Alicia y yo
Me desvisto ante
el espejo mientras
Lewis Carroll escribe
sentado en la bañera.
Los naipes caen
como gotas de agua.
Paseamos en barca
por el Támesis
buscando la idea o
ese sueño que se pliega
como una cortina vieja.
Me visto con harapos
después de que el tren
olvide en sus vagones
el baúl con mis trajes
nuevos. Es hora
del comercio entre
prestamistas y usureros,
es hora de cicatrizar
la tarde en su estruendo
de tormentas inacabadas.
Cuando ya no me veo viejo
y la edad está de sobra,
salgo a la calle
y los cocheros
ignoran mi presencia
porque voy vestido
con cortinas
que son del baño,
con alhajas
que están prohibidas.
En mis bolsillos
No busques
en mis bolsillos
lo que yo no encuentro,
lo que no encuentras
en los tuyos.
Temblamos,
temblábamos entonces
y no de miedo
ni de frío
y vendrán todos
los pájaros
a exigirnos
su jornal
antes del viaje.
No busques
en mis bolsillos
los licores
que gobernaron
mi hacienda,
dentro del cansancio,
dentro de la ausencia,
lo que mis pantalones
sostienen cuando
ya no los ocupo.
Desde el bostezo
En este espacio,
donde habitan herejes
y han prohibido
la esclavitud, las rebeliones
adquieren el sabor
a confianza, lapicero,
densidad de roca
que se despierta
disuelta entre los dedos.
Caminábamos con otro aire
menos pálido
que la muerte
de la tarde y su creencia
a agonizar en pozos
de indulgencia y sal.
En esta espera
sin cotización
a las afueras de la bolsa,
tal vez el dentista
dispuesto a extraernos
el último poema
desde la boca,
desde el bostezo,
el estómago,
después de una derrota
desprovista
de equinoccios
y a renglón seguido
tu sonrisa
como un bostezo
mostrándome el camino.
LAS MOSCAS
A un panal de rica miel
dos mil Moscas acudieron,
que por golosas murieron
presas de patas en él.
Otras dentro de un pastel
enterró su golosina.
Así, si bien se examina,
los humanos corazones
perecen en las prisiones
del vicio que los domina.
(Samaniego)