CREERSE DIOS (Mi poema)
Luis García Gil (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo
 

Pues tuve un día un sueño, aun era un niño,
soñé que por las noches yo volaba,
y allí donde quería me paraba
mostrando a los presentes mi cariño
creyendo que era Dios ¡cómo molaba!

Volaba por encima de las nubes
mirando y saludando a las estrellas,
la luna y hasta el sol, y a todas ellas
les iba yo abrazando cual querube
se abraza de la teta a las doncellas.

Bastaba que tuviera algún deseo
que el mismo en un momento se cumplía,
que el tiempo y la distancia no existía,
si digo que hoy lo veo no lo creo,
si insisto me dirán que mentiría.

Y así que fuera un sueño yo viví
con tanta intensidad su fantasía,
que gozo al recordarlo todavía.
Fue tanta la emoción que presentí
que al fin vi al despertar que me moría.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO: Luis García Gil

Luis García Gil

Visita a la tumba de Antonio Machado

A JMS

En Coilliure murió el poeta. Desterrado
de la luz de la niñez, despojado del aire
candeal de la patria partida. Días azules
que se rompen, días que ya no dejan
el recuerdo tibio de Leonor en las manos.
El cantor se acerca, pone sus ojos en la tumba,
toma su guitarra, trae en su equipaje poemas
castellanos, retratos de la infancia, tibios aromas
andaluces, señoritos decadentes, turbios,
soledades, galerías y otros acentos,
versos que canta y que llena de música.
Detrás el sigilo de los cipreses, los silencios,
los ecos, las pasiones voladas, los rincones
del mar donde se queman los sueños,
hacer camino sobre la estela de la espuma,
cantar lo que se pierde, lo que ya no tenemos,
la herida que queda en los brazos del alba.
Historias tristes en la voz trémula del cantor,
canciones que son el paisaje por el que caminamos,
guitarra alzada, poema encendido que llega al pueblo,
que deja atrás la España miserable que hiela
el corazón, que inapelablemente ofende y mata.
En Coilliure la sombra del recuerdo,
el exilio, el viejo y cansado gesto
del poeta que abre sus manos a la muerte.
Y un papel ajado en el bolsillo
de la chaqueta, y los días azules
retornados en la savia del último verso.

Escrito en la arena

Las fotografías donde estamos muertos,
de donde jamás regresaremos,
las manos taciturnas rozándote
la piel en noches improbables
de amor y de consuelo, de límpida
caricia, de hálito y fulgor.
O las dudas que no acaban de dejarnos,
los nombres que nos siguen,
el oficio de buscar y no encontrar,
la huraña calidez del ascua
que dibuja extintas voluntades.
O sentir el dolor de los otros,
las multitudes que cargan su cruz
por cuestas de empinada soledad,
la campana que toca el alba
y se descuaja, el olor a mar
de la muchacha que amábamos
en los rincones de la adolescencia.
Y olvidar el desasimiento,
el crepúsculo, la nieve de todos los difuntos,
buscar al padre que aún nos espera
detrás de las palabras y de las ausencias
que rompen a deshora el corazón
Porque nada se nos perdió del todo…
O eso creemos…

Era pequeño y no sabía

Yo era pequeño y me asustaba la oscuridad,
como a todos los niños.
Yo recuerdo aquel miedo.

Yo recuerdo también
la luz cansada de un hospital
donde estuve internado.

Yo no sé donde empieza el naufragio,
cuando uno empieza a perder,
cuando a uno se le acaban las cartas
que puso sobre la mesa.

Yo sé de las sombras sobre los párpados,
sé del verso vencido en la hoja,
sé también del llanto verdadero,
de aquel que estalla en medio de la noche,
sé de esquinas amargas y de tangos
que sacuden la memoria del aire.

Yo era pequeño y no sabía nada.
Ajeno a todo lo que estaba por venir,
sólo la oscuridad era la enemiga invisible.

Pronto supe que al hombre le asustan otras cosas,
pronto supe que el sol encierra reveses y su luz
es mentira, que detrás de cada vida hay miserias
inconfesables, que el miedo cuando es miedo
es capaz de horadarte las manos y matarte.

Evocación

Perdonad que hoy evoque vuestra tristeza de seda
afirmada en el llanto, vuestro paso cansado
por las avenidas, vuestro corazón marcando
su sombra en la noche, perdonad que os evoque
sin moradas, con bocas anónimas trenzando
en vuestros labios la flor del naufragio,
perdonad que os desnude en el verso,
que os pueble con canciones de hilos rotos,
que os sustente en la palabra desarmada,
perdonad que os evoque desdobladas,
mecidas en la nada, en el desánimo,
desamparadas, con la mirada perdida
en los charcos del paseo, en la lluvia
que cae y desgasta vuestros nombres…

Evocando a Antoine Doinel

Para el poeta cubano José Pérez Olivares por el cine compartido.
Para Jean Pierre Leaud.

