AQUEL AMOR IMPÍO (Mi poema)
Serafín Quiteño (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA …de medio pelo

 

(octava real)

Hoy he vuelto a la orilla junto al río
donde un día el amor se hizo presente
recordándome aquel invierno frío
con el viento soplando de relente.
Reflejado en el agua aquel estío
me ha mostrado su cara displicente
como niña que a ratos te hace caso
o te arruina y te envía hacia el fracaso.

Y otra vez a ese río me he acercado
esperando curar mi desvarío
y otra y otra a un susurro yo he escuchado:
que ese amor no perdura, que era impío.
Cuando pueda o me amaine el resfriado
volveré a esa ribera con más brío,
aunque el quiste quitarme no pudiera
para ver si hoy por fin ella me oyera.
©donaciano bueno

1er Premio ex aequo del mes de Enero Lances poéticos

MI POETA SUGERIDO:  Serafín Quiteño

Sonetos de la palabra (poeta)

¡Oh, tú!, el abandonado entre puñales,
entre densos fantasmas, en perdidos
mares de sombra, selva de gemidos
y ausentes golondrinas y rosales.

¡Oh, tú!, el ciego, el confiado entre fanales
hoscos de noche y muertos sumergidos…
confiado entre lebreles contenidos
y solo ante los dioses inmortales.

Con todo, sosegado en la agonía,
Fuerte en el llanto, casto en la alegría
Resurrecta de oscuros manantiales.

Ahí un rodar de lágrimas te guía
Y una palabra pura frente al día
Alza sus infantiles catedrales.

Sonetos de la palabra (la palabra que viste) (ii)

La palabra que viste es siempre muda,
La palabra que viste es siempre triste.
No une, no libera, no persiste…
¡La palabra que viste no te ayuda!

Si pretende asistirte, no te asiste.
Si brazo, si defensa, no te escuda.
La palabra que viste es la más ruda
Entre todas las cárceles que viste.

Por ella, —muro, ergástula, cadena—
La isla del corazón es más condena,
Y la noche del hombre más sañuda.

¡Ah! Reposada soledad serena,
dame por fin, a ver, la última pena…
¡Yo quiero la palabra que desnuda!

Sonetos de la palabra (la que no viste) (iii)

He aquí la palabra que no viste
Y que no viste tú, por tan desnuda.
En claro anillo de silencio anuda
Lo que eres hoy y lo que antaño fuiste.

Si necesitas muda, ella te muda
Y de traje de sombra te desviste.
El poco de ángel que en el hombre existe
Es porque ella lo labra y lo desnuda.

Ella abre puertas, ojos, miradores,
Desnuda espacios, larvas, ruiseñores,
¡ninguna vestidura le resiste!

Une, aclara, congrega resplandores
Y por sus puentes de ángeles menores
Al fin, EL HOMBRE PARA EL HOMBRE, existe.

Auto-Retrato

Un soplo…una inquietud…un fiel quebranto…
Un dolor…un fervor…una tristeza…
Una vieja emoción mojada en llanto…
Una alta devoción por la belleza.

El mirar, un si-es no-es irrelevante
y la boca, de lúbricos antojos…
Un poco de Beethoven en la frente,
Un poco de Ben Turpin en los ojos.

Ensueño claro, la piedad, sincera;
la figura de trágicos asombros
– un poco yogui, un poco bandolera –
lleva la faz como una calavera
pávida y espectral sobre los hombros.

Así, en múltiples vinos encontrados
– el pecado, el hombre y el poeta –
si Chaplin por los pies invertebrados.
Quijote por el alma tan inquieta.

Como potros retintos
ebrios de la ardentía de la vida
se le huracanan, briosos, los instintos
y se le van piafando en cada herida.

Pero en toda ilusión y en toda pena
canta su corazón – fácil allegro –.
Su alma criolla es un ánfora morena
rebosando un licor de café negro.

