NOCHE INTERMINABLE (Mi poema)
Juan Ruiz de Alarcón (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

No pude descansar aquella noche,
sin rumbo rebotaban por el suelo
recuerdos que afloraban sin consuelo
llegando a desbordar por su derroche.

Noche larga, diría interminable,
en que asoman los viejos pensamientos,
como piedras de un sueño sin cimientos
en un magma de cieno miserable.

Noche tensa difícil de olvidar
en que pude entrever que me moría,
cómo fue de incordiar, cómo sería
que de pronto me puse allí a llorar.

Noche triste, tal fue que la agonía
se quiso en mi cerebro aposentar
viniendo de ese sueño a despertar
sin nada recordar. Y amanecía.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO:  Juan Ruiz de Alarcón

Al Vesubio

Al Nilo, Eúfrates, Ganges y Danubio
lágrimas faltan y en ardiente abismo
gime Neptuno todo el caso mismo
del hijo infausto del Planeta rubio.

Tanto de rayos, tanto es el diluvio,
que el orbe ya en funesto paroxismo
el último flamante cataclismo
se anticipa en volcanes del Vesubio.

¡Oh, humano sueño! ¡oh, necia confianza!
Despierta ya, que el cielo en el que miras
te ofrece avisos del mayor estrago.

Y si irrita sus iras tu tardanza,
¿cuál será, cuál, el golpe de sus iras,
si tales son las iras de su amago?

SONETO

En un mar sangriento de cruel venganza,
de rabia, de ira y de coraje lleno,
corrí tormenta, de esperanza ajeno
de llegar en mi estado a ver bonanza;

y un súbito accidente, una mudanza
el pecho libra del mortal veneno,
y el que en mi agravio a mi furor condeno,
en el perdón produce mi esperanza.

No la privanza me movió futura,
que Fortuna en sus obras desiguales
no hace de los méritos memoria;

más debo a mi piedad esta ventura,
y por lo menos en hazañas tales
de la gentil acción queda la gloria.

AMISTAD

Aumento de la próspera fortuna
y alivio en la infeliz; maestra llave
que con un natural secreto sabe
dos voluntades encerrar en una;

del humano gobierno la coluna;
ancla segura de la incierta nave
de la vida mortal: fuero suave
que en paz mantiene cuanto ve la luna

es la santa amistad, virtud divina
que no dilata el premio de tenella,
pues ella misma es de si misma el fruto;

a quien naturaleza tanto inclina
que al hombre que vivir sabe sin ella
sabe avisar el animal más bruto.

DÉCIMA

Un aguacero cayó
en un lugar, que privó
a cuantos mojó de seso;
y un sabio que por ventura
se escapó del aguacero,
viendo que al lugar entero
era común la locura,
mojose y enloqueció,
diciendo: «En esto ¿qué pierdo?
¿Aquí donde nadie es cuerdo
para qué he de serlo yo?»

ROMANCE

En Madrid estuve yo
en corro de tal tijera,
que la pegaba cualquiera
al padre que la engendró.

Y si alguno se partía
del corro, los que quedaban
mucho peor dél hablaban,
que él de otros hablado había.

Yo, que conocí sus modas,
a sus lenguas tuve miedo,
¿y qué hago? Estoime quedo,
hasta que se fueron todos.

Pero no me valió el arte,
que ausentándose de allí,
sólo a murmurar de mí
hicieron corro aparte.

Si el maldiciente mirara
este solo inconveníente,
¿hallarase un maldiciente
por un ojo de la cara?

OCTAVAS

Elogio descriptivo a las fiestas que la Majestad del Rey Felipe IV hizo por su persona en Madrid a 21 de agosto de 1623

Mientras la admiración avara atiende
a tanta majestad, a tanta pompa,
el vuelo, ¡oh, fama!, con la voz suspende,
porque, informada bien, silencios rompa.
No encarecida la verdad aprende,
que no mendiga aumentos de tu trompa;
ministrará mi numerosa Clío
lengua a tu aliento y ley a tu albedrío

Era del año la estación ardiente;
daba a Febo el León último hospicio,
del alto cielo al húmedo Occidente
su carro amenazaba el precipicio;
la turba inferior, y la eminente
nobleza, o por su sangre, o su ejercicio,
de la Corte de España concurría,
y, de su circo, anfiteatro hacía.

