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Nicolás Guillén fue un escritor y activista nacido en la ciudad de Camagüey, Cuba, el 10 de julio del año 1902 y fallecido en La Habana el 16 de julio de 1989. Ya a los 18 años de edad editó sus primeros versos a través de varias revistas de interés cultural. Poco tiempo más tarde compuso un poemario denominado “Cerebro y corazón“, el cual debió esperar más de cincuenta años para ser publicado. Como muchos otros poetas, se aventuró al estudio de la carrera de Derecho; sin embargo, no se encontró a gusto con el sistema educativo, e interrumpió definitivamente la cursada, plasmando en una obra su decepcionante experiencia como universitario.
Dentro de su legado poético, existen más de dos decenas de libros, publicados principalmente a lo largo de la segunda mitad del siglo XX; algunos de ellos son “Negro Bembón” y “Poemas de amor. Ver más en Cervantesvirtual

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LOS POEMAS

 

AGUA DEL RECUERDO

¿Cuándo fue?
No lo sé.
Agua del recuerdo
voy a navegar.

Pasó una mulata de oro,
y yo la miré al pasar:
Moño de seda en la nuca,
bata de cristal,
niña de espalda reciente,
tacón de reciente andar.

Caña
(febril le dije en mí mismo),
caña
temblando sobre el abismo,
¿quién te empujará?
¿Qué cortador con su mocha
te cortará?
¿Qué ingenio con su trapiche
te molerá?

El tiempo corrió después,
corrió el tiempo sin cesar,
yo para allá, para aquí,
yo para aquí, para allá,
para allá, para aquí,
para aquí, para allá…

Nada sé, nada se sabe,
ni nada sabré jamás,
nada han dicho los periódicos,
nada pude averiguar,
de aquella mulata de oro
que una vez miré al pasar,
moño de seda en la nuca,
bata de cristal,
niña de espalda reciente,
tacón de reciente andar.

MARTÍ

¡Ah, no penséis que su voz
es un suspiro! Que tiene
manos de sombra, y que es
su mirada lenta gota
lunar temblando de frío
sobre una rosa.

Su voz
abre la piedra, y sus manos
parten el hierro. Sus ojos
llegan ardiendo a los bosques
nocturnos; los negros bosques.
Tocadle: Veréis que os quema.
Dadle la mano: Veréis
su mano abierta en que cabe
Cuba como un encendido
tomeguín de alas seguras
en la tormenta. Miradlo:
Veréis que su luz os ciega.
Pero seguidlo en la noche:
¡Oh, por qué claros caminos
su luz en la noche os lleva!

PREGÓN

¡Ah,
qué pedazo de sol,
carne de mango!
Melones de agua,
plátanos.

¡Quencúyere, quencúyere,
quencuyeré!
¡Quencúyere, que la casera
salga otra vez!

Sangre de mamey sin venas,
y yo que sin sangre estoy:
mamey p’al que quiera sangre,
que me voy.

Trigueña de carne amarga,
ven a ver mi carretón;
carretón de palmas verdes,
carretón;
carretón de cuatro ruedas,
carretón;
carretón de sol y tierra,
¡carretón!

ADIVINANZAS

En los dientes, la mañana,
y la noche en el pellejo.
¿Quién será, quién no será?
—El negro.

Con ser hembra y no ser bella,
harás lo que ella te mande.
¿Quién será, quién no será?
—El hambre.

Esclava de los esclavos,
y con los dueños tirana.
¿Quién será, quién no será?
—La caña.

Escándalo de una mano
que nunca ignora la otra.
¿Quién será, quién no será?
—La limosna.

Un hombre que está llorando
con la risa que aprendió.
¿Quién será, quién no será?
—Yo.

 APUNTE

La Habana, con sus caderas
sonoras,
y sus moradas ojeras
a todas horas.

Danza de pasos medidos
danza la Muerte,
y le cuidan el mar fuerte
seis marineros dormidos.

 A VECES…

A veces tengo ganas de ser un cursi
para decir: La amo a usted con locura.
A veces tengo ganas de ser tonto
para gritar: ¡La quiero tanto!
A veces tengo ganas de ser un niño
para llorar acurrucado en su seno.
A veces tengo ganas de estar muerto
para sentir, bajo la tierra húmeda de mis jugos,
que me crece una flor rompiéndome el pecho,
una flor, y decir: Esta flor,
para usted.

SI TÚ SUPIERA…

¡Ay, negra
si tú supiera!
Anoche te bi pasá
y no quise que me biera.
A é tú le hará como a mí,
que cuando no tube plata
te corrite de bachata,
sin acoddadte de mí.

Sóngoro cosongo,
songo bé;
sóngoro cosongo
de mamey;
sóngoro, la negra
baila bien;
sóngoro de uno,
sóngoro de tre.

¡Aé
bengan a bé;
aé,
bamo pa be;
bengan, sóngoro cosongo,
sóngoro cosongo de mamey.

 ARTE POÉTICA

Conozco la azul laguna
y el cielo doblado en ella
y el resplandor de la estrella.
Y la luna.

En mi chaqueta de abril
prendí una azucena viva
y besé la sensitiva
con labios de toronjil.

Un pájaro principal
me enseñó el múltiple trino.
Mi vaso apuré de vino
Sólo me queda el cristal.

¿Y el plomo que zumba y mata?
¿Y el largo encierro?
¡Duro mar y olas de hierro,
no luna y plata!

El cañaveral sombrío
tiene voraz dentadura,
y sabe el astro en su altura
de hambre y frío.

