»JUANA DE IBARBOUROU

Inicio » Mis maestros Poetas preferidos » »JUANA DE IBARBOUROU

¡Gracias por leer esta publicación, ¿deseas comentar?  haz click en el botón de la derecha!

Breve Biografía de Juana de Ibarbourou

¡Gracias por leer esta publicación, ¿deseas comentar?  haz click en el botón de la derecha!

Juana de Ibarbourou fue una distinguida poetisa uruguaya nacida el 8 de marzo de 1892 en Melo y fallecida en Montevideo el 15 de julio de 1979. Según lo escrito por ella misma, tuvo una infancia sumamente feliz de la que conservaba los más hermosos recuerdos. Pese a ello, jamás deseó regresar a Melo, el pueblo donde nació, porque prefirió guardarlo en su memoria intacto, tal cual era en esos años.
A los 18 años se mudó a Montevideo donde comenzó su carrera poética; la vida en la ciudad le resultó muy tortuosa en los comienzos, pero una vez se hubo acostumbrado, hasta pareció gustarle.

Si te gusta #Juana_de_Ibarbourou... Clic para tuitear

Autor

Donaciano Bueno Diez
SAGRADO CORAZÓN

A ártico cielo y soles de Brasiles
bajo palio de heridos corazones,
a ociosa espuma y a fluviales sones
anda el Sagrado Corazón en lides.

De católicas casas en atriles,
dondequiera la mano laxa pones,
si la tristura signa tus razones,
el Sacro Corazón remueve alfiles.

Nada más que rubíes y diamante
símbolo son, en fuego, de tu llama,
piadoso amor de enano y de gigante.

Desde el pecho de Cristo luz derrama
y traspasa con flecha alucinante
todo seno que quémase en su flama.

ESTE ENSUEÑO A TODO FUEGO

A dura sombra el día, a dura sombra
la noche lúcida de orquestada lengua.
El ruiseñor eterno no se asombra
de su rumor, ni él su trino amengua.

La tremenda amapola de las horas,
en la hora de amor, Eros deshoja
y el dios de amor, mi luna de a deshoras,
en su balanza, sin descuento, arroja.

Inauguro este sueño a todo fuego
y con un soplo me lo aviva un ángel.
Mujeres de alto pecho, hombres en lego,

dirán, con voz de silvo, que es desángel,
pero mi Dios supremo, a quien lo entrego,
sabe que es El quien empujo al arcángel.

A VEINTICUATRO DE JULIO

Nació en hielo Basilisa
¿En que año? No es de prisa
El saberlo. En plenilunio
Debió ser, y por eso
Salió luimnosa y clara.
Tiene sellado en la cara
Su amor hacia todo, obseso.

Las fieles hadas del tiempo
Con dones se presentaron
Y todas le regalaron
Riquezas que no son cuento.
Diérale, una, talento;
La otra le dio la sal
De la buena voluntad
Y del puro sentimiento.

Esta hermana mía es
Como una rosa del cielo,
Sin espinas, y en desvelo
Por la luz de los demás.

DESPERTAR

Absorto pez, dormida golondrina,
mariposa en el aire de la muerte,
rosa fallida en la impasible umbría,
esmeralda evadiéndose del verde
color de su destino. En las heridas
la sangre blanca y el dolor ausente,
el mundo trastrocado en una orilla
en que la luz y el ámbito se pierden.

Dentro de la avellana de mi sueño
esa hilera de imágenes sin filo,
ese jardín de helados asfodelos,
esa playa de lápices y vidrios,
esa manada afónica de renos,
esa luna guiñando sobre el cirio.

¡Gozo de despertar equilibrada,
como cualquier mañana de los días!
¡Gozo de sol y éxtasis del agua,
exacta magnitud de la alegría,
regreso de la imagen dislocada
en los espejos de la pesadilla
y la casa, mis perros, la mañana,
en la gracia y el orden de la vida!

LA FUENTE

¡Ah, fuente mía, espejo de la tarde,
espejo, por la noche, de áureo cielo,
espejo de mi cara en que no arde
ya la encendida sangre del deseo!

¡Ah, fuente mía, gris para mi rostro
tan denso de inquietud y desconsuelo,
de valor de vivir, de fe que arrostro
entre los ocres cardos de mi suelo!

Fuente de ayer, azul; de ahora sin luces,
que siempre mi alma de mujer traduces
en tu líquida lámina tranquila.

Sigues siendo callada, casi inerte.
¡Ay, esconde los osos de la muerte
cuando avancen a herirme la pupila!

LA PASTORA

Ahora soy zagala que apacenta un rebaño
De estrellas. ¡Dios lo libre de todo mal y daño!
Y si rondan los lobos, y si amaga la peste,
¡Dios haga invulnerable mi rebaño celeste!

Amor que de los cielos dio fuga a las centellas
Para que yo formara mi rebaño de estrellas,
Las piedras de la senda con sus manos alisa
Y pone entre mis labios la flauta de la risa.

—¿.Adónde vas, pastora de mirada encantada?
—Voy a prados de rosas a pacer ni¡ majada.
Y trina, trina, trina la flauta de cristal
Y se apiada la gula del lobo y el chacal.

