Una muestra de sus poemas
VISIÓN TRAS LA TORMENTA
El ventanuco abierto al encinar
tu bicicleta
rota en la hojarasca.
Una silueta oscura
está en el río,
buscando el resplandor de aquel verano
La tormenta se fue.
Tras el asfalto
que cruza la dehesa, hay voces de agua.
Flota un aroma de hinojo
en la colina;
los astros bordan tapices de silencio.
El hombre lleva
en el pecho mariposas
y, en los ojos, una fosforescencia malva.
A su paso
va llenándose de luz
los árboles, las fuentes, las montañas.
ECO EN LAS RUINAS
Escucho un tiempo de oro y de tristeza,
una edad
lejanísima de ciervos,
de salamandras cubriendo el arco iris
que se alzaba sobre oscurecidos puentes.
Como trigales
cortados por la sombra,
como azulados rumiantes sobre el campo,
pasan los hombres,
y el humo está en sus ojos
y una tristeza de oro hay en sus almas.
Se hizo herrumbre el amor.
La soledad
de un dulce invierno
dejó en mi sangre lluvia.
Un paisaje violeta y derrumbado
es la verdad que nos vigila desde siempre.
FOTOGRAFÍA VELADA
Es siempre el mismo sueño;
abuela está
sin rostro ni cabeza en un foto.
Padre nos mira
desde aquella incierta edad
que da el vacío
y nos cubre la nostalgia.
¿Cuál es la luz que tirita
en esa imagen
donde se ve un corralito abandonado?
¿Cómo agarrar la nieve
que resbala
por la ternura agreste de esa estampa?
A veces, se cae el tiempo
y en la foto
suena la luz como un cántaro quebrado.
Entonces, te despiertas
con los ojos
llenos de frío. Y te habla aquel retrato.
De “El humo de las viñas” (1998)
(Abuelo Alejandro)
Al frente, veo la hilera de los álamos
sumergidos en la lluvia,
como músicos
vagando por la inmóvil majestad
del campo abandonado.
Es todo oscuro
y, sin embargo, toco las arrugas
de tu alma siempre alegre. En el dibujo
trazado por el agua en mi memoria,
está tu risa abierta,
el cielo puro,
la misma soledad llena de amor,
la misma lejanía hecha de lutos.
Aún rozo tu silueta
si regreso
desnudo hacia aquel tiempo. En lo profundo,
contemplo el azul limpio
de tus ojos cruzando la vereda,
el bosque húmedo,
el viento
y la cantera de granito
como un palacio muerto, entre los juncos.
Del libro “Los árboles dormidos” (Editorial Algaida)
RIO CUZNA
Colocabas las cañas junto al río
silencios de bambú
sobre la hierba. Planeaban libélulas
y el cielo
en el agua reflejaba mi inocencia.
Me entregabas cien peces luminosos
que yo escondía
a la orilla de una adelfa.
Si ahora volviese aquel tiempo
intentaría
sujetarte en mis ojos para siempre.
Sé que aún vuelan
silenciosos petirrojos
sobre la mancha antigua de aquel bosque.
Sé que en la orilla
oscura de las mimbres
aún reverbera el eco de tu risa.
Pero ya es tarde: del cementerio sube
un rumor de agua umbría marchitándose.
Hiela en el río,
y las carpas no comprenden
que el mago de los peces se haya muerto.
Del libro “La tumba del arco iris” (Colección San Juan de la Cruz)
VISION TRAS LA TORMENTA
El ventanuco abierto al encinar
tu bicicleta
rota en la hojarasca.
Una silueta oscura
está en el río,
buscando el resplandor de aquel verano
La tormenta se fue.
Tras el asfalto
que cruza la dehesa, hay voces de agua.
Flota un aroma de hinojo
en la colina;
los astros bordan tapices de silencio.
El hombre lleva
en el pecho mariposas
y, en los ojos, una fosforescencia malva.
A su paso
va llenándose de luz
los árboles, las fuentes, las montañas.
TRAS LOS TILOS
Muy lejos, en el recodo de una tarde,
aún suena el oleaje
de los trigos. Llenándose de ausencia alarga el sol
su lento brazo de oro hasta las juncias.
Cose una niña ciega el corazón
de un águila en un lienzo.
Hay servilletas, cucharas de vainilla,
un plato hondo
en el que silba un tábano.
Ceniza.
De nuevo se alza el humo
entre los tallos
sagrados del silencio. Tras los tilos,
a un paso del columpio, en un balcón,
la luz de aquella infancia aún tiene frío.
(“El silencio del humo”)