»GARCILASO DE LA VEGA
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Breve biografía de Garcilaso de la Vega ¡Gracias por leer esta publicación, ¿deseas comentar? haz click en el botón de la izquierda! Sus obras eran conocidas de todo el mundo, y su autoridad tal, que el mismo Cervantes, que no tenía sobrada propensión al elogio, le consideraba como una de las más indiscutibles glorias de las letras patrias. Así, cuando el Licenciado Vidriera se partió para Italia, «los muchos libros que tenía los redujo a unas Horas de Nuestra Señora y un Garcilaso sin comento, que en las dos faldriqueras llevaba». Es decir, que al ingenioso licenciado le era imposible separarse de su gran poeta favorito. La lira, de ascendencia italiana, es una estrofa de cinco versos cuyo esquema estrófico es: 7a, 11B, 7a, 7b, 11B. Su autor más representativo fue Garcilaso. http://www.garcilaso.org/ En fin, a vuestras manos he venido, mi vida no sé en qué se ha sostenido, Mis lágrimas han sido derramadas ¡basten las que por vos tengo lloradas; La mar en medio y tierras he dejado Ya de volver estoy desconfiado; De cualquier mal pudiera socorrerme mas no de veros ya para valerme, Un rato se levanta mi esperanza: ¿Quién sufrirá tan áspera mudanza Yo mesmo emprenderé a fuerza de brazos Muerte, prisión no pueden, ni embarazos, Escrito está en mi alma vuestro gesto, En esto estoy y estaré siempre puesto; Yo no nací sino para quereros; Cuando tengo confieso yo deberos; Por ásperos caminos he llegado Mas tal estoy, que con la muerte al lado Por otra parte, el breve tiempo mío, mi inclinación, con quien ya no porfío, No pierda más quien ha tanto perdido, Tu templo y sus paredes he vestido Yo había jurado nunca más meterme, Mas del que viene no podré valerme; De aquella vista buena y excelente Entránse en el camino fácilmente, Ausente, en la memoria la imagino; mas no hallando fácil el camino, Señora mía, si yo de vos ausente tras éste luego siento otro accidente, En esta diferencia mis sentidos Nunca entre sí los veo sino reñidos; ¡Oh dulces prendas, por mí mal halladas, ¿Quién me dijera, cuando las pasadas Pues en una hora junto me llevastes si no, sospecharé que me pusistes Hermosas ninfas, que, en el río metidas, dejad un rato la labor, alzando que o no podréis de lástima escucharme, Si para refrenar este deseo No me aprovecha verme cual me veo, ¿qué me ha de aprovechar ver la pintura y la del que su fuego y su locura A Dafne ya los brazos le crecían, De áspera corteza se cubrían Aquel que fue la causa de tal daño, ¡Oh miserable estado! ¡oh mal tamaño! Como la tierna madre, que el doliente Y aquel piadoso amor no le consiente así a mi enfermo y loco pensamiento, Mas pídemele y llora cada día Si quejas y lamentos pueden tanto, si convertieron a escuchar su llanto ¿por qué no ablandará mi trabajosa Con más piedad debría ser escuchada No las francesas armas odïosas, no las escaramuzas peligrosas, pudieron, aunque más yo me ofrecía Mas infición del aire en sólo un día Pensando que el camino iba derecho, El ancho campo me parece estrecho, Del sueño, si hay alguno, aquella parte En fin que como quiera estoy de arte, Si a vuestra voluntad yo soy de cera, ¿de do viene una cosa, que, si fuera Y es que yo soy de lejos inflamado mas si de cerca soy acometido Julio, después que me partí llorando de mi bien a mí mismo voy tomando y con este temor mi lengua prueba en que yo comencé como testigo Con tal fuerza y vigor son concertados El mal es que me quedan los cuidados Aunque por otra parte no me duelo, antes con él me abrazo y me consuelo; El dulce lamentar de dos pastores, agora de cuidados enojosos En tanto que este tiempo que adivino Saliendo de las ondas encendido, Salicio: El sol tiende los rayos de su lumbre ¿Y tú, de esta mi vida ya olvidada, Por ti el silencio de la selva umbrosa, ¡Cuántas veces, durmiendo en la floresta, Tu dulce habla ¿en cúya oreja suena? ¿Qué no se esperará de aquí adelante, Materia diste al mundo de esperanza Siempre de nueva leche en el verano ¿Cómo te vine en tanto menosprecio? Con mi llorar las piedras enternecen Mas ya que a socorrerme aquí no vienes, Aquí dio fin a su cantar Salicio, Nemoroso: Y en este mismo valle, donde agora ¿Dó están agora aquellos claros ojos ¿Quién me dijera, Elisa, vida mía, Después que nos dejaste, nunca pace Como al partir del sol la sombra crece, Cual suele el ruiseñor con triste canto desta manera suelto yo la rienda Una parte guardé de tus cabellos, Mas luego a la memoria se me ofrece ¿Ibate tanto en perseguir las fieras? Divina Elisa, pues agora el cielo Si de mi baja lira y en ásperas montañas no pienses que cantado ni aquellos capitanes mas solamente aquella y cómo por ti sola, Hablo de aquel cativo Por ti, como solía, Por ti, con diestra mano, Por ti, su blanda musa, Por ti, el mayor amigo y agora en tal manera No fuiste tú engendrada Hágate temerosa Estábase alegrando y al cuello el lazo atado, Sintió allí convertirse Los ojos se enclavaron las entrañas heladas hasta que, finalmente, No quieras tú, señora, den inmortal materia, TIRRENO – ALCINO