Canción del insomne
Todo se vuelve oscuro
y es mentira la luz que nadie ve.
Nos deslumbran, nos ciegan.
Un café.
Es lo que necesito.
No es la sed.
Podré tocar la noche
y no temer su beso de una vez.
Que acudan otros héroes a los sueños:
yo prefiero quemar la lucidez
mientras duren mis párpados. Café.
La noche entre paréntesis
Para Bur
La noche entre paréntesis
y su adictivo roce
bastaron para hacerme conocer
el ansia elemental,
latidos de unas ropas,
la rápida tristeza de una vela,
música cómplice, un rincón,
el peso y la medida del olvido.
Monólogo a dos voces
-Como un lento jarabe
que calienta la bóveda celeste,
la luz trama su incendio
y vuelven los colores a mis ojos.
¡Amanece! Éste es el primer día.
-Pero, idiota, qué asombro va a quedarnos
siendo el día que es: el siglo de los siglos,
ya se sabe, final de un gran banquete.
Miro por la ventana
y desde mi sensata finitud
no veo más que el sol
reemplazando a la noche, como siempre.
-¡Esa inmensa naranja
será limón después en las alturas.’
Puedo oler el rocío evaporarse,
los pájaros lo absorben mientras vuelan.
Me parece que estoy viendo un milagro.
Ha llegado el momento de dejarse morir
para nacer.
-Tranquilo, por favor, no desvariemos.
A poco que se estudie el curso de las cosas
se entiende que el milagro es una farsa.
En cuanto a la belleza,
hay un amanecer-digamos que sin nubes-
y nada en absoluto. Salvo morirse, claro.
Mejor sigamos con los pajaritos.
-¿ No tiene el alba un gesto
de diosa empedernida, muda, virgen?
En cuanto se fecunden sus resquicios
el mundo quedará alumbrado
y un ritmo nuevo empezará a estirar
sus versos como músculos.
-¡Hay que soltar los cirios,
la luz es un asunto de la tierra!
y de paso templemos un poco ese lenguaje:
bastante nos costó vestido de paisano.
-Como un jarabe hirviendo,
como el milagro de un poema…
-En fin…
Ropajes
Decirte que te amo es una historia
de mustias obviedades.
Sería preferible que leyeses
amores novedosos,
canciones que mitiguen por las noches
tus raptos de inocencia.
Mis trajes de soldado no son más
que miedo a la batalla.
Y peores mis trajes de turista,
como si la aventura de las calles
pudiera seducirme.
Por si no lo sabías nunca logré emigrar,
sigo habitando en sábanas, las mismas
que humedecí de niño
cuando aún no te amaba y todavía
no había mojado tus sábanas.
Mi única destreza es protegerme.
Decirte que me ames es un pleito
de lenguajes más hábiles que el mío.
No sé nada de espejos,
no entiendo una sonata,
callar es la virtud que no merezco.
Ojalá te bastasen las delicias
de los mundos y las tardes
que no me pertenecen.
Decir te amo suele ser asunto
de obvias melancolías.
De «Métodos de la noche» 1997-1998
Claudia en la Biblioteca
Para Rafael Espejo
Rebuscas en los libros
con un extraño afán de jardinera.
Delicada y ansiosa, de perfil me pareces
distinta cuando curvas las rodillas
y se tensan tus muslos
debajo del vaquero. Muerte lenta
contemplar, sin tocado,
el pequeño tatuaje en tu cintura.
Será mejor sufrir que describir los pechos:
¿quién se atreve a cruzar los toboganes
que unen la palabra con su tema?
Así que huyo
y finjo distracción.
Si volvieras la vista a quien te escribe
desaparecerías, y es demasiado pronto.
Sigue leyendo, Claudia.
Haces bien en amarte.
Iluminación
El alma existe.
Y huele
a sales y calor,
lleva un silbido impuro,
arde como la menta
y se pliega y se ciñe
a tu vientre.
Las orillas
Para Leopoldo Brizuela
Me es hermoso el desgarro porque une las orillas,
nos concentra
en desdoblamos siempre para poder ser uno.
(Es un número, el uno, que traiciona
cuando finge ser punto de partida).
Necesario el desgarro,
porque renuncia a hundirse
pero ama los pozos
y nos tiende sus manos como dos hemisferios.
Con el pulso ambidiestro
navego celebrando los puntos cardinales
que mudarán mi origen,
y sucede el naufragio porque debe
y la vida es el barco
y yo soy el ahogado y el mismo que me salva.
Líneas aéreas
Igual que cada vez al tocar tierra
confirmamos la vida
así, cuando te toco,
recomienza el amor.
Y así, tocando un lápiz, me son nuevos
el amar, la existencia,
las líneas en el cielo de una página,
el suave aterrizaje sobre un nombre.
De «El tobogán» 1998-2001
Casa fugaz
Para Delia, mi madre
Para Erika, mi suelo
Somos iguales, tienes
la exacta fortaleza
que me hace en parte débil.
Sigue siendo difícil
en la casa terrena desnudarse.
¿Trascender? Eso intentan los solemnes,
como si dominasen el misterio
de habitar hasta el fondo este lugar
sin cederle terreno a las alturas.
Si te toco, artesana,
¿querrás estar aquí enteramente?
Durando en lo fugaz,
así transcurriría nuestra entrega.
Desconociendo cómo,
así nos buscaríamos.
Iguales en la duda. Enamorados
de la fragilidad de estas paredes.
Elogio del minuto
Aquí
por fin
descanso,
mi atención
no debe disiparse.
Un poco de distancia
tal vez la estiraría,
pero si apreso el pasmo
y fuerzo demasiado las poleas
la emoción dejará de trasladar
estas pequeñas cajas con visiones.
Miro el pájaro próximo a la casa:
tembloroso en la fuente recomienda
beber con él sin vuelo.
Principio de la carne
Necesito la carne para amarte,
la carne enamorada, pero no
más allá de la tumba sino contra la tumba.
Tendido entre nosotros el temor
ha vencido su insomnio y se remansa.
¿Qué pensará la muerte ante la fiesta?
¿Pierde la compostura, suspende sus trabajos?
¡Antídoto, entusiasmo, derríbale las leyes,
ofrécele estos pechos de artesana
que señalan el norte y piden viaje!
Es lógico perderse, los guías se equivocan.
A veces el destino es blando y tibio y mueve
dos remos terrenales
que remontan la risa hasta el principio,
hasta el punto final de los comienzos.
De «Mística abajo» 2001-2007