Se alza el foete mayoral.
Espaldas hiere y desgarra.
Ve y con tu guitarra
dilo al rosal.

Dile también del fulgor
con que un nuevo sol parece:
en el aire que la mece,
que aplauda y grite la flor.

BALADA

Ay, venga, paloma, venga
y cuénteme usted su pena.

—Pasar he visto a dos hombres
armados y con banderas;
el uno en caballo moro,
el otro en potranca negra.
Dejaron casa y mujer,
partieron a lueñes tierras;
el odio los acompaña,
la muerte en las manos llevan.
¿Adónde vais?, preguntéles,
y ambos a dos respondieran:
Vamos andando, paloma,
andando para la guerra.
Así dicen, y después
con ocho pezuñas vuelan,
vestidos de polvo y sol,
armados y con banderas,
el uno en caballo moro,
el otro en potranca negra.

Ay, venga, paloma, venga
y cuénteme usted su pena.

—Pasar he visto a dos viudas
como jamás antes viera,
pues que de una misma lágrima
estatuas parecen hechas.
¿Adónde vais, mis señoras?,
pregunté a las dos al verlas.
Vamos por nuestros maridos,
paloma, me respondieran.
De su partida y llegada
tenemos amargas nuevas;
tendidos están y muertos,
muertos los dos en la hierba,
gusanos ya sobre el vientre
y buitres en la cabeza,
sin fuego las armas mudas
y sin aire las banderas;
se espantó el caballo moro,
huyó la potranca negra.

Ay, venga, paloma, venga
y cuénteme usted su pena.

¡AY, SEÑORA, MI VECINA

¡Ay, señora, mi vecina,
se me murió la gallina!
Con su cresta colorada
y el traje amarillo entero,
ya no la veré ataviada,
paseando en el gallinero,
pues señora, mi vecina,
se me murió la gallina,
domingo de madrugada;
sí, señora, mi vecina,
domingo de madrugada;
ay, señora, mi vecina,
domingo de madrugada.

¡Míreme usted cómo sudo,
con el corral enlutado,
y el gallo viudo!

¡Míreme usted como lloro,
con el pecho destrozado
y el gallo a coro!

¡Ay, señora, mi vecina,
cómo no voy a llorar,
si se murió mi gallina!

    BÚCATE PLATA

Búcate plata,
búcate plata,
poqque no doy un paso má:
etoy a arró con galleta,
na má.
Yo bien sé cómo etá to,
pero biejo, hay que comé:
búcate plata,
búcate plata,
poqque me boy a corré.

Depué dirán que soy mala,
y no me quedrán tratá,
pero amó con hambre, biejo,
¡qué ba!
Con tanto sapato nuebo,
¡qué ba!
Con tanto reló, compadre,
¡qué ba!
Con tanto lujo, mi negro,
¡qué ba!

BALADA DE SIMÓN CARABALLO

Canta Simón:
—¡Ay, yo tuve una casita
y una mujer!
Yo,
negro Simón Caraballo,
y hoy no tengo qué comer.
La mujer murió de parto,
la casa se m’enredó:
Yo,
negro Simón Caraballo,
ni toco, ni bebo, ni bailo,
ni casi sé ya quién soy.
Yo,
negro Simón Caraballo,
ahora duermo en un portal;
mi almohada está en un ladrillo,
mi cama en el suelo está.
La sarna me come en vida,
el reuma me amarra el pie;
luna fría por la noche,
madrugada sin café.
¡No sé qué hacer con mis brazos,
pero encontraré qué hacer:
yo,
negro Simón Caraballo,
tengo los puños cerrados,
tengo los puños cerrados,
¡y necesito comer!

—¡Simón, que allá viene el guardia
con su caballo de espadas!
(Simón se queda callado).

—¡Simón, que allá viene el guardia
con sus espuelas de lata!
(Simón se queda callado).
—¡Simón, que allá viene el guardia
con su palo y su revólver,
y con el odio en la cara,
porque ya te oyó cantar
y te va a dar por la espalda,
cantador de sones viejos,
marido de tu guitarra…!
(Simón se queda callado).

Llega un guardia de bigotes,
serio y grande, grande y serio,
jinete en un penco al trote.
—¡Simón Caraballo, preso!

(Pero Simón no responde,
porque Simón está muerto).

  SIGUE…

Camina, caminante,
sigue;
camina y no te pare,
sigue.

Cuando pase po su casa
no le diga que me bite:
camina, caminante,
sigue.

Sigue y no te pare,
sigue:
no la mire si te llama,
sigue;

acuéddate que ella e mala,
sigue.

  BALADA DE LOS DOS ABUELOS

Sombras que sólo yo veo,
me escoltan mis dos abuelos.

Lanza con punta de hueso,
tambor de cuero y madera:
mi abuelo negro.
Gorguera en el cuello ancho,
gris armadura guerrera:
mi abuelo blanco.

¡Pie desnudo, torso pétreo
los de mi negro;
pupilas de vidrio antártico
las de mi blanco!

África de selvas húmedas
y de gordos gongos sordos…
—¡Me muero!
(Dice mi abuelo negro).
Aguaprieta de caimanes,
verdes mañanas de cocos…
—¡Me canso!
(Dice mi abuelo blanco).
Oh velas de amargo viento,
galeón ardiendo en oro…
—¡Me muero!
(Dice mi abuelo negro).
¡Oh costas de cuello virgen,
engañadas de abalorios…!
—¡Me canso!
(Dice mi abuelo blanco).
¡Oh puro sol repujado,
preso en el aro del trópico;
oh luna redonda y limpia
sobre el sueño de los monos!