—Mañana… —Mas, ¿quién piensa de veras en mañana?
—Tu rebaño de estrellas pastora sobrehumana…
—¡Oh. cállate, profeta! No adelantes el mal.
(Y da una nota falsa la flauta de cristal).

 ALTA NOCHE

En su caballo de ligero vidrio
pasa la lluvia de este fin de invierno
y yo siento sus cascos en el sueño
en que de miedo y soledad me ovillo.

Como me faltan los oscuros brillos
de su presencia, se me vuelve eterno
todo minuto del contado infierno
de saber que está lejos y está herido.

Mi amigo el viento juega con espadas
y no quiere escucharme las palabras
mitad de ruegos y mitad de llanto.

¡Quién me le dice. ¡quién! que estoy temblando!
En alta fiebre él duerme acaso, y cuando
abra los ojos no verá mi espanto. 

A DESHORA

¿Versos? Sí, algunos cada día
sobre la luz que el alba nos rehace
y mientras Sirio por el cielo trace
su indescriptible plan de cetrería.

Muchos, de amor, la vaga melodía
del clave cuya música renace,
porque no hay Primavera que se aplace
y Octubre estalla en rosas todavía.

Versos, sí, por la risa, por el llanto,
por una pena o un furtivo canto,
por una flor o un ruiseñor divino.

Versos porque se vive, y se enamora
una mujer, un día fuera de hora
en el reloj tremendo del destino. 

Bajo la lluvia

¡Cómo resbala el agua por mi espalda!
¡Cómo moja mi falda,
y pone en mis mejillas su frescura de nieve!
Llueve, llueve, llueve,
y voy, senda adelante,
con el alma ligera y la cara radiante,
sin sentir, sin soñar,
llena de la voluptuosidad de no pensar.

Un pájaro se baña
en una charca turbia. Mi presencia le extraña,
se detiene… me mira… nos sentimos amigos…
¡Los dos amamos muchos cielos, campos y trigos!
Después es el asombro
de un labriego que pasa con su azada al hombro
y la lluvia me cubre de todas las fragancias
de los setos de octubre.
Y es, sobre mi cuerpo por el agua empapado
como un maravilloso y estupendo tocado
de gotas cristalinas, de flores deshojadas
que vuelcan a mi paso las plantas asombradas.
Y siento, en la vacuidad
del cerebro sin sueño, la voluptuosidad
del placer infinito, dulce y desconocido,
de un minuto de olvido.
Llueve, llueve, llueve,
y tengo en alma y carne, como un frescor de nieve.

Melancolía

La sutil hilandera teje su encaje oscuro
con ansiedad extraña, con paciencia amorosa.
¡Qué prodigio si fuera hecho de lino puro
y fuera, en vez de negra la araña, color rosa!

En un rincón del huerto aromoso y sombrío
la velluda hilandera teje su tela leve.
En ella sus diamantes suspenderá el rocío
y la amarán la luna, el alba, el sol, la nieve.

Amiga araña: hilo cual tú mi velo de oro
y en medio del silencio mis joyas elaboro.
Nos une, pues, la angustia de un idéntico afán.

Mas pagan tu desvelo la luna y el rocío.
¡Dios sabe, amiga araña, qué hallaré por el mío!
¡Dios sabe, amiga araña, qué premio me darán!

Amémonos

Bajo las alas rosa de este laurel florido,
amémonos. El viejo y eterno lampadario
de la luna ha encendido su fulgor milenario
y este rincón de hierba tiene calor de nido.

Amémonos. Acaso haya un fauno escondido
junto al tronco del dulce laurel hospitalario
y llore al encontrarse sin amor, solitario,
mirando nuestro idilio frente al prado dormido.

Amémonos. La noche clara, aromosa y mística
tiene no sé qué suave dulzura cabalística.
Somos grandes y solos sobre el haz de los campos

y se aman las luciérnagas entre nuestros cabellos,
con estremecimientos breves como destellos
de vagas esmeraldas y extraños crisolampos.

El fuerte lazo

Crecí
para ti.
Tálame. Mi acacia
implora a tus manos su golpe de gracia.

Florí
para ti.
Córtame. Mi lirio
al nacer dudaba ser flor o ser cirio.

Fluí
para ti.
Bébeme. El cristal
envidia lo claro de mi manantial.

Alas di
por ti.
Cázame. Falena,
rodeé tu llama de impaciencia llena.

Por ti sufriré.
¡Bendito sea el daño que tu amor me dé!
¡Bendita sea el hacha, bendita la red,
y loadas sean tijeras y sed!

Sangre del costado
manaré, mi amado.
¿Qué broche más bello, qué joya más grata,
que por ti una llaga color escarlata?

En vez de abalorios para mis cabellos
siete espinas largas hundiré entre ellos.
Y en vez de zarcillos pondré en mis orejas,
como dos rubíes, dos ascuas bermejas.

Me verás reír
viéndome sufrir.
Y tú llorarás.
Y entonces… ¡más mío que nunca serás!

Amor

El amor es fragante como un ramo de rosas.
Amando, se poseen todas las primaveras.
Eros trae en su aljaba las flores olorosas
de todas las umbrías y todas las praderas.

