JUVENTUD DIVINO TESORO [Mi poema] Nara Mansur Cao [Mi poeta sugerido]
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MI POEMA… de medio pelo
Yo envidio de los jóvenes su empuje,
las ganas de vivir y de luchar,
y envidio la manera de enfrentar
la vida cuando sienten que les cruje
y lleva sin cesar a naufragar.
Y admiro a los que tiran de la vida
gozando y disfrutando sin cesar
sin ver tiene un final y ha de parar,
cual fuera que se dan a la bebida
y sienten el placer de emborrachar.
Me gustan los que armados de coraje
presumen de taimados y valientes
haciendo a sus verdades consistentes
cuidando no ocultarse en el paisaje
dejando no arrastrar por las corrientes.
Que así es como era yo cuando empezaba
a andar este camino de aventuras
driblando con las duras y maduras
que así ya se acabó lo que se daba
poniendo a cada herida mis suturas.
©donaciano bueno
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Una muestra de sus poemas
MI POETA SUGERIDO: Nara Mansur Cao
Piano preparado
Dentro del instrumento ocurre la bacanal
primera pieza en la que inserto
–entre las cuerdas de la garganta–
pequeños objetos encontrados la noche anterior:
¡mi boca, mi boca!
en un salón con cuatro probadores y un único
espejo de pared a pared;
Entre las cuerdas del vecindario comienzo a sumar
el gusto por la preciosa madera
los biombos, el fileteado en rosa, el honor.
Bacchanale escriben sobre mi puerta los bandidos
y me nombran con una cruz rosa y definitiva;
Dentro de mi boca se oye la melodía del diente enfermo
decidido a contar, a reparar la afrenta:
es la primera pieza para piano preparado, para boca aséptica
en la que inserto la invención rosa, que consiste
en entresueños de objetos
de metal, goma, burletes y tornillos, con tuercas rosa flor
lengua exiliada, rosas en la boca
para modificar el aliento, y más recientemente
el timbre de la voz, la altura de los molares superiores.
Rosa descalza, arrugada, pero reconocible
flor todavía
cuando el cuerpo es un inmenso escaparate
y un único espejo de pared a pared te cuenta lo cuerda que estás
¡oh cuerda de piano preparado!, ¡oh bacanal!;
Pero esto sólo parcialmente porque la cabeza
continúa sobre los hombres
y los viejos resortes se vuelven esponjosos
y demasiado tibios adentro del instrumento.
Ya no me puede sostener mi nombre a mí.
¡Oh, cuerda! ¡Oh, cruz rosa y definitiva!
(de El trajecito rosa, Buenos Aires Poetry, 2018)
Rouge
Me dice que debo ser más espiritual / ¿me dice
que no soy espiritual?
entonces
tírate en la yerba patas arriba mira el cielo me tiro le digo me tiro
me caigo miro el tiro largo en su entrepierna
estrella solitaria el tiro sobre mi frente largo
como una perra una cucaracha una boina me tiro
brillante toda de lentejuelas cabeza y zapatos tacos aguja
espiritual metida ahí mirando sin ver de qué se trata el espíritu
la verdad tirar y tirar bien
de estos tiempos la economía el precio de la leche hoy.
Y empiezan los ladridos a vestirme como nadie
lo ha hecho
amo a estos perros –me digo– y ladro yo también
ensimismada, peluda
dejándome ser en otra parte en parte ser otra misma
porque aquí no hay palabras solo tiros cortos y largos
le repito: “Aquí no hay palabras es sólo espíritu”.
¡Ay!
de aquellos que quieren llegar a alguna parte déjenlos ir
ahora o en cualquier otro momento Dispárenles
en la frente como a mí.Den a cualquier pensamiento
un empujón
como me lo dieron a mí en la yerba patas arriba
una pulsión, como si me desnudara con todos los brillantes sobre los ojos
como si no hiciera falta mirarse destajar la pared
como si me olvidara de los tacos aguja.
Pero lo asume lo lleva adelante se entrena es porfiado
habla. Me mete un tiro. Me pone
ese tono rosado en las mejillas tan favorecedor
y el rouge que no puede faltar en los labios
el rouge.
