CUANDO SUENAN LAS CAMPANAS [Mi poema]
Melchor López [Poeta sugerido]

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MI POEMA… de medio pelo

 

Cuando suenan de la iglesia las campanas
me recuerdan a otros tiempos muy lejanos
en que el mundo se abarcaba con las manos,
que los sapos convivían con las ranas
y hasta dios solo era el Dios de los cristianos.

Las fronteras las marcaban los caminos,
ignorando más allá de las montañas,
los paisanos, cada cual con sus migrañas,
a los otros les trataban de vecinos,
y mentiras eran trucos o artimañas.

Donde todo se movía en la familia,
de la paz marcaba el juez sus discrepancias
cara a cara sin tener que echar instancias,
sin remilgos se oficiaba la vigilia
pues que a nadie le arrendaban sus ganancias.

En que el sitio de jugar era la plaza
y el lugar para estudiar eran escuelas,
los maestros nos llamaban sanguijuelas
y que pan no había pan, solo la hogaza,
ni dentistas y eso sí, dolor de muelas.

Y hoy que el mundo he descubierto que es tan grande
yo me siento cada día más pequeño,
me pregunto si es que aquello no fue un sueño
del que nunca he conseguido liberarme
como antaño el picadillo en un bargueño.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDOMelchor López

LUGAR DEL BASILISCO

(Para Sergio Barreto)

Se petrificó el curso
señalado del sol.

El mefítico aliento
resquebrajó las piedras.

Los arbustos malditos se desploman
en las raíces yermas.

En la penumbra fósil del aljibe,
se vislumbran las mondas osamentas
de onagros y pastores,
entre un nimbo de polvo subterráneo.

No debes probar nunca de esa agua,
de ese líquido infecto
que el mismo sol desdeña.

Protégete del fuego con un velo,
guárdate del ojo que fulmina
la entraña con su rayo.

El caballero de la armadura de espejos
se extravió en los desiertos
dilatados de Libia.

Cada mañana,
con menguada esperanza,
a la sombra lacónica
de los muros de toba,
aguardamos el canto del gallo de leyenda
que aniquile a la bestia.

MÉDANO

Para Néstor y José Miguel Cuenca

¿Resurgirá aquel médano,
aquel inconcebible monstruo
de arena y ululante viento,

tragaldabas voraz
que sepultara
poblados y cisternas,

impelido por qué ira
de la tierra emanada

-¡cómo aullaban los perros,
cómo, abandonados,
gemían los tullidos
en sus pobres jergones!- ,

aquel médano,
azuzado por una turba de Berbería,
emanación malévola
del desierto
que engullera la ermita de Mozaga
y las inermes tallas de los santos?

¿Resurgirá aquel médano,
aquella duna
que avanzara implacable
como una fiera
de fauces espumosas,
acosando las sombras
repudiadas de las rameras?

¿Será acaso ese médano
la inusitada fuerza, el ávido señor
que, de una orilla a otra,
devastándolo todo, -escorias y castillos-
de todo al fin se adueñe,
el médano de médanos?

El dios Oro

Te busqué inútilmente
en mi extravío por las salas
del Museo Británico, dios Oro.
Quería tenerte ante mí,
no en la lámina oscura
de una enciclopedia,
frente a frente los dos mirándonos.
Quería ver tus ojos maliciosos
y tus brazos de basta soga,
tu cuerpo de cordones y madera,
ridículo y terrible.
Te busqué acaso
siguiendo tu llamada.

Dios Oro, pobre
dios, muñeco de palo, tosco ídolo,
en qué vitrina en qué sala cautivo,
lejos de tu isla aguardas
el día del rencor y la ira,
la hora del hacha,
del incendio y su llama desatada.
Dios Oro, dios
tahitiano de la guerra,
ay del día que te liberes
en tus fuerzas malignas,
en tus potencias sin gobierno,
en los tifones de tus climas.
El horror cegará entonces los ojos
del guardián abatido,
en el silencio de las salas
se oirá un estruendo grande
como si un furibundo cíclope
derribara los muros de su celda,
y un resplandor extraño,
con la forma temible de tu cuerpo,
ascenderá en la noche.

Dios Oro,
dios Oro,
estos versos que ahora escribo
responden quizá a una orden tuya,
a un mandato secreto, a un conjuro
que somete a mi mano. Estos versos
acaso anuncian ya tu despertar,
el final del letargo,
la amenaza cercana, la venganza
contra aquellos que ríen
irreverentes, hacen chanzas
ante tu burda
imagen destructora.

Ante unos cuadros de Mark Rothko

Sí, usted fue, Mark Rothko,
el último dios vivo. Sí, el último
dios. O su enviado.

Sentado ante sus cuadros, conmovido,
oyendo ahora en esta sala
la música que suena, mueve
silenciosa las cuerdas, los colores,
las franjas paralelas
de su pintura,
con mi espíritu al fin
hallando su reposo, sosegándose,
ya aquietada mi carne
en su pobre materia,
vencidos los deseos,
las ansias doblegadas,
postrado como en una iglesia
levemente alumbrada
donde apenas se oyesen en el eco
algunos pasos, siento
que, si me concentrara,
si mi mirada se abriera, cerrándose,
ciega en sus ojos, hacia adentro,
lograría llegar
allá donde usted, Rothko, pintaba,
lograría pasar
sin dolor, casi sin esfuerzo, sí,
al otro lado.

Catacumbas de San Francisco

Para la calavera de Juan Llampallas

Aquí yace Manoel Gomes dos Santos.
Aquí yace Maria Albina de Sá Nasareth.
Aquí yace Custódio Luiz de Miranda.

Los enterrados próceres de Oporto
ya no lucen sus finas galas,
abajo, en las tumbas coronadas
por huesos y macabros coros de calaveras.

Los enterrados próceres de Oporto
ya no pueden oír, arriba,
en el templo, el canto de los ángeles
declarando la gloria de la vida
que todavía fluye, poderosa,
entre profusos oros vegetales.

Aquí yace Thomas Leite Ferreira.
Aquí yace Maria Emilia Braga.
Aquí yace.
Aquí.

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José Luis Giménez-Frontín

El vecino exigente

Oh vecino exigente,
que en la página he puesto,
pero bien sé que apenas
he sabido ser fiel y ser constante
a tu extraño mandato.

Cansada está mi vista para las tenues letras
que escribes cuando duermo.
Cerrados mis oídos al susurro
por el ruido constante.
Ando como un anciano por las noches,
y hay vértebras roídas
que con dolor humillan mi cintura
y me alejan de ti,
oh voz que escucho a veces
y a quien siempre traiciono
cuando vuelvo a ser joven.

Oh vecino inquietante.

Es tuya la mirada del lector
que estos versos recuerda.
Es tuyo su apiadado pensamiento,
la lengua que le forja
y la contemplación
que siempre le contempla
desde el vacío, clamoroso y denso

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Donaciano Bueno Diez

Donaciano Bueno Diez

Editor: hombre de mente curiosa, inquieta, creativa, sagaz y soñadora, amante de la poesía.

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