¡Qué de barcos, qué de barcos!
¡Qué de negros, qué de negros!
¡Qué largo fulgor de cañas!
¡Qué látigo el del negrero!

¿Sangre? Sangre. ¿Llanto? Llanto1.
Venas y ojos entreabiertos,
y madrugadas vacías,
y atardeceres de ingenio,
y una gran voz, fuerte voz,
despedazando el silencio.
¡Qué de barcos, qué de barcos
qué de negros!

Sombras que sólo yo veo,
me escoltan mis dos abuelos.

Don Federico me grita,
y Taita Facundo calla;
los dos en la noche sueñan,
y andan, andan.
Yo los junto.
—¡Federico!
¡Facundo! Los dos se abrazan.
Los dos suspiran. Los dos
las fuertes cabezas alzan;
los dos del mismo tamaño
bajo las estrellas altas
los dos del mismo tamaño,
ansia negra y ansia blanca,
los dos del mismo tamaño,
gritan, sueñan, lloran, cantan,
cantan… cantan… cantan…

BALADA DEL POLICÍA Y EL SOLDADO

Soldado trajiamarillo,
policía de azul dril;
mano ciega, sordo brillo,
palo y fusil.
Sobre las calles desnudas,
fosca noche sin luceros
envuelve dos sombras rudas
de ojos fieros.
El fusil, acero malo,
chilla, si la luz le da;
sobre las piedras, el palo
gruñe: ¡tra, tra!
(El soldado fue tornero;
el policía, zapatero).
Ah, soldado, mi soldado,
¿cómo has podido escapar?
¡Los torneros que te buscan
pronto te van a encontrar!
Policía,
¿a dónde has ido a parar?
¡Los zapateros preguntan
por tu fiero delantal!
Pasos en la calle oscura
donde la pareja está.
Grita el fusil con voz dura:
—¡Alto! ¿Quién va?
—Va un tornero,
que anda tras su compañero;
vengo porque hablarte quiero…
—No es tornero, que es soldado
chilla el fusil sin compás,
y después escupe airado:
—¡Eche pa’trás!
Pasos en la calle oscura
donde la pareja está.
Grita el palo con voz dura:
—¡Alto! ¿Quién va?
—Zapatero,
aquí está tu compañero;
vengo, porque hablarte quiero…
Pero el palo chilla fiero:
—¡Tome! ¡Tome! ¡Tome y tome!
Avise si quiere más;
tumbe por ahí y no embrome.
¡Eche pa’trás!
Silencio. Pero después
de la noche cuelga un canto
como una luna de hiel:
«Torneros, mucho cuidado.
que ahora es soldado el tornero;
soldado de cuerpo entero
y con los ojos vendados.
¡Zapatero, policía,
mira que se hace de día
y estás de uniforme nuevo!»

BALADA DEL GÜIJE

¡Ñeque, que se vaya el ñeque!
¡Güije, que se vaya el güije!

Las turbias aguas del río
son hondas y tienen muertos;
carapachos de tortuga,
cabezas de niños negros.
De noche saca sus btazos
el río, y rasga el silencio
con sus uñas, que son uñas
de cocodrilo frenético.
Bajo el grito de los astros,
bajo una luna de incendio,
ladra el río ente las piedras
y con invisibles dedos,
sacude el arco del puente
y estrangula a los viajeros.

¡Ñeque, que se vaya el ñeque!
¡Güije, que se vaya el güije!

Enanos de ombligo enorme
pueblan las aguas inquietas;
sus cortas piernas, torcidas;
sus largas orejas, rectas.

¡Ah, que se comen mi niño,
de carnes puras y negras,
y que le beben la sangre,
y que le chupan las venas,
y que le cierran los ojos,
los grandes ojos de perla!
¡Huye, que el coco te mata,
huye antes que el coco venga!
Mi chiquitín, chiquitón,
que tu collar te proteja…

¡Ñeque, que se vaya el ñeque!
¡Güije, que se vaya el güije!

Pero Changó no lo quiso.
Salió del agua una mano
para arrastrarlo… Era un güije.
Le abrió en dos tapas el cráneo,
le apagó los grandes ojos,
le arrancó los dientes blancos,
e hizo un nudo con las piernas
y otro nudo con los brazos.

Mi chiquitín, chiquitón,
sonrisa de gordos labios,
con el fondo de tu río
está mi pena soñando,
y con tus venitas secas
y tu corazón mojado…
¡Ñeque, que se vaya el ñeque!
¡Güije, que se vaya el güije!
¡Ah, chiquitín, chiquitón,
pasó lo que yo te dije!

BONSAL

Bonsal llegó en el viento. Este Bonsal
es el Embajador. Animal
ojiazul, peliplúmbeo, de color
rojicarne, que habla un inglés letal.
(¿Cómo se dice? ¿Bónsal? Oh, señor,
es igual).

Sonrisas. Las sonrisas
arden como divisas.
Saludos. Los saludos
son suaves gestos mudos.
Promesas. Las promesas
anuncian largas mesas.
Y el águila imperial.
Y el dólar y el dolor.
Y el mundo occidental.
Bonsal. Este Bonsal
es el Embajador.

¿Qué quiere? Que Fidel
hable un poco con él.
Que la gente medite,
que no proteste o grite.
Que el campesino aquiete
su rifle y su machete.
Que vaya cada cual
a refrescar su ardor
con agua mineral.
Bonsal. Este Bonsal
es el Embajador.

