TRISTE ESPIGA (Mi poema)
Carlos Humberto Santos (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

La espiga en que su grano no ha preñado
por siempre será moza, triste espiga,
tampoco se hará pan y menos miga
pues sola y solterona se ha quedado.

No habrá nadie la quiera o que la escriba,
pues esa es la desgracia Dios le ha dado,
posible no esté libre de pecado,
inútil de cernirla en una criba.

Quizás es que el varón no la vio bella,
quizás la edad legal no la tenía,
quizás es que ese amor no prometía,
quizás se enamoró de alguna estrella.

La espiga sin preñar no se resiste
ni sirve como a un roto un descosido,
mejor pudiera ser no haber nacido
pues juega si le llamas al despiste.

Sin vástagos su vida acabará
sin nadie en el futuro la recuerde,
y nunca ha de llegar siquiera a verde,
ventaja: el segador no segará.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO: Carlos Humberto Santos

Decadencia

Si las flores más hermosas pueden pervertirse hasta oler a muerte
y si el más majestuoso de los pájaros puede trinar agujas venenosas,
entonces nada puede esperarse de un saco de huesos y carne que soy yo.
Al menos, las flores devoraron el sol que yo nunca quise mirar
y los pájaros cantaron libres por los campos que yo nunca visité.

Nunca estuve vivo,
siempre estuve muerto;
muerto de miedo,
muerto de amor;
muerto en vida de muertos.

Yo me he dado cuenta tarde,
¡Pero ustedes!
¿No ven acaso que este mundo se hunde bajo un mar de lágrimas?

Tarde es para mí,
pero más tarde es para ustedes.

Oda al perro callejero

Yo celebro al compañero
de cuatro patas y una cola
que a la luz de una farola
acompaña al limosnero
con cariño muy sincero
le agradece sus cuidados
el refugio regalado
en las calles solitarias
es la casa de los parias
hogar de los olvidados

Sus dos ojos vigilantes
han descifrado al humano:
Indiferencia, desgano,
fraternidad confortante,
pieles finas y diamantes
junto a harapos y monedas
transitan esa vereda
donde un tierno cachorrito
goza echado los rayitos
que el señor Sol le conceda

Y esas pocas almas puras
que a los perros dan cobijo
deben sentir regocijo
de saber que esa criatura
que escarbaba en la basura
hoy disfruta su alimento
no hay más noble sentimiento
ni cariño mas leal
que el que brinda un animal
para olvidar tu tormento.

Adiós golondrina

¡Oh golondrina azulada,
que volaste hace unos meses!

Primero hacia el poniente,
luego hacia el norte.
Cruz de viento,
en el cielo americano.

Yo te vi despegar,
pero nunca aterrizar.

¿Te recibieron con aplausos los cuervos verborrágicos?
¿Ya armaste tu nido con las ramas de los árboles caídos?

Tú ya has abrazado a todos los continentes,
pero tu motor, corazón de aeroplano,
jamás se detiene.

Tú no naciste terrestre.
Tú floreces en los descensos
y te iluminas en los despegues,
pero lloras sobre el regazo de tu madrastra cordillera.

Mi último canto es de despedida.
Con las velas derretidas de tu altar,
me fabriqué mis propias alas.

Hoy dejo para siempre esta tierra endurecida.
Quizás, cuando el invierno implacable te obligue a buscar veranos,
revolotearás nuevamente entre estas nubes de diamante.
Y quizás entonces sientas el perfume dulce de mis besos,
impregnados en el nido cálido,
que abandono junto al río.

Y si se cumple mi presagio,
Trágate la brisa y canta.

Canta,
canta,
canta.

Porque la vida es una canción desesperada
y la muerte,
su último acorde.