Los tafetanes, rasos, terciopelos,
telas, tabís, damascos y brocados
edificios mentían, si eran velos
en consonancia hermosa variados.
Daban ventaja a su esplendor los cielos,
cuanta soberbia a su color los prados,
y la inquietud del pueblo y el ruido
sobraban a la vista y al oído;

cuando el aplauso roba cortesano
de diosas dos la adoración humana:
esta Juno del Jove castellano,
del anglo Endimión esta Diana.
Coro de ninfas las emula en vano,
si su hermosura puede soberana,
ausentes estas dos deidades bellas,
acreditar de soles sus estrellas.

Grave se mueve el uno y otro plaustro
de cielo, con razón presuntuoso,
hasta la línea en que su breve claustro,
lo que negó envidiado, da envidioso;
rosada y blanca ostenta, opuesto al austro,
dos bellas albas un Oriente hermoso,
porque a Filipo y Carlos precursoras,
pues son dos soles, nazcan dos auroras.

Jerarquía gentil de semidiosas,
obsequio ilustre de sus Majestades,
cuando de propios rayos luminosas,
reflejos gozan de sus dos deidades;
vivos claveles, animadas rosas,
componen de vistosas variedades
bellezas que las alas solicitan
dar al amor, que a la esperanza quitan.

Candores brilla, si entre auroras puede,
del cielo de Austria el esplendor tercero,
que, si no las compite, no les cede;
si ellas auroras son, él es lucero;
pimpollo tierno, a quien la edad concede
maduro fruto en su verdor primero;
Antistes en Toledo vigilante,
Príncipe en Roma, y, en Castilla, Infante

Rosas Gales vertiendo y azucenas,
si la sed de su amor en la tardanza
del merecido premio sufre pena,
glorias bebe en la vista su esperanza;
duro en medio metal finge cadenas,
por quien Tántalo preso el bien no alcanza;
y, cuando en fiestas uno y otro polo
se alegra de su gloria, pena él solo

Al espléndido trono fija atento,
ávida vista, el pueblo circunstante,
cuando se ve ilustrar el firmamento
de nueva luz, de sol más radiante .
¡El Rey!, turbada mano, flaco aliento,
antes que rudo escriba, antes que cante
poco canoro Majestad tan suma,
¡Oh!, pídele perdón, ¡Oh, voz y pluma.

No tanto entre topacios y jacintos
se oculta al hijo hermoso de Latona,
cuando los rayos de su luz distintos
esparcen oro a la elevada zona;
alba que de confusos laberintos,
de estrellas fugitivas, se corona;
cuántas postró Filipomajestades,
eclipsó luces, humanó deidades

Ocupa el real trono, eminente
solio, del de Arctus a la mano diestra.
Si su genio, si el signo su ascendente
predice efectos y verdades muestra,
del quinto Carlos Fénix renascente,
cuanto en el nombre en la marcial palestra,
que al sol hesperio en luces emulara,
a no vencerle a rayos su tiara

Águila, a su esplendor no se deslumbra;
salamandra, a su fuego no se abrasa
aquel que digno a su favor encumbra
mérito, propio ya, ya de su Casa
polo constante a la región que alumbra,
al orbe que gobierna, firme basa;
por cuyo sabio y religioso celo
es Anglia España, y es España cielo

Del alto trono el trono mismo alcanza
el árcticoAlmirante que merece
quien del huésped inglés ha la privanza;
con propias partes y adquiridas crece;
su verde ornato explica la esperanza
del bien futuro que a su patria ofrece,
siendo al principio de esta unión tercero,
siendo, al deseo de este fin, primero

Tudesca hueste herrado fresno esgrime
en la plebeya turba resistente,
que al escarmiento de sus golpes gime,
sin que al gemido de ellos escarmiente;
mas, tanto su furor al fin la oprime,
que, atropellada en fuga diligente,
imita por las puertas el gentío
rápido curso de inundante río

Movibles selvas, fuentes racionales,
en orden bañan el espacio enjuto,
formando con sus húmedos raudales
caracteres que borre el marcial bruto.
Mas ya en festivos cóncavos metales
(porque unión tan feliz con su tributo
ayude a celebrar cada elemento),
antes que cese el agua, suena el viento.