Cuando viene a mi lecho trae aroma de esteros,
de salvajes corolas y tréboles jugosos.
¡Efluvios ardorosos de nidos de jilgueros,
ocultos en los gajos de los ceibos frondosos!

¡Toda mi joven carne se impregna de esa esencia!
Perfume de floridas y agrestes primaveras
queda en mi piel morena de ardiente transparencia

perfumes de retamas, de lirios y glicinas.
Amor llega a mi lecho cruzando largas eras
y unge mi piel de frescas esencias campesinas.

Así es la rosa

De la matriz del día
se alzó la rosa vertical y blanca
mientras todo rugía:
la tierra, el aire, el agua.

Tendí la mano para protegerla,
criatura de paz y de armonía,
completa, virgen, intocable, exacta
en la extensión total del mediodía.

Y me llevó el brazo la metralla.
Impávida seguía
en su serenidad y su victoria,
aunque en mi sangre la embebía.

Ni mi alarido hizo temblar sus pétalos
ni apagó su fragancia mi agonía.
Era la rosa, la perfecta y única.
Nada la detenía.

Hora morada

¿Qué azul me queda?

¿En qué oro y en qué rosa me detengo,
qué dicha se hace miel entre mi boca
o qué río me canta frente al pecho?

Es la hora de la hiel, la hora morada
en que el pasado, como un fruto acedo,
sólo me da su raso deslucido
y una confusa sensación de miedo.

Se me acerca la tierra del descanso
final, bajo los árboles erectos,
los cipreses aquellos que he cantado
y veo ahora en guardia de los muertos.

Amé, ay Dios, amé a hombres y bestias
y sólo tengo la lealtad del perro
que aún vigila a mi lado mis insomnios
con sus ojos tan dulces y tan buenos.

Como la primavera

Como un ala negra tendí mis cabellos
sobre tus rodillas.
Cerrando los ojos su olor aspiraste
diciéndome luego:
-¿Duermes sobre piedras cubiertas de musgos?
¿Con ramas de sauces te atas las trenzas?
¿Tu almohada es de trébol? ¿Las tienes tan negras
porque acaso en ellas exprimiste un zumo
retinto y espeso de moras silvestres?

¡Qué fresca y extraña fragancia te envuelve!
Hueles a arroyuelos, a tierra y a selvas.
¿Qué perfume usas? Y riendo le dije:
-¡Ninguno, ninguno!
Te amo y soy joven, huelo a primavera.

Este olor que sientes es de carne firme,
de mejillas claras y de sangre nueva.
¡Te quiero y soy joven, por eso es que tengo
las mismas fragancias de la primavera!

Cual la muerte de Lot

Un perfume de amor me acompañaba.
Volvía hacia la aldea de la cita,
bajo la paz suprema e infinita
que el ocaso en el campo destilaba.

En mis labios ardientes aleteaba
la caricia final, pura y bendita,
y era como una alegre Sulamita
que a su lar, entre trigos regresaba.

Y al llegar a un recodo del camino
tras el cual queda oculto ya el molino,
el puente y la represa bullidora,

volví atrás la cabeza un breve instante,
y bajo el tilo en flor, ¡vi a mi amante
que besaba en la sien a una pastora!

Como una sola flor desesperada

Lo quiero con la sangre, con el hueso,
con el ojo que mira y el aliento,
con la frente que inclina el pensamiento,
con este corazón caliente y preso,

y con el sueño fatalmente obseso
de este amor que me copa el sentimiento,
desde la breve risa hasta el lamento,
desde la herida bruja hasta su beso.

Mi vida es de tu vida tributaria,
ya te parezca tumulto, o solitaria,
como una sola flor desesperada.

Depende de él como del leño duro
la orquídea, o cual la hiedra sobre el muro,
que solo en él respira levantada.

El fuerte lazo

Crecí
para ti.
Tálame. Mi acacia
implora a tus manos su golpe de gracia.

Florí
para ti.
Córtame. Mi lirio
al nacer dudaba ser flor o ser cirio.

Fluí
para ti.
Bébeme. El cristal
envidia lo claro de mi manantial.

Alas di
por ti.
Cázame. Falena,
rodeé tu llama de impaciencia llena.

Por ti sufriré.
¡Bendito sea el daño que tu amor me dé!
¡Bendita sea el hacha, bendita la red,
y loadas sean tijeras y sed!

Sangre del costado
manaré, mi amado.
¿Qué broche más bello, qué joya más grata,
que por ti una llaga color escarlata?

En vez de abalorios para mis cabellos
siete espinas largas hundiré entre ellos.
Y en vez de zarcillos pondré en mis orejas,
como dos rubíes, dos ascuas bermejas.

Me verás reír
viéndome sufrir.
Y tú llorarás.
Y entonces… ¡más mío que nunca serás!

Estío

Cantar del agua del río.
Cantar continuo y sonoro,
arriba bosque sombrío
y abajo arenas de oro.

Cantar…
de alondra escondida
entre el oscuro pinar.

Cantar…
del viento en las ramas
floridas del retamar.

Cantar…
de abejas ante el repleto
tesoro del colmenar.

Cantar…
de la joven tahonera
que al río viene a lavar.

