dos siglos aún le erraba.

Mas hoy, que diestra la hizo la porfía,
ni un instante el vivir deja seguro,
que el día menos cierto es cualquier día.

No el sagrado dosel, no el fuerte muro,
la edad florida, ingenio el más perfecto,
la generosa sangre, el lustre puro,

la heroica majestad, el real sujeto,
todo adornado de gallardo brío,
temor la causan ni la dan respeto.

Todo lo postra, todo a su albedrío,
Carlos lo diga (y cuando a Carlos nombra
¡oh, rompa ya el silencio el dolor mío!).

Dígalo pues su voz, que muda asombra,
y débale suspiros a la muerte
ver tanta luz desvanecida en sombra.

¿Si sagrado dosel?, ¿si muro fuerte?
¿Qué muro fuerte, qué dosel sagrado
el sol ciñe, el mar cerca, el cielo advierte

ya luciente, ya nuboso, ya estrellado,
aquél vuele, aquél corra y éste ande,
que mirarse merezca reservado

como el Alcázar de Felipe el Grande,
cuando piadoso el hado un edificio
privilegiar de sus rigores mande?

Si lustre puro ¿qué mayor indicio
de esplendor y de lustre que ser rayo
de tanto sol? (No aquí delire el juicio

porque un rayo de sol sienta un desmayo,
que no deja de ser rey de las flores
porque una flor se le malogre al mayo.)

¿Si majestad heroica? Sus mayores
triunfan hoy en las lides del olvido,
nunca vencidos, siempre vencedores.

El águila alemana les dio nido,
el león de España albergue, que absoluto
término fue a su vuelo y su bramido.

Todo el orbe pagándoles tributo,
de una cuna del sol hasta otra cuna,
Emperatriz el ave y Rey el bruto.

¿Si real sujeto? Aun siendo siempre una,
su fama se excedió tal vez, pues sella
ésta con más aplausos la fortuna.

Felipe santo y Margarita bella
sus padres fueron de tan alta planta,
que humana flor no es hoy divina estrella.

¿Si claro ingenio? Manzanares canta
conceptos suyos y conceptos llora:
tanta en la fuerza de un afecto, tanta,

que con la voz que al gusto hoy se enamora,
quizá el pesar se llorará mañana,
que aun una voz a lo que nace ignora.

¿Si edad florida y juventud lozana?
Apenas cinco veces, cinco, era
cumplido el curso en que veloz devana

con hilos de oro el sol nuestra carrera,
cuando por medio enmarañando el hilo,
le cortó inexorable la tijera.

No llegó al fin su fin; con nuevo estilo
hoy se acabó y hoy se quedó pendiente.
¡Oh!, ¿para cuándo era embotarse el filo?

¿Si brío gallardo y ánimo valiente?
Dígalo el mar que le rindió oportuno
en pequeño bajel más diligente.

Por Príncipe los reinos de Neptuno
y en cortes de agua Príncipe jurado
votaron todos y faltó ninguno.

De esperanzas entonces coronado
le vio la paz y le aclamó la guerra;
sólo a la tierra le costó cuidado,

pues celosa de ver que se destierra
del centro natural al centro frío,
en sus entrañas le escondió la tierra.

¡Oh sacrílego amor! ¡Oh amor impío,
que a tu costa tus celos has vengado!
¡Oh, rompa ya el silencio el dolor mío!

Y ya que tanto mérito postrado,
humano al fin reparo no previno
a la infalible indignación del hado,

al enojo infalible del destino,
vamos a ver si le previene el celo
en la piedad del mérito divino.

Iba pues de la noche el negro velo
borrando los matices con que había
al temple bosquejado tierra y cielo

el doctísimo artífice del día,
y el sol, depositado en luces bellas
espejo hecho pedazos parecía,

que pedazos del sol son las estrellas;
y así, cuando su luz se quiebra hermosa,
es un pequeño sol cada una dellas.

Declarose la noche temerosa,
y tropezando perezoso el sueño
en la que iba arrastrando falda umbrosa,

salió mostrando el arrugado ceño,
que más horrores que cabellos vierte
de ciprés coronado y de beleño.

Y como medio hermano de la muerte
al mundo medio muerto sepultaba
cuando aun al sueño hicieron que despierte.

Voces que sólo el eco articulaba,
porque todas a un ¡ay! las reducía
y errando el pueblo (si por dicha erraba,

aunque confusamente discurría)
al Monte de piedad llegó, al Erario
en uno y otro templo de María.