Cuba por fin en calma. No Martl.
No Maceo. \flashington es mejor.
¿El General? ¡Oh, no, la capital!
Y continuar asl,
como quiere Bonsal,
que es el Embajador.
Noche. Ni un tesplandor.
Sopor. Guardia Rural.
¿De acuerdo?
—No, señor.

    BURGUESES

No me dan pena los burgueses
vencidos. Y cuando pienso que van a darme pena,
aprieto bien los dientes y cierro bien los ojos.
Pienso en mis largos días sin zapatos ni rosas.
Pienso en mis largos días sin sombrero ni nubes.
Pienso en mis largos días sin camisa ni sueños.
Pienso en mis largos días con mi piel prohibida.
Pienso en mis largos días.
—No pase, por favor. Esto es un club.
—La nómina está llena.
—No hay pieza en el hotel.
—El señor ha salido.
—Se busca una muchacha.
—Fraude en las elecciones.
—Gran baile para ciegos.
—Cayó el Premio Mayor en Santa Clara.
—Tómbola para huérfanos.
—El caballero está en París.
—La señora marquesa no recibe.
En fin, que todo lo recuerdo.
Y como todo lo recuerdo,
¿qué carajo me pide usted que haga?
Pero además, pregúnteles.
Estoy seguro
de que también recuerdan ellos.

BARLOVENTO

    (VENEZUELA)

            1

Cuelga colgada,
cuelga en el viento,
la gorda luna
de Barlovento.

Mar: Higuerote.
(La selva untada
de chapapote).

Río: Río Chico.
(Sobre una palma,
verde abanico,
duerme un zamuro
de negro pico).

Blanca y cansada,
la gorda luna
cuelga colgada.

            2

El mismo canto
y el mismo cuento,
bajo la luna
de Barlovento.

Negro con hambre,
piernas de soga,
brazos de alambre.

Negro en camisa,
tuberculosis
color ceniza.

Negro en su casa,
cama en el suelo,
fogón sin brasa.

¡Qué cosa cosa,
más triste triste,
más lastimosa!

(Blanca y cansada,
la gorda luna
cuelga colgada).

            3

Suena, guitarra
de Barlovento,
que lo que digas
lo lleva el viento.

—Dorón dorando.
un negro canta,
y está llorando.

—Dorón dorendo,
amigos, sepan
que no me vendo.

—Dorón dorindo,
si me levanto,
ya no me rindo.

—Dorón dorondo.
de un negro hambriento
yo no respondo.

(Blanca y cansada,
la gorda luna
cuelga colgada).

CAMINANDO

Caminando, Caminando, Caminando,
Voy sin rumbo caminando,
Caminando,
Voy sin plata caminando,
Caminando,
Voy muy triste caminando, ¡caminando!

Está lejos quien me busca,
Caminando;
Quien me espera está más lejos,
Caminando;
Y ya empeñé mi guitarra,
Caminando.
Ay, las piernas se ponen duras
Caminando;
Los ojos ven desde lejos,
Caminando;
La mano agarra y no suelta,
Caminando.
Al que yo coja y lo apriete,
Caminando,
Ése la paga por todos,
Caminando;
A ése le parto el pescuezo,
Caminando,
Y aunque me pida perdón,
Me lo como y me lo bebo,
Me lo bebo y me lo como,
Caminando,
Caminando,
Caminando…

CALOR

El calor raja la noche.
La noche cae tostada
sobre el río.

¡Qué grito,
qué grito fresco en las aguas
el grito que da la noche
quemada!

Rojo calor para negros.
¡Tambor!
Calor para torsos fúlgidos.
¡Tambor!

Calor con lenguas de fuego
sobre espinazos desnudos…
¡Tambor!
El agua de las estrellas
empapa los cocoteros
despiertos.
¡Tambor!
Alta luz de las estrellas.
¡Tambor!
El faro polar vacila…
¡Tambor!

¡Fuego a bordo! ¡Fuego a bordo!
¡Tambor!
¿Es cierto? ¡Huid! ¡Es mentira!
¡Tambor!
Costas sordas, cielos sordos…
¡Tambor!

Las islas van navegando,
navegando, navegando,
van navegando encendidas.

CICLÓN

Ciclón de raza,
recién llegado a Cuba de las islas Bahamas.
Se crió en Bermudas,
pero tiene parientes en Barbados.
Estuvo en Puertto Rico.
Arrancó de raíz el palo mayor de Jamaica.
Iba a violar a Guadalupe.
Logró violar s Martinica.
Edad: dos días.

CANCIÓN

Muerto de fatiga y sueño,
vuelve un soldado del monte.
Labio duro, duro ceño.

¡Qué lejos el horizonte
donde el hierro lo desciña
y el caballo lo desmonte!

Más lejos está la niña,
la de cintura entreabierta,
que ya nunca habrá quien ciña.

Soldado, soldado alerta
—fuego y sangre, polvo y riña—,
está muy lejos tu niña,
porque tu niña está muerta.

CANCIÓN DE CUNA PARA DESPERTAR A UN NEGRITO

Dórmiti, mi nengre,
mi nengre bonito…

E. Ballagas

Una paloma
cantando pasa:
—¡Upa, mi negro,
que el sol abrasa!
Ya nadie duerme,
ni está en su casa;
ni el cocodrilo,
ni la yaguaza,
ni la culebra,
ni la torcaza…
Coco, cacao,
cacho, cachaza,
¡upa, mi negro,
que el sol abrasa!
Negrazo, venga
con su negraza.
¡Aire con aire,
que el sol abrasa!
Mire la gente,
llamando pasa;
gente en la calle,
gente en la plaza;
ya nadie queda
que esté en su casa…
Coco, cacao,
cacho, cachaza,
¡upa, mi negro,
que el sol abrasa!
Negrón, negrito,
ciruela y pasa,
salga y despierte,
que el sol abrasa,
diga despierto
lo que le pasa…
¡Que muera el amo,
muera en la brasa!
Ya nadie duerme,
ni está en su casa:
¡coco, cacao,
cacho, cachaza,
upa, mi negro,
que el sol abrasa!