Y cantar, cantar, cantar
de mi alma embriagada y loca
bajo la lumbre solar.

Fusión

Mi alma en torno a tu alma se ha hecho
un nudo apretado y sombrío.

Cada vuelta del lazo sobre humano
se hace raíz, para afianzarse hondo,
y es un abrazo inacabable y largo
que ni la muerte romperá. ¿No sientes
cómo me nutro de tu misma sombra?

Mi raíz se ha trenzado a tus raíces
y cuando quieras desatar el nudo,
sentirás que te duele en carne viva
y que en mi herida brota sangre tuya.!

Y con tus manos curarás la llaga
¡y ceñirás más apretado el nudo!

Implacable

Y te di el olor
de todas mis dalias y nardos en flor.

Y te di el tesoro,
de las ondas minas de mis sueños de oro.

Y te di la miel,
del panal moreno que finge mi piel.

¡Y todo te di!
Y como una fuente generosa y viva para tu alma fui.

¡Y tú, dios de piedra
entre cuyas manos ni la yedra medra;

y tú, dios de hierro,
ante cuyas plantas velé como un perro,

desdeñaste el oro, la miel y el olor.
¡ Y ahora retornas, mendigo de amor,

a buscar las dalias, a implorar el oro,
a pedir de nuevo todo aquel tesoro!

Oye, pordiosero:
ahora que tú quieres es que yo no quiero.

Si el rosal florece,
es ya para otro que en capullos crece.

Vete, dios de piedra,
sin fuentes, sin dalias, sin mieles, sin yedra,
igual que una estatua,
a quien Dios bajara del plinto, por fatua.

¡Vete, dios de hierro,
que junto a otras plantas se ha tendido el perro!

La cita

Me he ceñido toda con un manto negro.
Estoy toda pálida, la mirada extática.
Y en los ojos tengo partida una estrella.
¡Dos triángulos rojos en mi faz hierática!

Ya ves que no luzco siquiera una joya,
ni un lazo rosado, ni un ramo de dalias.
Y hasta me he quitado las hebillas ricas
de las correhuelas de mis dos sandalias.

Mas soy esta noche, sin oros ni sedas,
esbelta y morena como un lirio vivo.
Y estoy toda ungida de esencias de nardos,
y soy toda suave bajo el manto esquivo.

Y en mi boca pálida florece ya el trémulo
clavel de mi beso que aguarda tu boca.
Y a mis manos largas se enrosca el deseo
como una invisible serpentina loca.

¡Descíñeme, amante! ¡Descíñeme, amante!
Bajo tu mirada surgiré como una
estatua vibrante sobre un plinto negro
hasta el que se arrastra, como un can, la luna.

La enredadera

Por el molino del huerto
asciende una enredadera.

El esqueleto de hierro
va a tener un chal de seda

ahora verde, azul más tarde
cuando llegue el mes de Enero

y se abran las campanillas
como puñados de cielo.

Alma mía: ¡quién pudiera
Vestirte de enredadera!

La espera

¡Oh lino, madura, que quiero tejer
sábanas del lecho donde dormirá
mi amante, que pronto, pronto tornará
(Con la primavera tiene que volver.)

¡Oh rosa, tu prieto capullo despliega!
Has de ser el pomo que arome su estancia.
Concentra colores, recoge fragancia,
dilata tus poros, que mi amante llega.

Trabaré con grillo de oro sus piernas,
cadenas livianas del más limpio acero,
encargué con prisa, con prisa al herrero
Amor, que las hace brillantes y eternas.

Y sembré amapolas en toda la huerta.
¡Que nunca recuerde caminos ni sendas!
Fatiga: en sus nervios aprieta tus vendas.
Molicie: sé el perro que guarde la puerta.

La higuera

Porque es áspera y fea,
porque todas sus ramas son grises
yo le tengo piedad a la higuera.

En mi quinta hay cien árboles bellos,
ciruelos redondos,
limoneros rectos
y naranjos de brotes lustrosos.

En las primaveras
todos ellos se cubren de flores
en torno a la higuera.
Y la pobre parece tan triste
con sus gajos torcidos, que nunca
de apretados capullos se viste…

Por eso,
cada vez que yo paso a su lado
digo, procurando
hacer dulce y alegre mi acento:
«Es la higuera el mas bello
de los árboles todos del huerto».

Si ella escucha,
si comprende el idioma en que hablo,
¡Que dulzura tan honda hará nido
en su alma sensible de árbol!

Y tal vez, a la noche,
cuando el viento abanique su copa,
embriagada de gozo le cuente:
«Hoy a mí me dijeron hermosa».

La hora

Tómame ahora que aún es temprano
y que llevo dalias nuevas en la mano.
Tómame ahora que aún es sombría
esta taciturna cabellera mía.

Ahora , que tengo la carne olorosa,
y los ojos limpios y la piel de rosa.
Ahora que calza mi planta ligera
la sandalia viva de la primavera

Ahora que en mis labios repica la risa
como una campana sacudida a prisa.
Después…¡oh, yo sé
que nada de eso más tarde tendré!

Que entonces inútil será tu deseo
como ofrenda puesta sobre un mausoleo.
¡Tómame ahora que aún es temprano
y que tengo rica de nardos la mano!