El verdadero poema no es un poema

El verdadero poema
no le pertenece al poeta. No.
El verdadero poema
nace de algo que no es;
de algo que nunca será,
pero que fluye como el agua:
todo lo embellece,
a nada se le opone;
de algo que nunca ha sido,
pero que inspira a la flor:
crece en medio de la tierra
arrasada por el hombre.
El verdadero poema
no será jamás leído,
porque aquello que puede
ser escrito y nombrado,
no puede ser verdadero;
como la imagen en el espejo
no puede ser el hombre.
El verdadero poema
es como una estrella errante:
polvo que no se deja atrapar,
pero tampoco rechazar.
El verdadero poema
no conoce la palabra poema;
es esa sabia ignorancia
la que lo hace verdadero.

Adiós niña sonanta

Niña sonanta, no me abandones
¡No en esta noche tan silenciosa!
Motivos tienes para estar furiosa,
por no saber cantar tus ilusiones.

Mas no te vayas sin oír razones,
que sin ti, yo tengo un pie en la fosa;
vuelve a mis brazos niña caprichosa,
colma mis dedos de tus vibraciones.

¿Acaso hay alguien que te toca mejor?
Si esa es tu razón, debes saber
que jamás te tocarán con tanto amor.

No te dejes seducir por el placer
de sentarte en las piernas del gran cantor;
en su genio, sólo vas a padecer.

Milonga de la vieja solitaria

A Irma Olimpia

Sin cruzar jamás la puerta,
se conoce más el mundo;
sin mirar por la ventana,
se ve el cielo más profundo.

Cuando más lejos se va,
menos es lo que se aprende;
sin un paso igual se llega,
sin buscar todo aparece.

Entender y no saberlo,
como el niño, es perfección;
no ser sabio y creer serlo,
es del mundo perdición.

De los años que he vivido,
una cosa tengo clara:
que los que hablan nunca saben
y los que saben nunca hablan.

Triunfa el sabio sin reñir
e ilumina sin brillar;
habla todo sin decir
y te enseña sin juzgar.

Mucha gente está segura,
de saber lo que es correcto;
pero olvidan que lo malo,
de lo bueno es un espejo.

Haber visto la maldad,
de sus garras me ha librado;
hoy la vida yo la acepto
con lo bueno y con lo malo.

Milonga en el 104

Una mañana luminosa,
en el bus hacia el trabajo,
encontró a esa pelirroja
que tanto había admirado.

Le pareció aún más bella
de cómo la recordaba;
cuando era un hombre casado
sin pecado la miraba.

Y ahora, ella estaba ahí,
a dos pasos de distancia;
pero en su corazón huérfano,
alzó el miedo su muralla.

Y pensó por un momento,
como tantos otros días,
resignarse solo a un cruce
en la puerta de salida.

Pero un poeta rodante,
que cantaba por monedas,
le susurró en el oído,
al final de su poema:

“Cuando te haces invisible,
no hay secretos que esconder;
cuando tú no tienes nada,
nada tienes que perder”.

Y poseído, en un papel
escribió su viejo nombre,
nueve cifras y un mensaje:
¿Quieres salir esta noche?

Leve lo soltó en su falda,
la miró por un momento,
y le sonrió, con una mezcla
de dulzura y de tormento.

Y siete noches más tarde,
recibió como respuesta
un enigmático texto:
“loca, pero amé la idea”.

Caminaron y rieron
por las calles de Santiago,
cada cual volvió a su pena,
nunca más se encontraron.

Las siete estaciones del amor

Soledad

Dos seres humanos,
dos almas solitarias,
solitarias como las rocas verdes y amarillas,
solitarias como el mar de tempestades negras y azules,
solitarias como las arenas sangrientas coaguladas,
solitarias como el cielo pálido celestial.
Dos seres humanos,
dos almas solitarias,
unidas por un destino trágico,
decididas a crear una soledad más
grande que sus soledades.
Una soledad de dos.
Una soledad de nadie.

Beso

En la verde oscuridad del mundo,
emerge una pequeña luz,
esperanza amarilla
que atraviesa la ventana velada del alma
Dos rostros fundidos en la sangre,
fundidos sin saber dónde empieza uno
y donde acaba el otro.
Brazos que sostienen,
brazos que envuelven,
brazos que se dejan caer,
brazos que abrazan una nueva forma,
indescifrable, nebulosa.