Pueblo de famas es el ordenado
escuadrón de rubíes numeroso,
de cuya mano o pecho es inspirado
uno y otro instrumento sonoroso;
diez veces quince son los que en ornado
bruto el término atruenan espacioso;
y aún no tanto clarín y tanta trompa
es voz bastante a la futura pompa

Clara familia infante el grave paso
circundante repite, honora atenta,
del que, si presto volara Pegaso,
ahora tardo Majestad ostenta.
El rubio que el Oriente, el que el ocaso
cándido pecho rinde, le acrecienta;
rayos sí, mas no fuego al ardimiento;
sosiego, no opresión al movimiento

Terliz purpúreo, que, de Arabia el oro,
dosel del solio imperial guarnece;
si del rico jaez niega el tesoro,
satisface la injuria en el que ofrece;
en medio el nombre regio, a quien el moro
adusto, el escita helado, se estremece;
el oro cifra, y cándidos retrata
los rayos de sus sienes rica plata.

Siguen sus huellas, en ornato iguales,
cincuenta y nueve agravios del primero,
cuyos retratos son las celestiales
alas del carro del mayor lucero;
en plata y nácar luce de reales
ministros pueblo, cuyo lisonjero
culto el alarde irracional venera
por sacro altar de la deidad que espera

Portátil basa que, a sus pies rendida,
escala sirva al Rey para el estribo,
en los hombros se mueve sostenida
de cuatro copias de granate vivo.
Velo sutil de púrpura tejida,
cielo avariento, oculta el leño altivo,
porque nadie presuma, en los despojos,
donde su Alteza el pie, poner los ojos

Doce enfrenados montes, que de Ociro
son y el tardo animal (mestizo parto)
hijas, conducen de Ladón al tiro,
que ha de atreverlas al planeta cuarto.
Metal de Ofir en múrice de Tiro
presta aljaba a las flechas, que del parto
honrosas han de ser al arco afrentas,
de la mano partiendo más violentas

En torno lustra la cuadrada arena
el concertado alarde en lento paso,
y en orden de sus rayos la enajena
la puerta, que al Oriente les da ocaso;
suspensa está en la admiración la pena
de la ocultada pompa, que el Parnaso
en vano musas a alabarla ofrece;
alábela el callar, que no enmudece

Madrid entonces a Madrid presenta;
cuatro sonantes bronces, y del fruto
del azahar sobre el color ostenta
cándidas venas de oriental tributo;
ricos jaeces veintidós sustenta,
número igual de beticano bruto,
por quien su timbre más presuntuoso
cambiar pudiera ya en caballo el oso

Sus huellas borra y borra su memoria,
de cuatro voces de metal guiado,
el escuadrón, que la segunda gloria
da de Berganza al término cercado;
la plata ofrece letras a su historia
en piel bermeja que el león le ha dado,
siendo rubís, zafiros y esmeraldas
treinta envidias al sol en treinta espaldas

Emula de la pompa lusitana,
después que al bronce el viento se estremece,
provincia de vasallos castellana
del más claro Mendoza resplandece;
blanco tesoro de espelunca indiana
la oscura tela esconde, no guarnece,
con cuarenta caballos en que admiro
la razón de ventaja a los de Epiro

Ya tiembla el turco, ya se turba el medo,
que el clarín hiere el elemento raro,
y del color de que se viste el miedo,
y el blanco amor del insaciable avaro,
el ejército marcha del Toledo;
claro en la paz, cuanto en la guerra claro;
su valor muestra en solos veinte frenos,
porque para vencer le bastan menos.

Tuba sonante la atención incita
al escuadrón, ya racional, ya bruto,
del nombre lusitano, que acredita
de enamorado humor el tinto fruto;
fecunda de jazmín la planta imita
sobre el color de abril indio tributo;
y en sus caballos treinta y dos podía
matar la sed la avara hidropesía

Festivo, si marcial, suena inflamado
metal de cuatro alientos, que repite
el nombre de Tifeo respetado,
temido del esposo de Anfitrite;
el Almirante, término cifrado,
que cuantas glorias a la voz permite
la lisonja mayor, cuantas la pluma
mendaz amplía, verdadero suma.

