PARA SABER QUIEN SOY (Mi poema)
Hugo Oquendo-Torres (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

Para saber quien soy aquí he venido
y descubrir soy fruto de un devengo,
si merecí gozar de lo que tengo,
si es que tal vez no soy como he creído,
que en esto de la duda me entretengo.

Saber es la cuestión, es lo que cuenta.
Y hacerlo preguntando al que lo sabe,
tratando de beber de su jarabe,
si el líquido elemento representa
en dónde de esta historia está la llave.

Escucho con frecuencia mira adentro
pues fuera no lo vas a descubrir,
que es algo que se tiene que sentir.
Por mucho que me miro y me concentro
no encuentro la razón, a qué mentir.

Lo malo de esta historia es que he gastado
el tiempo y que hoy no puedo darme el pego.
De nada me ha servido ningún ruego,
me voy a la ignorancia bien atado
igual que cuando vine siendo un ciego.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO

Hugo Oquendo-Torres

—«Ha muerto

Se te ha enseñado la imagen de Dios
con el pedernal en la mano,
pero no has conocido el rostro
del dios vaciado de Dios.

Se te ha privado sentir la tierra en los pies,
en la incertidumbre atesorar la riqueza,
desandar las arenas cansadas del día,
para que no te descubras extranjero
en los caminos del país del viento,
donde los caballos son el polvo rezagado.

Ahora que regresas la mirada
la selva se torna en dominio,
en milagros extintos las aves
y el número en religión.

¡El hombre ha muerto!

Su vacío, el grito.

Sísifo

El recién contratado gerente,
con el nervio contenido en dicha,
se despide. Da la espalda al jefe,
cierra la puerta con sigilo.
—Cuatro de la mañana,
el reloj despierta—.
Sísifo aún tiene sueño,
pero el destino apura.

Salta de la cama,
del refrigerador toma zumo
de naranja. Lava sus dientes.
Moja su pecho
con el aroma cítrico del jazmín.
Viste un traje de lana
hecho a la medida.

Él empujará la roca,
pronto Minos
con el látigo
despertará la ciudad

En la avenida espera
con las manos puestas en el volante.
Tras su espalda el oro rebasa
las montañas del oriente.
Los destellos del gris automóvil
encandilan sus ojos.

Con las gafas negras
se protege de la ira del fuego.
El cabello peinado lo roza la brisa.
Al aguardar el cambio de luz,
piensa. —Por fin podré tener
un apartamento
en las colinas del norte.
—En el horizonte
la cima de una era acecha.

La avenida despejada
es una quimera. Arranca.
Antes de llegar a la oficina
otro semáforo lo detiene.

El edificio del consorcio
está erigido como un frío titán.
Al lado, una grúa demuele
una antigua construcción.
—El nacimiento del hombre,
—suspira.

A las tres de las tarde
tendrá la cita con el jefe.
Las musas le sonreirán
al tomar el oscuro café.

La señal enciende en amarillo,
Sísifo hunde el acelerador.
La bola de derribo lo aplasta.
Tirado en el pavimento
espera
que pronto sea mañana.

De la copa de un roble

salta un gallinazo,
en la caída
despliega las alas.
Al levantarse sobre la ciudad
libera
el peso del mundo.

En las alturas,
planeando entre las nubes,
da círculos
en espiral descendente,
como si con los bordes
de sus plumas
acariciara la luz.

Al pie de una colina,
en un vertedero,
encuentra la bandada.

Al tocar suelo
abre el pico salvaje,
extiende sus negras garras,
con amenaza
quita una bolsa roja.
De inmediato se eleva.

En pleno vuelo
el plástico se rasga,
los despojos del hombre
quedan esparcidos
en la plaza central.

El gallinazo
no detiene su rumbo.

Luciérnagas

El hombre de la tierra
y la mujer de la tierra miran al cielo,
al respirar la noche
no se preguntan por el infinito
ni por la inmortalidad del alma.

Ambos,
si bien del tiempo lo ignoran todo,
las luciérnagas les resultan eternas,
apenas
de las estrellas les basta el titilar

A las familias cultivadoras de
flores en Santa Elena.

El sueño de Adriana

Habita al pie de la nublada montaña,
en cuya ladera descollan los yarumos.
Mientras duerme en su cabaña,
a través de la ventana
sobre su cama posa la luz,
con la misma delicadeza
con que la pijama la cubre.
Al costado izquierdo dormita una loba negra,
a la diestra una cierva joven;
el cobertor de lana cae al piso,
debajo reposan un zorro y un conejo.