Ha llegado, Antoine Doinel,
hasta el mar de la vida tu paso,
y el mar que es sabio te ha revelado
todos los secretos, tus ojos han
vaciado la alforja dolorosa
del recuerdo, de orfandades
que duelen y tristes travesías,
de galopes de humo arañando
el corazón de las palabras.
Y han callado todas las sombras
de la vida cuando te has erguido
ante el mar, entre olas que te han
abrazado y gaviotas que intuyes
en ese horizonte nuevo para ti,
donde no hay cárceles tempranas
que asolan la infancia, ni raudos
latigazos estallando en el alba.

Yo sigo, Antoine, tus nocturnas
huellas por la arena, sigo el rastro
tibio de tu infancia, sigo tus señales,
tus lecturas ebrias, tu Balzac secreto
iluminando un mundo sórdido y cruel.
Yo estoy en la acera en la que tu ala
partida se reflejaba, y busco la señal
de tus zapatos, tus caminatas largas,
tu huida de los maltrechos espacios,
del cariño negado, del odio repartido.
yo sigo, Antoine, el carrusel de tus pasos,
la deriva de tus ojos, y busco ese cauce
silencioso del río por tus manos juveniles.

Lo que no sé decirte, Antoine, es que el mar
al que has llegado no es la libertad ni el reino
que buscas, más bien es el último enemigo.
que te mira implacable desde su retaguardia.

Lugares comunes

A Adolfo Aristarain.

La muerte es un lugar común,
y el olvido es otro lugar común,
otra región oscura, otra pregunta silbante,
otra tentativa de labios sobre el desamor,
¿De dónde venimos, a dónde vamos?
Fervores desvalidos cruzando las pendientes,
ideales que mueren sin ser combatidos,
revoluciones que encierran la peor de las infamias.
No hay libertad y el viento arrecia,
Buenos Aires es la soledad eterna de un tango,
los sueños huidizos en medio de la bruma,
un domingo triste sin niños y con lluvia.
No hay libertad y sólo queda pronunciarse
en la vejez y sostenerse en la mirada única,
insustituible de Lilith, en la naturaleza
desde donde la pureza multiplica formas
y sonidos, porque los pájaros son
los portadores lejanos de la esperanza.
Del corazón la anchura del deseo,
pero también los silencios y el miedo intransitable,
del hijo los reproches concatenados pero también
el cordón inquebrantable, la ternura y el celo.
Y los cigarros que matan poblando el cenicero,
en medio de conversaciones que recorren la noche,
y la muerte que llega para quedarse, para nublar
los ojos, para ataviarse del dolor de lo oscuro.
Y la soledad de los libros apiñados en cajas,
el desamparo y el sabor melancólico de las hojas,
y una música que acude desde el ayer perdido,
trayendo en su melodía fragores y esencias
de otra edad que fue nuestra y ya no es nada.

El anacoreta

A Rafael Azcona.

Llevo once años encerrado en este cuarto de baño.
Protesto contra el mundo que me cansa,
protesto contra el dinero que desvirtúa a los hombres,
protesto contra todo y contra todos,
contra el infame curso de la historia.
Mando mensajes que llegan por un conducto extraño.
El mar acoge mis palabras, mi desesperación,
mis dudas, la certeza de ser yo, de no alienarme.
La vida es esperar lo que nunca llega,
El amor es el último refugio que espero
antes de lanzarme por la ventana.
El amor que llega, salva y luego condena.
No temo a la muerte. Amo el silencio,
la ternura, la sabiduría de las clásicos.
Me descubro a mí mismo. La soledad me descifra
la esencia de las cosas. He sido libre aunque
estuviera encerrado entre estas cuatro paredes.

Ventanas cerradas

Cerradas las ventanas, el corazón, alta la melancolía,
quemado el brezo, sutil la mano que atravesaba
tu piel, que hoy es recuerdo, nocturna herida.

Que el amor pasa, duele, desplaza y muere
es algo que posee la evidencia de este sol
que arroja su marca infinita en el sendero.
Que el beso es una ráfaga, un temblor, un suceso
irrepetible, que deja en su trayecto tantas cosas,
que tiene en su trazo las voces de la vida,
las tentativas, los sueños, las esperanzas mudas,
es algo que he comprendido más tarde.

Cerrado el parque que nos sirvió el paisaje,
cerrada la casa de tus padres, cerrados los ladridos
de los perros agujerando el silencio de la noche,
cerrada la palma de tu mano en la que imaginé
una vida entera caminando juntos por la vida.

Que todo es mentira, que todo es ilusorio,
que todo termina desprendiéndose,
lo fui sabiendo más tarde, mucho más tarde.

El llanto de las palabras

Es el llanto de estas palabras,
que son como agua que derrama
su sonsonete en la tarde desabrida.

Es el llanto que pesa y que urde
en los vestigios del tiempo,
es la mordaza, la tiniebla, el oscuro
pasadizo de la vida.

Un viento viene y se lleva
el aroma escondido de tu paso,
los zarzales se alzan interminables,
y hay un ronco murmullo de sombra,
de estelas perdidas, de espinas.

Y las palabras siguen llorando,
ventea el azaroso invierno
con su copla quemada,
con su nieve infinita,
con sus rotos amantes.

Y nada importa…

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Donaciano Bueno Diez
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