CANCIÓN

¡De qué callada manera
se me adentra usted sonriendo,
como si fuera
la primavera!
(Yo, muriendo.)

Y de qué modo sutil
me derramó en la camisa
todas las flores de abril.

¿Quién le dijo que yo era
risa siempre, nunca llanto,
como si fuera
la primavera?
(No soy tanto.)

En cambio, ¡qué espiritual
que usted me brinde una rosa
de su rosal principal!

¡De qué callada manera
se me adentra usted sonriendo,
como si fuera
la primavera!
(Yo, muriendo.)

 CAÑA

El negro
junto al cañaveral.

El yanqui
sobre el cañaveral.

La tierra
bajo el cañaveral.

¡Sangre
que se nos va!

   CHÉVERE…

Chévere del navajazo,
se vuelve él mismo navaja:
Pica tajadas de luna,
mas la luna se le acaba;
pica tajadas de canto,
mas el canto se le acaba;
pica tajadas de sombra,
mas la sombra se le acaba,
y entonces pica que pica
carne de su negra mala.

BALADA DE SIMÓN CARABALLO

Canta Simón:
—¡Ay, yo tuve una casita
y una mujer!
Yo,
negro Simón Caraballo,
y hoy no tengo qué comer.
La mujer murió de parto,
la casa se m’enredó:
Yo,
negro Simón Caraballo,
ni toco, ni bebo, ni bailo,
ni casi sé ya quién soy.
Yo,
negro Simón Caraballo,
ahora duermo en un portal;
mi almohada está en un ladrillo,
mi cama en el suelo está.
La sarna me come en vida,
el reuma me amarra el pie;
luna fría por la noche,
madrugada sin café.
¡No sé qué hacer con mis brazos,
pero encontraré qué hacer:
yo,
negro Simón Caraballo,
tengo los puños cerrados,
tengo los puños cerrados,
¡y necesito comer!

—¡Simón, que allá viene el guardia
con su caballo de espadas!
(Simón se queda callado).

—¡Simón, que allá viene el guardia
con sus espuelas de lata!
(Simón se queda callado).
—¡Simón, que allá viene el guardia
con su palo y su revólver,
y con el odio en la cara,
porque ya te oyó cantar
y te va a dar por la espalda,
cantador de sones viejos,
marido de tu guitarra…!
(Simón se queda callado).

Llega un guardia de bigotes,
serio y grande, grande y serio,
jinete en un penco al trote.
—¡Simón Caraballo, preso!

(Pero Simón no responde,
porque Simón está muerto).

    NIEVE

Como la nieve cae aquí,
nieva también dentro de mí.
(Verlaine con nieve, ¿no es así?)
De ti me acuerdo —ya sin ti.

¿A qué llorar, me digo yo,
por quien no llora ni lloró?
Si estuve escrito, me borró,
si ardí un instante, me apagó.

Caiga la nieve, está muy bien.
Mas no por eso va Guillén
a entristecerse si no hay quien
del mismo mal muera también.

Literatura, en realidad,
nimia de toda nimiedad.
¿Que está nevando en la ciudad?
Al fin y al cabo es la verdad.

CANCIÓN DE LOS HOMBRES PERDIDOS

Con las ojeras excavadas,
rojos los ojos como rábanos,
vamos por las calles calladas.

La tripa impertinente hipa,
puntual lo mismo que un casero,
pero nada hay para la tripa.

No hay aguardiente ni tabaco,
ni un mal trozo de carne dura:
sólo las pulgas bajo el saco.

Así andamos por la ciudad,
como perros abandonados
en medio de una tempestad.

El sol nos tuesta en su candela,
pero por la noche la Luna
de un escupitajo nos hiela

Somos asmáticos, diabéticos,
herpéticos y paralíticos,
mas sin regímenes dietéticos.

Nos come el hambre día a día,
y van cavándonos los dientes
charcos bermejos en la encía.

Así andamos por la ciudad,
como perros abandonados
en medio de una tempestad.

¿Quién es quien sabe nuestros nombres?
Nadie los sabe ni los mienta.
Somos las sombras de otros hombres.

Y si es que hablar necesitamos
unos con otros, ya sabemos
de qué manera nos llamamos.

«Caimán», «El Macho», «Perro Viudo»,
son nuestros nombres en la vida,
y cada nombre es un escudo.

Así andamos por la ciudad,
como perros abandonados
en medio de una tempestad.

¿Qué más da ser ladrón o papa?
El caldero siempre es el mismo,
lo que le cambian es la tapa.

Y hay quien podrido está en lo hondo;
cuando el pellejo más perfuma
más el espíritu es hediondo.

Nosotros vamos descubiertos;
el pus al sol, la mugre al aire,
y con los ojos bien despiertos.

Así andamos por la ciudad,
como perros abandonados
en medio de una tempestad.

Secos estamos como piedra.
Largos y flacos como cañas.
Mano-pezuña, barba-hiedra.

Mas no tembléis si crece el hambre:
presto el gorila maromero
se estrellará desde su alambre.