De éste, pues, héroe, visitó la arena
copioso pueblo, que en la tela oscura
rayos borda del sol, furias enfrena,
ornadas treinta y dos de plata pura;
y diez el oro en dilatada vena
cubre desde la espalda a la herradura,
tanto, que es de ellos cada cual juzgado,
no dorado animal, oro animado.

Largo escuadrón, al resonar del viento,
de Italia muestra el español Atlante;
el oro en blanca tela es elemento
que puebla oscura fiera sibilante;
hijos del Betis la mitad de ciento
oprime triplicada turba infante,
poca opresión a su soberbia furia,
a su humilde obediencia mucha injuria.

De Córdoba al clarín tiembla la tierra,
que el son conoce de su heroico abuelo;
blanco tesoro de las Indias hierra
sobre el color que el mar presta a su velo;
dos veces doce a la fingida guerra
marchan caballos tales, que, si el suelo
saben con hierro penetrar sus huellas,
sus espaldas con oro las estrellas.

Silencio imprime cuando acorde suena
último coro de metal dorado,
que la gloria de Sando da a la arena
pródigo alarde en orden dilatado;
de lirio azul y cándida azucena,
mayo es agosto, y la palestra es prado,
grande aparato al mundo, si pequeño
a publicar grandezas de su dueño.

Cuanto su vista el ánimo suspende,
su aplauso más la suspensión dilata;
cuanto la admiración los labios prende,
tanto en más libres voces los desata;
Telus se oprime, cuando el sol se ofende
al peso y luz de perlas, oro y plata,
que a veinticuatro sillas prestan velos
que vientos cubren, que descubren cielos

En él dio fin la ostentación faustosa;
y, aunque el postrero a la estacada llega,
estancia ocupa a todos ventajosa,
pues del alfa del Rey es él omega.
Columnas a la fiesta suntuosa
de Alcides son sus pompas, con que niega
el paso a la esperanza, hasta que el mundo
al cuarto César deba el plus segundo.

Aún no la planta se ocultó postrera,
aún no el encomio sucedió a la gloria,
cuando bicorne mugiente fiera
hurta el pasado fausto a la memoria.
De fugitiva discurrió ligera,
previniendo su instinto que a la historia
de tan dichosa unión no dé la mano
sólo una letra de licor humano

Aquí la águila regia, aquí el segundo
de Austria león, de España aquí el Atlante,
para mostrarse en nuevo Oriente al mundo,
de su esplendor lo privan fulminante;
bien que la noche al centro más profundo,
y más alta región tan radiante,
lució de estrellas, que la idolatría
le dio holocausto en el altar del día.

Pagó el postrero universal tributo
el toro al filo del metal templado,
cuando en nácar y plata, en vez del luto
que debe a sus exequias, adornado
tríyugo impulso de valiente bruto
del circo ausenta el bulto inanimado,
por quien no vino a ser menos festivo
su rapto muerto que su curso vivo.

Solicitó el segundo con ligera
hendida planta en círculos el coso;
segundo a Europa engaño ser pudiera,
no menos que por manso, por hermoso.
En fieras ocho no se vio una fiera,
auspicio claro, indicio venturoso,
de que fue providencia soberana
tanta conforme contingencia humana.

Segunda vez de mílite extranjero
huye ofendida la confusa plebe;
segunda vez de bosque lisonjero
nube inundante en las arenas llueve;
porque segunda vez al hemisferio
de trompas el ejército se atreve,
altivas tanto más cuanto a su asiento,
por precursor del Rey, se humilla el viento.

Los que a la pluma truecan ya la espada
(injuria de la edad), uno Mejía,
otro Girón, ilustran la estacada
en gallardo animal de Andalucía.
Para correr Filipo en su embajada
por la licencia de Isabel envía,
que al sol para salir no ha sido ahora
la vez primera que la dio la aurora

Cuando la puerta que antes el Oriente
saluda de la luz que borda el día,
del español Titán se vio luciente,
que a pesar de la tarde amanecía;
en uno y otro aplauso de la gente,
vencida la atención de la alegría,
bien que en confusa voz, el regocijo
«¡Filipo!», repitió; «¡Filipo!», dijo.

