UNA HORA AL SOL (Mi poema)
Fulgencio Martinez (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA…de medio pelo

 

Una hora al sol, en ella me relajo,
permite disfrutar, es mi alegría,
lo tomo poco a poco, gajo a gajo
cual fuera bebo un sorbo de sangría.

Una hora al sol, tumbado en una hamaca,
mejor, yo lo prefiero al mediodía,
elijo cuando intenso no me ataca,
sin esa hora de sol no sé qué haría.

Aquellos que no pueden disfrutarlo
no pueden comprender lo que se pierden,
no existe capital con que pagarlo,
ni incluso aquí contar pues no recuerden.

Esa hora les prometo es medicina,
un bálsamo que quita las bacterias,
y a mi, que soy diabético, insulina
que ayuda a perdonarme otras miserias.

El sol es mi remedio, él es mi amante,
con él me siento a gusto, estoy contento,
de aquí yo soy el único acertante
del sol protagonista y argumento.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO: Fulgencio Martinez

De la vejez

Encontré, anoche, tres heridas en mi camisa:
tres agujeros sin energía, tres avisos
de multas sobre mi cuerpo cansado de andar.

La vejez no la asocio con el invierno
ni con los viejos zapatos de lobo
que me regaló mi madre en su testamento.
Ya no sé, como antes, decir anciano.
La pradera se ha curvado de niebla verde
encogida al ras del suelo en cualquier estación.

Acaso, hasta anoche,
siempre la había visto desde fuera
como un término y como una extensión
donde se arrodillaban los acordes de la fiesta…
nada más que con un interés siempre aplazado.

Ahora mismo no estoy seguro
de que no sea un rayo
que baja a herir a los otros.

Una dimisión general
que permite excepciones,
como yo…
porque sigo sin entender
la posición del alma eterna en el tablero…

Porque si el jugador decidiese el juego
nunca arriesgaría la reina,
porque envejecemos, envejecemos
con los alfiles en la posición replegada,
defendiendo un rey vestido de aire.

Perdí en el espejo la gracia,
el brillo de la ingenuidad:
arrugas en las pestañas, colores
de junco seco en ciertos ángulos
del rostro, algo más de estaño en el bronce
que apunta una ligera palidez;
leves alarmas que no me preocupan.
En fin son signos de la edad.
Temo, sin embargo, otras arrugas
otros colores de derrota;
temo más las heridas que no vi,
las instrucciones de la experiencia
que no sigo, y vienen
sin saludar, a mi paso, y acechan
encontrar asiento en mi trapecio.

Ofrenda

I
El corazón es la más dudosa
luz del ego, y la única
luz que tiene ahora
en esta experiencia de vida.

Las vocecitas de las madres primerizas,
el algodón de sus manos, el vino
y la miel de sus ojos
cuando miran hacia dentro de la luz:
Por esas voces late el corazón,
para ellas tienta mi corazón
un abecedario preciso, una proa a siempre.

Mis sueños visionarios son monerías
el ceñidor de tus senos tiene más gracia,
madre Juno, Señora de los partos,
dueña de todos los tesoros: dueña de ti misma.

Me has dado este guijarro para echarlo a la suerte,
me has escogido un corazón ligero y frágil
pero que arde con esperanza cuando lo suelto;
dame más tiempo, dame más tiempo, madre,
para que todos mis muros sean fuertes,
todas mis venas profundas: sopla mis alas.

Vencite si ita vultis

En la pila oval de la madre
fijo mi corazón como un trueno.
Mi deseo de vivir ha renacido.
Me pasmo de todas las aves.
Espero un motín de lumbre y espuma
cada día en los órdenes más fríos
o más serenos, en los sepulcros
y en la voluntad de la muerte.

Vencite si
ita vultis

II
Paso a esta procesión de serpientes
Paso a este crío inmaduro y suave
como una paloma posada en un arco.

Paso a esta flecha ligera que no
deja tiempo para curar su herida.

Paso a la magia que desdobló a Ulises.
Paso a la materia, sí, a la verdadera
materia de sueño y guerra que somos.

Paso a mi vida encontrada en un bosque.
Paso, remo y viento.

Noche de San Pedro en el Campo de Cartagena

a jeanine alcaraz

Galatea Alcaraz, agua morena
ninfa francesa llegada a Cartago
Nova en un intercambio de tesoros
entre dos reyes amigos y bárbaros.

Un poema de amor se embarca en tu voz lejana.