Hoy, y no más tarde. Antes que anochezca
y se vuelva mustia la corola fresca.
hoy, y no mañana. Oh amante, ¿no ves
que la enredadera crecerá ciprés?

La inquietud fugaz

He mordido manzanas y he besado tus labios.
Me he abrazado a los pinos olorosos y negros.
Hundí, inquieta, mis manos en el agua que corre.
He huroneado en la selva milenaria de cedros
que cruza la pradera como una serpie grave,
y he corrido por todos los pedrosos caminos
que ciñen como fajas la ventruda montaña.

¡Oh amado, no te irrites por mi inquietud sin tregua!
¡Oh amado, no me riñas porque cante y me ría!
Ha de llegar un día en que he de estarme quieta,
¡ay, por siempre, por siempre!
con las manos cruzadas y apagados los ojos;
con los oídos sordos y con la boca muda,
y los pies andariegos en reposo perpetuo
sobre la tierra negra.
¡Y estará roto el vaso de cristal de mi risa
En la grieta obstinada de mis labios cerrados!

Entonces, aunque digas: -¡Anda!, ya no andaré.
Y aunque me digas: -¡Canta!, no volveré a cantar.
Me iré desmenuzando en quietud y en silencio
bajo la tierra negra,
mientras encima mío se oirá zumbar la vida
como una abeja ebria.

¡Oh, déjame que guste el dulzor del momento
fugitivo e inquieto!

¡Oh, deja que la rosa desnuda de mi boca
se te oprima a los labios!

Después será ceniza sobre la tierra negra.

La pequeña llama

Yo siento por la luz un amor de salvaje.
Cada pequeña llama me encanta y sobrecoge;
¿no será, cada lumbre, un cáliz que recoge
el calor de las almas que pasan en su viaje?

Hay unas pequeñitas, azules, temblorosas,
lo mismo que las almas taciturnas y buenas.
Hay otras casi blancas: fulgores de azucenas.
Hay otras casi rojas: espíritus de rosas.

Yo respeto y adoro la luz como si fuera
una cosa que vive, que siente, que medita,
un ser que nos contempla transformado en hoguera.

Así, cuando yo muera, he de ser a tu lado
una pequeña llama de dulzura infinita
para tus largas noches de amante desolado.

La promesa

¡Todo el oro del mundo parecía
diluido en la tarde luminosa!
Apenas un crepúsculo de rosa
la copa de los árboles teñía.

Un imprevisto amor, mi mano unía
a tu mano, morena y temblorosa.
¡Éramos Booz y Ruth ante la hermosa
era que circundaba la alquería!

-¿Me amarás?- murmuraste. Lenta y grave
vibró en mis labios la promesa suave
de la dulce, la amable moabita.

Y fue como un ¡amén! en ese instante
el toque de oración que alzó vibrante
la rítmica campana de la ermita.

La sed

Tu beso fue en mis labios
de un dulzor refrescante.
Sensación de agua viva y moras negras
me dio tu boca amante.

Cansada me acosté sobre los pastos
con tu brazo tendido, por apoyo.
Y me cayó tu beso entre los labios,
como un fruto maduro de la selva
o un lavado guijarro del arroyo.

Tengo sed otra vez, amado mío.
Dame tu beso fresco tal como una
piedrezuela del río.

La tarde

He bebido del chorro cándido de la fuente.
Traigo los labios frescos y la cara mojada.
Mi boca hoy tiene toda la estupenda dulzura
de una rosa jugosa, nueva y recién cortada.

El cielo ostenta una limpidez de diamante.
Estoy ebria de tarde, de viento y primavera.
¿No sientes en mis trenzas olor a trigo ondeante?
¿No me hallas hoy flexible como una enredadera?

Elástica de gozo como un gamo he corrido
por todos los ceñudos senderos de la sierra.
Y el galgo cazador que es mI guía, rendido,
se ha acostado a mis pies, largo a largo, en la tierra.

¡Ah, qué inmensa fatiga me derriba en la grama
Y abate en tus rodillas mi cabeza morena,
mientras que de una iglesia campesina y lejana
nos llega un lento y grave llamado de novena!

Lacería

No codicies mi boca. Mi boca es de ceniza
y es un hueco sonido de campanas mi risa.

No me oprimas las manos. Son de polvo mis manos,
y al estrecharlas tocas comida de gusanos.

No trences mis cabellos. Mis cabellos son tierra
con la que han de nutrirse las plantas de la sierra.

No acaricies mis senos. Son de greda los senos
que te empeñas en ver como lirios morenos.

¿Y aún me quieres, amado? ¿Y aún mi cuerpo pretendes
y, largas de deseo, las manos a mí tiendes?

¿Aún codicias, amado, la carne mentirosa
que es ceniza y se cubre de apariencias de rosa?

Bien, tómame. ¡Oh laceria!
¡Polvo que busca al polvo sin sentir su miseria!

Las cuatro alas de abeja

He vuelto de la cita con cuatro alas de abejas
prendidas en los labios. Cuatro alas de abejas
doradas y bermejas.