Aquella voluntad honesta y pura, Y aún no se me figura que me toca Mas la fortuna, de mi mal no harta, Pero por más que en mí su fuerza pruebe En tanto no te ofenda ni te harte Aplica, pues, un rato los sentidos Por aquesta razón de ti escuchado, Cerca del Tajo en soledad amena Con tanta mansedumbre el cristalino Movióla el sitio umbroso, el manso viento, Habiendo contemplado una gran pieza No perdió en esto mucho tiempo el ruego, Poniendo ya en lo enjuto las pisadas, Las telas eran hechas y tejidas La delicada estambre era distinta Filódoce, que así de aquellas era Estaba figurada la hermosa Figurado se vía extensamente Dinámene no menos artificio Dafne con el cabello suelto al viento, Mas a la fin los brazos le crecían, Climene, llena de destreza y maña, Tras esto el puerco allí se vía herido Adonis este se mostraba que era, La blanca Nise no tomó a destajo Pintado el caudaloso río se vía, Estaba puesta en la sublime cumbre En la hermosa tela se veían Todas con el cabello desparcido Una de aquellas diosas, que en belleza, «Elisa soy, en cuyo nombre suena En fin en esta tela artificiosa Y porque aqueste lamentable cuento Destas historias tales variadas Los rayos ya del sol se trastornaban, En las templadas ondas ya metidos Más claro cada vez el son se oía, Tirreno de estos dos el uno era, TIRRENO Flérida, para mi dulce y sabrosa ALCINO Hermosa Filis, siempre yo te sea TIRRENO Cual suele acompañada de su bando ALClNO ¿Ves el furor del animoso viento TIRRENO El blanco trigo multiplica y crece ALCINO De la esterilidad es oprimido TIRRENO El álamo de Alcides escogido ALCINO El fresno por la selva en hermosura Esto cantó Tirreno, y esto AlcinoEn fin, a vuestras manos he venido
do sé que he de morir tan apretado,
que aun aliviar con quejas mi cuidado,
como remedio, me es ya defendido;
si no es en haber sido yo guardado
para que sólo en mí fuese probado
cuanto corta una espada en un rendido.
donde la sequedad y la aspereza
dieron mal fruto dellas y mi suerte:
no os venguéis más de mí con mi flaqueza;
allá os vengad, señora, con mi muerte!La mar en medio y tierras he dejado
de cuanto bien, cuitado, yo tenía;
y yéndome alejando cada día,
gentes, costumbres, lenguas he pasado.
pienso remedios en mi fantasía;
y el que más cierto espero es aquel día
que acabará la vida y el cuidado.
con veros yo, señora, o esperallo,
si esperallo pudiera sin perdello;
si no es morir, ningún remedio hallo,
y si éste lo es, tampoco podré habello.Un rato se levanta mi esperanza
mas, cansada de haberse levantado,
torna a caer, que deja, mal mi grado,
libre el lugar a la desconfianza.
del bien al mal? ¡Oh corazón cansado!
Esfuerza en la miseria de tu estado;
que tras fortuna suele haber bonanza.
romper un monte, que otro no rompiera,
de mil inconvenientes muy espeso.
quitarme de ir a veros, como quiera,
desnudo espirtu o hombre en carne y hueso.Escrito está en mi alma vuestro gesto
y cuanto yo escribir de vos deseo;
vos sola lo escribisteis, yo lo leo
tan solo, que aun de vos me guardo en esto.
que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.
mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma mismo os quiero.
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir, y por vos muero.Por ásperos caminos he llegado
a parte que de miedo no me muevo;
y si a mudarme a dar un paso pruebo,
y allí por los cabellos soy tornado.
busco de mi vivir consejo nuevo;
y conozco el mejor y el peor apruebo,
o por costumbre mala o por mi hado.
y el errado proceso de mis años,
en su primer principio y en su medio,
la cierta muerte, fin de tantos daños,
me hacen descuidar de mi remedio.No pierda más quien ha tanto perdido
bástate, amor, lo que ha por mí pasado;
válgame agora jamás haber probado
a defenderme de lo que has querido.
de mis mojadas ropas y adornado,
como acontece a quien ha ya escapado
libre de la tormenta en que se vido.
a poder mío y mi consentimiento,
en otro tal peligro, como vano.
y en esto no voy contra el juramento;
que ni es como los otros ni en mi mano.De aquella vista buena y excelente
salen espirtus vivos y encendidos,
y siendo por mis ojos recibidos,
me pasan hasta donde el mal se siente.
con los míos, de tal calor movidos,
salen fuera de mí como perdidos,
llamados de aquel bien que está presente.
mis espirtus, pensando que la vían,
se mueven y se encienden sin medida;
que los suyos entrando derretían,
revientan por salir do no hay salida.Señora mía, si yo de vos ausente
en esta vida turo y no me muero,
paréceme que ofendo a lo que os quiero,
y al bien de que gozaba en ser presente;
que es ver que si de vida desespero,
yo pierdo cuanto bien bien de vos espero;
y ansí ando en lo que siento diferente.
están, en vuestra ausencia y en porfía,
no sé ya que hacerme en tal tamaño.
de tal arte pelean noche y día,
que sólo se conciertan en mi daño.¡Oh dulces prendas, por mí mal halladas
dulces y alegres cuando Dios quería,
Juntas estáis en la memoria mía,
y con ella en mi muerte conjuradas!
horas que en tanto bien por vos me vía,
que me habiáis de ser en algún día
con tan grave dolor representadas?
