1.SI EXISTES, DIOS… [Poema del Editor]
2.Alfonso Reyes [Poeta sugerido]

Textos aquí: 1. del Editor, 2. del Poeta sugerido y 3. del Invitado (opcional)

MI POEMA… de medio pelo

 

Si existe Dios que baje aquí y lo vea,
descienda de su nube y se presente,
demuestre su poder omnipotente,
que piense en lo que escribo y que lo lea
mirándome de frente.

No pida que en él crea si no he visto,
haciendo dejación de mi sesera,
lo diga Agamenón u otro cualquiera
o alguno que presume ser más listo
robando la cartera.

Que el acto de creer y el de pensar
se ajustan como un huevo a una castaña.
El uno si te dejas va y te engaña
diciéndote que aquí no hay más que hablar
tirando de artimaña.

En cambio tu cerebro al discernir
se apoya simplemente en las razones,
tratando de llenar de convicciones
diciendo lo que debes de decir
obviando las pasiones.

Lo oculto siempre está bajo sospecha,
¿si es bueno a qué se tiene que ocultar?
Sugiero que no te hagas de rogar
y evita que se encienda en mi la mecha
y obligue a sospechar.
©donaciano bueno

De Agamenón habla Homero en su Iliada, personaje mitológico, que llegó a acumular gran poder y reconocimiento. Fue nuestro Antonio Machado quien lo juntó con su porquero, en su Juan de Mairena, para ayudarnos a reflexionar sobre la realidad del poder y el poder de la realidad. 

MI POETA SUGERIDO:  Alfonso Reyes Ochoa

La amenaza de la flor

Flor de las adormideras:
engáñame y no me quieras.

¡Cuánto el aroma exageras,
cuánto extremas tu arrebol,
flor que te pintas ojeras
y exhalas el alma al sol!

Flor de las adormideras.

Una se te parecía
en el rubor con que engañas,
y también porque tenía,
como tú, negras pestañas.

Flor de las adormideras.
Una se te parecía…
Y tiemblo sólo de ver
tu mano puesta en la mía:
¡Tiemblo no amanezca un día
en que te vuelvas mujer!

Morir

En el más cariñoso lecho
me siento morir,
cuando en la naturaleza,
toda mansa como jardín.

Muelle, el ala del ángel blanco
¡qué piedad, que ternura al fin!—
primera vez roza mis hombros
como el arco roza el violín.

Esta frescura de saber
que también nos vamos de aquí,
¡qué novedad en la conciencia,
qué persuasión blanda y sutil!

¡Qué conformidad, que tersura,
qué dejarse ir!
Sus filos y puntas los actos
redondean al llegar a mí.

Ni la sangría del estoico
que se amenguaba sin sentir,
ni el áspid que penas besaba
el botón de ansioso carmín:

Lento declive, y tan seguro
—hinchado de sí—
que ni da lugar a lamentos
ni a temores, ni

siquiera al vago cosquilleo
de ese minuto por venir
en que se ha de abrir a mis ojos
algo que se tiene que abrir.

¡Qué natural lo que se acaba
cuando ya se acaba por sí!
Voy con la razón satisfecha,
dormido, contento, feliz.

¡Y yo que viví tantos años,
tantos años como perdí,
sin dar oídos a la esfinge
que susurraba junto a mí!

Yo no sabía que la vida
se reclina y se tiene así
en esa gula de la nada
que es su diván, es su cojín.

Sol de Monterrrey

No cabe duda: de niño,
me perseguía el sol.
Andaba detrás de mí
como perrito faldero;
despeinado y dulce,
claro y amarillo:
ese sol con sueño
que sigue a los niños.
(El fuego de mayo
me armó caballero:
yo era el Niño Andante,
y el sol, mi escudero.)

Todo el cielo era de añil,
toda la casa, de oro.
¡Cuánto sol se me metía
por los ojos!
Mar adentro de la frente,
a donde quiera que voy,
aunque haya nubes cerradas,
¡oh cuanto pesa el sol!
¡Oh cuanto me duele, adentro,
esa cisterna de sol
que viaja conmigo!

Yo no me conocí en mi infancia
sombra, sino resolana.—
Cada ventana era sol,
cada cuarto eran ventanas.

Los corredores tendían
arcos de luz por la casa.
En los árboles ardían
las ascuas de las naranjas,
y la huerta en lumbre viva
se doraba.
Los pavos reales eran
parientes del sol. La garza
empezaba a llamear
a cada paso que daba.

Y a mí el sol me desvestía
para pegarse conmigo,
despeinado y dulce,
claro y amarillo
ese sol con sueño
que sigue a los niños.

Cuando salí de mi casa
con mi bastón y mi hato,
le dije a mi corazón:
—¡Ya llevas sol para rato!—
Es tesoro —y no se acaba:
no se me acaba —y lo gasto.
Traigo tanto sol adentro
que ya tanto sol me cansa.—
Yo no conocí en mi infancia
sombra, sino resolana.

La llama funesta

  I

Si te dicen que voy envejeciendo
porque me da fatiga la lectura
o me cansa la pluma, o tengo hartura
de las filosofías que no entiendo;

si otro juzga que cobro el dividendo
del tesoro invertido, y asegura
que vivo de mi propia sinecura
y sólo de mis hábitos dependo,

cítalos a la nueva primavera
que ha de traer retoños, de manera
que a los frutos de ayer pongan olvido;

pero si sabes que cerré los ojos
al desafío de unos labios rojos,
entonces puedes darme por perdido.

            II

Sin olvidar un punto la paciencia
y la resignación del hortelano,
a cada hora doy la diligencia
que pide mi comercio cotidiano.

