JUGANDO AL ESCONDITE [Mi poema]
Francisco A. de Icaza [Mi poeta sugerido]

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MI POEMA… de medio pelo

 

Andaba yo jugando al escondite
-parece que fue ayer cuando era un niño-
y vino la verdad a hacerme un guiño
lanzándome a la cara cruel su envite
diciéndome, cariño,

despierta del letargo, piensa un poco,
¡cuando eres ya mayor hay que ser serio!,
tú tienes ya más cerca el cementerio
que cuando era soñabas con el coco
sufriendo aquel tiberio.

Me quise despertar. Pensé un segundo:
¡no quiero recordar la edad que tengo!
Así sea mayor que hoy me entretengo
jugando a que me evado de este mundo
y yo solo me arengo.

El juego es evasión, divertimento,
gozar de ese momento intensamente,
¡si no existe la dicha que se invente!,
actuar cual si vivieras en un cuento
y hacerlo felizmente.
©donaciano bueno

#A esto se le llama pura #filosofía, o no? Share on X

MI POETA SUGERIDO:  Francisco A. de Icaza

vesperal

El pastor su rebaño en el redil encierra
y del prado brumoso viene una voz lejana:
es aguda en la esquila y grave en la campana. . .
Una niebla de ensueño se extiende por la tierra. . .
El cobre del ocaso se funde en rojo brillo,
y luego es amaranto, es pálido violeta,
es sombra y es silencio. Ya sólo canta el grillo.
Húndete, corazón, en esta paz completa.

ESTANCIAS

Este es el muro, y en la ventana
que tiene un marco de enredadera,
dejé mis versos una mañana,
una mañana de primavera.

Dejé mis versos en que decía
con frase ingenua cuitas de amores;
dejé mis versos que al otro día
su blanca mano pagó con flores.

Este es el huerto, y en la arboleda,
en el recodo de aquel sendero,
ella me dijo con voz muy queda:
«Tú no comprendes lo que te quiero».

Junto a las tapias de aquel molino,
bajo la sombra de aquellas vides,
cuando el carruaje tomó el camino,
gritó llorando: «¡Qué no me olvides!»

Todo es lo mismo; ventana y yedra,
sitios umbrosos, fresco emparrado
gala de un muro de tosca piedra;
y aunque es lo mismo, todo ha cambiado.

No hay en la casa seres queridos;
entre las ramas hay otras flores;
hay nuevas hojas y nuevos nidos,
y en nuestras almas, nuevos amores.

EN LA NOCHE

Los árboles negros,
la vereda blanca,
un pedazo de luna rojiza
con rastros de sangre manchando las aguas.

Los dos, cabizbajos,
prosiguen la marcha
con el mismo paso, en la misma línea,
y siempre en silencio y siempre a distancia.

Pero en la revuelta
de la encrucijada,
frente a la taberna, algunos borrachos
dan voces y cantan.

Ella se acerca,
sin hablar palabra
se aferra a su brazo,
y en medio del grupo, que los mira, pasan.

Después, como antes,
caen el brazo flojo y la mano lacia,
y aquellas dos sombras, un instante juntas,
de nuevo se apartan.

Y así en la noche
prosiguen su marcha
con el mismo ritmo, en la misma línea,
y siempre en silencio y siempre a distancia.

PRELUDIO

También el alma tiene lejanías;
hay en la gradación de lo pasado
una línea en que penas y alegrías
tocan en el confín de lo soñado:
también el alma tiene lejanías.

En esos horizontes de olvido
la sujeción de la memoria pierdo
y no sé dónde empieza lo fingido
y acaba lo real de mi recuerdo
en esos horizontes del olvido.

La azul diafanidad de la distancia
en el cuadro los términos reparte;
aquí mi juventud, allá mi infancia
y entre las dos, la pátina del arte. . .
La azul diafanidad de la distancia.

Ese tono del tiempo, que completa
lo que en el lienzo deja la pintura,
hace rugoso el cutis de asceta,
y a la tez de la virgen da frescura
ese tono del tiempo que completa.

Pulimento y matiz del mármol terso
es en la vieja estatua, y melodía
en la cadencia rítmica del verso
donde adquiere la antigua poesía
pulimento y matiz del mármol terso.

Color de las borrosas lontananzas
es del alma en los vagos horizontes,
donde envuelve recuerdos y esperanzas
en el azul de los lejanos montes
color de las borrosas lontananzas.