todo el bien que por términos me distes,
lleváme junto el mal que me dejastes;
en tantos bienes, porque deseastes
verme morir entre memorias tristes.Hermosas ninfas, que, en el río metidas
contentas habitáis en las moradas
de relucientes piedras fabricadas
y en columnas de vidrio sostenidas;
agora estéis labrando embebecidas
o tejiendo las telas delicadas,
agora unas con otras apartadas
contándoos los amores y las vidas:
vuestras rubias cabezas a mirarme,
y no os detendréis mucho según ando,
o convertido en agua aquí llorando,
podréis allá despacio consolarme.Si para refrenar este deseo
loco, imposible, vano, temeroso,
y guarecer de un mal tan peligroso,
que es darme a entender yo lo que no creo.
o muy aventurado o muy medroso,
en tanta confusión que nunca oso
fiar el mal de mí que lo poseo,
de aquél que con las alas derretidas
cayendo, fama y nombre al mar ha dado,
llora entre aquellas plantas conocidas
apenas en el agua resfrïado?A Dafne ya los brazos le crecían
y en luengos ramos vueltos se mostraba;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos que el oro escurecían.
los tiernos miembros, que aún bullendo estaban:
los blancos pies en tierra se hincaban,
y en torcidas raíces se volvían.
a fuerza de llorar, crecer hacía
este árbol que con lágrimas regaba.
¡Que con llorarla crezca cada día
la causa y la razón porque lloraba!Como la tierna madre, que el doliente
hijo le está con lágrimas pidiendo
alguna cosa, de la cual comiendo,
sabe que ha de doblarse el mal que siente.
que considere el daño que, haciendo
lo que le pide hace, va corriendo
y aplaca el llanto y dobla el accidente,
que en su daño os me pide, yo querría
quitarle este mortal mantenimiento.
tanto que cuanto quiere le consiento,
olvidando su muerte, y aun la mía.Si quejas y lamentos pueden tanto
que enfrenaron el curso de los ríos,
y en los diversos montes y sombríos
los árboles movieron con su canto;
los fieros tigres, y peñascos fríos;
si, en fin, con menos casos que los míos
bajaron a los reinos del espanto,
vida, en miseria y lágrimas pasada,
un corazón conmigo endurecido?
la voz del que se llora por perdido
que la del que perdió y llora otra cosa.No las francesas armas odïosas
en contra puestas del airado pecho,
ni en los guardados muros con pertecho
los tiros y saetas ponzoñosas;
ni aquel fiero rüido contrahecho
de aquel que para Júpiter fue hecho,
por manos de Vulcano artificiosas,
a los peligros de la dura guerra,
quitar una hora sola de mi hado.
me quitó el mundo, y me ha en ti sepultado,
Parténope, tan lejos de mi tierra.Pensando que el camino iba derecho
vine a parar en tanta desventura,
que imaginar no puedo, aún con locura,
algo de que esté un rato satisfecho.
la noche clara para mí es escura;
la dulce compañía, amarga y dura,
y duro campo de batalla el lecho.
sola, que es imagen de la muerte,
se aviene con el alma fatigada.
que juzgo ya por hora menos fuerte,
aunque en ella me vi, la que es pasada.Si a vuestra voluntad yo soy de cera
y por sol tengo sólo vuestra vista,
la cual a quien no inflama o no conquista
con su mirar, es de sentido fuera;
menos veces de mí probada y vista,
según parece que a razón resista,
a mi sentido mismo no creyera?
de vuestra ardiente vista y encendido
tanto, que en vida me sostengo apenas;
de vuestros ojos, luego siento helado
cuajárseme la sangre por las venas.Julio, después que me partí llorando
de quien jamás mi pensamiento parte,
y dejé de mi alma aquella parte
que al cuerpo vida y fuerza estaba dando,
estrecha cuenta, y siento de tal arte
faltarme todo el bien, que temo en parte
que ha de faltarme el aire sospirando;
a razonar con vos, oh dulce amigo,
del amarga memoria de aquel día
a poder dar, del alma vuestra, nueva
y a saberla de vos del alma mía.Con tal fuerza y vigor son concertados
para mi perdición los duros vientos,
que cortaron mis tiernos pensamientos
luego que sobre mí fueron mostrados.
en salvo destos acontecimientos,
que son duros, y tienen fundamientos
en todos mis sentidos bien echados.
ya que el bien me dejó con su partida,
del grave mal que en mí está de contino;
porque en proceso de tan dura vida
ataje la largueza del camino.ÉGLOTA I
Salicio juntamente y Nemoroso,
he de contar, sus quejas imitando;
cuyas ovejas al cantar sabroso
estaban muy atentas, los amores,
(de pacer olvidadas) escuchando.
Tú, que ganaste obrando
un nombre en todo el mundo
y un grado sin segundo,
agora estés atento sólo y dado
el ínclito gobierno del estado
Albano; agora vuelto a la otra parte,
resplandeciente, armado,
representando en tierra el fiero Marte;
y de negocios libre, por ventura
andes a caza, el monte fatigando
en ardiente jinete, que apresura
el curso tras los ciervos temerosos,
que en vano su morir van dilatando;
espera, que en tornando
a ser restituido
al ocio ya perdido,
luego verás ejercitar mi pluma
por la infinita innumerable suma
de tus virtudes y famosas obras,
antes que me consuma,
faltando a ti, que a todo el mondo sobras.
viene a sacarme de la deuda un día,
que se debe a tu fama y a tu gloria
(que es deuda general, no sólo mía,
mas de cualquier ingenio peregrino
que celebra lo digno de memoria),
el árbol de victoria,
que ciñe estrechamente
tu gloriosa frente,
dé lugar a la hiedra que se planta
debajo de tu sombra, y se levanta
poco a poco, arrimada a tus loores;
y en cuanto esto se canta,
escucha tú el cantar de mis pastores.
rayaba de los montes al altura
el sol, cuando Salicio, recostado
al pie de un alta haya en la verdura,
por donde un agua clara con sonido
atravesaba el fresco y verde prado,
él, con canto acordado
al rumor que sonaba,
del agua que pasaba,
se quejaba tan dulce y blandamente
como si no estuviera de allí ausente
la que de su dolor culpa tenía;
y así, como presente,
razonando con ella, le decía:
¡Oh más dura que mármol a mis quejas,
y al encendido fuego en que me quemo
más helada que nieve, Galatea!,
estoy muriendo, y aún la vida temo;
témola con razón, pues tú me dejas,
que no hay, sin ti, el vivir para qué sea.