De un bizarro alazán la espalda oprime,
que fogoso los vientos amenaza,
sin desmentir, si fatigado gime,
del céfiro andaluz la noble raza.
Apenas toca el pie, menos imprime,
su breve huella en la espaciosa plaza,
dándole, si lo ajusta o si le bate,
el freno ley, impulso el acicate.

Carlos le sigue; de su bruto alado
la planta iguala mal el pensamiento,
pues, aunque de su imperio moderado,
deja sin plumas y sin alma el viento;
menos eran veloces los que al Pado
joven precipitó del alto asiento
que ellos bajaron, por volar, al suelo,
y éste penetra, por correr, el cielo.

Rayo es del sol, si puede serlo alguno,
la oliva, a cuya ley la militante
señal obedeciendo de Neptuno,
a Palas otra vez hace triunfante.
Sigue Carpio, gentil cuanto ninguno,
la luz del sol hermana, y arrogante
blasona que a la luna de su espejo
pueda ser sombra, cuando no reflejo.

Ébano y oro dividiendo hermosa
línea de plata en animados vientos
galas prestó a Madrid, que en la gloriosa
mentida oposición a los violentos
estrépitos de Marte, victoriosa,
de su motor siguió los movimientos;
siendo, pues, luz vecina al sol, mostraba
nube, que su esplendor reverberaba.

Con relámpagos siete, ardiente rayo,
aumentó a la palestra luz suave
Eduardo el regio; y del festivo ensayo
se argumentaba en él lo horrendo y grave,
multiplicado en ocho abriles mayo;
y en alazanes ocho se vio una ave,
y, si en lo rubio el dios que nació en Delo,
en lo blanco y azul volaba el cielo.

Mendozas dos un cuarto son planeta,
pues siendo Faetón uno, y otro Apolo,
con arrogancia agora más discreta,
el hijo unido al padre alumbra el polo;
cabello blanco en negra piel perfecta
dan consonancia en dos partos de Eolo,
que ligeros, conformes y lucidos
muestran que al carro van del sol uncidos

Toledo el quinto, quinto ya Mavorte,
aunque hoy su edad es freno de su ira,
dando a un rucio la rienda, si a la Corte
un instante se muestra, un siglo admira;
según le iguala su veloz consorte,
la blanca pluma o la emplumada vira
de dos es una y uno el movimiento,
y ambas espumas que arrebata el viento.

El lusitano Mora, que dilata
Indias de Portugal hasta Castilla,
entre esmeralda, entre topacio y plata,
claro lucero de su hueste brilla;
tanto le imitan todos, que retrata
cualquiera de ellos a todos, en la silla
tan diestros todos, que común el lauro
hizo creíble un alazán centauro

Los aplausos prorrumpen alegría,
porque el Neptuno de Castilla viene,
que en los pies de un morcillo desafía
las alas del que dio nombre a Hipocrene.
El oro que llovió en su luz el día
lo oscuro esparce de la noche, y tiene
tal gala, uniendo extremos y colores,
que de sombras se viste y resplandores.

Blasones aclamó del Almirante
el mundo en una voz, no lisonjera;
llegó su nombre a la opresión de Atlante,
transcendiendo una esfera y otra esfera.
No tuvo más de vida que un instante
el bello tramontar de su carrera,
y en él, arrebatando corazones,
áncoras dio por timbre a sus leones

Del carro de la noche se desata
veloz caballo, vegetado monte,
roca en su oscura cumbre de oro y plata;
penetra Monterrey nuevo horizonte.
Plumosa selva en la inquietud retrata,
si, en la color, las ondas de Aqueronte,
y en la velocidad, puesto que negra,
ira de Jove fulminada en Flegra.

Cordobés rucio entiende el pensamiento
del que a su patria nombre dio lozano,
y, hurtando el pie su ligereza al viento,
borra envidioso estampas de la mano;
o ya el fértil de plumas elemento,
negro blasón del bárbaro africano,
talares le calzó, porque en su vuelo
presuma él de Mercurio y él de cielo

Mi pluma llega de volar cansada,
tanta, siguiendo, tan veloz carrera,
para que, en propio espíritu fiada,
volar intente igual con la postrera;
postrera, que ha de ser paragonada,
siendo al círculo fin, con la primera.
Dadme, pues, un aliento, ¡Oh, musas nueve!,
si a tanta empresa vuestra voz se atreve

Rápido rucio es rayo arrebatado
que expira llamas cuando vientos bebe;
alas le presta el peso, y, obligado,
pagan los pies lo que la espalda debe;
a laurear el pueblo aficionado
al Duque Sandoval las voces mueve;
pero, ¿qué la afición, si el hondo abismo
dejó la envidia para hacer lo mismo?