Milagro como el de la barba de Dionisos,
el dios de acento dulce! La barba de Dionisos
que tenía cuatro alas de abeja en vez de rizos.

Tus labios en mis labios derramaron su miel
y brotaron las alas. Derramaron su miel
y tuve las dulzuras de un panal en la piel.

No riáis. Las cuatro alas de abeja no se ven.
Mas las siento en la boca. Las alas no se ven,
mas a veces, ¡prodigio!, vibran hasta en mi sien.

Y más adentro aún. Las dulces alas vibran
hasta en mi corazón. Las dulces alas vibran
y a mi alma de toda angustia y pena libran.

Mas si un día dejaran de aletear y zumbar…
si se hicieran ceniza… Si cesara el zumbar
de las alas que hiciste en mis labios brotar…

¡Qué tristeza de muerte! ¡Qué alas negras de queja
brotarían entonces! ¡Qué alas negras de queja
en lugar de las alas transparentes de abeja!

Las lenguas de diamante

Bajo la luna llena, que es una oblea de cobre,
vagamos taciturnos en un éxtasis vago,
como sombras delgadas que se deslizan sobre
las arenas de bronce de la orilla del lago.

Silencio en nuestros labios una rosa ha florido.
¡Oh, si a mi amante vencen tentaciones de hablar!,
la corola, deshecha, como un pájaro herido,
caerá, rompiendo el suave misterio sublunar.

¡Oh dioses, que no hable! ¡Con la venda más fuerte
que tengáis en las manos, su acento sofocad!
¡Y si es preciso, el manto de piedra de la muerte
para formar la venda de su boca, rasgad!

Yo no quiero que hable. Yo no quiero que hable.
Sobre el silencio éste, ¡qué ofensa la palabra!
¡Oh lengua de ceniza! ¡Oh lengua miserable,
no intentes que ahora el sello de mis labios te abra!

¡Bajo la luna-cobre, taciturnos amantes,
con los ojos gimamos, con los ojos hablemos.
Serán nuestras pupilas dos lenguas de diamantes
movidas por la magia de diálogos supremos.

Lo que soy para ti

Cierva,
que come en tus manos la olorosa hierba.

Can
que sigue tus pasos doquiera que van.

Estrella
para ti doblada de sol y centella.

Fuente
que a tus pies ondula como una serpiente.

Flor
que para ti solo da mieles y olor.

Todo eso yo soy para ti,
mi alma en todas sus formas te di.
Cierva y can, astro y flor,
agua viva que glisa a tus pies,
Mi alma es
para ti,
Amor.

Millonarios

Tómame de la mano. Vámonos a la lluvia
descalzos y ligeros de ropa, sin paraguas,
con el cabello al viento y el cuerpo a la caricia
oblicua, refrescante y menuda, del agua.

¡Que rían los vecinos! Puesto que somos jóvenes
y los dos nos amamos y nos gusta la lluvia,
vamos a ser felices con el gozo sencillo
de un casal de gorriones que en la vía se arrulla.

Más allá están los campos y el camino de acacias
y la quinta suntuosa de aquel pobre señor
millonario y obeso, que con todos sus oros,

no podría comprarnos ni un gramo del tesoro
inefable y supremo que nos ha dado Dios:
ser flexibles, ser jóvenes, estar llenos de amor.

Noche de lluvia

Llueve… Espera, no duermas,
estáte atento a lo que dice el viento
y a lo que dice el agua que golpea
con sus dedos menudos en los vidrios.

¡Cómo estará de alegre el trigo ondeante!
¡Con qué avidez se esponjará la hierba!
¡Cuántos diamantes colgarán ahora
del ramaje profundo de los pinos!

Espera, no te duermas. Escuchemos
el ritmo de la lluvia.
Apoya entre mis senos
tu frente taciturna.
Yo sentiré el latir de tus dos sienes
palpitantes y tibias,
como si fueran dos martillos vivos
que golpearan mi carne.

Espera, no te duermas. Esta noche
somos los dos un mundo,
aislado por el viento y por la lluvia
entre la cuenca tibia de una alcoba.

Espera, no te duermas. Esta noche
somos acaso la raíz suprema
de donde debe germinar mañana
el tronco bello de una raza nueva.

Panteísmo

Siento un acre placer en tenderme en la tierra,
bajo el sol matutino tibia como una cama.
Bajo mi cuerpo, ¡cuánta vida mi vientre encierra!
¡Quién sabe qué diamante esconde aquí su llama!

¡Quién sabe qué tesoro, dentro de una mirada,
surgirá de este mismo lugar donde reposo,
si será el oro vivo de una era sembrada,
o la viva esmeralda de algún árbol frondoso!

¡Quién sabe qué estupenda y dorada simiente
ha de brotar ahora bajo mi cuerpo ardiente!
Futuro pebetero que esparcirá a los vientos,
en las noches de estío, claras y rumorosas,
el calor de mi carne hecho aroma de rosas,
fragancia de azucenas, y olor de pensamientos.

Raíz salvaje

Me ha quedado clavada en los ojos
la visión de ese carro de trigo
que cruzó rechinante y pesado
sembrando de espigas el recto camino.

¡No pretendas ahora que ría!
¡Tu no sabes en qué hondos recuerdos
estoy abstraída!