No perdonó devoto santuario
que no solicitase a aquella hora,
uno en la fe y en el efecto vario;

pues aunque dos imágenes adora,
es sola una deidad: y así, en lo oculto,
de noche en dos orientes vio una aurora.

Con poca pompa, el venerado bulto
(si ya no fueran pompas las querellas,
que querellas de fe también son culto)

llegó a palacio; y mudas las estrellas,
con muestras de dolor extraordinarias
(quizá por ser de Carlos una dellas)

acompañaron, aunque en luz contrarias,
las antorchas conformes en belleza,
unas y otras nocturnas luminarias.

Madrid, viendo que plebe y que nobleza
igualmente se inclina, igual se mueve
al llanto, a la piedad y a la tristeza,

quiere que suyos dos mensajes lleve:
por la nobleza un Duque de Gandía
y un labrador humilde por la plebe.

Francisco, pues, y Isidro ante María,
a un tiempo en cielo y tierra están postrados
alma y cuerpo gloriosos aquel día.

¡Oh! ¿No parece aquí que con candados
están los cielos? Pues abridlos, cielos:
mirad qué implican cielos y cerrados.

¿Tantos suspiros? ¿Tantos desconsuelos?
¿Tan sincero clamor? ¿Llanto tan pío?
¿Tantas penas, Señor, tantos desvelos,

solamente os merecen un desvío?
¿Cuándo la voz no fue del cielo llave?
¡Oh! rompa ya el silencio el dolor mío.

Mas ¡ay! que en la mayor, en la más grave
pena, aunque sabe el que afligido llega
que ha de pedir, qué ha de pedir no sabe,

que el hombre es liberal con quien le ruega,
por lo que a quién le ruega le concede,
y Dios es liberal por lo que niega.

Tanto con él la voz o el llanto puede,
que por agradecer la voz o el llanto,
tal vez negando su poder excede.

Luego tanto retiro, enojo tanto,
pareciendo rigor, será clemencia,
pues siempre es liberal el cielo santo.

¡Oh, quién de parte de la providencia
hoy estos dos extremos careara,
aquí el dolor y allí la conveniencia!

Porque al mundo el examen consolara
cuando en sombras y lejos percibiera
el daño que otro daño le repara.

Qué alegre entonces, si la piedad viera
disfrazada en rigor del mismo cielo,
otra vez sus desdichas le pidiera.

Pues si ignorante pide nuestro celo,
y docto él nos mejora la fortuna,
sírvanos el castigo de consuelo.

Y pues del ataúd y de la cuna,
líneas en que nacemos y morimos,
una es la forma y la materia es una,

y de un sepulcro a otro sepulcro fuimos
(polos en que el pequeño mundo estriba),
muriendo desde el punto en que nacimos,

dichoso aquél que de vivir se priva;
pues si a morir viviendo el hombre nace,
muriendo bien no hay más para qué viva.

Ninguna acción al dueño satisface
tanto, que la atención escrupulosa
no la enmiende después, con que se hace

más perfecta, más noble o más hermosa:
sólo el morir esta elección no tiene,
siendo el morir la más dificultosa.

Luego a aquél que la muerte le previene
con avisos de un día y otro día,
no llorarle, envidiarle nos conviene.

Suceda, pues, al llanto la alegría,
pues para que al morir perfeccionase,
murió Carlos sabiendo que moría.

Y ya que el cielo quiere que hoy abrase
las plumas, siendo pira el monumento
de quien su luz entre cenizas pase

a otro centro, a otra esfera y a otro asiento,
y dejando a la tierra sus despojos
es ya estrella añadida al firmamento,

pasen también nuestros turbados ojos
de un objeto a otro objeto su sentido,
que dichas podrán ver quien pudo enojos.

Vean que en prendas hoy de un bien perdido
dos los cielos eternos aperciben
que aun mal está el consuelo repetido.

Felipe y Baltasar felices viven,
cuyo nombre los hados respetando,
con letras de oro en láminas escriben.

Que nunca el tiempo alcanzará volando,
porque aun el tiempo parará primero.
¡Oh! vivan pues; y tú, noble Fernando,

ya Marte religioso, ya guerrero
Apolo, con la espada y con la pluma,
de tantas esperanzas heredero,

al mar sujeta la rizada espuma,
postra a la tierra la cerviz altiva
y haz que el mar y la tierra te presuma

luz que del Sol Felipe se deriva;
y pues de ti tantos aplausos fío,
mientras tu nombre, ¡oh gran Fernando!, viva,
no rompa ya el silencio el dolor mío.