Segunda vez Bucéfalo espumoso
del cristiano Alejandro a la carrera
fatiga el pie, por no dejar quejoso
un ángulo del circo en otra esfera;
segunda vez le sigue el numeroso
campo ecuestre, y le sigue la tercera,
que dio por más vecina al francés norte
solsticio al sol de la española Corte.

De las escuadras diez que ya leales
siguieron a su Rey, las cinco en esto
obedientes también campos iguales
van a formar al sitio contrapuesto;
mas, cuando el sol de claros Sandovales
ocho rayos conduce al otro puesto,
tan juntos van, que, hiriendo las regiones,
rompe un aplauso en mil admiraciones.

La caña empuña el Rey, la adarga embraza,
la espuela aplica a otro león bermejo,
y el occidente de la hermosa plaza
de nuevo ilustra su oriental reflejo.
Juntando la piedad a la amenaza,
de Marte es vivo y Júpiter espejo,
uno que fresno belicoso esgrime,
otro que rayo fulminante oprime

No opuesto el Duque, no; (correspondiente
imitador; émulo no) se muestra
con la adarga y la caña en rucio ardiente
a la oriental región de la palestra;
ya se ven los dos campos frente a frente,
y la blanca señal, que mano diestra
de dos Mercurios ha de dar al viento,
uno y otro caudillo aguarda atento.

Tremola apenas el delgado lino,
cuando los dos hermosos escuadrones
la caña blanden, émula del pino,
por diversas del círculo regiones,
hasta que en tortuosos cursos vino
a verse junta de los dos Fitones
una y otra cabeza, cuya furia
del primero en el sol vengó la injuria.

Aquí de Ampudia el advertido Conde
(si bien no mendigó de la advertencia
tan natural acción) la caña esconde,
y al Rey da, en vez de adarga, la obediencia;
con no corresponder le corresponde,
funda en no competir la competencia,
teniendo en ella su lealtad por gloria,
que el vencimiento venza a la victoria.

Cuatro veces en giros diferentes
las ecuestres legiones se avecinan,
y los del Duque tantas obedientes
la inerme lanza con la frente inclinan;
cesa la escaramuza, y los valientes
ya divisos ejércitos caminan
al puesto en que la paz que goza España
ha de mentir el dardo con la caña.

Su campo ostenta el de Austria, y el de Cea
su escuadra muestra; el mundo se suspende,
cuando tejida nieve lisonjea
el viento mismo que agitada hiende.
El hipogrifo regio, que desea
glorias al dueño, con volar pretende
que no impriman sus pies al leño vano
menos violencia que del Rey la mano.

En medio de su curso impele al viento
el joven brazo la minante vira,
mayor de los cíclopas escarmiento
que las que a Febo ministró la ira.
El provocado campo, en movimiento
lustrando circular, tan diestro gira,
que en su alazán -errada la sentencia-
se juzgó instinto lo que fue obediencia

Vuelve el caballo el Rey, y, acompañando
de los ojos la espalda, al mundo muestra
que es sol, que es luz esférica, y, cambiando
los oficios las manos, en la diestra
pone el gobierno de las riendas, cuando,
abreviado en la adarga la siniestra,
lo esconde tanto que a la perla imita
que aún la nativa inculta concha habita.

Mas, ¿para qué, Señor, tan cuidado,
si para ostentación menor sobrara?
que a vuestra adarga rinde el dios armado,
por más diestro, el escudo y la tiara;
tanto que en vos el mérito agraviado
del poder, a poder lo renunciara,
porque se viera que es vuestra persona
única adulación a su Corona.