Y esta es la vera efigie y sin embargo
bien vale el cuadro el agregarle un poco:
cabello crespo y largo – no muy largo –
la fe infantil, el pensamiento loco,
labios de sonreír blanco y amargo
y los dientes de “jícama” y de coco.

¿El nombre? Una celeste melodía.
¿El apellido? Abrupto como un leño.
Pero él lleva los dos con gallardía.

El uno, porque es plácida ironía.
El otro, porque rima con ensueño.
Y no le importa nada y nada espera
porque le basta y sobra su alegría
donde hasta el mal se toca de armonía
y la última aventura es la primera.
Hugo Lindo (1917-1985)

Él se escuda

Acercaba los ojos a la grieta
para atsibar lo que hay detrás del muro,
y en hálito de miedos, inseguro
soplaba en sus impulsos de profeta.

Afirmaba. Negaba. Jamás inquieta
fue la pregunta en su silencio oscuro:
todas las acechanzas del futuro
eran contradicción para el poeta.

Se agitaban pendones de justicia,
se afirmaba el amor, más no era cierto,
y se hablaba de paz con impudicia.
Sobre la sangre del hermano muerto
Dirán que es evasión; pero él se escuda
en los secretos meandros de la duda.
(San Salvador, agosto de 1984)

No les pidáis virtud

(Religión no es para los vientres vacíos. – Vivekananda)

No coma no pidáis virtud en donde apenas
llegó un reflejo inútil de esperanza,
porque ya la virtud no los alcanza
en la atroz servidumbre de sus penas.
El desaliento cruza por las venas,
el egoism los clavó en su lanza,
y entre el hombre, el pavor y la matanza
creció la lividez de sus gangrenas.
Fuimos nosotros quienes les mataron
la luz, con soplo sin misericordia,
y llenaron sus pechos de ceniza,
quienes los redijeron y humillaron
plantado una tiniebla de discordia
que hoy nos sorprende y nos aterroriza.
(San Salvador, septiembre de 1984)

Los Apegos

Se ha coronado lo que estaba escrito
en la cartografía de las manos
y cada vez se encuentran más cercano
los límites del viaje que transito.

¡Y aún no acaba el penar del apetito
de sensaciones y de apegos vanos
que atan mi realidad, a los profanos
instantes de lo frágil y finito!
¿Cómo romper el hilo traicionero,
el encanto del ojo en el paisaje,
del oído en el trino del jilguero?
¿Cómo olvidar el tacto y su mensaje,
el gusto leve y el olfato artero,
para llegar al fin sin equipaje?
(San Salvador, agosto de 1984)

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Te acordarás – José Angel Buesa

Te acordarás un día de aquel amante extraño
que te beso en la frente para no hacerte daño.

Aquel que iba en la sombra con la mano vacía,
porque te quiso tanto que no te lo decía.

Aquel amante loco que era como un amigo
y que se fue con otra para soñar contigo

Te acordarás un día de aquel extraño amante,
profesor de horas lentas, con alma de estudiante.

Aquel hombre lejano que volvió del olvido
solo para quererte como nadie ha querido.

Aquel que fue ceniza de todas las hogueras
y te cubrió de rosas sin que tú lo supieras.

Te acordarás un día del hombre indiferente
que en las tardes de lluvia te besaba en la frente,

Viajero silencioso de las noches de estío
que sembraba en la arena su corazón tardío.

Te acordarás un día de aquel hombre lejano,
del que más te ha querido porque te quiso en vano.

Quizás así de pronto te acordarás un día
de aquel hombre que a veces callaba y sonreía.

Tu rosal preferido se secará en el huerto
como para decirte que aquel hombre se ha muerto.

El andará en la sombra con su sonrisa triste
y únicamente entonces sabrás que lo quisiste.

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Donaciano Bueno Diez

Donaciano Bueno Diez

Editor: hombre de mente curiosa, inquieta, creativa, sagaz y soñadora, amante de la poesía.

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