QUINIENTAS MILLAS (Mi poema)
Hernán Vargascarreño (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

La partida del mus sin hacer trampas,
por los campos de dios dando un paseo,
la lectura un poema en que recreo,
me ayudan a seguir y subir rampas.

Tumbado al sol a una hora en mi terraza,
momento en el que justo él más calienta,
la playa en que el reflujo me alimenta,
y afloran con mis sueños de melaza.

Quinientas millas llevo, no sé cuantas,
mañana otra vendrá, si es que hay mañana,
no quiero ya pensar, no trae a cuenta.

Que a poco voy quedándome sin mantas
¿sabor? para comer de buena gana
preciso de la sal y la pimienta.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO:  Hernán Vargascarreño

Estancia

Quien aprende a amar
los altos muros de su casa,
los lamentos que allí persisten,
los perros ancianos y silenciosos
que se niegan a morir,
aquellos peldaños que ya nadie sube,
los ruidos de la cocina y el espectro
de la madre ofrendándonos el café
y su bendición,
le será fácil aceptar
–mas no comprender-
que esa, ya no es su casa,
sino los altos muros de su tumba.

Oficios contra la Poesía

Persuadir a cierto cuchillo
para que ignore el pan
y solo se ocupe de los enemigos.

Abrir los ojos de los muertos
que se resisten a ver
las vísceras del infierno.

Dirigir la flecha
al corazón del único guerrero
que podría liberar a su pueblo.

Desparramar sobre cierta palabra tierna
un olor pestilente y ocre
para que sea abandonada por los hombres.

Advertirle a un iluminado del mal
su secreta vocación para crear el Caos.

Pintar de verde pútrido
el rostro de los ahorcados.

Abrir las fauces del Terror
solo por capricho
de los dioses ignorados.

Provocar en un varón
–que desdeña la dicha por temor a su virilidad-
el Deseo acendrado en los labios de un muchacho.

Cimbrar el último estertor
en el bello ciervo
desangrado por los bellos tigres.

Purificar el lecho al que nunca podrán
llegar una pareja de amantes
que se consumen sin poder acariciarse.

Bruñir el odio mortal entre dos hermanos
para que al otro lado del Universo
renazca un dios perverso.

Cavar mi propia fosa
y morirme en los demás una y otra vez
sin poder abrazar mi propia muerte.

Venenoso Cicatero Retorcido y Malnacido
Amo de las miserias: ¿cuántos viles oficios más
tendremos que soportar contra la Poesía?

Heredad

No me que quedado solo;
estos huesos que son mi cuerpo,
que van y vienen de memoria
tamizando una sombra incierta,
son los huesos de mi madre, de mi padre.

Este guerrero hermoso que disipa
mis tinieblas y que aún se debate
y esplende dentro de mi sangre mientras
feralmente batalla contra mi hora más cobarde,
es el hijo mío que siempre me negué a tener.

Esta tarde que leo sus nubes juveniles,
las débiles sombras de sus árboles
y su sol que entra y me lacra suavemente,
es la misma tarde de toda la infancia
fulgurando sus preciosas revelaciones intactas.

Alrededor de esta mesa en la que ceno
acompañado de un poema de Montejo
-al que leo y releo en la mesa del poema-
aparecen en silencio mis cuatro hermanos,
ceñudos y viriles, en plena juventud,
protegiéndome de toda orfandad.

Y más adentro, como si nada,
latiendo desprevenido entre su nicho:
el Corazón horadando cauce.

Y mucho más adentro
retozando su libertad en sus prisiones:
la empecinada Alma que no abandona su poema.

No me he quedado solo, Heredad.
Algunos van conmigo y a otros los seduzco.

Pero a todos nos espera el mismo olvido,
el mismo abismo.

Fardos

Llegamos a un ventorrillo
de guarapo colmado de campesinos.
Los muleros sorbían a la par de sus mujeres
entre frases cortas y miradas recelosas.
En sus rasgos físicos
se evidenciaba nuestro pasado.
Cualquiera de ellos
podría ser uno de nosotros.
Pero ya no somos
hombres de estas montañas;
venimos de paso a reconocer
trizas de nuestra infancia,
fantasmas que no hemos podido apaciguar,
recuerdos amasados de barro y de silencio,
fardos que estos montes
nos han impuesto como tributo
al habernos amamantado en sus durezas.

Caminos del destierro

Mira hijo, cómo esos helados ramajes
se beben las neblinas que un día
se volverán cantos de pájaros.

Y en vez de polvaredas o de vientos
o de llamas, es una música inmóvil
la que consume estos paisajes.

No quiero mirar los filos
de las montañas, madre.
Parecen cuchillos que tajan los cielos.
No quiero escuchar sus silencios.
Siento que me rompen por dentro.

Recíbelos niño, como pequeñas ofrendas.
Y oremos. Ahora somos hijos del monte.
No olvides que vamos solos
y que somos sus viajeros.