(de El trajecito rosa, Buenos Aires Poetry, 2018)
United States of America
Usa palabras demasiado sofisticadas, argumentos
memoriosos, infalibles.
Usa depiladora profesional, se deja besar
la barba recién nacida, se acuesta boca abajo.
Usa el tenedor como cuchara de albañil. Usa mis dientes
para zafarse de lo que lo aprisiona, grilletes
aparecidos en una página de El presidio político en Cuba.
Se llama Lino Figueredo,
el hombre niño que nos deja los ojos sin agua potable
cavernosos
y toda la antigua humedad la usa para limpiar
para volver a leer la narración como no narración
el silencio como ruido callado a destiempo
el rocío para lavar la ropa recién comprada.
¡Ay, los encajes! ¡Ay, el cloro!
Usa palabras como testigo ocular, palabras como ojos
palabras como lágrimas.
Usa mis manos para abanicarse
porque hace mucho calor, porque hace mucho frío.
Se toca. Se llama Lino Figueredo
y va a morir en mis brazos.
Usa las palabras sin entenderlas pero le gusta
argumentar, contarle a los otros lo que le pasa
o mis técnicas.
Si no entienden no importa, usa las palabras, usa
los silencios, se corta las patillas, come, patina, me pide
las manos abiertas, la rosa moñuda.
Se toca.
Usa la vida como si estuviera muerto
porque la presencia no basta
la resolución de presencia no basta –me dice– y yo
lo agito, le corto las patillas, le doy vuelta, me lo tomo:
“La resolución de presencia no basta”
me toco / estar viva no basta / me toca / estar vivo no
basta / lo toco.
La depiladora la uso para saber que está ahí
para abrir la ventana – las técnicas –
sin caerme, para cortar a lo lejos los vestidos, las armaduras.
Usa las palabras para nombrar infalibles, deseos, grilletes
ventiladores: cuchara dolida por mi rosa, por la impostura de su mano
porque no entiende si no lo ve, porque no sabe si no lo toco.
(de El trajecito rosa, Buenos Aires Poetry, 2018)
El ojo tiene que viajar
Todo eso vuelve como los sueños en los que suspendemos
las pruebas de física, de química, de astronomía… Hay
que contar esos sueños, el turbio negocio de los datos
la mente en blanco, el cero sobre cero de esas horas
solos tú y yo
marcadas al agua esas horas, fileteadas en dorado y rosa
horas en que soy devuelta a otro concurso seguramente
a otro cuerpo, toda arrebol y vergüenza.
Suspensa, suspendida. Rosada.
Todo eso puede volver –me digo. ¿O me dicen?
Solos tú y yo, los impostores, las sombras
los muertos que regresan a pedir alguna explicación
los enfermos que quieren abrir la palabra y encontrar
el tesoro, especular.
Otra vida
“I love you” –me dices.
Todo eso vuelve como los sueños y los desaprobados
las cartas abiertas.
Todo ese espejo te vuelve a mirar
–le digo porque le creo–
Solos tú y yo. Amar en tercera persona, decir
flexionar la cabeza e intentar pronunciar un
“vosotros, ustedes”.
Solos tú y yo y cierta invalidez que nos convida, nos favorece:
tan solos, tan torpes, con el cuello todavía blanco
todavía joven.
Otra vez con esas horas de cero sobre cero
de dorado y rosa, de lo que te dicen y de lo que repites.
“I love you”
Pero suspender es mejor que apagar, incluso mejor que
hibernar. Suspendida. Rosada.
— “Cuando tengas cuatro, mamá, y seas grande como yo”—
Y es Emilia la que me despierta y me sacude
las fatales horas, los retratos con la boca torcida.
(de El trajecito rosa, Buenos Aires Poetry, 2018)
Tratado de mecánica celeste
Flor doméstica, beso que besa triste a una amiga;
inocultable paz, vergüenza casi —tu nombre pegado a
mi boca—
mi boca diciendo que esta boca no es tuya ni mía;
un ritmo insalubre, un ritmo otra vez y otra vez
malhumorado, que siente vergüenza de sí mismo,
y me digo y me dices: «no me acuerdo». Qué palabras
son esas.
