A DON JOAQUIM TORRA (Mi poema)
Ana Rossetti (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA …de medio pelo
 

Te incrustaron rencor desde pequeño,
tanto odio te inyectaron en tus venas
que hoy te impiden romper ya esas cadenas
truncadas por el tiempo en un mal sueño.

Que el viento cuando sopla persistente
no hay quien pare y a veces te avasalla,
ni impide que traspase una muralla,
que oídos hace sordos a la gente.

Las ideas que un día te inculcaron,
esa etapa inocente de la infancia,
debieron de evitar esa arrogancia,
contando eras mejor. Se equivocaron.

Aquellos que en la fobia hicieron fuerte
culpables han de ser del estropicio,
lograron conducirte al precipicio
así fuera dijeran de quererte.

Pues nadie eres, Quim Torra, no eres nada,
que el mal, el que hoy tú sufres o padeces
no se cura ni a base de sandeces,
para el cáncer no existe una pomada.

Y es que, amigo, la muerte nos iguala,
que allí acaban banderas y naciones,
metidos nuestros cuerpos en cajones
solo esperan la tierra de la pala.

Por si acaso te sirve de consuelo,
en tu nicho serás cuando te mueras
otra más entre tantas calaveras
y unas hojas podridas por el suelo.

Más te hubiera valido ser amable
con los otros, distintos, diferentes,
intentando halagar con tus presentes
tapándole a tu boca antes que ella hable.

Mal hijo, pretendiste irte de casa,
traicionaste a tus padres, pobre Torra.
Tu madre, libre Dios, no fue una zorra
mas debió aderezar a tu argamasa.
©donaciano bueno

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A don Joaquim Torra (actual Presidente de la Generalidad de Cataluña) con el debido respeto, el mismo que él conmigo no ha tenido al tildarme de bestia carroñera, víbora, hiena con con una tara en el ADN, por el simple hecho de hablar en español. (La llengua i les Besties). No estaría de más, diera un repaso a «La hoguera de las vanidades». Me reafirma en que la creación de los diversos idiomas es un arma concebida para separar y no para comunicarse, como algunos intentan hacernos creer.

MI POETA SUGERIDO: Ana Rossetti

 

Ana Rossetti

Los jadeos de Lelia

De quién es, de quién esa serpiente
que por mi espalda sube,
de quién los dedos
que geométricos hilan jardines en mi piel.
Tus dedos… Oh, tus dedos
-de libélulas, enjambres por mi falda-
hasta que palidezcan sean mordidos;
tu sabor en mi boca se aventure
y en mi lengua se asiente.
Tus dedos… Oh, tus dedos
-de mis collares cómplices-
finjan en mi garganta asesinatos;
mi pelo, con su lluvia madreselva,
gozoso, de fragancia, los salpique.
Oh, tus dedos, corpúsculos rosados,
poros estremecidos, dime dónde,
dónde el helecho enreda su voluta,
en qué raro lugar acecha la respuesta
de mi sangre sellada.
Soy sauce agazapado, con las rodillas tensas,
con las manos crispándose en mis muslos,
intacto el rostro, el labio, mis ojos descifrando
del cielo los relieves, las estrellas.
Tus dedos… Oh, tus dedos,
falta una mariposa, un quemante aleteo
emboscado en mi piel, élitros faltan.
Rebusco en mi joyero los ojos extraviados
y aliento cimbreante, y la adiestrada mueca
de ansiedad, y escondiendo mi hastío,
mi fracaso, acreciento tu triunfo.
De quién es, de quién esa serpiente
que sube por mi espalda…
…acaso tu lengua.

HUBO UN TIEMPO

Hubo un tiempo en el que el amor era un
intruso temido y anhelado.
Un roce furtivo, premeditado, reelaborado durante
insoportables desvelos.
Una confesión perturbada y audaz, corregida mil
veces, que jamás llegaría a su destino.
Una incesante y tiránica inquietud.
Un galopar repentino del corazón ingobernable.
Un continuo batallar contra la despiadada infalibilidad
de los espejos.
Una íntima dificultad para distinguir la congoja del
júbilo.
Era un tiempo adolescente e impreciso, el tiempo del
amor sin nombre, hasta casi sin rostro, que merodeaba,
como un beso prometido, por el punto más umbrío de la
escalera.