PANEGÍRICO

(Al Excelentísimo Señor Almirante de Castilla)
Mil veces sea repetido el día,
Señor Excelentísimo, en que vea
quieta España su heroica Monarquía.

Repetida la luz mil veces sea,
Señor Excelentísimo, en que Francia
los desengaños de su orgullo crea.

De una y otra fortuna la distancia
fausta y infausta piedra la señale,
blanca al valor, y negra a la arrogancia.

¿Qué aplauso habrá que tanto triunfo iguale?,
¿qué triunfo habrá que iguale tanta gloria
si una sola por todos juntos vale?

Roma lo diga, acuérdenos la historia
la variedad de honores que tenía
para quien la añadía una victoria.

Mural corona ufana prevenía
al que contrarios muros asaltaba
por las brechas que abrió la batería.

Cívica aquella era que se daba
al que en la lid tanto valor mostrase
que socorriese al que en peligro estaba.

Vallar se concedía al que ganase
las trincheras y fosos que tuviese
el enemigo donde se amparase.

Triunfal la antigüedad quiso que fuese
la que ilustrase al que morir expuesto
en campal lid a cinco mil venciese.

Obsidional la que al peligro opuesto
hiciese levantar al enemigo
sitio que ya una vez tuviese puesto.

Pues siendo así, señor, que hoy es testigo
el mundo de que todo lo habéis hecho,
todos los triunfos que os aclaman digo.

Todos os apellidan, satisfecho
cada cual de que él es el conseguido
del real valor, de vuestro ilustro pecho.

Mural facción vuestra facción ha sido,
puesto que al enemigo habéis hallado
en regulares muros defendido.

Por asalto fue dellos arrojado,
luego ganado por asalto el muro,
mural corona de oro habéis ganado.

Cívica también es de roble duro,
puesto que a otro socorristeis cuando
aun de si mismo no vivía seguro.

Can la hambre, el tiempo y el francés lidiando,
ya desahuciada de su valentía,
en brazos de la muerte agonizando

estaba la leal Fuenterrabía
el día que feliz la socorristeis,
que aun fue con el valor preciso el día;

luego si vida al casi muerto disteis,
la invasión de la patria asegurada,
la cívica corona conseguisteis.

No menos la vallar, apellidada
así de los vallados en que se hacen
el foso, la trinchera y la estacada;

si éstas a vuestro impulso se deshacen,
y llenas de despojos justamente
animo hoy y codicia satisfacen,

más gloriosa, señor, más dignamente
el esplendor de la vallar corona
los rayos ceñirá de vuestra frente.

Pero en vano sus méritos abona
a preferir atenta cada una.
Si la triunfal de su laurel blasona,

mejor derecho tiene que ninguna,
mejor acción por ser en sus empleos
la dádiva mayor de la fortuna.

Sólo aquel que ceñido de trofeos
de cinco mil triunfó en campal batalla,
con ella satisfizo sus deseos.

Luego en vos, gran señor, para logralla,
no solamente el número cumplido
pero excedido el número se halla.

Diez y ocho mil son los que habéis vencido
de poder a poder en la campaña
que tumba de cadáveres ha sido.

¡Oh! mire el sol con novedad extraña
triunfales pompas en España el día
que entre en su corte el defensor de España.

Mas no, que tanta pública alegría
aun es bastarda voz de vuestra fama,
mudo clarín de vuestra bizarría.

La obsidional corona es la que os llama,
quien desciñó por el laurel el oro,
ahora el laurel desciña por la grama.

Rústica plante es, pero no ignoro
que fue de humana púrpura teñida,
de los Césares último decoro.

Esta diadema a todas preferida
(de muchos con afecto deseada,
de pocos con efecto conseguida)

para vos, héroe invicto, está guardada
en el templo de Marte, donde yace
más verde cuanto más ensangrentada.

De las ruinas en quien silvestre nace
para don, el sitiado la tejía,
(que al don el celo, y no el valor le hace)

al que le desitiaba la ofrecía,
siendo el mayor blasón de todos cuantos
la premiadora antigüedad tenía.

Entre los dioses colocaba santos
al que entre el sitio y sitiador entraba,
noble despreciador de riesgos tantos,

si un ejército pues desalojaba
y si un pueblo dejaba asegurado,
semidiós uno y otro le aclamaba.