Vergüenza he que me vea
ninguno en tal estado,
de ti desamparado,
y de mí mismo yo me corro agora.
¿De un alma te desdeñas ser señora,
donde siempre moraste, no pudiendo
de ella salir un hora?
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.
por montes y por valles, despertando
las aves y animales y la gente:
cuál por el aire claro va volando,
cuál por el verde valle o alta cumbre
paciendo va segura y libremente,
cuál con el sol presente
va de nuevo al oficio,
y al usado ejercicio
do su natura o menester le inclina,
siempre está en llanto esta ánima mezquina,
cuando la sombra el mondo va cubriendo,
o la luz se avecina.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.
sin mostrar un pequeño sentimiento
de que por ti Salicio triste muera,
dejas llevar (¡desconocida!) al viento
el amor y la fe que ser guardada
eternamente sólo a mí debiera?
¡Oh Dios!, ¿por qué siquiera,
(pues ves desde tu altura
esta falsa perjura
causar la muerte de un estrecho amigo)
no recibe del cielo algún castigo?
Si en pago del amor yo estoy muriendo,
¿qué hará el enemigo?
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.
por ti la esquividad y apartamiento
del solitario monte me agradaba;
por ti la verde hierba, el fresco viento,
el blanco lirio y colorada rosa
y dulce primavera deseaba.
¡Ay, cuánto me engañaba!
¡Ay, cuán diferente era
y cuán de otra manera
lo que en tu falso pecho se escondía!
Bien claro con su voz me lo decía
la siniestra corneja, repitiendo
la desventura mía.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.
(reputándolo yo por desvarío)
vi mi mal entre sueños, desdichado!
Soñaba que en el tiempo del estío
llevaba, por pasar allí la sienta,
a beber en el Tajo mi ganado;
y después de llegado,
sin saber de cuál arte,
por desusada parte
y por nuevo camino el agua se iba;
ardiendo yo con la calor estiva,
el curso enajenado iba siguiendo
del agua fugitiva.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.
Tus claros ojos ¿a quién los volviste?
¿Por quién tan sin respeto me trocaste?
Tu quebrantada fe ¿dó la pusiste?
¿Cuál es el cuello que, como en cadena,
de tus hermosos brazos anudaste?
No hay corazón que baste,
aunque fuese de piedra,
viendo mi amada hiedra,
de mí arrancada, en otro muro asida,
y mi parra en otro olmo entretejida,
que no se esté con llanto deshaciendo
hasta acabar la vida.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.
por difícil que sea y por incierto?
O ¿qué discordia no será juntada?,
y juntamente ¿qué tendrá por cierto,
o qué de hoy más no temerá el amante,
siendo a todo materia por ti dada?
Cuando tú enajenada
de mi cuidado fuiste,
notable causa diste,
y ejemplo a todos cuantos cubre el cielo,
que el más seguro tema con recelo
perder lo que estuviere poseyendo.
Salid fuera sin duelo,
salid sin duelo, lágrimas, corriendo.
de alcanzar lo imposible y no pensado,
y de hacer juntar lo diferente,
dando a quien diste el corazón malvado,
quitándolo de mí con tal mudanza
que siempre sonará de gente en gente.
La cordera paciente
con el lobo hambriento
hará su ayuntamiento,
y con las simples aves sin ruido
harán las bravas sierpes ya su nido;
que mayor diferencia comprendo
de ti al que has escogido.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.
y en el invierno abundo; en mi majada
la manteca y el queso está sobrado;
de mi cantar, pues, yo te vi agradada
tanto que no pudiera el mantuano
Títiro ser de ti más alabado.
No soy, pues, bien mirado,
tan disforme ni feo;
que aún agora me veo
en esta agua que corre clara y pura,
y cierto no trocara mi figura
con ese que de mí se está riendo;
¡trocara mi ventura!
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.
¿Cómo te fui tan presto aborrecible?
¿Cómo te faltó en mí el conocimiento?
Si no tuvieras condición terrible,
siempre fuera tenido de ti en precio,
y no viera de ti este apartamiento.
¿No sabes que sin cuento
buscan en el estío
mis ovejas el frío
de la sierra de Cuenca, y el gobierno
del abrigado Estremo en el invierno?
Mas ¡qué vale el tener, si derritiendo
me estoy en llanto eterno!
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.
su natural dureza y la quebrantan;
los árboles parece que se inclinan:
las aves que me escuchan, cuando cantan,
con diferente voz se condolecen,
y mi morir cantando me adivinan.
Las fieras, que reclinan
su cuerpo fatigado,
dejan el sosegado
sueño por escuchar mi llanto triste.
Tú sola contra mí te endureciste,
los ojos aún siquiera no volviendo
a lo que tú hiciste.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.
no dejes el lugar que tanto amaste,
que bien podrás venir de mí segura;
yo dejaré el lugar do me dejaste;
ven, si por sólo esto te detienes;
ves aquí un prado lleno de verdura,
ves aquí una espesura,
ves aquí una agua clara,
en otro tiempo cara,
a quien de ti con lágrimas me quejo.
