Pablo Minelli González, nacido en Montevideo el 15 de julio de 1883, fue un poeta de sombras y luces, un viajero de las palabras que encontró en la lírica su refugio y en la diplomacia su destino. Perteneciente a la generación de los modernistas menores, su voz resonó entre los ecos de Baudelaire y Verlaine, dos faros que iluminaron su camino literario. Su poesía, marcada por la melancolía y el refinamiento sensorial, se movió entre la exaltación de la belleza y el desencanto del tiempo.
La vida llevó a Minelli por tierras lejanas. Como diplomático, recorrió Chile, España, Francia, Alemania y Bélgica, países que se convirtieron en escenarios de su inspiración. A veces firmaba como Paul Minelli, un gesto que evocaba su admiración por la lírica francesa y su deseo de entretejer su identidad con la tradición simbolista. Desde los bulevares parisinos hasta las costas ibéricas, su poesía absorbió la cadencia de los paisajes que lo acogieron.
Su primer libro, Mujeres flacas (1903), reveló su fascinación por la figura femenina, etérea y lejana, envuelta en un halo de misterio. Con El alma del Rapsoda (1905), Minelli profundizó en el arte de la palabra como un canto errante, y en Canto otoñal (1909) desplegó su sensibilidad hacia la fugacidad de la vida. Las Puertas (1917) y Siete campanas (1935) consolidaron su estilo introspectivo, donde la metáfora se convirtió en un puente entre lo real y lo soñado. En Paisajes y marinas de Iberia (1949), su última gran obra, el poeta volcó su mirada en los horizontes de España, sus costas y sus ciudades, en una despedida velada a la tierra y al mar. Fuente
