LO QUE PIENSO Y LO QUE DIGO [Mi poema]
José Antonio Sáez [Poeta sugerido]

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MI POEMA… de medio pelo

 

Si he perdido, ya la vida, el tiempo, todo,
lo que soñé, lo que tuve y lo que hoy tengo
ha pesado mucho más y lo mantengo
lo que pienso, lo que digo y aun mi apodo.

Si he buscado casi siempre mi acomodo
y he cedido mi opinión a algún proscrito
a traición nunca he vendido, quede escrito,
lo que pienso, lo que digo y aun mi apodo.

Si he sufrido de demencia algún periodo
y a peanas de otros dioses he subido
fue un intento por lograr ser bendecido
lo que pienso, lo que digo y aun mi apodo.

Por si hay duda en estos versos me redigo,
me disculpen por ser hoy tan insistente,
obsesivo, siempre tuve yo presente
sin adobo lo que pienso, lo que digo.
©donaciano bueno.

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Comentario del autor sobre el poema: La libertad de pensar y decir lo que uno piensa es un tesoro con el que nacemos y al que nadie debe renunciar.

MI POETA SUGERIDO:  José Antonio Sáez

MEMENTO MORI.

Después de haber vivido tantos días felices
con que la vida quiso regalarle
y de haber relegado en el olvido
el desamor de otros tantos que el cielo,
indulgente, cedió a la desmemoria;
confió todo el amor que le cupiera
al Creador de quien lo recibió.
Fue tanta la gratitud que albergaba
su alma, y tan hondo el gozo que sentía
allí, en lo más recóndito (lejos ya los dolores,
las angustias, los temores, los miedos);
que sólo acertó a mojar con sus lágrimas
las manos de quienes le confortaban
y cerraron sus párpados en la gracia del vuelo.

INSCRIPCIÓN SOBRE UNA TUMBA ANÓNIMA.

Pues no me cupo otra gloria en este mundo
que servir a mi propia conciencia y no tuve
otros dueños que no fuesen el cultivo interior
y la dignidad exigible; pasé entre los hombres
desde el silencio en que ellos parecían ignorarlo.
Mas no creas que guardo rencor alguno,
ni tampoco a la vida que me dio, seguramente,
cuanto merecía y gané con mi único esfuerzo.
Que tuve momentos de gozo, como otros,
no es ningún secreto y agradezco su dádiva
a quienes me ofrecieron su amistad o su mesa,
estrecharon mi mano o me abrazaron.
No sean ajenas a ti, que pasas hoy ante mi tumba,
estas palabras que la lluvia, el sol y el tiempo
con implacable fiereza han desgastado.
Nada queda de mí ni mis menguados méritos.
Sólo esta ofrenda de amor que son mis huesos.

(Antología, IV)

Cae sobre mí como lluvia suave
y no atiende a razones.
Va y me susurra al oído palabras
encendidas del más vivo lenguaje.
Graba siempre mi nombre
en los troncos de los chopos desnudos,
a la orilla del río,
fundido junto al suyo.
Se desliza en las sombras de la noche,
así como el felino tras su presa,
y se escabulle luego
en los arbustos del jardín cercano.
Me llama y su rugido
se escucha en el pantanal donde silban
los pájaros al alba rosicler.
Habita en soledad y no desea
otra compañía que mi presencia.
Ella es así, y cautiva.

EMIGRANTE MARROQUÍ EN UN PARQUE

Sus ojos ya no buscan más que el mar en la tarde,
el sonido del agua, su perfume salobre
que impregnaba los barcos en el muelle sombrío
del puerto aquel lejano, de la patria en ruinas.
Siempre mira de frente y sus ojos denuncian
la tristeza sublime de este recinto en llamas
que el ocaso avecina con sus tubas doradas.
Solitario y vencido, derrotado y perdido,
vareador acaso que buscó en otras islas
lo que ayer le negara la tierra polvorienta;
entre ríos de arena buscó las dunas móviles
que el destino arrogante le arrebató sin fuero.
Contempla hoy, burlado, las palomas del parque
que alimentan los niños y los viejos venidos
en busca de ese sol que es apenas caricia,
y ofrecen en sus manos unos cuencos vacíos
donde inquietos gorriones picotean las migas.
Mientras, su corazón acuna el sueño del regreso
y cerrando los ojos ya pasea por las plazas
de Marrakech o Rabat, y en Casablanca o Nador
saluda a los vecinos del zoco en donde un día
vendiera sus alfombras, sus objetos de cobre,
confundiendo a turistas bajo el sol de Marruecos.

