Delegar cabezas puestas a dormir
(cereza de por medio)
en bocas elegidas, ya saciadas
ya moradas de ese ser que suelen invocar.
Y la levedad sinestésica, post-humana
de los
cenicientos albores.
(Tú, bajo las ruedas del tren.)
Trenecitos de papel picado
sobre cabezas abiertas manchadas de mí.
Dije mí, comí de los mangos;
llegamos a oscuras.
Y machacar
machacar cabezas.
Cambiar
el nombre de los animales
para preguntarte que
Y a ti cómo te va.
(Se me escapó un pedazo
piernas puestas
sobre el tablero de damas.)
Activar así los botones de expulsión:
míos, viejos, mejorados
—y uno más
que si sabes que si viene,
ya se vino.
Al punto que alzas el mantel
destacándote los miembros.
*
Las que vamos a estar, viéndonos
una a la otra, para siempre.
La carta. La lámpara. El ojal.
No me vinieron a decir mi escaparate.
No me vinieron a colar la cosa hueca.
Cama. Coágulo. Buril.
Con las manos ñejas, meco.
Con la cara dentro, mijo.
Muchas veces, a mí misma.
Dos rayitas:
desde, para y porque sí.
Trajo la pastilla: falsa hamaca.
Trajo la pastilla: ya me fui.
Corazón con lama destop, yo venir
casi a decírmelo.
Que estaría más colma sin mi monidad.
Que estaría más maja.
Que estaría más morra sin mi colibrí.
—Mueve la colita—
Casa mía, voz que no te odia.
Si sí te dije polvo rosetón
chivita ahumada.
—Ven te extraño no cabe este poema—
Si sí te dije polvo rosetón
quédate lento.
Corte a: cuatro manos
en los restos de la flor
cementera, tan saquito:
reputada.
Nombres dados;
negativo.
*
Vamos a fijar una fecha para
a) abrir este condadito
b) las ancas plenas.
(No
no me vine a acá
para abc ni visitarte.)
Hoy vienen diez damas
con qué cara a la oficina.
No imprimen tópico, no oral:
refrigeran y auscultan,
firmes al morir.
Llevan telarañas, no hay pasteles;
sí hay ollas ahí desde hace un mes
con muy hermosos restos
del huevo retenido.
(Hice un poema sí
de esa gala mía.)
*
Para darme una verdad pequeña
fuera de aljibes caricaturizados.
Para llegar a Corea
de norte a norte hasta ti hablar.
A veces “besar” implica estas cosas.
Acostado en el diván
un pequeño dolor revisionista
con pechos, con espaldas, con brazos.
Mojar, ahí, la boca entre dinteles
para llegar a un museo más
o menos distinto
de mi cosa ésta hacia ti
colgada en la pared:
una alberca con los cuerpos dados
a morírseme dentro.
Se llamará Arnuria.
Su cara no que fuera parecida
a ninguno de los dos.
Poder así extraer de diez a doce líneas para calcular
qué fuera propiamente esa cosa:
Piedras
sobre la espalda
relevantes como un código de sal.
Sangre
contaminada
en el intento de multiplicar al aborigen
para ya nunca decir el aspecto de sus colas:
ese remolino que de niña oí.
O muérdagos que en la diagonal
ella me sacaba
hacia el agua misma tono homúnculo
aguantando el peso
de algo que no he visto,
yéndose de mí.