Parece, madre, que la neblina
se detiene unos instantes
para ver pasar nuestras sombras.

Esas sombras no son nuestras, hijo.
No somos nosotros los únicos que pasamos,
es el tiempo que también huye de estos riscos.

¿Y para quién ese canto oscurecido
de esos pájaros que se oyen pero no se ven?

Para la nada que vive en estas montañas,
y para nosotros hijo, para nosotros;
ahora que pasamos por la nada
algo de cantos le viene bien al alma.

Madre, quiero salir de estos caminos,
todo me da miedo entre estas neblinas.

Saldremos hijo, saldremos.
Pero ya nunca podrán abandonarnos.
Un día lejano contarás a otros estas soledades.

Madre, hubo una vez un grito como un trueno
que nos expulsó de nuestro terruño, ¿cierto?
Recuerdo que una sombra sepultó la casa
y mi padre tuvo que matar limpiamente
a un hombre. ¿Es por eso que huimos?

Sí hijo, la sombra de ese aullido y
el peso de ese trueno
es lo que nos impulsa.

Madre, ¿son estos los caminos del silencio
de los que me hablaste?
¿Y por qué este día nebuloso
es tan largo y no se acaba?

Tranquilo hijo,
ya pasamos el largo Filo del Oscuro;
solo nos falta atravesar
el Farallón de la Cuchilla.
Salgamos pronto de estos parajes
signados por el olvido,
no hay sea que nosotros también
nos volvamos el olvido.

¿Y para dónde vamos, madre?
¿Quién nos espera al otro lado?
¿Qué haremos si no encontramos ni un alma?

Es fácil hijo: tengo sed, pero no de agua.
Voy buscando mis otros hijos, sus hermanos.
Busco otra casa
que no esté hecha de sombras.
Allá lejos, en los abajos más lejanos
que aún no se divisan,
en los verdes donde viven las claridades,
en alguna parte de este mundo
tiene que estar el mundo para nosotros.
Hacia allá vamos
mientras seamos el camino.

Ahora recuerdo claramente:
lo habíamos perdido todo,
y sin embargo, algo resplandecía
al final de la jornada.

La casa

Al remontar la montaña
una casa abandonada
se sostiene apenas
en los delicados hilos del olvido.
Los montes, condolidos por la pena,
evitan cualquier eco de sus lamentos
y los engullen en sus neblinas
para mitigar en algo
el duro paso de los peregrinos.
El viento, como una forma del tiempo,
ya ha destrozado puertas y ventanas,
y entra y sale a su antojo
transfigurando las quejumbres del abandono
que se esfuman ladera abajo
haciendo rodar sus huesos invisibles.

Tumbas

Estos montículos de piedras
ordenadas a manera de tumbas
asomándose a los precipicios,
son el recuerdo de hombres
que han caído a los abismos.
Algunos se van desmoronando
con el abono del tiempo,
otros ya casi desaparecieron.
Las piedras
también suelen buscar sus abajos,
quizá para ocultar los huesos de sus muertos,
para evitarle a las montañas y a los vientos
el espectáculo de sus gestos despiadados.

Este de piedras grises
apenas lo acaban de erigir.
Es un hombre recién cayendo
dentro de su propio sueño, solo,
sin las ataduras
que aún amarran nuestros pasos.

Sombras

Cuando llegamos a la cima
y atisbamos el primer recodo del caminho
que baja entre neblinas,
vimos ya sin asombro
que nuestras sombras iban adelante,
algo lejos, ya perdiéndose en el recodo.
Nos guiabaan a su manera para cuidarnos
de los peligros de caer a los abismos.
Nosotros las seguíamos a nuestro ritmo,
recelosos,
cuidando de no perder sus silhuetas,
no fuera que una de ellas se desbarrancara
y por pura hermandad
se llevara nuestros cuerpos.

Montañas

Estas montañas,
extremidades del mundo
abandonadas a su proprio sueño
en medio del caos que es el orgen geológico,
nada piden a cambio
cuando pasamos sobre sus lomos.

Con sus arbustos mínimos
van dando testimonio de que aun respiran,
de que aun vibran em sus bichos rastreiros
y se otean a si mismas en sus gavilanes.

Por aquí no pasa nada salvo
ripios de la memoria del mundo.

A ellas nos entregamos
midiendo lento nuestras fuerzas,
agotados, fatigados belamente
mientras respiramos
sus helados venablos de viento herido.
Con solo sabermos sus peregrinos
les basta para sus arriesgadas geografías,
tan hermanadas ellas
a la rastredad de los hombres.

A CUESTAS

llevo una palabra
para ofrendarla
entre estes paramos.
Su eco aqui
será solo silencio,
vaciedad,
invisible belleza
entre la neblina.

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Donaciano Bueno Diez

Donaciano Bueno Diez

Editor: hombre de mente curiosa, inquieta, creativa, sagaz y soñadora, amante de la poesía.

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