LAS HORAS

¿Para qué contar las horas
de la vida que se fue,
de lo porvenir que ignoras?
¡Para qué contar las horas!
¡Para qué!

¿Cabe en la justa medida
aquel instante de amor
que perdura y no se olvida?
¿Cabe en la justa medida
del dolor?

¿Vivimos del propio modo
en las sombras del dormir
y desligados de todo
que soñando, único modo
de vivir?

Al que enfermo desespera,
¿qué importa el cierzo invernal
o el soplo de la primavera,
al que enfermo desespera
de su mal?
¿Para qué contar las horas?
No volverá lo que se fue,
y lo que ha de ser ignoras.
¡Para qué contar las horas!
¡Para qué!. . .

ALDEA ANDALUZA

De toda tu belleza en mí solo perdura,
entre el deslumbramiento de la intensa blancura
de la cal luminosa que tus muros enjarra,
la queja de una copla que los aires desgarra,

y en el calcinamiento de la estéril llanura,
aquel rincón de paz, oasis de frescura,
perdido en la planicie donde el sol achicharra
y su crótalos roncos repica la cigarra.

Y allí, visto de paso, bajo el verde cancel
de las tupidas hojas que forman el dosel
que lo estona y ajusta el marco del dintel,

aquel rostro moreno del mirador aquel,
con los ojos de pena y los labios de miel,
y toda Andalucía reconcentrada en él.

SENSACIÓN DE REGRESO

¡Madre, madre, aquí estoy.! Cuando la suerte quiso,
como bohemio errante dejé tu paraíso
y fui de gente en gente
y fui de Corte en Corte;
de los soles de Oriente a las brumas del Norte;
pero ni el sol ni el hielo
de ti me tuvo ausente;
el azul de unos ojos me hablaba de tu cielo,
lo diáfano de un verso evocaba tu ambiente
y en el más crudo invierno, un soplo de fragancia,
aromas de tus campos me trajo a la distancia.

Hoy, enfermo y cansado, temí que mis despojos,
con las manos cruzadas y cerrados los ojos,
llegaran hasta ti; por eso vine antes,
para mirar de nuevo tus estrellas radiantes.
Cual si fuese un fantasma, ya mi sombra se aúna
a la de los sabinos del bosque milenario en las
noches de luna.

Ayer no estuve ausente; hoy, qué importa que muera.
Sobre tus verdes campos una estación impera:
invierno, otoño, estío, aquí son primavera.
Arrópenme con tierra tus manos amorosas,
el rictus de mi boca han de borrar tus besos,
la savia de mi carne y el polvo de mis huesos
renacerán en rosas.

Madre, madre, no llores. Si mi cuerpo sepultas
y ves brotar zarzales, será, ¿no lo adivinas?
que mis penas ocultas
renacen en espinas;
pero también en flores.
Madre, madre, no llores:
símbolo de mí vida
será mi corazón una zarza florida,

RELIQUIA

En la calle silenciosa
resonaron mis pisadas;
al llegar frente a la reja
sentí abrirse la ventana. . .

¿Qué me dijo? ¿Lo sé acaso?
Hablamos con el alma. . .
como era la última cita,
la despedida fue larga.
Los besos y los sollozos
completaron las palabras
que de la boca salían
en frases entrecortadas.
«Rézale cuando estés triste,
dijo al darme una medalla,
y no pienses que vas solo
si en tus penas te acompaña».

Le dije adiós. muchas veces,
sin atreverme a dejarla,
y al fin, cerrando los ojos,
partí sin volver la cara.

No quiero verla, no quiero,
¡será tan triste encontrarla
con hijos que no son míos
durmiendo sobre su falda!

¿Quién del olvido es culpable?
Ni ella ni yo: la distancia…
¿Qué pensará de mis versos?
tal vez mucho, quizá nada.
No sabe que en mis tristezas,
frente a la imagen de plata,
invento unas oraciones,
que suplen las olvidadas.

¿Serán buenas? ¡Quién lo duda!
Son sinceras, y eso basta;
yo les rezo a mis recuerdos
y se alegra mi nostalgia,
frente a la tosca medalla.

Y se iluminan mis sombras,
y cruzan nubes de incienso
el santuario de mi alma.

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Donaciano Bueno Diez

Donaciano Bueno Diez

Editor: hombre de mente curiosa, inquieta, creativa, sagaz y soñadora, amante de la poesía.

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