SI RECORDARAS, AMOR MÍO…

Si recordaras, amor mío, qué es lo que te aguarda tras las
seguras paredes de la espera.
Si recordaras cómo ¡y qué cruelmente! el deseo atendido
oculta su puñalada de decepción.
Si recordaras que, una vez que la pasión estalla, el secreto
deja de ser escudo y huída,
no me insistirías para que te mostrara, para que te ofreciera,
para que te otorgue.
Sino que te resignarías a sobrevivir dentro de mí en el dúctil
territorio de los sueños, donde todos los modos de ternura
que puedas inventar son permitidos, toda tempestad música
y ningún temor es irrevocable.
Si recordaras, Amor mío, qué es lo que te aguarda tras las
seguras paredes de mi corazón,
no me obligarías a levantarme en armas contra ti, a detenerte,
a desmentirte, a amordazarte, a traicionarte…
antes de que te me arrebaten, dulce silencio mío,
mi único tesoro, insensato e irreductible sentimiento.

ACLARACIÓN

La poesía dice: tú o yo. Pero no habla de ti o de mí.
Dice tú o yo, pero es tú y yo y él y ella
y todos y cada uno nosotros,
pues en cada pronombre hay una suma.Multitud de identidades se comprenden
en la aparente y apaciguadora singularidad.
La poesía dice yo, tú, él, ella…
y a todos y a cada uno de nosotros nos designa
borrando los contornos de las almas.

Todos y cada uno
somos incluidos y explicados.

Todos somos a la vez ella, él, tú y yo.

LOS OJOS DE LA NOCHE

Terminando el rosario a nuestros dormitorios
subiremos donde el ángel maligno,
que quiere atormentarnos, nos espera.
La espalda en la pared, cuidando que las ropas
no escondan nuestros ojos mucho tiempo,
la fragante franela nos ha vestido al fin.
Y sabemos, tras el vuelo fruncido
del tibio cubrecama, quién se oculta.
Al mínimo ruido en el contiguo cuarto
irrumpiremos, entre las tenues sábanas
de cruda muselina, anhelantes,
buscándonos.
Y nos sorprenderán
e irremisiblemente seremos castigados,
devueltos al horror de las alcobas.
Pero, abrázame ahora. Febriles confortémonos
que el miedo vendrá, en breve, dispuesto a aniquilarnos.

A un joven con abanico

Y qué encantadora es tu inexperiencia.
Tu mano torpe, fiel perseguidora
de una quemante gracia que adivinas
en el vaivén penoso del alegre antebrazo.
Alguien cose en tu sangre lentejuelas
para que atravieses
los redondos umbrales del placer
y ensayas a la vez desdén y seducción.
En ese larvado gesto que aventuras
se dibuja tu madre, reclinada
en la gris balaustrada del recuerdo.
Y tus ojos, atentos al paciente
e inolvidable ejemplo, se entrecierran.
Y mientras, adorable
y peligrosamente, te desvías.
De «Los devaneos de Erato» 1980

Chico Wrangler

Dulce corazón mío de súbito asaltado.
Todo por adorar más de lo permisible.
Todo porque un cigarro se asienta en una boca
y en sus jugosas sedas se humedece.
Porque una camiseta incitante señala,
de su pecho, el escudo durísimo,
y un vigoroso brazo de la mínima manga sobresale.
Todo porque unas piernas, unas perfectas piernas,
dentro del más ceñido pantalón, frente a mí se separan.
Se separan.
De «Indicios vehementes» 1985

Cibeles ante la ofrenda anual de tulipanes

Que mi corazón estalle! / Que el amor a su antojo, /
acabe con mi cuerpo. «
Amaru

Desprendida su funda, el capullo,
tulipán sonrosado, apretado turbante,
enfureció mi sangre con brusca primavera.
Inoculado el sensual delirio,
lubrica mi saliva tu pedúnculo;
el tersísimo tallo que mi mano entroniza.
Alta flor tuya erguida en los oscuros parques;
oh, lacérame tú, vulnerada derríbame
con la boca repleta de tu húmeda seda.
Como anillo se cierran en tu redor mis pechos,
los junto, te me incrustas, mis labios se entreabren
y una gota aparece en tu cúspide malva.

Cierta secta feminista se da consejos prematrimoniales

«…Trabajada despiadadamente por un autómata
que cree que el cumplimiento de un cruel deber es
un asunto de honor.»
Andrea de Nerciat

Y besémonos, bellas vírgenes, besémonos.
Démonos prisa desvalijándonos
destruyendo el botín de nuestros cuerpos.
Al enemigo percibo respirar tras el muro,
la codicia se yergue entre sus piernas.