Desde el fondo del alma me sube
un sabor de pitanga a los labios.
Tiene aún mi epidermis morena
no sé que fragancias de trigo emparvado.

¡Ay, quisiera llevarte conmigo
a dormir una noche en el campo
y en tus brazos pasar hasta el día
bajo el techo alocado de un árbol!

Soy la misma muchacha salvaje
que hace años trajiste a tu lado.

Rebelde

Caronte: yo seré un escándalo en tu barca.
Mientras las otras sombras recen, giman o lloren,
y bajo tus miradas de siniestro patriarca
las tímidas y tristes, en bajo acento, oren,

Yo iré como una alondra cantando por el río
y llevaré a tu barca mi perfume salvaje,
e irradiaré en las ondas del arroyo sombrío
como una azul linterna que alumbrara en el viaje.

Por más que tú no quieras, por más guiños siniestros
que me hagan tus dos ojos, en el terror maestros,
Caronte, yo en tu barca seré como un escándalo.

Y extenuada de sombra, de valor y de frío,
cuando quieras dejarme a la orilla del río
me bajarán tus brazos cual conquista de vándalo.

Regreso

¿En qué silente cinturón de espuma
se oculta ahora la promesa yerta?
¿Tras de qué muro o entornada puerta
gime mi mundo?

¿Qué hora, qué mañana entre tumultos
de sol y risa, ya de cara al gozo,
me traerá su jazmín más primoroso
con la sortija mágica del rumbo?

Se quemó mi laurel entre la fiebre,
la palma fiel perdió su airón de fuego.
Ya sólo soy raíz, rígido ruego,
vástago de espiral lenta y endeble.

Pero yo me he de alzar del pudridero,
volveré a mi esplendor de carne y canto,
blanca y bruñida por mi propio llanto,
viva, de nuevo.

Reconquista

No sé de donde regresó el anhelo
De volver a cantar como en el tiempo
en que tenía entre mi puño el cielo
Y con una perla azul el pensamiento.

De una enlutada nube, la centella,
Súbito pez, hendió la noche cálida
Y en mí se abrió de nuevo la crisálida
Del verso alado y su bruñida estrella.

Ahora ya es el hino centelleante
Que alza hasta Dios la ofrenda poderosa
De su bruñida lanza de diamante.

Unidad de la luz sobre la rosa.
Y otra vez la conquista alucinante
De la eterna poesía victoriosa.

Te doy mi alma desnuda…

Te doy mi alma desnuda,
como estatua a la cual ningún cendal escuda.

Desnuda como el puro impudor
de un fruto, de una estrella o una flor;

de todas esas cosas que tienen la infinita
serenidad de Eva antes de ser maldita.

De todas esas cosas,
frutos, astros y rosas.

Que no sienten vergüenza del sexo sin celajes
y a quienes nadie osara fabricarles ropajes.

¡Sin velos, como el cuerpo de una diosa serena
que tuviera una intensa blancura de azucena!

¡Desnuda, y toda abierta de par en par
por el ansia de amar!

«Toilette» suprema

Bajo el encanto sombrío
de la tarde de tormenta
hay trazos de luz violenta
en la amatista del río.
Y siento la tentación
de hundir mi cuerpo en la oscura
agua quieta que fulgura
bajo el cielo de crespón.

Intensa coquetería
del contraste con la onda
que hará mi carne más blonda
entre su gasa sombría.
Rara y divina «toalé«
que en la penumbra amatista
dará una gracia imprevista
a mi cuerpo rosa-té.

Ninguna tela más bella
En su pliegue ha de envolverme.
¡Nunca tornarás a verme
Con tal blancura de estrella!
Jamás caprichoso azar
ha dado, a ninguna amante,
un lecho más fulgurante
bajo el amado mirar.

Deja que el río me vista
con sus largos pliegues lilas,
y guarda en tus dos pupilas,
junto al fondo de amatista,
la visión loca y suprema
de mi cuerpo embellecido
por el oscuro vestido
y la sombría diadema.

Vida aldeana

Iremos por los campos, de la mano,
a través de los bosques y los trigos,
entre rebaños cándidos y amigos,
sobre la verde placidez del llano,

para comer el fruto dulce y sano
de las rústicas vides y los higos
que coronan las tunas. Como amigos
partiremos el pan, la leche, el grano.

Y en las mágicas noches estrelladas,
bajo la calma azul, entrelazadas
las manos, y los labios temblorosos,

renovaremos nuestro muerto idilio,
y será como un verso de Virgilio
vivido ante los astros luminosos.

¿Sueño?

¡Beso que ha mordido mi carne y mi boca
con su mordedura que hasta el alma toca!
¡Beso que me sorbe lentamente vida
como una incurable y ardorosa herida!

¡Fuego que me quema sin mostrar la llama
y que a todas horas por más fuego clama!
¿Fue una boca bruja o un labio hechizado
el que con su beso mi alma ha llagado?

¿Fue un sueño o vigilia que hasta mí llegó
el que entre sus labios mi alma estrujó?
Calzaré sandalias de bronce e iré

a donde esté el mago que cura me dé.
¡Secadme esta llaga, vendadme esta herida
que por ella en fuga se me va la vida!