Separación

Una brisa morada y negra
sopla implacable las arenas doradas
de un mar que se vuelve negro.
Atrás los verdes campos sangrientos,
los frutos negros de los árboles muertos,
un corazón estallado en el pecho,
un alma oscura como la mierda.
Se va, se va, se va la belleza,
se va su alma hacia la mar,
Atrás deja la vida,
Atrás deja la muerte.

Melancolía

Solitarias carnes ocres
cubiertas de tristezas negras.
Allá lejos, lejos de sus ojos vacíos y rectos
los verdes campos,
las doradas arenas,
el cielo púrpura, celeste y amarillo.
Allá el muelle, la barca,
los enamorados, la blanca casa.
Aquí, las piedras verdes ensangrentadas,
los moluscos muertos arrastrados por las olas turbias,
y un enorme mar azul y verde
que atraviesa la cabeza de la muerte.

Cenizas

En las calles sangrientas
de un bosque violeta y escarlata
yacen las flores muertas,
yacen las ropas teñidas de tinieblas,
yacen las cenizas de un alma muerta.
Un viento negro y lejano
sacude los cabellos ardientes de la culpa.
Bajo su vestido blanco y destrozado,
manchado de verdes manos,
emerge la seda roja de la vergüenza;
y bajo ella, sus grandes pechos ocultos,
humedecidos por salivas amarillas.
La tristeza fundida con el árbol,
verde la carne, azul el alma.

Celos

Ocultos tras murallas de bronce,
bajo nubes azules y un cielo de perlas,
se cortejan los amantes.
Ella, roja y desnuda
en sus dorados cabellos,
lo tienta con las voluptuosas
manzanas que cuelgan del árbol del mal,
Él, vestido en traje de sastre
le ofrece las flores que arrancó del jardín.
Escondido entre los árboles negros,
el furioso Dios de la tragedia
les da la espalda
prefiere mirar al infierno de frente
con su rostro azulado,
sus brazos de serpiente
y su espada de fuego.

Desesperación

Un grito infernal hizo estallar el cielo
en fuegos rojos y amarillos.
Todo lo envuelve esa luz sangrienta:
El puente, los bosques,
los mares agitados de cemento,
los barcos azules de la muerte,
los trajes negros de la indiferencia.
La ciudad entera es el grito
que atraviesa las verdes cabezas:
el grito de la violencia,
el grito del olvido
el grito de la vida
el grito de la muerte,
el último grito,
el silencio blanco.
La calma azulada.
Ada azul del alma,
calma, alma, calma…

Todo vuelve a empezar.

Pena negra

Columbia Heights

Negra es la pobreza,
en la ciudad americana.
Tras el humo de los cigarros,
se esconden calaveras negras.
Agujas nadan en el río,
donde se bautizan las negras cabezas.
¡Ay, como duele esta negra miseria!
En mi tierra, el hambre es amarilla
y la locura azulada.

Pero aquí…
aquí señores son negras,
como la noche más profunda.

Y quizás mi alma también se puso negra.
No puede ser de otra manera.
Porque si de otro color fuera,
no sentiría como siento,
esta pena tan negra.

Melancolía dominical

Tú poeta, que cantas desamor
¿Cómo puedes escribir con las venas
rotas? Cuando me torturan las penas,
de las flores no distingo el color
y más profundo se hace mi dolor,
cuando leo tus palabras, tan llenas
de libertad, no obstante tus cadenas.
Yo en cambio, que inundado estoy de amor,
me ahogo en esta página vacía,
que de mi alma nublada es el espejo.
Tal vez, en tu fugaz melancolía
se oculta solo el doliente festejo,
del que ha entendido la cruel ironía:
que el sufrir, de una dicha es el reflejo.

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Donaciano Bueno Diez

Donaciano Bueno Diez

Editor: hombre de mente curiosa, inquieta, creativa, sagaz y soñadora, amante de la poesía.

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