Quizá aquí hallarás (pues yo me alejo)
al que todo mi bien quitarme puede;
que pues el bien le dejo,
no es mucho que el lugar también le quede.
y suspirando en el postrero acento,
soltó de llanto una profunda vena.
Queriendo el monte al grave sentimiento
de aquel dolor en algo ser propicio,
con la pesada voz retumba y suena.
La blanca Filomena,
casi como dolida
y a compasión movida,
dulcemente responde al son lloroso.
Lo que cantó tras esto Nemoroso
decidlo vos Piérides, que tanto
no puedo yo, ni oso,
que siento enflaquecer mi débil canto.
Corrientes aguas, puras, cristalinas,
árboles que os estáis mirando en ellas,
verde prado, de fresca sombra lleno,
aves que aquí sembráis vuestras querellas,
hiedra que por los árboles caminas,
torciendo el paso por su verde seno:
yo me vi tan ajeno
del grave mal que siento,
que de puro contento
con vuestra soledad me recreaba,
donde con dulce sueño reposaba,
o con el pensamiento discurría
por donde no hallaba
sino memorias llenas de alegría.
me entristezco y me canso, en el reposo
estuve ya contento y descansado.
¡Oh bien caduco, vano y presuroso!
Acuérdome, durmiendo aquí alguna hora,
que despertando, a Elisa vi a mi lado.
¡Oh miserable hado!
¡Oh tela delicada,
antes de tiempo dada
a los agudos filos de la muerte!
Más convenible fuera aquesta suerte
a los cansados años de mi vida,
que es más que el hierro fuerte,
pues no la ha quebrantado tu partida.
que llevaban tras sí, como colgada,
mi ánima doquier que ellos se volvían?
¿Dó está la blanca mano delicada,
llena de vencimientos y despojos
que de mí mis sentidos le ofrecían?
Los cabellos que vían
con gran desprecio al oro,
como a menor tesoro,
¿adónde están? ¿Adónde el blando pecho?
¿Dó la columna que el dorado techo
con presunción graciosa sostenía?
Aquesto todo agora ya se encierra,
por desventura mía,
en la fría, desierta y dura tierra.
cuando en aqueste valle al fresco viento
andábamos cogiendo tiernas flores,
que había de ver con largo apartamiento
venir el triste y solitario día
que diese amargo fin a mis amores?
El cielo en mis dolores
cargó la mano tanto,
que a sempiterno llanto
y a triste soledad me ha condenado;
y lo que siento más es verme atado
a la pesada vida y enojosa,
solo, desamparado,
ciego, sin lumbre, en cárcel tenebrosa.
en hartura el ganado ya, ni acude
el campo al labrador con mano llena.
No hay bien que en mal no se convierta y mude:
la mala hierba al trigo ahoga, y nace
en lugar suyo la infelice avena;
la tierra, que de buena
gana nos producía
flores con que solía
quitar en sólo vellas mil enojos,
produce agora en cambio estos abrojos,
ya de rigor de espinas intratable;
yo hago con mis ojos
crecer, llorando, el fruto miserable.
y en cayendo su rayo se levanta
la negra escuridad que el mundo cubre,
de do viene el temor que nos espanta,
y la medrosa forma en que se ofrece
aquello que la noche nos encubre,
hasta que el sol descubre
su luz pura y hermosa:
tal es la tenebrosa
noche de tu partir, en que he quedado
de sombra y de temor atormentado,
hasta que muerte el tiempo determine
que a ver el deseado
sol de tu clara vista me encamine.
quejarse, entre las hojas escondido,
del duro labrador, que cautamente
le despojó su caro y dulce nido
de los tiernos hijuelos, entre tanto
que del amado ramo estaba ausente,
y aquel dolor que siente
con diferencia tanta
por la dulce garganta
despide, y a su canto el aire suena,
y la callada noche no refrena
su lamentable oficio y sus querellas,
trayendo de su pena
al cielo por testigo y las estrellas;
a mi dolor, y así me quejo en vano
de la dureza de la muerte airada.
Ella en mi corazón metió la mano,
y de allí me llevó mi dulce prenda,
que aquél era su nido y su morada.
¡Ay muerte arrebatada!
Por ti me estoy quejando
al cielo y enojando
con importuno llanto al mundo todo:
tan desigual dolor no sufre modo.
No me podrán quitar el dolorido
sentir, si ya del todo
primero no me quitan el sentido.
Elisa, envueltos en un blanco paño,
que nunca de mi seno se me apartan;
descójolos, y de un dolor tamaño
enternecerme siento, que sobre ellos
nunca mis ojos de llorar se hartan.
Sin que de allí se partan,
con sospiros calientes,
más que la llama ardientes,
los enjugo del llanto, y de consuno
casi los paso y cuento uno a uno;
juntándolos, con un cordón los ato.
Tras esto el importuno
dolor me deja descansar un rato.
aquella noche tenebrosa, escura,
que siempre aflige esta ánima mezquina
con la memoria de mi desventura
Verte presente agora me parece
en aquel duro trance de Lucina,
y aquella voz divina,
con cuyo son y acentos
a los airados vientos
pudieras amansar, que agora es muda.
Me parece que oigo que a la cruda,
inexorable diosa demandabas
en aquel paso ayuda;
y tú, rústica diosa, ¿dónde estabas?
¿Ibate tanto en un pastor dormido?