SULTAN AHMET ÇAMII

Con las manos detrás, sobre la espalda,
mirando hacia lo alto, al cielo,
del que son embajada las altísimas cúpulas,
camino descalzo por el mar de alfombras
de la Mezquita Azul… La mañana se filtra
a través de las alegres vidrieras
que inventan otra luz, otro modo de ser
del día; otra manera de ser de la luz,
que es ya emoción,
porque el corazón late más rápido.
Azulejos de ensueño, de verdes y de azules,
con el brillo de siglos y de gemas cautivas,
componen ese cosmos de geometría o locura:
tulipanes y ramos, claveles o planetas;
dorados laberintos en los que se quedaron
los ojos del calígrafo… Resuena aquí una fe
que es una brisa y una queja,
ese canto desde el mihrab lo afirma ahora,
y es un llanto que endulza de lejos la esperanza.
Genuflexos, los fieles prosiguen su liturgia
y se inclinan o besan un suelo de pisadas;
pisadas en lo santo de plantas temerosas…
Siento que tiembla el mundo y que aquí,
bajo el regio velamen de esta nave doliente,
-acaso un espejismo-, tiene mi vida
ese cobijo que, quizás, la redime…
“No puede ser, no puede ser -me digo-,
esta lujuria, esta explosión de luces,
este delirio que nos conquista la voluntad,
este oro que flota, este polen
al que el alma no sabe oponer resistencia”…
Aguardo a que termine la oración, un instante,
y me quedo a solas, bajo la inmensa corona
de lamparillas que llamean sobre mi cabeza.
Respiro el vaho sagrado que alimenta al espíritu
y ensueño junto a una columna de briosos nervios.
Dios está aquí, en esta desmesura,
en esta dolorosa fantasía de los hombres,
que oran con la cabeza cubierta
y tienen los dedos resecos
por las cuentas de sus rosarios.
Afuera el Mar de Mármara,
azul, como el color de los ojos de la favorita
es un mar calmo, de seda, un mar dormido,
en el que se han quedado varados los grandes navíos,
varados por el hechizo inexplicable de un deseo.
Por esta gran burbuja preferida y gigante
va mi vida errabunda; la luz y el salmo
la consuelan, porque lejos de esta ilusión,
(que la retina mira con hambre,
por miedo a que se desvanezca),
la desventura sigue aguardando
con sus trampas secretas.

TUMBAS EN LA CIUDAD

Repica el agua en la verde maleza
que ahoga las tumbas de los antepasados:
estelas inclinadas y hundidas en la tierra
llevan grabadas frases que en su vida
los muertos idearon. Sentencias y deseos,
sueños tallados en la piedra.
Y ahora la lluvia toca sus pensamientos
y resuena también, verde y furiosa,
en la maleza que es su única amiga.
Dentro parpadean las lámparas de la mezquita
y se inclinan las sombras de los fieles.
Aquí fuera la lluvia, la lluvia que viene
de ese cielo tan gris, como el polvillo viejo
de los huesos; tan gris como el destino
de ceniza que a todos nos espera.

DESDE LA TORRE GÁLATA

Contempla allá esa luz
que hacia el poniente es sangre.
Esa luz que parece inventarse la ciudad
en sus atardeceres. Distinta cada día,
contémplala desde aquí y mira cómo asciende
desde la urbe que la sueña,
mientras se van haciendo eternos los perfiles
de cúpulas y de minaretes.
Quisiera el alma retener para siempre
este latido vivo que llega de la entraña
de la ciudad, este pálpito,
este rumor infinito de voces
que se mezclan y se contradicen.
Azota el viento el rostro y guarda el ojo
su lágrima penúltima
para gozar la acuosa imagen del milagro.
Por el Cuerno de Oro van mis sueños
que solté desde aquí, desde la Torre Gálata,
como un puñado de palomas.

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Donaciano Bueno Diez

Donaciano Bueno Diez

Editor: hombre de mente curiosa, inquieta, creativa, sagaz y soñadora, amante de la poesía.

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