Ya el Duque, pues, que en los pasados giros
se ufanó de rendirse al encontraros,
por serviros os sigue, por seguiros
vuela, os quiere alcanzar por alcanzaros.
Si caña lleva, os juzga Amor, y tiros
contra sí mismo intenta ministraros
(si no puede ser más de lo que es vuestro),
porque ocioso no esté brazo tan diestro

La lealtad puede tanto, tanto puede
el respeto en su sangre generosa,
que ni la ley de la ficción concede
al brazo una amenaza mentirosa.
Ya de vuestro alazán al curso cede,
y la que no os sirvió, poco dichosa
caña, hacia atrás del brazo humilde vuela;
tanto distó de que hacia vos la impela

¡Oh, Carlos!, perdonad, que, deslumbrado
al sol que aún os deslumbra a vos, no os veía,
cuando en otro alazán tan semejado
al luminar mayor de tanto día,
dais luz, que ni la vista ni el cuidado
a sutil diferencia os distinguía,
y juzga cuando os ve que en el reflejo
mira al mismo Filipo de un espejo.

El gallardo Guzmán, el fiel Acates
del que es al Tibre más piadoso Eneas,
en lanza, adarga, riendas y acicates
vence del pensamiento las ideas;
cuatro veces por turno los combates
el Rey repite, y tantas semideas,
que, huyendo, al dios del campo enmudecieron,
huyendo al Rey de España, hablar supieron.

No callan, a los cielos atrevidas,
las que la mano disparó violenta
del Infante español; que en ser oídas,
y vistas no, su furia se argumenta.
Más pública temió el rústico Midas
de su justo suplicio aquí la afrenta,
cuanto inmóviles las otras murmuraban.
Y éstas, volando esferas, voces daban

Hasta que ya interpuestos los ancianos
terceros de la paz, los escuadrones
cesan de competir, y a ser ufanos
obsequios van al Rey; que las regiones
dos veces discurriendo con humanos
ojos de la palestra, aclamaciones
concitó tan gloriosas su alabanza,
que alcanzará cuanto la edad alcanza.

Mientras, seguido de su hueste hermosa,
glorias esparce a la arenosa esfera,
en pie le guarda su adorada esposa
que igualmente lo adora y lo venera;
con la acción misma la majestuosa
real copia honorándolele espera
Púsose al fin el sol, y, en sombras frías,
término fue una noche a muchos días.

Respuesta de Juan Ruiz. Patacoja. a Quevedo

¡Oh Musa! Dime quién es
la infamia de cuanto vive,
quien contra todos escribe
escribiendo con los pies.
Y aquel que ofende, ¿cuál es
a todo viviente , en suma,
con infame lengua y pluma,
a quien nunca el agua moja?
Patacoja

¿Quién en el infierno ha estado
adonde halló lo que ha escrito?
¿Quién con cara de proscrito
de demonio ha profesado?
¿Quién es tan desvergonzado
que el rey del oscuro centro
aún no lo sufrió allá adentro
por librarse de congoja?
Patacoja

¿Quién era pícaro ayer
y agora se ha puesto don
y quien por sólo bufón
la cruz llegó a merecer?
¿Quién estuvo para ser
en Alcalá sagitario
por ladrón y por falsario
agora nobleza arroja?
Patacoja

¿Quién el que de bujarrón
profesó en Sicilia y Roma?
¿Quién de barbaje en Sodoma
pudiera ganar ración?
¿Quién es este gran varón
el señor de Juan Abad
en quien toda suciedad
como en su centro, se moja?
Patacoja.

AMOR Y ABORRECIMIENTO

Hermoso dueño mío,
por quien sin fruto lloro,
pues cuanto más te adoro
tanto más desconfío
de vencer la esquiveza
que intenta competir con la belleza!
La natural costumbre
en ti miro trocada:
lo que a todos agrada
te causa pesadumbre;
el ruego te embravece,
amor te hiela, llanto te endurece.
Belleza te compone
divina-no lo ignoro,
pues por deidad te adoro-;
mas ¿qué razón dispone
que perfecciones tales
rompan sus estatutos naturales?
Si a tu belleza he sido
tan tierno enamorado,
si estimo despreciado
y quiero aborrecido,
¿qué ley sufre, o qué fuero,
que me aborrezcas tú porque te quiero?
(La prueba de las promesas, acto I)

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Donaciano Bueno Diez

Donaciano Bueno Diez

Editor: hombre de mente curiosa, inquieta, creativa, sagaz y soñadora, amante de la poesía.

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