Tan duro era ese niño de pelar que puesto a hacer perder la compostura, -si adulto se diría un caradura-, dejaba sin aliento al verbo amar pues no paraba nunca de incordiar...
El agua que a la mar se va, no vuelve, pero ella no lo hace por desprecio, que es la ambición del mar que en su aura envuelve y en su magma de lágrimas disuelve....
Por más que intentes hacerte respetar tú nunca serás más ya que un detritus, y no has de trascender en los escritos que en medio de esa escoria pudrirás..
A qué seguir sintiendo esta congoja la misma que hace un nudo en la garganta, que mira hacia adelante y se atraganta, presenta a la alegría como coja, o cierra hasta los ojos y se achanta.
En la orillita del río me lanzó un beso una flor, me perfumó con su olor, presintió mi desvarío; yo le respondí, amor mío, correspondo a tu embeleso...
No quiero que me pinchen, que me duele, tengo miedo a sentir lo que he sufrido, no puedo soportar tanto castigo, piedad, yo pido a Dios que me consuele.
Hoy sigo aquí mis pasos repasando, contando uno a uno, de aquel que resultaba inoportuno al otro que se fue sin saber cuando cuidando no olvidarme de ninguno.
Que vivir para mi hoy, ya es de propina, agarrado a la pata voy de un banco, sin lastres, pues ya nada contamina, en riesgo, siempre al borde de un barranco.
Si le ves, dale un beso de mi parte, dile si algo hice mal, cuánto lo siento, que yo siempre perseguí, en vano intento, ser justo, de la guerra juez y parte.
Cuando pasen los años, casi todos habrán un libro escrito contando sus historias, sus andanzas, sus retos, sus vivencias y sus chanzas. Y habrán más escritores que beodos.
El que escribe, Donaciano,
como el labriego en Castilla
va esparciendo la semilla
a voleo con la mano.
Lo mismo que hace el cristiano
que a Dios no ha visto y le reza
y espera de su grandeza
que llegado el mes de abril
le riegue con aguas mil
la madre naturaleza.