Supremo triunfo

Estoy ahora impregnada toda yo de dulzura.
Desde que me besaste, toda yo soy amor.
Y en la vida y la muerte, en lecho y sepultura,
ya no seré otra cosa que amor, amor, amor….

En la carne y el alma, en la sombra y los huesos,
ya no tendré más nunca otro olor y sabor,
que el sabor y el perfume que he absorbido a tus besos;
me has dado una fragancia, tersa y viva, de flor.

Hasta el último átomo de mi piel es aroma,
¡oh mortal podredumbre, te he vencido talvez!
Eres mi hermano , ¡Oh lirio! Eres mi hermana ¡oh poma!
Desde que él me besara, rosa mi cuerpo es.

A UNA ROSA ROJA

Hacia el cielo tu himno de rubíes,
tus espumas de púrpuras en vuelo;
hacia él tu orgulloso terciopelo,
tu desafío a dalias y alhelíes.

Toda al cielo te das, creces y ríes,
sangre floral y brasa del anhelo.
Llora el reloj tu inevitable duelo
mientras toda en fragancia te deslíes.

Tú también, tú también, ave de fuego,
nacida hoy has de tonar ya luego
a la potente tierra innominada.

No detiene la muerte tu hermosura.
En vuelta en ella vas, ¡oh, criatura!
desde la fiel raíz hasta la nada.

 ABEL

Las mariposas blancas me seguían
y bendecía el Padre mi ganado,
las eras con el pan, y los amados
seres que el Paraíso me extendían.

Los selváticos tigres que venían
a beber sangre, calmos y amansados
por mi aureola de paz, eran sagrados
huéspedes que en mi sueño subvivían.

Ahora ya soy el ángel del lamento
junto al hombre caído en el momento
cenital de la dicha y su aventura

con el cielo y el mundo. Amargamente
sin comprender me hundo en la corriente
de la ría letal, ancha y oscura.

LA CORRIENTE DE CRISTAL

Agua limpia, clara, clara, clara,
tan limpia y tan clara que parece cristal,
tan clara y tan limpia que yo la deseara
convertida en la tela de un vestido nupcial.

¡Qué feliz la novia rubia que lo usara!
Tendría que ser buena, hermosa y virginal.
¿Se concibe nada más bello que agua clara
transformada en la tela de un vestido nupcial?

¡Qué pena que no haya en nuestro siglo, hadas!
Que se hayan concluido todas las encantadas
madrinas que creara la fábula oriental.

¡Yo quisiera un vestido hecho con agua clara!
¡Yo quisiera un vestido tal como lo soñara
mirando esa corriente que parece cristal!

DESPECHO

¡Ah, qué estoy cansada! Me he reído tanto,
Tanto, que a mis ojos ha asomado el llanto;
Tanto, que este rictus que contrae mi boca
Es un rastro extraño de mi risa loca.

Tanto, que esta intensa palidez que tengo
(Como en los retratos de viejo abolengo),
Es por la fatiga de la loca risa
Que en todo mis nervios su sopor desliza.

¡Ah, qué estoy cansada! Déjame que duerma;
Pues, como la angustia, la alegría enferma.
¡Qué rara ocurrencia decir que estoy triste!
¿Cuándo más alegre que ahora me viste?

¡Mentira! No tengo ni dudas, ni celos,
Ni inquietud, ni angustias, ni penas, ni anhelos,
Si brilla en mis ojos la humedad del llanto,
Es por el esfuerzo de reírme tanto…

MINERVA

Allá, por Cerro Largo, es Primavera
con oro y rojo de los macachines.
Salvajes y tostados serafines
duermen siesta en el trigo de mi era.

Allá, por Cerro Largo, es Primavera,
pero yo he traspasado los confines
del Otoño, y conmigo, mis mastines
miden a pasos lentos la pradera.

Melancolía de ceniza pálida
en medio de la luz mielada y cálida
entre la azul riqueza de este día.

Venus y Diana me han abandonado
y tan sólo Minerva, a mi costado,
me habla, doctamente, de poesía.

AMANECER

El áureo hexámetro o la cuaderna vía
domar quisiera para hallar el canto
que abre en mi pecho el signo del encanto
en la primera luz del nuevo día.

¿Cómo decir mi nardo de alegría,
la clara yema del ceñido acanto,
y hasta el hilado treno del espanto
de la paloma que la sierpe espía?

¿Cómo decir el valle, la majada,
el recental de hambre apresurada,
mi aliento, en humo, al frío convertido,

la sensación profunda de la vida
en el lento minuto de la huida
de la noche, ante el sol recién bruñido?

Autor

Donaciano Bueno Diez
Si te gusta mi poema o los del poeta sugerido, compártelo. Gracias
Subscríbete!
Notificar a
guest

2 ¡Ardo en ascuas por conocer tu opinión! ¡Anímate a comentar!
El más votado
El más nuevo El más antiguo
Comentarios en línea
Ver todos los comentarios
Echa un vistazo a la siguiente publicación
El mar, el mar y tú, plural espejo, …
2
0
Me encantaría tu opinión, por favor comenta.x

Descubre más desde DonacianoBueno

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo