Una muestra de sus poemas
Amor II
¡Porque yo sé que tengo tanto amor en los brazos!
Así me pesan, hondos, graves como la vida,
un hijo o un amante, o un ramo de jazmines,
o un retazo de viento, o el talle de una amiga.
Aquí, en los brazos, siento gravitar las estrellas,
el pecho de Dios mismo, la dorada gavilla,
el vuelo de los pájaros, el corazón del mundo,
el peso inagotable de mi melancolía.
Aquí, en los brazos, todo. Los hombres y los astros,
el fuego de la tierra quemándose a sí misma,
las ilusiones rotas, los sueños consumados,
y las generaciones que arrancan de mi vida.
Aquí, en los brazos, todo. El peso de los años,
el peso misterioso de mi propia semilla,
la sinrazón del mundo pesando su mortaja
¡y el peso obsesionante, mortal, de la ceniza!
Apenas ayer mismo
¿Me reconocéis?
Hace poco, apenas ayer mismo,
yo era una muchacha
con una grave voz de adolescente,
un cándido amor por la vida,
una crédula fe.
¿Me reconocéis?
Apenas ayer mismo,
yo llevaba un traje de colegiala,
un lazo azul celeste sobre el pecho,
una cartera de cuero bajo el brazo,
me sabía de memoria todos los cuentos de hadas,
tenía amigas
con calcetines blancos…
¿Me reconocéis?
Apenas ayer mismo,
yo acunaba a un niño pequeño entre mis brazos,
besaba a un hombre por primera vez,
obedecía las órdenes de mi madre,
dibujaba anagramas en las sábanas de boda.
¿Me reconocéis?
Apenas ayer mismo, yo era una mujer joven…
Cada vez que levante los ojos…
Cada vez que levante los ojos
beberé toda el agua del cielo.
Su agua azul, temblorosa de pájaros,
se me irá derramando por dentro.
Y allá donde las sombras mezquinas
me despierten un mal pensamiento,
allá donde se agiten las alas
nocturnas y vagas de tristes deseos,
formará el claro río una charca
de profundo y tersísimo espejo,
zodiacales los signos en torno,
y la estrella de Sur en el centro.
Y si un día me siento agobiada
de tener tanto cielo en el pecho
me hundiré en una charca clarísima
con un rayo de sol en el cuello.
Suicida de azules riberas,
yaceré sobre un lodo arcangélico.
Un reposo de miles de años
me estará acariciando los huesos…
Compañeros
«…Mal vestido y triste,
voy caminando por la calle vieja».
A. Machado
Y yo te acompaño. Voy contigo. Hablamos.
No nos separa nada: ni distancia, ni sexos.
Vamos del brazo juntos, caminando
como dos compañeros.
A veces te detienes. Levantas la cabeza.
Miras, sin ver, el cielo.
Y es como una cascada
de luz sobre mis hombros tu silencio.
Sonríes contemplando
la inmensa soledad del campo abierto,
y dices algo hermoso
sobre el río, los álamos, el pueblo…
Desdén
Después de todo, tú no me haces falta.
Al fin, ¿quién eres tú? Nervios y sangre,
carne que ha de podrirse en el sepulcro;
un puñado de polvo solamente.
Si he de morir después de haberte amado
¿la muerte me será más llevadera?
¿Qué haré en la tumba con tus dulces besos
temblándome en la boca descarnada?
¿Podré seguir soñando? ¿Habrás de darme
nueva vida quizá? ¡Eres tan poco!
Nada importa que alientes si algún día
has de dejar de ser. Hoy eres fuerte.
Mañana jugará un niño en el campo
con tus huesos antiguos, destruidos.
¿Para qué un alma que no tienes,
que no tendrás jamás? ¡No me haces falta!
Voy recogiendo pálidas estrellas,
hierba estelar con que formar mi tumba.
Allá, en las sombras, tú estarás inmóvil.
¡Mas yo me agitaré en las margaritas!
El viento
Todo ha vuelto a quedarse quieto
todo en su sitio y en reposo.
Va navegando por los días
la barca triste del otoño.
Fue allá, por la primavera…
Era un mundo maravilloso.
Tú llevabas el Universo
metido dentro de los ojos.
Te vi llegar como se mira
todo lo extraño y misterioso.
Sentí lo mismo que si un viento
me sacudiera por los hombros.
Luego partiste… Fue un segundo.
Mi corazón se quedó solo.
Ahora miro pasar la vida
como un reguero sobre el polvo.