¡Ánimo, amigos! ¡Piernas sueltas,
diente afilado, hocico duro,
y no marearse con dar vueltas!

¡Saltemos sobre la ciudad,
como perros abandonados
en medio de una tempestad!

CANTOS PARA SOLDADOS

A mi padre,
muerto por soldados

SOLDADO, APRENDE A TIRAR

Soldado, aprende a tirar:
Tú no me vayas a herir,
que hay mucho que caminar.
¡Desde abajo has de tirar,
si no me quieres herir!
Abajo estoy yo contigo,
soldado amigo.
Abajo, codo con codo,
sobre el lodo.

Para abajo, no,
que allí estoy yo.
Soldado, aprende a tirar:
Tú no me vayas a herir,
que hay mucho que caminar.

 CANTO NEGRO

¡Yambambó, yambambé!
Repica el congo solongo,
repica el negro bien negro;
congo solongo del Songo
baila yambó sobre un pie.

Mamatomba,
serembe cuserembá.

El negro canta y se ajuma,
el negro se ajuma y canta,
el negro canta y se va.
Acuememe serembó,

yambó,
aé.

Tamba, tamba, tamba, tamba,
tamba del negro que tumba;
tumba del negro, caramba,
caramba, que el negro tumba:
¡yamba, yambó, yambambé!

GLOSA

No sé si me olvidarás,
ni si es amor este miedo;
yo sólo sé que te vas,
yo sólo sé que me quedo.

ANDRÉS ELOY BLANCO

              1

Como la espuma sutil
con que el mar muere deshecho,
cuando roto el verde pecho
se desangra en el cantil,
no servido, sí servil,
sirvo a tu orgullo no más,
y aunque la muerte me das,
ya me ganes o me pierdas,
sin saber que me recuerdas
no sé si me olvidarás.

              2

Flor que sólo una mañana
duraste en mi huerto amado,
del sol herido y quemado
tu cuello de porcelana:
Quiso en vano mi ansia vana
taparte el sol con un dedo;
hoy así a la angustia cedo
y al miedo, la frente mustia…
No sé si es odio esta angustia,
ni si es amor este miedo.

              3

¡Qué largo camino anduve
para llegar hasta ti,
y qué remota te vi
cuando junto a mí te tuve!
Estrella, celaje, nube,
ave de pluma fugaz,
ahora que estoy donde estás,
te deshaces, sombra helada:
Ya no quiero saber nada;
yo sólo sé que te vas.

              4

¡Adiós! En la noche inmensa
y en alas del viento blando,
veré tu barca bogando,
la vela impoluta y tensa.
Herida el alma y suspensa
te seguiré, si es que puedo;
y aunque iluso me concedo
la esperanza de alcanzarte,
ante esa vela que parte,
yo sólo sé que me quedo.

 I. CANTALISO EN UN BAR

(Los turistas en el bar:
Cantaliso, su guitarra,
y un son que comienza a andar).

—No me paguen porque cante
lo que nos les cantaré;
ahora tendrán que escucharme
todo lo que antes callé.
¿Quién los llamó?
Gasten su plata,
beban su alcol,
cómprense un güiro,
pero a mí no,
pero a mí no,
pero a mí no.

Todos estos yanquis rojos
son hijos de un camarón,
y los parió una botella,
una botella de ron.
¿Quién los llamó?
Ustedes viven,
me muero yo,
comen y beben,
pero yo no,
pero yo no,
pero yo no.

Aunque soy un pobre negro,
sé que el mundo no anda bien;
¡ay, yo conozco a un mecánico
que lo puede componer!
¿Quién los llamó?
Cuando regresen
a Nueva York,
mándenme pobres
como soy yo,
como soy yo,
como soy yo.

A ellos les daré la mano,
y con ellos cantaré,
porque el canto que ellos saben
es el mismo que yo sé.

MUJER NUEVA

Con el círculo ecuatorial
ceñido a la cintura como a un pequeño mundo,
la negra, la mujer nueva,
avanza en su ligera bata de serpiente.

Coronada de palmas
como una diosa recién llegada,
ella trae la palabra inédita,
el anca fuerte,
la voz, el diente, la mañana y el salto.

Chorro de sangre joven
bajo un pedazo de piel fresca,
y el pie incansable
para la pista profunda del tambor.

CÓMO NO SER ROMÁNTICO

Cómo no ser romántico y siglo XIX,
no me da pena,
cómo no ser Musset
viéndola esta tarde
tendida casi exangüe,
hablando desde lejos,
lejos de allá del fondo de ella misma,
de cosas leves, suaves, tristes.

Los shorts bien shorts
permiten ver sus detenidos muslos
casi poderosos,
pero su enferma blusa pulmonar
convaleciente
tanto como su cuello-fino-modigliani,
tanto como su piel-margarita-trigo-claro,
Margarita de nuevo (así preciso),
en la chaise longue ocasional tendida
ocasional junto al teléfono,
me devuelven un busto transparente
(nada, no más un poco de cansancio).

Es sábado en la calle, pero en vano.
Ay, cómo amarla de manera
que no se me quebrara
de tan espuma tan soneto y madrigal,
me voy no quiero verla,
de tan Musset y siglo XIX
cómo no ser romántico.

    TÚ NO SABE INGLÉ

Con tanto inglé que tú sabía,
Bito Manué,
con tanto inglé, no sabe ahora
desí ye.

La mericana te buca,
y tú le tiene que huí:
tu inglé era de etrái guan,
de erái guan y guan tu tri.