¿Cosa pudo bastar a tal crüeza,
que, conmovida a compasión, oído
a los votos y lágrimas no dieras,
por no ver hecha tierra tal belleza,
o no ver la tristeza
en que tu Nemoroso
queda, que su reposo
era seguir tu oficio, persiguiendo
las fieras por los monte, y ofreciendo
a tus sagradas aras los despojos?
¿Y tú, ingrata, riendo
dejas morir mi bien ante los ojos?
con inmortales pies pisas y mides,
y su mudanza ves, estando queda,
¿por qué de mí te olvidas y no pides
que se apresure el tiempo en que este velo
rompa del cuerpo, y verme libre pueda,
y en la tercera rueda,
contigo mano a mano,
busquemos otro llano,
busquemos otros montes y otros ríos,
otros valles floridos y sombríos,
do descansar y siempre pueda verte
ante los ojos míos,
sin miedo y sobresalto de perderte?
***
Nunca pusieran fin al triste lloro
los pastores, ni fueran acabadas
las canciones que sólo el monte oía,
si mirando las nubes coloradas,
al tramontar del sol bordadas de oro,
no vieran que era ya pasado el día,
la sombra se veía
venir corriendo apriesa
ya por la falda espesa
del altísimo monte, y recordando
ambos como de sueño, y acabando
el fugitivo sol, de luz escaso,
su ganado llevando,
se fueran recogiendo paso a paso.ODA A LA FLOR DE GNIDO
tanto pudiese el son, que un momento
aplacase la ira
del animoso viento,
y la furia del mar y el movimiento,
con el suave canto enterneciese
las fieras alimañas,
los árboles moviese,
y al son confusamente los trajese:
sería de mí, hermosa flor de Gnido,
el fiero Marte airado,
a muerte convertido,
de polvo y sangre y de sudor teñido,
en las sublimes ruedas colocados,
por quien los alemanes,
el fiero cuello atados,
y los franceses, van domesticados;
fuerza de tu beldad sería cantada,
y alguna vez con ella
también sería notada
el aspereza de que estás armada,
y por tu gran valor y hermosura,
convertido en viola,
llora su desventura
el miserable amante en tu figura.
de quien se debe más cuidado,
que está muriendo vivo,
al remo condenado,
en la concha de Venus amarrado.
del áspero caballo no corrige
la furia y gallardía:
ni con freno le rige,
ni con vivas espuelas ya le aflige.
no revuelve la espada presurosa,
y en el dudoso llano
huye la polvorosa
palestra como sierpe ponzoñosa.
en lugar de la cítara sonante,
tristes querellas usa,
que con llanto abundante
hacen bañar el rostro del amante.
le es importuno, grave y enojoso;
yo puedo ser testigo,
que ya del peligroso
naufragio fui su puerto y su reposo;
vence el dolor a la razón perdida,
que ponzoñosa fiera
nunca fue aborrecida
tanto como yo dél, ni tan temida.
ni producida de la dura tierra;
no debe ser notada
que ingratamente yerra
quien todo el otro error de sí destierra.
el case de Anajérete, y cobarde,
que de ser desdeñosa
se arrepintió muy tarde;
y así, su alma con su mármol arde.
del mal ajeno el pecho empedernido,
cuando abajo mirando,
el cuerpo muerto vido
del miserable amante, allí tendido,
con que desenlazó de la cadena
el corazón cuitado,
que con su breve pena
compró la eterna punición ajena.
en piedad amorosa el aspereza.
¡Oh tarde arrepentirse!
¡Oh última terneza!
¿Cómo te sucedió mayor dureza?
en el tendido cuerpo que allí vieron;
los huesos se tornaron
más duros y crecieron,
y en sí toda la carne convirtieron;
tornaron poco a poco en piedra dura;
por las venas cuitadas
la sangre su figura
iba desconociendo y su natura;
en duro mármol vuelta y transformada,
hizo de sí la gente
no tan maravillada
cuanto de aquella ingratitud vengada.
de Némesis airada las saetas
probar, por Dios, agora;
baste que tus perfetas
obras y hermosuras a los poetas
sin que también en verso lamentable
celebren la miseria
de algún caso notable
que por ti pase, triste y miserable.ÉGLOGA III
ilustre y hermosísima María,
que en mí de celebrar tu hermosura,
tu ingenio y tu valor estar solía,
a despecho y pesar de la ventura
que por otro camino me desvía,
está y estará en mí tanto clavada,
cuanto del cuerpo el alma acompañada.
aqueste oficio solamente en vida;
mas con la lengua muerta y fría en la boca
pienso mover la voz a ti debida.
Libre mi alma de su estrecha roca
por el Estigio lago conducida,
celebrándose irá, y aquel sonido
hará parar las aguas del olvido.
me aflige, y de un trabajo en otro lleva;
ya de la patria, ya del bien me aparta;
ya mi paciencia en mil maneras prueba;
y lo que siento más es que la carta
donde mi pluma en tu alabanza mueva,
poniendo en su lugar cuidados vanos,
me quita y me arrebata de las manos.
no tomará mi corazón mudable;
nunca dirán jamás que me remueve
fortuna de un estudio tan loable.
Apolo y las hermanas todas nueve,
me darán ocio y lengua con que hable
lo menos de lo que en tu ser cupiere;
que esto será lo más que yo pudiere.
tratar del campo y soledad que amaste,
ni desdeñes aquesta inculta parte
de mi estilo, que en algo ya estimaste.