Como nunca sentí la diferencia
de lo que pierdo ni de lo que gano,
siembro sin flojedad ni vehemencia
en el surco trazado por mi mano.

Mientras llega la hora señalada,
el brote guardo, cuido del injerto,
el tallo alzo de la flor amada,

arranco la cizaña de mi huerto,
y cuando suelte el puño del azada
sin preguntarlo me daréis por muerto.

El llanto

Al declinar la tarde, se acercan los amigos;
pero la vocecita no deja de llorar.
Cerramos las ventanas, las puertas, los postigos,
pero sigue cayendo la gota de pesar.

No sabemos de donde viene la vocecita;
registramos la granja, el establo, el pajar.
El campo en la tibieza del blando sol dormita,
pero la vocecita no deja de llorar.

—¡La noria que chirría!— dicen los más agudos—
Pero ¡si aquí no hay norias! ¡Que cosa tan singular!
Se contemplan atónitos, se van quedando mudos
porque la vocecita no deja de llorar.

Ya es franca desazón lo que antes era risa
y se adueña de todos un vago malestar,
y todos se despiden y se escapan de prisa,
porque la vocecita no deja de llorar.

Cuando llega la noche, ya el cielo es un sollozo
y hasta finge un sollozo la leña del hogar.
A solas, sin hablarnos, lloramos un embozo,
pero la vocecita no deja de llorar.

Apenas

A veces, hecho de nada,
sube un efluvio del suelo.
De repente, a la callada,
suspira de aroma el cedro.

Como somos la delgada
disolución de un secreto,
a poco que cede el alma
desborda la fuente de un sueño.

¡Mísera cosa la vaga
razón cuando, en el silencio,
una como resolana
me baja, de tu recuerdo!

MI POETA INVITADA: Victoria Martín Almagro

Érase una avispa

Érase una avispa
vulgar, gorda y lista.
En su basurero
miraba revistas.
«Quiero ser famosa,
cantante o artista
o, al menos -pensó-,
la protagonista
de una narración».
Buscó un periodista
y halló un escritor.
Se coló en su casa…
¡qué persecución!
¿Cómo entendería
ese buen señor
lo que ella quería?
Se posa en sus cejas,
luego en su nariz
-o escribe de ella
o se queda allí-.
El escritor dijo:
«¡Mira que me pica!»
y dio un manotazo
a la pobre avispa.

Pero en ese instante
lo imagina todo.
¡Con qué poca vista,
con qué malos modos
le hizo la entrevista!
Y escribe en un folio:
«Érase una avispa
vulgar, gorda y lista…»

Casa del Libro

Bio de autores en esta página

"No están todos los que son pero son todos los que están."

  • : Autor invitado

    Victoria Martín de Almagro, natural de Daimiel y afincada desde hace décadas en Ciudad Real, ha estado presente en la Colección Calipso desde el principio. En 1996 publicó, con ilustraciones de su hermana María Antonia, el libro infantil de poemas “El chápiro verde”; en 1997 dio forma literaria al magnífico álbum ilustrado “El sol camaleón”, ilustrado por Rosa García Andújar; y en 2005 publica también en esta colección el libro de temática quijotesca y cervantina “Tente, ladrón, malandrín, follón”, con las ilustraciones de José Luis Sobrino. También participó en los libros en colaboración “Poemas de los cinco sentidos” y “Los cuentos del agua”, que reunió a escritores e ilustradores de nuestra provincia. Además su obra está recogida en diversas antologías literarias a nivel nacional.

    Ver entradas Bueno Diez
  • Alfonso Reyes nació el 17 de mayo de 1889 en Monterrey, México. En 1909 fundó, conjuntamente con otros escritores como Pedro Henríquez Ureña, Antonio Caso y José Vasconcelos Calderón, el Ateneo de la Juventud. Cuando tenía 21 años de edad, publicó su primer libro Cuestiones Estéticas. La Revolución Mexicana, de 1910, trajo funestas consecuencias a la familia Reyes.
    En agosto de 1912 fue nombrado secretario de la Escuela Nacional de Altos Estudios, y en 1913 fue nombrado parte de la Legación de México en Francia. Su padre participó en un golpe de estado en contra del presidente Francisco I. Madero, lo que derivaría en la lucha fraticida conocida como la decena trágica, y murió el primer día de la contienda, esto hizo imposible que Reyes pudiese regresar al país, y decidió vivir en España donde permaneció hasta 1924. Fue colaborador de la Revista de Filología Española, de la Revista de Occidente y de la Revue Hispanique. En España se consagró a la literatura y la combinó con el periodismo; trabajó en el Centro de Estudios Históricos de Madrid bajo la dirección de Don Ramón Menéndez Pidal. Una vez asentados los vientos de la revolución, la fama de Reyes en Europa llegó a México y el gobierno lo incorporó al servicio diplomático, fue nombrado segundo secretario de la Legación de México en España, Encargado de negocios en España, Ministro en Francia, y Embajador en Argentina hasta 1930, en Buenos Aires Reyes convivió con la brillante generación literaria, Victoria Ocampo le presentó a Xul Solar, Leopoldo Lugones, Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Paul Groussac. Después fue enviado a Brasil, y en abril de 1939 presidió la Casa de España en México, una institución fundada principalmente por refugiados de la Guerra Civil Española y que después se convertiría en el prestigiado Colegio de México. Fue miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua.
    Reyes se convirtió en el principal animador de la investigación literaria en México, y uno de los mejores críticos y ensayistas en lengua castellana.
    © Escritores.org. Contenido protegido. Más información

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