A tanta dignidad habéis llegado,
puesto en huida el sitiador lo diga,
dígalo en libertad puesto el sitiado.

Pero no un premio a otro contradiga,
que quien todos a un tiempo los merece,
todos a un tiempo es bien que los consiga.

Y así cuantas guirnaldas os ofrece
hoy la inmortalidad de vuestra fama,
que a nunca ser mayor por puntos crece,

ceñid iguales y una y otra rama,
a vislumbres descubra entretejida
el oro entre el laurel, el roble y grama.

No es modestia la gloria conseguida
recatarla, demás que siempre ha sido
la modestia virtud no agradecida.

Pues habéis cinco glorias conseguido,
cinco triunfos lograd; no se nos quede
por pereza con ellos el olvido.

Fiscalice la envidia que no puede
un hombre merecer, por más que un hombre
verá que sí, él mismo a sí se excede.

¿Qué virtudes le dan alto renombre
a un general para vencer glorioso
antes que con la espada con el nombre?

¿Ilustre sangre? ¿Espíritu brioso?
¿Feliz fortuna? ¿Prevención prudente?,
¿pródiga mano y celo religioso?

Pues si tantas virtudes igualmente
caben en un sujeto, en un sujeto
tantos lauros cabrán precisamente.

Perdonalde, señor, hoy a mi afecto
la ociosidad de ver que a cargo toma
haceros ejemplar deste concepto.

Si ilustre sangre ¿qué cerviz no doma
lo Enríquez en los Reyes de Castilla
lo Colona en los Césares de Roma?

Si ánimo invicto, ¿qué poder no humilla
ardimiento que en todas ocasiones
desenvaina el primero la cuchilla?

Si prudente gobierno, ¿qué blasones
no adquiere desvelada una cordura
que obra tantos aciertos como acciones?

Si fortuna feliz, ¿qué más segura
que aquella que a pesar trae de los hados
obediente a su arbitrio la ventura?

Si generosidad, ¿qué más probados
argumentos que ver entre despojos
vos volvéis pobre y ricos los soldados?

Y si celo católico, ¿qué enojos
no os cuesta algún insulto, desatando
iras el pecho y lágrimas los ojos?

¡Oh! enmudezca la envidia, confesando
silogismos que ya negar no puede
porque está la verdad argumentando,

y pues la misma envidia los concede,
vivid, venced, triunfad, sin que ninguna
acción al tiempo contra vos le quede.

Y si por dicha se volviere de una,
que es decir que en el mar no habéis tenido,
Señor, de vuestra parte a la fortuna,

estad de la respuesta prevenido,
y no la general de que el acaso
siempre avisa después de acontecido.

Particular razón en este caso
hay, sin aquella de que no amancilla
al valor la violencia del fracaso.

Y es que siendo desde una hasta otra orilla
vos general del mar, por la gloriosa
dignidad de Almirante de Castilla,

celoso el mar de ver vanagloriosa
con ejércitos vuestros a la tierra
amotinó su saña procelosa.

Y desatando cuanta furia encierra
ningún socorro que os llegase quiso
por medio suyo para hacer la guerra.

Venganza sin cordura y sin aviso,
pues hizo más osado el vencimiento
cuanto el número hizo más remiso.

No advirtió que sobraba vuestro aliento
aun para conseguir mayores glorias
a despecho de mar, de fuego y viento.

Ni es la primera vez que las historias
acordarán que en el cantabrio suelo
deben a vuestra casa sus victorias.

Esa plaza, esa misma al desconsuelo
rendida de otra gálica violencia,
empresa fue de vuestro invicto abuelo.

Su libertad os viene por herencia,
y hoy con mayor ventaja, cuanto ha sido
la mejor redención la providencia.

Más tiene que estimar el socorrido
antes de verse padecer el daño
que no después del daño padecido.

Luego claro probó este desengaño
que os debe más a vos, hoy defendida
la plaza, antes de riesgo tan extraño,

que al que después la vio restituida.
pues la habéis socorrido vos sitiada
si vuestro abuelo la cobró perdida.

Tanta victoria pues, tan señalada
facción, tan grande hazaña, tan altiva
empresa, gloria al fin tan celebrada,

siempre inmortal a par del tiempo viva.
Con voz la fama de metal la cante
y con letras de oro el sol la escriba.