Al anunciarse la lluvia
en las primeras gotas,
Adriana recoge los hombros
para abrigarse en el sueño.
Una ráfaga bate las cañas,
las espigas ondean;
frente a su rostro la tempestad arrecia,
envolviendo en su vientre la cima.
Lupa bosteza,
Cerinea una vuelta se da.

Al escurrir el tiempo sobre el tejado,
cae granizo fugaz.
Tras de sí la quietud.
Las nubes se despejan,
relucen de nuevo las colinas,
una garza surca el horizonte,
Adriana despierta y me pide café.

Del silencio que nos nace

Tras el ocaso humano
se escuchará la lluvia.

Los truenos cantarán al silencio
que no tendrá nombre,
cuando ausente sea la palabra.

Cuando con el dulce golpe
el agua
bendiga otra vez la tierra.

Los niños de la luna

Los niños de la luna son inocentes.
Ellos son pobres, andan descalzos y sin camisa.
Ellos están untados de barro blanco hasta las rodillas
y tienen una cadena de mugre en el cuello; sus manos están siempre
sucias de tierra, además su piel está morena por el tío sol.
Los niños de la luna son como los niños de otros planetas.
A los niños les gusta mascar chicle, también les gusta jugar
a la llanta dirigida por un palo.
Su ángel guardián es un perro gris, grande, tonto, valiente, feo y huesudo
al que llaman Capitán.

A los niños de la luna les gusta bañarse en los ríos y en los estanques,
les gusta salir a mojarse cuando llueve, les gusta pescar.
Ellos son sencillos como sus mascotas, los escarabajos y los grillos.
A los niños les gusta desplumar tórtolas con sus caucheras.
Jugar al científico con las lagartijas y las ranas.
Les fascina formar gazaperas.

Los niños de la luna son tan comunes.
Anoche le asaltaron el árbol de mango a doña Anita;
anoche la vaca Amapola
apareció con un tarro de lata en su pata y un trapo en la cola;
El gato blanco de Bertha
amaneció de color rosado junto a su puerta.
Esta mañana la capilla del padre Cruz Elías amaneció sin velas.
El perro de mi casa al cual llamamos Motitas, apareció rapado.
Anoche se desaparecieron los huevos del gallinero del tío Octavio,
y las gallinas no dejaron ni un centavo.

Los niños de la luna tienen una casa en un árbol, y desde esta mañana
no juegan, no van al río ni pescan, porque según parece están durmiendo.
¿Quién les interrumpirá el sueño a estos ángeles de barro
amasado con lágrimas?
Los niños de la luna no son de la luna, ellos son de mi pueblo.

Otros silencios

(Catarsis de la memoria I)

Todo era una algarabía, jolgorio y fiestas, antes que llegaran ellos.
Mi pueblo acostumbraba a vestirse con trajes largos y coloridas comparsas,
los niños jugaban hasta bien entrada la noche y nunca estaban en silencio.
La arena caliente y polvorienta de mi pueblo se divertía junto con el viento,
creando artificios para resolver cómo ensuciarle el vestido de lino blanco
a doña Julia. Cuando nos visitó el silencio.
No se volvieron a escuchar las risas de los niños, ni las carcajadas y palabras
vulgares de los viejos que acostumbraban a jugar dominó bajo la sombra
fresca del almendro, en la esquina de don Hernán.

Cuando llegó el silencio.
El jardín de mi casa se fue tornando de un color dorado sol a un tono pálido
cual ceniza volcánica, hasta quedarse confinado en su profundo mutismo.
Tampoco se oyó más el murmurar de los arroyos ni los bullerengues
callejeros, ni aun en los putiaderos más maliciosos de mi pueblo:
La Ochenta, El Piel Roja y La Pesebrera.

Cuando el silencio se incrustó en nuestro tiempo,
haciéndose peso en nuestra voz.
Apropiándose de nuestro espacio.
Mi familia no elaboró más la natilla y los buñuelos en la calle de mi barrio.
Todo se fue enfriando hasta el punto que muchos abuelos murieron,
porque nunca más se volvieron a levantar de su silla mecedora.
Inclusive a ellos se les fue negado el abrazo del sol.

Cuando llegó el silencio a mi pueblo.
Mi padre se levantó e hizo ruido, pero luego fue silenciado.
Cuando nos visitó el silencio en Urabá.
¡Sssh!
Todo quedó mudo.

Frío

A nuestros muertos
los dejamos allí,
fríos
y desnudos,
bajo la tierra,
solos
y tranquilos,
descansando en la paz eterna,
sin que nada les pase,
sin embargo
ya les pasó algo,
están muertos.

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Donaciano Bueno Diez

Donaciano Bueno Diez

Editor: hombre de mente curiosa, inquieta, creativa, sagaz y soñadora, amante de la poesía.

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