Entre las armas del sangriento Marte,
do apenas hay quien su furor contraste,
hurté de tiempo aquesta breve suma,
tomando, ora la espada, ora la pluma.
al bajo son de mi zampoña ruda,
indigna de llegar a tus oídos,
pues de ornamento y gracia va desnuda;
mas a las veces son mejor oídos
el puro ingenio y lengua casi muda,
testigos limpios de ánimo inocente,
que la curiosidad del elocuente.
aunque me falten otras, ser merezco.
Lo que puedo te doy, y lo que he dado,
con recibillo tú yo me enriquezco.
De cuatro ninfas que del Tajo amado
salieron juntas a cantar me ofrezco:
Filódoce, Dinámene y Climene,
Nise, que en hermosura par no tiene.
de verdes sauces hay una espesura,
toda de yedra revestida y llena,
que por el tronco va hasta la altura,
y así la teje arriba y encadena,
que el sol no halla paso a la verdura;
el agua baña el prado con sonido
alegrando la vista y el oído.
Tajo en aquella parte caminaba,
que pudieran los ojos el camino
determinar apenas que llevaba.
Peinando sus cabellos de oro fino,
una ninfa del agua do moraba
la cabeza sacó, y el prado ameno
vido de flores y de sombra lleno.
el suave olor de aquel florido suelo.
Las aves en el fresco apartamiento
vio descansar del trabajoso vuelo.
Secaba entonces el terreno aliento
el sol subido en la mitad del cielo.
En el silencio sólo se escuchaba
un susurro de abejas que sonaba.
atentamente aquel lugar sombrío,
somorgujó de nuevo su cabeza,
y al fondo se dejó calar del río.
A sus hermanas a contar empieza
del verde sitio el agradable frío,
y que vayan las ruega y amonesta
allí con su labor a estar la siesta.
que las tres de ellas su labor tomaron
y en mirando de fuera, vieron luego
el prado, hacia el cual enderezaron.
El agua clara con lascivo juego
nadando dividieron y cortaron,
hasta que el blanco pie tocó mojado,
saliendo de la arena el verde prado.
escurrieron del agua sus cabellos,
los cuales esparciendo, cobijadas
las hermosas espaldas fueron de ellos.
Luego sacando telas delicadas,
que en delgadeza competían con ellos,
en lo más escondido se metieron,
y a su labor atentas se pusieron.
del oro que el felice Tajo envía,
apurado después de bien cernidas
las menudas arenas do se cría:
y de las verdes hojas reducidas
en estambre sutil, cual convenía
para seguir el delicado estilo
del oro ya tirado en rico hilo.
de los colores que antes le habían dado
con la fineza de la varia tinta
que se halla en las conchas del pescado.
Tanto artificio muestra en lo que pinta
y teje cada Ninfa en su labrado,
cuanto mostraron en sus tablas antes
el celebrado Apeles y Timantes.
llamada la mayor, con diestra mano
tenía figurada la ribera
de Estrimón, de una parte el verde llano.
y de otra el monte de aspereza fiera,
pisado tarde o nunca de pie humano,
donde el amor movió con tanta gracia
la dolorosa lengua del de Tracia.
Eurídice, en el blanco pie mordida
en la pequeña sierpe ponzoñosa
entre la hierba y flores escondida;
descolorida estaba como rosa
que ha sido fuera de sazón cogida,
y el ánima los ojos ya volviendo,
de su hermosa carne despidiendo.
el osado marido que bajaba
al triste reino de la oscura gente,
y la mujer perdida recobraba;
y cómo después de esto él, impaciente
por miralla de nuevo, la tornaba
a perder otra vez, y del tirano
se queja al monte solitario en vano.
mostraba en la labor que había tejido,
pintando a Apolo en el robusto oficio
de la silvestre caza embebecido.
Mudar luego le hace el ejercicio
la vengativa mano de Cupido.
que hizo a Apolo consumirse en lloro
después que le enclavó con punta de oro.
sin perdonar al blanco pie corria
por áspero camino, tan sin tiento
que Apolo en la pintura parecía que,
porque ella templase el movimiento,
con menos ligereza la segura.
El va siguiendo, y ella huye
como quien siente al pecho el odioso plomo.
y en sendos ramos vueltos se mostraban.
Y los cabellos. que vencer solían
al oro fino, en hojas se tornaban;
en torcidas raíces se extendían
los blancos pies, y en tierra se hincaban;
llora el amante, y busca el ser primero,
besando y abrazando aquel madero.
el oro y las colores matizando
iba, de hayas una gran montaña,
de robles y de peñas variando;
un puerco entre ellas de braveza extraña,
estaba los colmillos aguzando
contra un mozo; no menos animoso,
con su venablo en mano, que hermoso.
de aquel mancebo por su mal valiente,
y el mozo en tierra estaba ya tendido,
abierto el pecho del rabioso diente;
con el cabello de oro desparcido
barriendo el suelo miserablemente,
las rosas blancas por alí sembradas
tornaba con su sangre coloradas.
según se muestra Venus dolorida,
que viendo la herida abierta y fiera,
estaba sobre él casi amortecida.
Boca con boca coge la postrera
parte del aire que solía dar vida
al cuerpo, por quien ella en este suelo
aborrecido tuvo al alto cielo.
de los pasados casos la memoria
y en la labor de su sutil trabajo
no quiso entretejer antigua historia;
antes mostrando de su claro Tajo
en su labor la celebrada gloria,
lo figuró en la parte donde él baña
la más felice tierra de la España.
que en áspera estrecheza reducido,
un monte casi alrededor ceñía
con ímpetu corriendo y con ruido;
querer cercallo todo parecía
en su volver, mas era afán perdido;
dejábase correr en fin derecho,
contento de lo mucho que había hecho.
del monte, y desde allí por él sembrada
aquella ilustre y clara pesadumbre
de antiguos edificios adornada.