Siendo para que dure más constante
un bronce repetido cada acento,
cada lámina un libro de diamante,

que yo, muda la voz, torpe el aliento,
ya reconozco, gran Señor, que en suma
ha menester tan generoso intento,
mejor voz, mejor plectro y mejor pluma.

DÉCIMAS

1
(A la Muerte)
¡Oh tú, que estás sepultado
en el sueño del olvido,
si para tu bien dormido,
pata tu mal desvelado!
Deja el letargo pesado,
despierta un poco, y advierte
que no es bien que desa suerte
duerma, y haga lo que hace
quien está desde que nace
en los brazos de la muerte.

Da lugar al pensamiento
para que discurra, y veas
y que lo más que tú deseas
no es más que soplo de viento.
No labres sin fundamento
máquinas de vanidad,
pues la mayor majestad
en un sepulcro se encierra,
donde dice, siendo tierra:
«Aquí vive la verdad…».

Mira cómo pasó ayer,
veloz como tantos años:
evidentes desengaños
del limitado poder.
Lo que fue dejó de ser,
y no quedó dello más
del ha sido: tú, que vas
por este mundo inconstante,
mira que el que va adelante
avisa al que va detrás.

La corona y la tiara
que tanto el mundo estimó
¿qué se hizo?, ¿en qué paró
sino en lo que todo para?
¡Oh mano del mundo avara!
Si tanto bien nos limitas,
¿para qué, di, nos incitas
a aspirar a más y más,
si lo que despacio das
tan de prisa nos lo quitas?

Si te engaña el propio amor
para que no veas el daño,
la muerte, que es desengaño,
sirva de despertador.
Hoy nace la tierna flor
y hoy su curso se termina;
todo a la muerte camina:
la estatua del más bizarro,
como está fundada en barro,
la deshace cualquier china.

¿En qué piensas o a qué aspiras
cuando tras tu gusto vas,
pues dél no te queda más
que enemigos que conspiras?
Si es que adelante no miras,
mira la vida pasada,
que si en tan corta jornada
lo más pasa desa suerte,
hasta llegar a la muerte,
¿qué te queda? Poco o nada.

Desde el nacer al morir
casi se puede dudar
si el partir es el parar,
o el parar es el partir.
Tu carrera has de seguir:
y pues con tal brevedad
pasa la más larga edad,
¿cómo duermes y no ves
que lo que aquí un soplo es
es allá una eternidad?

Mira el tiempo volador
cómo pasa, y considera
cómo va tras la carrera
desde el menor al mayor.
El esclavo y el señor
corren parejas iguales,
que como nacen mortales,
iguales van a la hoya,
de cuya deshecha Troya
aún no quedan la señales.

La juventud más lozana
¿en qué paró?, ¿qué se hizo?
Todo el tiempo lo deshizo
y anocheció su mañana,
la muerte siempre es temprana
y no perdona a ninguno:
goza del tiempo oportuno,
granjea con tu talento,
que aquí dan uno por ciento
y allí dan ciento por uno.

¿Qué eternidades te ofrece
la más dilatada vida,
pues que apenas es venida
cuando se desaparece?
Hoy piensas que te amanece
y es el día de tu ocaso.
¡Término breve y escaso!
Mas ¿qué mucho, si volando
te va la muerte buscando
cuando tú vas paso a paso?

La dama más celebrada,
lazo en que todos cayeron,
ella y ellos, di, ¿qué fueron
sino tierra, polvo y nada?
¡Oh limitada jornada,
oh frágil naturaleza!
La humildad y la grandeza
todo en nada se resuelve:
es de tierra y a ella vuelve,
y así, acaba en lo que empieza.

¿De qué te sirve anhelar,
por tener y más tener,
si eso en tu muerte ha de ser
fiscal que te ha de acusar?
Todo acá se ha de quedar;
y pues no hay más que adquirir
en la vida que el morir,
la tuya rige de modo,
pues está en tu mano todo,
que mueras para vivir.

2
(A Lope de Vega Carpio)
Aunque la persecución
de la envidia tema el sabio,
no reciba della agravio,
que es de serlo aprobación.
Los que más presumen son,
Lope, a los que envidia das,
y en su presunción verás
lo que tus glorias merecen;
pues los que más te engrandecen
son los que te envidian más.

3
(A San Isidro)
Ya el trono de luz regía
el luminoso farol,
el fénix del cielo, el sol,
cuya edad es sólo un día.
Ya desde la tumba fría
en su fuego vuelve a ser
hoy lo mismo que era ayer;
que, si en todo es de sentir
que nace para morir,
él muere para nacer.