Bito Mar,’ué, tú no sabe inglé,
tú no sabe inglé,
tú no sabe inglé.

No te enamore ma nunca,
Bito Manué,
si no sabe inglé,
si no sabe inglé.

ROSA TÚ MELANCÓLICA

El alma vuela y vuela
buscándote a lo lejos,
Rosa tú, melancólica
rosa de mi recuerdo.
Cuando la madrugada
va el campo humedeciendo,
y el día es como un niño
que despierta en el cielo,
Rosa tú, melancólica,
ojos de sombra llenos,
desde mi estrecha sábana
toco tu firme cuerpo.
Cuando ya el alto sol
ardió con su alto fuego,
cuando la tarde cae
del ocaso deshecho,
yo en mi lejana mesa
tu oscuro pan contemplo.
Y en la noche cargada
de ardoroso silencio,
Rosa tú, melancólica
rosa de mi recuerdo,
dorada, viva y húmeda,
bajando vas del techo,
tomas mi mano fría
y te me quedas viendo.
Cierro entonces los ojos,
pero siempre te veo
clavada allí, clavando
tu mirada en mi pecho,
larga mirada fija,
como un puñal de sueño.

ARTE POÉTICA

Conozco la azul laguna
y el cielo doblado en ella
y el resplandor de la estrella.
Y la luna.

En mi chaqueta de abril
prendí una azucena viva
y besé la sensitiva
con labios de toronjil.

Un pájaro principal
me enseñó el múltiple trino.
Mi vaso apuré de vino
Sólo me queda el cristal.

¿Y el plomo que zumba y mata?
¿Y el largo encierro?
¡Duro mar y olas de hierro,
no luna y plata!

El cañaveral sombrío
tiene voraz dentadura,
y sabe el astro en su altura
de hambre y frío.

Se alza el foete mayoral.
Espaldas hiere y desgarra.
Ve y con tu guitarra
dilo al rosal.

Dile también del fulgor
con que un nuevo sol parece:
en el aire que la mece,
que aplauda y grite la flor.

WEST INDIES LTD.

                2

Cinco minutos de interrupción,
La charanga de Juan el Barbero
toca un son

—Coroneles de terracota,
políticos de quita y pon;
café con pan y mantequilla…
¡Que siga el son!

La burocracia está de acuerdo
en ofrendarse a la Nación;
doscientos dólares mensuales…
¡Que siga el son!

El yanqui nos dará dinero
para arreglar la situación;
la Patria está por sobre todo…
¡Que siga el son!

Los viejos líderes sonríen
y hablan después desde un balcón.
¡La zafra!. ¡La zafra! ¡La zafra!
¡Que siga el son!

EL CARIBE

En el acuario del Gran Zoo,
nada el Caribe.
Este animal
marítimo y enigmático
tiene una cresta de cristal,
el lomo azul, la cola verde,
vientre de compacto coral,
grises aletas de ciclón.
En el acuario, esta inscripción:
«Cuidado: muerde».

CANCIÓN

¡De qué callada manera
se me adentra usted sonriendo,
como si fuera
la primavera!
(Yo, muriendo.)

Y de qué modo sutil
me derramó en la camisa
todas las flores de abril.

¿Quién le dijo que yo era
risa siempre, nunca llanto,
como si fuera
la primavera?
(No soy tanto.)

En cambio, ¡qué espiritual
que usted me brinde una rosa
de su rosal principal!

¡De qué callada manera
se me adentra usted sonriendo,
como si fuera
la primavera!
(Yo, muriendo.)

 LA SANGRE NUMEROSA

A Eduardo García, miliciano que escribió con su sangre,
al morir ametrallado por la aviación yanqui, en abril de 1961, el nombre de Fidel

Cuando con sangre escribe
Fidel, este soldado que por la Patria muere
no digáis miserere:
esa sangre es el símbolo de la Patria que vive

Cuando su voz en pena,
lengua para expresarse parece que no halla,
no digáis que se calla,
pues en la pura lengua de la Patria resuena.
Cuando su cuerpo baja
exánime a la tierra que lo cubre ambiciosa,
no digáis que reposa,
pues por la Patria en pie resplandece y trabaja.
Ya nadie habrá que pueda
parar su corazón unido y repartido.
no digáis que se ha ido:
su sangre numerosa junto a la Patria queda.

DIANA

La diana, de madrugada,
va con alfileres rojos
hincando todos los ojos.
La diana, de madrugada.

Levanta en peso el cuartel
con los soldados cansados.
Van saliendo los soldados.
Levanta en peso el cuartel.

Ay, diana, ya tocarás
de madrugada, algún día,
tu toque de rebeldía.
Ay diana, ya tocarás.

Vendrás a la cama dura
donde se pudre el mendigo.
—¡Amigo! —dirás—. ¡Amigo!
Vendrás a la cama dura.

Rugirás con voz ya libre
sobre la cama de seda:
—¡En pie, porque nada os queda!
Rugirás con voz ya libre.

¡Fiera, fuerte, desatada,
diana en corneta de fuego,
diana del pobre y del ciego,
diana de la madrugada!

MARACAS

De dos en dos
las maracas se adelantan al yanqui
para decirle
—¿Cómo está usted señor?

Cuando hay barco a la vista,
están ya las maracas en el puerto,
vigilando la presa excursionista
con ojo vivo y ademán despierto.
¡Maraca equilibrista,
güiro adulón del dólar del turista!

Pero hay otra maraca con un cierto
pudor que casi es antiimperialista:
es la maraca artista
que no tiene que hacer nada en el puerto.