De allí con agradable mansedumbre
el Tajo va siguiendo su jornada,
y regando los campos y arboledas
con artificio de las altas ruedas.
entretejidas las silvestres diosas
salir de la espesura, y que venían
todas a la ribera presurosas,
en el semblante tristes, y traían
cestillos blancos de purpúreas rosas,
las cuales esparciendo derramaban
sobre una ninfa muerta, que lloraban,
lloraban una ninfa delicada,
cuya vida mostraba que había sido
antes de tiempo y casi en flor cortada.
Cerca del agua en el lugar florido,
estaba entre las hierbas degollada,
cual queda el blanco cisne cuando pierde
la dulce vida entre la hierba verde.
al parecer, a todas excedía,
mostrando en el semblante la tristeza
que del funesto y triste caso había
apartado algún tanto, en la corteza
de un álamo estas letras escribía
como epitafio de la ninfa bella,
que hablaban así por parte de ella.
y se lamenta el monte cavernoso,
testigo del dolor y grave pena
en que por mí se aflige Nemoroso,
y llama ¡Elisa!… ¡Elisa! a boca llena
responde el Tajo, y lleva presuroso
al mar de Lusitania el nombre mío,
donde será escuchado, yo lo fío».
toda la historia estaba figurada,
que en aquella ribera deleitosa
de Nemoroso fue tan celebrada;
porque de todo aquesto y cada cosa
estaba Nise ya tan lnformada,
que llorando el pastor, mil veces ella
se enterneció escuchando su querella.
no sólo entre las selvas se contase,
mas dentro de las ondas sentimiento
con la noticia desto se mostrase,
quiso que de su tela el argumento
la bella ninfa muerta señalase
y así se publicase de uno en uno
por el húmedo reino de Neptuno.
eran las telas de las cuatro hermanas,
las cuales con colores matizadas
claras y luces de las sombras vanas,
mostraban a los ojos relevadas
las cosas y figuras que eran llanas,
tanto, que al parecer el cuerpo vano
pudiera ser tomado con la mano.
escondiendo su luz al mundo cara
tras altos montes, y a la luna daban
lugar para mostrar su blanca cara;
los peces a menudo ya saltaban,
con la cola azotando el agua clara,
cuando las Ninfas, la labor dejando,
hacia el agua se fueron paseando.
tenían los pies, y reclinar querían
los blancos cuerpos, cuando sus oídos
fueron de dos zampoñas que tañían
suave y dulcemente, detenidos;
tanto, que sin mudarse las oían,
y al son de las zampoñas escuchaban
dos pastores a veces que cantaban.
de los pastores, que venían cantando
tras el ganado, que también venía
por aquel verde soto caminando;
y a la majada, ya pasado el día,
recogido le llevan, alegrando
las verdes selvas con el son suave
haciendo su trabajo menos grave.
Alcino el otro, entrambos estimados,
y sobre cuantos pacen la ribera
del Tajo con sus vacas enseñados;
mancebos de una edad, de una manera
a cantar juntamente aparejados
y a responder, aquesto van diciendo,
cantando el uno, el otro respondiendo.
más que la fruta del cercado ajeno,
más blanca que la leche, y más hermosa
que el prado por abril de flores lleno:
si tú respondes pura y amorosa
al verdadero amor de tu Tirreno,
a mi majada arribarás primero
que el cielo nos muestre su lucero.
amargo al gusto más que la retama,
y de ti despojado yo me vea,
cual queda el tronco de su verde rama,
si más que yo el murciélago desea
la oscuridad, ni más la luz desama,
por ver ya el fin de un término tamaño
de este día; para mí mayor que un año.
aparecer la dulce primavera,
cuando Favonio y Céfiro soplando
al campo toman su beldad primera,
y van artificiosos esmaltando
de rojo, azul y blanco la ribera,
en tal manera a mi Flérida mía
viniendo, reverdece mi alegría.
embravecido en la fragosa sierra
que los antiguos robles ciento a ciento,
y los pinos altísimos atierra,
y de tanto destrozo aún no contento,
al espantoso mar mueve la guerra?
Pequeña es esta furia, comparada
a la de Filis, con Alcino airada.
produce el campo en abundancia y tierno
pasto al ganado; el verde monte ofrece
a las fieras salvajes su gobierno-,
a do quiera me miro, me parece
que derrama la copia todo el cuerno;
mas todo se convertirá en abrojos,
si de ello aparta Flérida sus ojos.
el monte, el campo, el soto y el ganado;
la malicia del aire corrompido
hace morir la yerba mal su grado;
las aves ven su descubierto nido,
que ya de verdes hojas fue cercado;
pero si Fllis por aqui tornare,
hará reverdecer cuanto mirare.
fue siempre, y el laurel del rojo Apolo;
de la hermosa Venus fue tenido
en precio y en estima el mirto solo;
el verde sauce de Flérida es querido,
y por suyo entre todos escogiólo:
doquiera que de hoy más sauces se hallen,
el álamo, el laurel y el mirto callen.
sabemos ya que sobre todos vaya,
y en aspereza y monte de espesura
se aventaja la verde y alta haya;
mas el que la beldad de tu figura,
donde quiera mirando, Filis, haya,
al fresno y a la haya en su aspereza
confesará que vence tu belleza.
le respondió; y habiendo ya acabado
el dulce son, siguieron su camino
con paso un poco más apresurado.
Siendo a las ninfas ya el rumor vecino,
juntas se arrojan por el agua a nado;
y de la blanca espuma que movieron,
las cristalinas ondas se cubrieron.