Y besémonos, bellas vírgenes, besémonos.
No deis pródigamente a la espada,
oh viril fortuna, el inviolado himen.
Que la grieta, en el blanco ariete
de nuestras manos, pierda su angostura.

Y besémonos, bellas vírgenes, besémonos.
Ya extendieron las sábanas
y la felpa absorbente está dispuesta.
para que los floretes nos derriben
y las piernas empapen de amapolas.
Y besémonos, bellas vírgenes, besémonos.
Antes que el vencedor la ciudadela
profane, y desvele su recato
para saquear del templo los tesoros,
es preferible siempre entregarla a las llamas.

Y besémonos, bellas vírgenes, besémonos.
Expolio singular: enfebrecidas
en nuestro beneficio arrebatemos
la propia dote. Que el triunfador altivo
no obtenga el masculino privilegio.

Y besémonos, bellas vírgenes, besémonos.
Con la secreta fuente humedecida
en el licor de Venus,
anticipémonos,
de placer mojadas, a Príapo.
y con la sed de nuestros cuerpos, embriaguémonos.

Y besémonos, bellas vírgénes, besémonos.
Rasgando el azahar, gocémonos, gocémonos
del premio que celaban nuestros muslos.
El falo, presto a traspasarnos
encontrará, donde creyó virtud, burdel.
De «Los devaneos de Erato» 1980

Creí que te habías muerto, corazón mío…

Creí que te habías muerto, corazón mío,
en Junio.
Creí que, definitivamente, te habías muerto:
sí, lo creí.
Que, después de haber esparcido el revoloteo púrpura
de tu desesperación, como una alondra caíste en el
alféizar; que te extinguiste como el fulgor atemorizado
de un espectro; que como una cuerda tensa te rompiste,
con un chasquido seco y terminante.
Creí que, acorralado por tus desvaríos, traicionado por
los todavías, alcanzado por las evidencias, exhausto,
abatido, habías sido derribado al fin.
Y contigo, se desvanecieron los engarces entre
sentimientos, imágenes, suposiciones y pruebas.
Se me fueron abriendo las costuras de la memoria: ya
me estaba acostumbrando a vivir sin ti.
Pero tus fragmentos estallados se han ido
buscando, encontrando, cohesionándose como gotas de
mercurio, sin cicatriz ni señal.
Y ahí estás, otra vez inocente, sin acusar enmienda ni
escarmiento, guiando, dirigiendo, adentrando en ti el
peligro, como si fueras invulnerable o sabio, como si,
recién nacido apenas, ya fueras capaz de distinguir, en
el mellado filo del clavel,
la espada

Cuando mi hermana y yo, solteras, queríamos ser virtuosas y santas

Y cuando al jardín, contigo, descendíamos,
evitábamos en lo posible los manzanos.
Incluso ante el olor del heliotropo enrojecíamos;
sabido es que esa flor amor eterno explica.
Tu frente entonces no era menos encendida
que tu encendida beca*, sobre ella reclinada,
con el rojo reflejo competía.
Y extasiadas, mudas, te espiábamos;
antes de que mojáramos los labios en la alberca,
furtivo y virginal, te santiguabas
y de infinita gracia te vestías.
Te dábamos estampas con los bordes calados
iguales al platito de pasas
que, con el té, se ofrece a las visitas,
detentes y reliquias en los que oro cosíamos
y ante ti nos sentábamos con infantil modestia.
Mi tan amado y puro seminarista hermoso,
¡cuántas serpientes enroscadas en los macizos de azucenas,
qué sintieron las rosas en tus manos que así se deshojaban!
Con la mirada baja protegerte queríamos
de nuestra femenina seducción.
Vano propósito.
Un día, un turgente púrpura,
tu pantalón incógnito, de pronto, estirará
y Adán derramará su provisión de leche.
Nada podrá parar tan vigoroso surtidor.
Bien que sucederá, sucederá.
Aunque nuestra manzana nunca muerdas,
aunque tu espasmo nunca presidamos,
bien que sucederá, sucederá.
Y no te ha de salvar ningún escapulario,
y ni el terrible infierno del albo catecismo
podrá evitar el cauce radiante de tu esperma.

*Beca: especie de manto de seda o paño, que colgaba del cuello
hasta cerca de los pies, y que en algún tiempo usaron
sobre la sotana los eclesiásticos que tenían alguna dignidad.
De «Los devaneos de Erato» 1980

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Donaciano Bueno Diez
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