LA VIDA DESDE MI CAMA [Mi poema] Martín Gambarotta [Mi poeta sugerido]
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MI POEMA… de medio pelo |
De qué sirve, quisiera saber, cambiar de cama Sabe de mis caprichos, sabe de mi pereza, Ahora me relajo tumbado panza arriba, Mi cama es dulce, amable, está llena de ternura No la cambio por nadie, no la cambio por nada, |
Una vez, pensando en la anestesia, en la sala de operaciones de un hospital, le pregunté a una enfermera cual era a su juicio el mejor invento del mundo y ella me espetó: la cama. No sé en qué ella estaría pensando pero por eso en clave de humor yo le rindo aquí un homenaje.
MI POETA SUGERIDO: Martín Gambarotta
Una muestra de sus poemas
Cuando se corta por primera vez
Cuando se corta por primera vez
un pomelo en un lugar desconocido
con un cuchillo de punta redonda
y poco filo, más apto en realidad
para untar manteca, el pomelo se vuelve
más extraño que el mundo que lo rodea
de modo que mirarlo detenidamente
por demasiado tiempo antes de partirlo
es una invitación al pánico.
Cortó un pomelo transversalmente, partió
la mañana en gajos raros, la carne
rosada expuesta por primera vez
hirió con énfasis su mundo intraducible
generando una pausa acá
en el contexto de la fruta acuchillada.
Lo que decía no era lo que pensaba
Lo que decía no era lo que pensaba
hasta que cortó un pomelo por la mitad
y expuso el centro de ese mundo a la luz
entonces sí, con la fruta una vez partida
lo que pensaba era lo que decía.
No está dado el contexto para cortar
No está dado el contexto para cortar
un pomelo pero igual corta el pomelo
y así cambia el contexto dado
con un ademán ficticio produce y no produce
una alteración momentánea que oblitera
el único dato cierto
nunca hubo fruta por cortar.
La mirada fija por dos segundos en una lámpara
La mirada fija por dos segundos en una lámpara
el pomelo que tardó nueve días en cortar, el vaso
de agua que tomó en medio de la noche
la manteca untada por el cuchillo ideal, la inexistencia
del término epitomía que impide decir epitomía del hielo
y lo obligó a decir epítome del hielo, la mano en el hombro
del fotógrafo ácrata, la botella de una bebida impronunciable
que abrió con una cuchara para no volverse chino
y al cerrar los ojos la forma de la lámpara
que bajo sus párpados todavía fosforece.
Se puede, apaciguado y taciturno, mear
tartamudeando la banda de sonido que más
se le cante a tus bolas hasta que se vuelva
una deprecación constante
se puede dejar en el suelo lo que otros
podrían tener interés en llegar a levantar
y porque día tras día en este lugar
la luz mengua esquemáticamente
como si de verdad hubiera un jehová
que desde un eje a todo le echa un ojo
se puede tomar impulso sobre
la silla giratoria y
rotar un rato.