Tu voz le recuerda su órbita a la tierra.
Conduce al rapaz duende a la llama.
Despunta el perezoso amanecer
sacude el tirso de las bacantes
y de los bardos solos
en tu costa al norte en tu bahía al sur.

¡Mezcladera voz!
¡junio mestiza voz de jacinto y agua!
ola de sierra morena, música
de cumbres ilirias que no he visto,
música, no sé dónde… no a mi mano…
mezcladera voz no a mi mano
como no está lo imposible,
el destino, las sombras
que me reflejan, perdidas, sin voz,
en esta corta noche y la más duradera.

Cuerpo compañero

No estaba dentro sino a flor de tierra
el sustento que buscabas, tan honda
y peregrinamente, compañero.
Cuerpo, compañero mío, servido
tan bien, y tan mal a veces, cuando
abría tus páginas y leía
su letra muerta solo, el espejismo,
exento de alma, de mis pensamientos.
Esos renglones con que me hablas tú
no los entiendo ni a veces los oigo
porque estoy quizá ocupado en cosas
profundas y que no tienen sentido.
Ahora que atardece ya, te libero
del peso de mis culpas
de mis penas y de mis alegrías;
y me redimes ya de tu servicio.
La noche nos hermana.
Vayamos juntos, cuerpo,
sin hacernos promesas
de amistad eterna, por esta noche.

Fides (poción mágica)

Toda la fe en la escritura vuelve
en la escritura misma
cuando estamos a punto
de renunciar. Toda la mar abraza
a esta única gota que se hace cuenta
de la vida. Mirándome la mano
en lo oscuro, pasa un río de ceniza.
Un ápice de deslumbramiento mágico.
Un fondo de rocío bulle a ráfagas…
evoca el cielo nocturno estrellado.
Por verlo contigo valió la pena
deambular como un ciego muchos días.
Que nadie se equivoque: no elegimos.
Tan sólo se decide perseverar o no.
Los ojos del niño se divertían
cazando en un estanque
sus pensamientos, como ahora yo
sobre la hoja verde que gira en blanco.
Hoja de menta, delirio de olor
que nos quita el relente del aliento
y nos dora con ilusión los frutos
extraños que dejamos en la sombra
madurar. Los fantasmas sin sonido.
Los versos en los que se labra el alma
su vuelo sobre el olor a podrido…
Que nadie se confunda, que lea bien,
que nadie añada: “y su mortaja”.
Por verlo contigo valió la pena
deambular como un ciego muchos días.
Que nadie se equivoque: no elegimos.
Tan sólo se decide perseverar o no.

Tras la pérdida del reino seguro

No veo más que una extensión de piedras
desde aquí, mecido en la copa del barco.
Los bárbaros se han sentado en los tronos
vacantes de los reyes. Vaga la locura
por el campo de batalla que ya es todo
el reino. Mudos son los ojos que ven
esta escena y no dan señales de alarma.
¿Dónde están mis almenas? ¿Dónde la ira
y el metal de los brazos que protegieron
a mis tiernos retoños? ¿Qué se hizo de ellos?
¿Dónde las lágrimas por lo huido lejos?
¿Y adónde el cuidado de nuevo se torna?
¡Qué terror en la mar de fieros vikingos!

Por un breve tiempo

Suenan lejos, se acercan casi sin vida,
regresan en tumulto y se alinean
junto a ti, al otro lado de la sábana.
—Las huellas que abandonaste
quieren, insisten, quieren todavía
volver en tu sueño.

¿Fueron testigos de tus errores o una hoja
que al azar pisaste en tu galopada?
Crees dominar el escenario de esta lucha,
al menos mientras al día puedas
agarrar de la camisa
y un pensamiento oponer a su carga:
que la vida nos presta su escoba de bruja
por un breve tiempo maravilloso.

Defensa de la utopía

Son espejos, son islas
que cruzan de pie la noche.

Dos cuerpos apretados uno al otro
alejan cualquier pacto con el miedo;
se acuestan a levantar, desde sus ojos,
un nuevo mundo; por sus venas corre
una escala de verdes que no existen
—formidables, ágiles, fieros animales
recorriendo la selva sin espanto ni odio,
pese al humo insensato que avanza de la codicia,
contra el tiempo y la realidad, que les azuzan sus flechas.

Los brazos se han fundido en los brazos.
Las rocas ya se mueven en el mar
para posarse, blandas, bajo sus cabezas.
De Línea de cumbres

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Donaciano Bueno Diez

Donaciano Bueno Diez

Editor: hombre de mente curiosa, inquieta, creativa, sagaz y soñadora, amante de la poesía.

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