«No niego esa pequeña f lor en mi balcón
doméstica» —dije. «Domesticada» —dijiste,
no sé de dónde vino semejante f lor:
si la pesqué o la cacé o la maté de algún modo
a esa f lor antes ajena y libre
(la maté de algún modo para poseerla,
para dominarla con cierto criterio de belleza
más salvaje aun que su condición).
Qué banal, qué venática, qué vena abierta,
qué ventolera:
cómo enseñar a jugar a una f lor,
cómo enseñarle a jugar con los demonios de una casa.
Qué decirle cuando nos quedamos solas.
—«¿Me vas a enseñar a jugar?» —le digo yo a la flor salvaje.
Qué voz es esa:
¿la de mi madre afónica por la tiza o es Emilia otra vez?
¿quién amenaza, quién provoca, quién quiere entretenerse?,
blanca mi madre, blanca Emilia, yo verde.
Qué cosa inmaterial su voz, qué alegre la voz de mi madre
después de tantas horas de clases,
qué tierna revancha al paso del tiempo.
La voz de mi madre qué cantarina —dice mi padre.
¿Y ahora soy feliz?
Ahora y después o mañana y antes incluso quizás.
Ayer mientras llovía quizás estaré lista para ser feliz.
Me quedaré tranquila un rato ayer. Hablaré
más bajito y más despacio ayer.
¿Me vas a enseñar a jugar, mamá?
(de Régimen de afectos, Letras Cubanas, 2015)
Hombre vertiente
A fuerza de dentelladas, a fuerza de apalearme;
con el desorden en la boca y los malos arreglos,
voy directo a comer y de una zampada digo adiós
y tiro la trompetilla final:
me acuso y me perdono a un mismo tiempo
y no se sabe más nada de mí, más nada de mi vértigo,
más nada del régimen de lluvias, más nada del salto.
Sólo agua y silencio, sólo cuerpos sin orden:
hombre aislado en la muchedumbre —diríamos ahora.
Hombre a secas, hombre piedra dentro de las piedras,
piedra dentro de la bota de otro hombre, orín ya seco en el pantalón;
hombre molestia, hombre que se acobarda
—eso dijeron entonces—, de eso me acuerdo.
(de Régimen de afectos, Letras Cubanas, 2015)
Reinventando persona y personaje
En ese momento en que hemos sido más que nada rutina:
violación aplazada, sin plaza y sin palacio.
En ese hueco de sobriedad y grisura
sin miramientos ni lugares para la duda,
en el instante del desamor
profundo,
como el mar que nos ahoga en la foto
aun sin sumergirnos.
En ese momento cuando lo dimos todo
equivocadamente,
como una limosna grácil y burguesa,
con un leve aire de superioridad:
algo así como un par de zapatos usados
ya levemente deformados en la empuñadura.
¿Serían armas eficaces nuestros zapatos,
aquellos zapatos que me regalaron, que yo misma regalé?
Algo así como un vestido que nos adormece
de tan abrigado y sólido. En esa hendidura
se fragmenta el frío gesto de la dádiva,
el diálogo y el sigilo.
En ese vuelo sin plumas ni globo me desintegro un poco:
en este globo agujereado y triste que nos deja caer ahora,
en el instante borroso, irrepetible,
que la foto no supo testimoniar ni yo
contarle a Guillermo con suficiente claridad.
Este momento es el de la mano que se levanta pero no asiste
a la revelación anunciada.
Sólo el hábito la recibe –a mi mano–
dulce el hábito
que me adormece nuevamente y me viste de largo
para irnos juntos de fiesta.
(de Régimen de afectos, Letras Cubanas, 2015)
Canción de Otoño en Primavera – Rubén Darío
Juventud, divino tesoro,
ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar no lloro
y a veces, lloro sin querer.
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
En vano busqué a la princesa
que estaba triste de esperar.
La vida es dura, amarga, y pesa.
Ya no hay princesa que cantar.
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
A pesar del tiempo terco
mi sed de amor, no tiene fin.
Cabello gris, así me acerco
a los rosales del jardín.
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!