A ésa le basta con que un negro pobre
la sacuda en el fondo del sexteto;
riñe con el bongó, que es indiscreto,
y el ron que beba es del que al negro sobre.
Ésa ignora que hay yanquis en el mapa;.
vive feliz, ralla su pan sonoro,.
y el duro muslo a Mamá Inés destapa
y pule y bruñe más la Rumba de oro.

EL ACONCAGUA

El Aconcagua. Bestia
solemne y frígida. Cabeza
blanca y ojos de piedra fija.
Anda en lentos rebaños
con otros animales semejantes
por entre rocallosos desamparos.
En la noche,
roza con belfo blando
las manos frías de la luna.

  TENGO

Cuando me veo y toco,
yo, Juan sin Nada no más ayer,
y hoy Juan con Todo,
y hoy con todo,
vuelvo los ojos, miro,
me veo y toco
y me pregunto cómo ha podido ser.

Tengo, vamos a ver,
tengo el gusto de andar por mi país,
dueño de cuanto hay en él,
mirando bien de cerca lo que antes
no tuve ni podía tener.
Zafra puedo decir,
monte puedo decir,
ciudad puedo decir,
ejército decir,
ya míos para siempre y tuyos, nuestros,
y un ancho resplandor
de rayo, estrella, flor.

Tengo, vamos a ver,
tengo el gusto de ir
yo, campesino, obrero, gente simple,
tengo el gusto de ir
(es un ejemplo)
a un banco y hablar con el administrador,
no en inglés,
no en señor,
sino decirle compañero como se dice en español.

Tengo, vamos a ver,
que siendo un negro
nadie me puede detener
a la puerta de un dancing o de un bar.
O bien en la carpeta de un hotel
gritarme que no hay pieza,
una mínima pieza y no una pieza colosal,
una pequeña pieza donde yo pueda descansar.

Tengo, vamos a ver,
que no hay guardia rural
que me agarre y me encierre en un cuartel,
ni me arranque y me arroje de mi tierra
al medio del camino real.
Tengo que como tengo la tierra tengo el mar,
no country,
no jailáif,
no tenis y no yacht,
sino de playa en playa y ola en ola,
gigante azul abierto democrático:
en fin, el mar.

Tengo, vamos a ver,
que ya aprendí a leer,
a contar,
tengo que ya aprendí a escribir
y a pensar
y a reír.
Tengo que ya tengo
donde trabajar
y ganar
lo que me tengo que comer.
Tengo, vamos a ver,
tengo lo que tenía que tener.

Cuando yo vine a este mundo,
nadie me estaba esperando;
así mi dolor profundo
se me alivia caminando,
pues cuando vine a este mundo,
te digo,
nadie me estaba esperando.

Miro a los hombres nacer,
miro a los hombres pasar;
hay que andar,
hay que mirar para ver,
hay que andar.

Otros lloran, yo me río,
porque la risa es salud:
Lanza de mi poderío,
coraza de mi virtud.
Otros lloran, yo me río,
porque la risa es salud.

Camino sobre mis pies,
sin muletas ni bastón,
y mi voz entera es
la voz entera del son.
Camino sobre mis pies,
sin muletas ni bastón.

Con el alma en carne viva,
abajo, sueño y trabajo;
ya estará el de abajo arriba
cuando el de arriba esté abajo.
Con el alma en carne viva,
abajo, sueño y trabajo.

Hay gentes que no me quieren,
porque muy humilde soy;
ya verán cómo se mueren
y que hasta a su entierro voy,
con eso y que no me quieren
porque muy humilde soy.

Miro a los hombres nacer,
miro a los hombres pasar;
hay que andar,
hay que vivir para ver,
hay que andar.

Cuando yo vine a este mundo,
te digo,
nadie me estaba esperando;
así mi dolor profundo,
te digo,
se me alivia caminando,
te digo,
pues cuando vine a este mundo,
te digo,
¡nadie me estaba esperando!

EL ÁRBOL

El árbol que verdece
a cada primavera,
no es más feliz que yo,
de nuevo verdiflor.
Las amarillas hojas
cayeron, y en mi tronco
vuelven los novios trémulos
a entrelazar sus cifras,
y hay corazones fijos
por flechas traspasados,
vivos en esa muerte.
Cuando digo «te amo»,
mi voz repite el viento
y en mi alta copa juega
con tu nombre y un pájaro
hijo de abril y marzo.

    MADRIGAL

De tus manos gotean
Las uñas, en un manojo de diez uvas moradas.

Piel,
Carne de tronco quemado,
Que cuando naufraga en el espejo, ahúma
Las algas tímidas del fondo.

  EL ABUELO

Esta mujer angélica de ojos septentrionales,
que vive atenta al ritmo de su sangre europea,
ignora que lo hondo de ese ritmo golpea
un negro al parche duro de roncos atabales.

Bajo la línea escueta de su nariz aguda,
la boca, en fino trazo, traza una raya breve,
y no hay cuervo que manche la solitaria nieve
de su carne, que fulge temblorosa y desnuda.

¡Ah, mi señora! Mírate las venas misteriosas;
boga en el agua viva que allá dentro te fluye,
y ve pasando lirios, nelumbios, lotos, rosas;

que ya verás, inquieta, junto a la fresca orilla
la dulce sombra oscura del abuelo que huye,
el que rizó por siempre tu cabeza amarilla.

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Donaciano Bueno Diez

Donaciano Bueno Diez

Editor: hombre de mente curiosa, inquieta, creativa, sagaz y soñadora, amante de la poesía.

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