Veloz la vida se quita,
con que más gloria se adquiere,
pues cuando en el agua muere,
en el fuego resucita.
Las aves, a quien incita
la luz de sus resplandores,
cantando dulces amores,
eran, con belleza suma,
al campo flores de pluma
cuando al viento aves de flores.

Entre las rosas cantaban
y el aura que las movía
solamente conocía
por aves las que las volaban.
Todas a Isidro esperaban,
cuando el labrador dichoso
se quedaba perezoso
de su trabajo olvidado:
¿quién vio vicioso al cuidado
y al descuido virtuoso?

Antes de labrar el suelo
(¡oh tardanza de amor llena!)
en la Virgen de Almudena
labraba piadoso el cielo;
y como su santo celo
en el sol le suspendía
de la celestial María,
divertido, no pensaba;
como siempre, al sol miraba,
que pudo pasarse el día.

SOLILOQUIOS

(De Segismundo)
1
Apurar, cielos, pretendo,
ya que me tratáis así,
qué delito cometí
contra vosotros naciendo;
aunque si nací, ya entiendo
qué delito he cometido;
bastante causa ha tenido
vuestra justicia y rigor,
pues el delito mayor
del hombre es haber nacido.

Sólo quisiera saber,
para apurar mis desvelos
(dejando a una parte, cielos,
el delito de nacer),
¿qué más os pude ofender
para castigarme más?
¿No nacieron los demás?
Pues si los demás nacieron
¿qué privilegios tuvieron
que yo no gocé jamás?

Nace el ave, y con las galas
que le dan belleza suma,
apenas es flor de pluma
o ramillete con alas,
cuando las etéreas salas
corta con velocidad,
negándose a la piedad
del nido que deja en calma;
y teniendo yo más alma
¿tengo menos libertad?

Nace el bruto, y con la piel
que dibujan manchas bellas,
apenas signo es de estrellas
-gracias al docto pincel-,
cuando atrevido y cruel,
la humana necesidad
le enseña a tener crueldad,
monstruo de su laberinto:
¿y yo, con mejor instinto,
tengo menos libertad?

Nace el pez, que no respira,
aborto de ovas y lamas,
y apenas bajel de escamas
sobre las ondas se mira,
cuando a todas partes gira,
midiendo la inmensidad
de tanta capacidad
como le da el centro frío;
¿y yo, con más albedrío,
tengo menos libertad?

Nace el arroyo, culebra
que entre flores se desata,
y apenas, sierpe de plata,
entre las flores se quiebra,
cuando músico celebra
de las flores la piedad
que le da la majestad
del campo abierto a su huida;
¿y teniendo yo más vida,
tengo menos libertad?

En llegando a esta pasión,
un volcán, un Etna hecho,
quisiera arrancar del pecho
pedazos del corazón:
¿qué ley, justicia o razón
negar a los hombres sabe
privilegio tan suave,
exención tan principal,
que Dios le ha dado a un cristal,
a un pez, a un bruto y a un ave?

2
Sueña el rey que es rey, y vive
con este engaño mandando,
disponiendo y gobernando;
y este aplauso, que recibe
prestado, en el viento escribe,
y en cenizas le convierte
la muerte, ¡desdicha fuerte!
¿Que hay quien intente reinar,
viendo que ha de despertar
en el sueño de la muerte?

Sueña el rico en su riqueza,
que más cuidados le ofrece;
sueña el pobre que padece
su miseria y su pobreza;
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.

Yo sueño que estoy aquí
destas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.

(De «La Vida es Sueño»)

Cuentan de un sabio que un día

Cuentan de un sabio que un día
tan pobre y mísero estaba,
que sólo se sustentaba
de unas hierbas que cogía.
¿Habrá otro, entre sí decía,
más pobre y triste que yo?;
y cuando el rostro volvió
halló la respuesta, viendo
que otro sabio iba cogiendo
las hierbas que él arrojó.

Quejoso de mi fortuna
yo en este mundo vivía,
y cuando entre mí decía:
¿habrá otra persona alguna
de suerte más importuna?
Piadoso me has respondido.
Pues, volviendo a mi sentido,
hallo que las penas mías,
para hacerlas tú alegrías,
las hubieras recogido.
(Fragmento de La vida es sueño)

Autor

Donaciano Bueno Diez
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