DEL HOMBRE, EL BURRO Y LAS GUERRAS (Mi poema)
Daniel Fernández Rodríguez (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA…de medio pelo

 

He visto a Dios llorando en las esquinas
en un país doliente, bella Ucrania,
que ve como muriendo va su gente,
la ruina pululando en el ambiente,
y sufre al ver que aun siguen las inquinas,
la vista echando atrás hacia Alemania.

Aquel, el mismo Dios, el que hoy observa
que todo sigue igual, que aquel evento
que al mundo le causó tal sufrimiento
de nada le sirvió. Que esa caterva
campando va a sus anchas, y le enerva,
al ver este episodio aun más cruento.

Le cuesta comprender que haya otra guerra,
al punto de a ser Dios ya renunciar,
consciente no lo puede controlar,
-y al tiempo demostrar que Él no se aferra-,
al punto de llorar pues que le aterra
dispuesto si debiera de pagar.

Yo quise al verle triste consolar
mas Él me respondió, se lo agradezco
pues debes de saber no lo merezco
mas sepas si debiera de gritar
no habría en este mundo algún lugar
que no escuche esta voz: me compadezco.

Después, dijo, que acabe aquí la guerra
habrán dejado atrás dolor y muerte,
sufriendo los que mueran peor suerte
metidos para siempre bajo tierra.
El que antes puso en pie la motosierra
se irá libre diciendo hasta más verte.

Pues nada en este mundo ya ha cambiado.
El burro solo sabe dar patadas
y el hombre siempre vuelve a las andadas,
que llueve una vez más sobre mojado.

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MI POETA SUGERIDO:  Daniel Fernández Rodríguez

PÁJARO

A Adríán J. Sáez

Pájaro, enséñame otra vez
esa manera de vivir:
ir dando saltos de una miga
a otra hasta saciarte,
subir entonces a lo alto
de un árbol, y si el tiempo lo permite,
ejercitar un poco el canto.

Océano

He perdido la cuenta de las veces
que avistaremos juntos el océano:
el mar está en silencio;
el cielo sobrevuela
los altos pensamientos que orgullosos
guardamos en secreto;
nuestra mirada al frente, el aire verde, el horizonte débil,
la luz, vencida, alegre;
cosidos de la mano, con los ojos
sumidos en la azul incertidumbre
de abrirnos paso juntos en el mundo breve.

Tarde de invierno

Tread softly because you tread on my dreams.
W.B. Yeats

Qué largo es el silencio de una tarde de invierno.
Qué lentas arrastrándose azules tantas horas.
Vuelve la lluvia a tu ventana.
Las cosas ya reposan en su sitio.
Acuéstate y descansa: no vayas a pisar
los sueños que te miran
desde el suelo.

Tejerina

Bruscamente apareces tras el verde;
algo torpe, quizá –disculpa–, y tímida,
como este que de nuevo viene a verte.
Yo sé que estás ahí, tras esos montes,
y sé tus ocho letras, y los rostros
de todos los que atizan, barren, siembran
tus lumbres y tus casas y tus huertos;
pero en cuanto ya asoman tus tejados,
ese oro viejo –la memoria– luce
y me enseña las cosas que custodias:
el agua del reguero me devuelve
a mi abuelo tallando la madera
de un barquito que surca mis recuerdos;
tu cuesta más paciente trae a cuestas
un balde azul que baila entre mis brazos
cuando arriba mandaban a por leche;
te miro y pienso que tu cielo ileso
me vio esconderme el último a la maya;
la luna de tus noches es la misma
moneda que alumbró los tenues pasos
de aquel paseo lento entre las eras;
y qué decir de aquellos besos (sueños),
que fueron los primeros… Tejerina,
nuestros caminos hoy discurren lejos,
pero tus aguas, cuestas, cielos, lunas
sabrán nuestros más íntimos secretos.

Otoño

I
Qué no daría yo por ser un pájaro.
No para alzar el vuelo desde un alto
y contemplar el mundo hecho a medida
de quien observa desde arriba
–heridas
las nubes blancas por las alas mías–,
sino para posarme
en una humilde rama
a ver caer las hojas amarillas,
las prisas de una tarde que se abriga
y los ojos de un hombre que me mira.

II
No para amedrentar desde una peña
al caminante solo cuya sombra
cruzara inadvertida mi horizonte;
no para trasponer –libre y sin rumbo–
confines, firmamentos y hemisferios
hasta rozar la linde azul del cielo;
tus alas en la tarde yo las quiero
para ocultar mi rostro de hombre solo.

Querido compañero

Querido compañero, amante, amigo:
bien sé que algunas veces te levantas,
cansado de aguantarme tantas noches,
a decirle al espejo que ya está,
que se acabó la historia entre nosotros.
Haciéndome el dormido, te he observado
desprenderte con asco de las sábanas
y caminar –descalzo, con lo mucho
que te molesta cuando yo lo hago–
con paso silencioso. Te agradezco
la discreción. Supongo que ya sabes
que estoy al tanto de tu hartazgo. Quiero
pensar que tus cuidados no se deben
a tus buenos modales, sino a un último,
inconfesado intento de rogarme
que te siga, hasta ver en el espejo
mi rostro soñoliento y triste y solo.

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Donaciano Bueno Diez

Donaciano Bueno Diez

Editor: hombre de mente curiosa, inquieta, creativa, sagaz y soñadora, amante de la poesía.

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Andaba yo jugando al escondite-parece que fue ayer…
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